Read De La Noche a La Mañana Online
Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Al mes de hacer el programa, todo El Mundo parecía aliviado y satisfecho. El sector comercial de la casa e incluso el ejecutivo con o sin sotana estaban muy optimistas con los resultados de
La mañana
. El motivo primero de euforia era que yo no acusaba el cambio de horario; el segundo, que empezaba a las seis cuando los demás aún dormitaban el sueño de los suplentes; el tercero, que no caía enfermo ni faltaba nunca, a diferencia de Antonio, que se tomaba licencias de caza cuando le parecía; el cuarto, que cumplía mi promesa de respetar los horarios comerciales locales y mimaba a los anunciantes. Todos esperaban que el EGM de noviembre respaldara la impresión general de que estábamos remontando. La única duda era si desde el principio se notaría el cambio o sólo en las horas de
One man show
, o sea, más personales y con menos publicidad, que son de seis a ocho. Yo sólo estaba seguro de una subida clara, aunque sobre números pequeños, en la primera hora, por la sencilla razón de que Luis Herrero no la hacía, lo mismo que las demás estrellas matutinas, así que sólo por el cambio y por la bulla que metía a esa hora yerma, alguna subida tenía que haber. Sin embargo, ocurrió algo que alteró las expectativas y las mediciones: a Polanco lo dejó su señora.
En los caballeros y caballeras del Imperio prisaico, paladines del divorcio exprés y la caducidad natural de las parejas, la augusta separación debería haber sido bendecida como prueba de naturalidad biológica y normalidad institucional. Pero, ay, no era él, don Jesús, quien la dejaba a ella, doña Mariluz, por otra más joven, sino ella quien lo dejaba a él. Y una cosa es el cambio de pareja y otra que cualquier pareja pueda cambiar cuando le dé la gana. No en el caso de don Jesús. Nunca en el caso de don Jesús, el Macho Alfa de la manada, al que ninguna hembra puede abandonar; y, si lo abandona, no debe saberse en el bosque.
Por supuesto, a mí me traía al pairo que Polanco se separase de Mariluz o viceversa. Si hubiera sido de Cebrián, todavía, pero ni ella me había hecho nada ni yo le tenía animadversión. Al revés, teníamos amigos comunes que solían cultivar la especie de que Mariluz era una auténtica señora de derechas que, un siglo u otro, acabaría devolviendo a Polanco al redil liberal-conservador. ¡Sí, sí, al redil! ¡Menudo redil es el Imperio! Lo asombroso era que el chisme, la salsa de todas las comidillas de Madrid, no apareciese en los medios de comunicación. O sea, que en España se puede hablar de las amantes del Rey, aunque poco; de las crisis matrimoniales de los presidentes del Gobierno, cuando las tienen; de las separaciones de los ministros; de las amantes de los banqueros; de las fugas de maridos y señoras de grande, pequeña o mediana notoriedad. Del único que no se puede hablar es de Polanco. Bueno, me dije: he ahí una tontería donde se puede marcar la diferencia, donde se demuestra quién quiere salir por la puerta grande, aunque sea hecho unos zorros, y quién se conforma con la vuelta al ruedo.
Le pedí a Planeta una entrevista con HughThomas, amigo de Mariluz Barreiros, que estaba en gira de presentación de su último libro sobre el Imperio español. No el de Polanco, rehuido escandalosamente por los historiadores, los cronistas y los reporteros de guerra, sino el de los Austrias y Borbones, más transitado. Pero, a cambio, estaba dedicado a Mariluz.
Por supuesto, se trataba de un acto de valor, de prueba de que no temía al Polanco feroz, no de chisniología al uso, así que ni le pregunté sobre los rumores ni cosa remotamente parecida. Inevitable resultó en cambio, al final de la entrevista, preguntarle por la dedicatoria del libro. En ese estilo de español británico que en los años setenta popularizó en TVE Doña Croqueta y en los noventa actualizaron los Morancos deTriana, Hugh contestó de muy buen humor, casi muerto de risa:
—Oh, ah, eh, buenooo, se trrrata de una amiga, eh, una muyyy buena amiga, a la que le debo, yo debía un librrro… ha, ha, ha…
—¿Un libro? ¿Qué pasa, que no se lo ha devuelto?
—Oouh, no, nooo. Yo debo un libro sobre padre, Eduarrdo Bareiros, y yo no hace libro sobre Bareiros, falta de tiempo, así que dedico este libro para que me perddone… ha, ha, ha.
—Ja, ja, ja. Qué detalle. Pues muchas gracias y mucho éxito, señor Thomas.
—Grasias, grasias a usted, es sido muy amable, ha, ha, ha. ¡Arios!
Cito de memoria, pero fue algo así, amable, distendido y que no iba más allá del guiño. Pero ¡guiños al Emperador! ¡Habrase visto! A los pocos días, Daniel Gavela, a la sazón cabecilla de la SER, le dijo al consejero delegado de la COPE:
—Federico está haciendo un programa muy bueno, sorprendentemente bueno. Pero le vamos a tener que dar un toque, para que vea que algunas cosas no se tocan.
Y por esas casualidades de la vida que en la radio española siempre coinciden con la SER, llegó en ese momento el EGM y me quedé de piedra. Inmóvil, vamos. Ni siquiera subí un solo oyente a las seis. Bramé como un ciervo herido, pero la manada de enfrente, con sus innúmeros ciervos y ciervas, cervatillas y barnbis, rodearon mugiendo satisfechos a su Macho Alfa. Se trataba de un exceso de celo y no de una orden imperial, como demostró que un par de semanas después se entrevistara en
El País
al historiador británico, aunque no sé si esa publicidad me la debió a mí, por el qué dirán, o estaba enlatada antes. En todo caso, la sirvieron. Y se supone que a mí me escarmentaron. Dicen —pero lo anterior es verdad, esto apócrifo— que Gavela se adornó:
—Ya subirá en febrero.
Después de haber acordado los términos de la sucesión en
La mañana
, Luis y yo quedamos en Moncloa para hablar con Rajoy, que era vicepresidente primero del Gobierno, responsable último de medios de comunicación y nuestro favorito en las quinielas para la sucesión de Aznar. De los tres candidatos —Rato, Mayor y Rajoy— no era el que a mí más me gustaba, porque creía que la cuestión nacional seguiría siendo el problema esencial de España y para afrontarla el más fiable era Jaime Mayor Oreja, pero era consciente de que Rajoy era el que menos rechazo provocaba en el PP y por eso daba —dábamos— por hecho que el resucitado Aznar lo elegiría sucesor. No como jefe del PP, para ejercer el Poder o la oposición según ganara o perdiera las elecciones, sino como inquilino de La Moncloa, porque, tras su pasmoso éxito en las municipales y autonómicas (sólo la Comunidad de Madrid se había perdido tras el recuento del voto por correo), todas las encuestas anunciaban una clara victoria popular el 14-M de 2004.
Nuestra visita tenía, en realidad, un triple motivo: que ambos le expusiéramos los gravísimos problemas estructurales de la COPE; que Luis le contara personalmente los términos de su acuerdo con Aznar para ir a las elecciones europeas, y que yo le explicase la política de
La mañana
para la temporada siguiente, empezando, naturalmente, por esas elecciones presidenciales en las que él podría ser candidato. Lo primero, la difícil supervivencia de la COPE, pareció afectarle muy poco, según la ya clásica costumbre despectiva de Aznar, asumida con disciplinada displicencia por todo el estrato sucesor. A los líderes de la derecha, y Rajoy no es una excepción, los medios de comunicación no les importan; sólo, de vez en cuando, les molestan, y se quitan de encima la molestia según su carácter y circunstancias. Cuando Rajoy nos oyó decir que a la COPE le quedaba un año de vida, debió de decirse: ¡más que a mí para ser Presidente! Y, muy educadamente, se desentendió.
Lo de Luis lo trataron al final a solas, en un aparte de diez minutos, pero Rajoy ya tenía noticia de ello por Aznar, cuya condición faraónica, más acusada que nunca, también habría acertado en el destino de Luis. Así que lo único que comentó Rajoy, con buen humor, es que Luis tenía mucho más claro que quería ser candidato y a qué. Él no lo sabía y, además, no podía saberlo. Su destino estaba también en manos de Aznar, pero todavía le quedaban un par de meses de incertidumbre, como mínimo. Y luego, tras la decisión soberana del Gran Elector, la ratificación o no de los electores.
Lo que yo le conté sobre la política informativa con respecto al PP y su candidato que había pensado para
La mañana
tropezó con un obstáculo insalvable: Rajoy no sabía si ese candidato iba a ser él y, mientras esa incógnita no se despejase, su interés por mis cogitaciones parecía muy, muy, muy limitado. A orillas de la ensalada de bogavante, casi podía ver cómo por un oído, entre la patilla de las gafas oscuras y el arranque de la barba clara, le entraba mi discurso y por el otro le salía. Se comía bien en
Chez
Mariano, pero la atención política era bastante menor que las atenciones sociales.
Sin embargo, en los minutos-basura del aperitivo, Belén Bajo llamó la atención del anfitrión —y, de paso, la nuestra— sobre un reportaje que estaba emitiendo Telemadrid. Contaba el escándalo en la Asamblea madrileña durante la votación para investir como presidente autonómico a Simancas, cuando dos diputados del PSOE se habían abstenido y la investidura se había frustrado. La victoria socialista había sido tan por los pelos que, sin esos dos votos, ni Simancas ni Esperanza podían ser presidentes. Pero Rajoy, que apenas podía contener la risa por la mala imagen del PSOE en la gran plaza ganada, daba por hecho que esa misma tarde los convencerían en Ferraz. Fue la primera vez que oí los nombres de Tamayo y Sáez, y casualmente en Moncloa. No iba a ser la última.
Al día siguiente, en Ferraz no se cumplió la previsión rajoyesca de que Tamayo y Sáez fueran convencidos, «política o económicamente», para volver al redil. Al revés: los electos desafectos, bautizados por Bono como «despojos humanos», se pasaron al Grupo Mixto tras levantar el pico de un mantel cuajado de lamparones inmobiliarios y manchurrones de añeja corrupción política. Por lo visto, los «balbases» (llamados así por su jefe, Balbás, un ex socialdemócrata de Fernández Ordóñez migrado al PSOE, perito en financiaciones turbias y a cuya tribu pertenecía el abogado Tamayo) eran rivales acérrimos de otra tribu recolectora y recalificadora a la que bautizamos como los «mamblonas» (por cierto poderoso Benedicto Mamblona, esposo de Ruth Porta, la fiera portavoz socialista en la Asamblea), y aquella rivalidad, convertida en disputa de cargos en el naciente Gobierno regional, había conducido, por la frustración política o personal de una de las facciones, al colapso y al boicot parlamentario.
El culebrón de la Asamblea cautivó al público de Telemadrid, que consiguió la audiencia más espectacular de su historia retransmitiendo aquellas tórridas jornadas parlamentarias. La gente no sabía bien si lo que veía era una moción de censura contra la derecha o contra la izquierda, por ganar o perder las elecciones, por perder lo ganado o ganar lo perdido. Pero la vigorosa dignidad de Esperanza, que se destapó como una auténtica líder política, la ferocidad de Cruella-Ruth de Ville-Porta, dispuesta a impedir que su ruina política se produjera sin acarrear ruinas ajenas, amén del acoso implacable a los «corrutos» (Blanco
dixit
) Sáez y Tamayo, este último revelado también como una auténtica fiera parlamentaria, hicieron que los madrileños, en uno de los arnichescos y clasicísimos veranos de la Villa, cambiaran las verbenas julianas y agosteñas por las maratonianas telesesiones del circo parlamentario. En algunos momentos, Telemadrid alcanzó audiencias del 40 por ciento, hasta entonces reservadas a los duelos futboleros del Real Madrid. ¡Para que luego digan que a la gente no le interesa la política! Aunque aquella telenovela tenía tanto de sucesos como de información parlamentaria. O mucho más.
Al fondo de la expectación estaba el «ruido de cheques» que, remedando el famoso «ruido de sables» de la Transición, estaba tras el «golpe de Estado» de Madrid, como lo llamaban los chicos de Polanco, considerándolo, por cierto, mucho más grave que el 23-F, señal inequívoca de que los cheques les duelen más que los sables. Pero los datos definitivos sobre la compra de los «despojos humanos» por parte de la derecha, que tanto en el Parlamento nacional como en el regional anunciaban una y otra vez Zapatero y Simancas, nunca se concretaron. Aquello se convirtió en un callejón sin salida, donde Esperanza Aguirre debía pelear diariamente para demostrar que el PP era inocente… de las irregularidades del PSOE. Y lo hizo muy bien. Pero el atasco tenía mal arreglo: el más cómodo aunque maloliente era formar gobierno en minoría, algo que sólo podía hacer el PP con el apoyo tácito o abstención de los «despojos», aunque toda la legislatura estuviese bajo la amenaza de una moción de censura de los «despojos» y el PSOE. Pero Esperanza Aguirre —contra la opinión de Gallardón, Rodrigo Rato y el ABC, portavoz de la derecha «realista»— se negó al enjuague y pidió la convocatoria de nuevas elecciones en otoño para aventar cualquier sospecha de corrupción en el futuro gobierno regional, fuera del PP o del PSOE.
El debate político iba mucho más allá del poder regional madrileño. Era cierto que los resultados habían sido tan apretados que nadie podía predecir qué pasaría en una nueva convocatoria. Tampoco era posible saber si en el transcurso de una campaña a cara de perro habría sorpresas y revelaciones perjudiciales para unos, para otros o para todos. O qué efecto podría tener la movilización teledramática de la ciudadanía en Madrid, que había roto todos los esquemas de los observadores. Pero al final, lo único claro es que, en un clima de sospechas generalizadas de corrupción, una parte de la derecha creía que lo único decente era jugársela en las urnas. Y otra parte, más experta, más realista, más inteligente, menos ingenua, prefería buscar lo que eufemísticamente se llamaba «una solución de gobernabilidad» que evitara una nueva convocatoria electoral. No eran sólo dos ideas de la democracia. Eran, frente a frente, dos modelos de sociedad.
Dos derechas poco compatibles
La derecha en general y el PP en particular se dividieron en la llamada «batalla de Madrid». Pero esa división, como sucede en la política moderna, sólo tomó cuerpo en la medida en que la discrepancia era alimentada y argumentada a diario por dos medios de comunicación importantes. El de toda la vida, el
ABC
, defendía de forma solapada y sutil, intermitente pero, al fin y al cabo, evidente, esa forma «realista» de superar las crisis que desemboca en «inteligentes» compromisos con la corrupción. El nuevo medio de referencia de la derecha, o el que yo quería que lo fuera,
La mañana
de la COPE, asumía no de forma tácita, como siempre, sino expresa y abiertamente el papel de portavoz de las bases populares de la derecha frente a los arreglos y trapicheos de sus dirigentes para alcanzar o disfrutar del Poder a cualquier precio.