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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Y hablando de eso…
Levantemos acta, para que pueda usted esgrimirla ante quien considere oportuno, de los contactos informales que usted, como presidente de la COPE, ha mantenido por recomendación mía (supongo que entre otros) con Carlos Herrera. La información que usted me facilitó se resume, si mi memoria es buena, en cinco puntos:
— Carlos Herrera se siente un hombre de COPE.
— En ningún caso vendría para llevar una parcela horaria de
La mañana
compartiendo el programa con otro comunicador.
— En ningún caso se quiere convertir en un clavo que sirva para quitar otro clavo de la parrilla de la programación.
— Nada le urge hasta finales de abril para deshojar la margarita de su futuro radiofónico, llegado el caso de que tenga que deshojarla porque se cruce en su camino la tentación de volver a la COPE.
— En consecuencia, hasta mediados de abril, una vez conocido y evaluado el EGM que debe darse a conocer el día 4 de ese mes, no hay por qué hacer ninguna revisión del statu quo de la programación actual de COPE. A partir de entonces sería poco menos que desleal que cualquiera de las partes (ustedes o yo, COPE o Luis Herrero) jugara con cartas marcadas.
Después de haber mantenido con usted esa conversación (y han pasado ya dos meses) renové un propósito que he venido cumpliendo sin interrupción a rajatabla desde que llegué a la casa en el verano de 1992, hace casi la friolera de nueve años: no negociar ningún otro acomodo profesional mientras la COPE siga interesada en contar conmigo y yo me sienta a gusto como parte de su proyecto. Así que afirmo con toda solemnidad, para que lo pueda ventear donde mi palabra aún merezca algún crédito, que no he mantenido ni directa ni indirectamente, ni por mí ni por terceros, ni por hipérboles ni extraños vericuetos, ninguna negociación, aproximación o conversación, ni personal ni institucional, con ningún otro grupo periodístico nacional o internacional. Y quien diga lo contrario, miente. Pero como a pesar de todo hay quien lo dice (y a usted y a mí nos consta) no me pida que, encima, ponga buena cara. Si la COPE o alguno de sus extraños directivos no se encuentran cómodos conmigo, por favor que me lo hagan saber lo antes posible. Yo, como Carlos Herrera, puedo esperar hasta mediados de abril, pero si he de deshojar alguna margarita mi obligación es evitar que el calor del verano la agoste.
Un abrazo tan cariñoso como siempre,
Luis Herrero
Supongo que don Bernardo no le contestó. Era un perito en el arte de dejar pasar el tiempo, y sólo siete semanas después el dichoso EGM debería decidir todo el asunto. Y lo decidió. Cuando años después hemos tenido pruebas fidedignas de hasta qué punto las famosas encuestas del EGM no sólo estaban manipuladas sino que pertenecían a la rama literaria de la ciencia ficción más que a la sociología empírica, uno se asombra al comprobar cómo la vida profesional e ingresos personales, las carreras de profesionales famosos o desconocidos, las ganancias o pérdidas de las empresas radiofónicas, todo o casi todo lo que se refiere a la radio comercial en España se ha decidido en función de una medición de audiencias en la que nadie o casi nadie creía de verdad pero en la que, por comodidad, mediocridad o apoltronamiento comisionado, tanto los publicitarios como los gestores de medios radiofónicos fingían creer. Y le daban hilo a la cometa. El caso es que el resultado del EGM de abril no fue malo para la COPE aunque tampoco fatal para Onda Cero y, como Polanco manda, hizo feliz a la SER. Todo parecía seguir igual en el nuevo escenario creado tras la marcha de García, aunque en realidad la situación era tan inestable como al empezar el seísmo. En todo caso, la nueva situación política, con la mayoría absoluta de Aznar y un horizonte más que oscuro para la izquierda, además de la previsible reorganización del panorama mediático en el área de la derecha (aunque sería más correcto decir del Gobierno), permitieron a empresas y profesionales jugar sus bazas. Fue el momento elegido por Luis Herrero para enviar una segunda carta a don Bernardo que levantaba acta de la situación interna de la cadena y de los grandes cambios que, a cencerros tapados, se habían producido en ella. Decía así:
Querido don Bernardo:
Con el mejor ánimo de contribuir a la estabilidad interna de la casa (ahora que hemos superado satisfactoriamente el examen del EGM) me gustaría hacerle partícipe de algunas reflexiones que me rondan desde hace algún tiempo por la cabeza. Respondo así al compromiso que contraje con usted el pasado mes de diciembre de adelantarle mis planes profesionales tan pronto como los tuviera más o menos claros, con el propósito de no repetir la «fórmula García» de provocar hechos consumados sin margen para la reacción. Estoy seguro de que, una vez más, sabré interpretar convenientemente el sentido de estas consideraciones.
Lo primero que veo claro es que desgraciadamente ya no es posible mantener en pie el modelo de relación entre nosotros (no entre usted y yo, sino entre todos los mimbres del cesto) que hasta ahora venía funcionando dentro de la casa. Cuando Antonio, García y yo constituíamos el núcleo central del llamado «grupo de profesionales» existía entre los tres una complicidad natural, no forzada, que nos permitía actuar, de hecho, como una «banda» (en el buen sentido) donde uno manda y los demás obedecen. Teníamos un código de señales tácito, aprendido por osmosis desde los tiempos de Antena 3 en tantas guerras que hicimos juntos, que nos permitía aparecer sin fingimientos ante el mundo exterior como un grupo homogéneo.
De aquel «club» sólo quedo yo. Ha corrido el escalafón y la vida me ha colocado en una posición distinta: ya no soy sobresaliente sin espadas sino jefe de cuadrilla. ¿Pero de qué cuadrilla? De una, don Bernardo, que no es homogénea, que no ha lidiado junta ninguna guerra, que no tiene un código de señales que sirva para ponerse de acuerdo. Abellán es Abellán y su circunstancia. Federico, desde que dirige su propio programa, ve las cosas —legítimamente— desde una óptica que es nueva para él y desconcertante para mí, y María José (la única que ha respetado siempre mi condición de primus inter pares) no emite en la misma longitud de onda que el resto de los nuevos socios del grupo. Dicho de otra forma: ni yo tengo las condiciones idóneas para ser jefe de ninguna banda —cosa que perciben con criterio lúcido los que deberían aceptarme como tal— ni los demás profesionales tienen (excepción hecha de María José) pasta de lugartenientes. El comportamiento de Abellán durante estos últimos meses (con la sombra de García al fondo), desoyendo sistemáticamente mis consejos, tanto en antena como en privado, es un buen ejemplo de que ese modelo de relación que me confiere la condición de «coordinador» o «interlocutor» del grupo de profesionales ya no sirve. También es patente en el caso de Federico.
Cada vez que usted me ha pedido que intervenga como amortiguador de algún contencioso que le pillaba a él por el medio, he tenido la creciente sensación de que estaba forzando una situación que no era de su agrado (del agrado de Federico) y que, para mayor desgracia, no producía los efectos de eficacia que usted (o en su defecto Rafael) me demandaban. La constitución de esta realidad es, de todas, la que más me hace sufrir. Y no porque me moleste que Federico sea reacio a una cierta idea de docilidad frente quien ejerce como «padrino» de un clan (eso probablemente demuestra que sus ideas son mucho más depuradas que las mías), sino porque valoro enormemente su amistad y no estoy dispuesto a perderla por los roces del quehacer cotidiano.
Estas consideraciones me han llevado, don Bernardo, a elevar a definitiva una primera conclusión: mi eventual continuidad en la casa requeriría dejar constancia explícita de que mi papel, en el futuro, sólo debe circunscribirse a las labores de dirección y presentación de
La mañana
. No quiero ser miembro del Consejo de Administración, no quiero tener consideración de primus inter pares, no quiero ser mediador ante terceros y tampoco me apetece seguir soportando los celos que, inevitablemente, provoca en algunos despachos de la planta noble la buena relación que usted y yo hemos mantenido siempre, y que espero (y deseo) podamos seguir manteniendo en el futuro, independientemente de cuál sea mi devenir profesional inmediato.
Como creo conocerle imagino la cara que habrá puesto al leer la última oración subordinada, así que me apresuro a aclararle por escrito, una vez más, que no tengo ofertas laborales fuera de la COPE, ni ofrecimientos alternativos ni tampoco remotos cantos de sirena para nuevas odiseas. Lo único que tengo es el convencimiento (no del todo grato) de que COPE, para mí, aparece cada vez más como un mero puesto de trabajo, como un lugar donde ganarme la vida. Ya no me quedan otras banderas intangibles que blandir, ningún espíritu heredado que perpetuar ni nada que se le parezca. La pregunta que me golpea el ánimo, como consecuencia de lo que acabo de dejar dicho por escrito, es la siguiente: y puestos a ganarme la vida, liberado ya de otras exigencias que van más allá de lo estrictamente material, ¿no existirán otros lugares que me permitan, por añadidura, renovar experiencias y recargar ilusiones? ¿No merecería la pena asomarme por encima de la tapia (cosa que todavía no he hecho) y olfatear el horizonte?
A estas alturas de la carta, don Bernardo, ya habrá entendido que el propósito clarificador que persigo es el de —digámoslo así— dimitir de todos mis cargos que no sean el de director y presentador de
La mañana
. Dimito como jefe de tribu, como asesor personal del presidente, como consejero del Consejo de Administración y como leyenda de poder fáctico. Dimito de todo, menos de amigo suyo. De eso no dimito. Y se lo digo de corazón.
Como estas dimisiones que acabo de formalizar suponen que debe instaurarse un nuevo modelo de relación interno, es razonable pensar que tal vez a usted no le interese seguir contando conmigo en los nuevos términos que exige ese «nuevo orden», así que dejo en sus manos, aceptándola gustosamente de antemano, cualquier decisión que pueda afectar a mi continuidad en la COPE.
Por lo demás, don Bernardo, sabe que sigue teniendo en mí a un buen amigo. Digerimos esta carta durante la comida, ¿de acuerdo?
Reciba un abrazo muy fuerte y muy cariñoso,
Luis Herrero
L
a carta de Luis era la constatación de muchas cosas, casi todas ciertas aunque no ciertas del todo. La primera, indudable, era la desilusión que, tras salvar el segundo
match ball
contra Onda Cero, le producía seguir jugando al tenis contra García pero en una selección hecha al azar y de rebote, cuyos entrenadores no confiaban en él y cuyos compañeros no hablaban en el vestuario o, si hablaban, era para pelearse, como en el caso de Abellán. La segunda, la distancia que se había ido creando entre nosotros dos por diversas razones, entre las que destacaban dos: una aparece muy bien descrita y es mi escasa sensibilidad ante los mensajes admonitorios que Luis me transmitía, en nombre de don Bernardo o de Pérez del Puerto, por tal o cual comentario emitido en
La linterna
, por mí o por algún colaborador. Esa insensibilidad se fue convirtiendo en irritación por el mensaje y, en alguna medida, por el mensajero. No sé el papel que en el análisis de Luis tiene la intuición nacida del trato personal de tantos años y la información que sobre mi estado de ánimo podía irle transmitiendo Carmen Martínez Castro, su subdirectora, la única con la que yo hablaba a menudo y que hizo cuanto pudo por salvar una relación que podía irse a pique, decía, «perjudicándoos a los dos».
Pero hay una segunda razón que Luis no cita y que, a mi juicio, fue decisiva no sólo en el distanciamiento que podía sentir yo hacia él sino en el que él iba sintiendo hacia mí, y era mi ruptura con Aznar. Esa ruptura, que por mi parte no fue personal pero sí ideológica y política, comenzó dos años antes, en 1999, con la publicación en
La Ilustración Liberal
de mi ensayo «Viaje al centro de la nada», réplica a un artículo de Eugenio Nasarre, asesor monclovita e ideólogo de la Internacional Centrista creada por Aznar. Después de la mayoría absoluta publiqué en la misma revista el ensayo «Aznar y el Poder», primer y único análisis desde el punto de vista liberal del aznarismo naciente. Y prácticamente el mismo día en que Luis le enviaba a don Bernardo la carta de sus dimisiones, el 10 de abril de 2001, salía a la luz en
La Ilustración Liberal
otro ensayo mío que se titulaba «Aznar y los medios de comunicación». Luis ya lo conocía, porque le había dado una copia antes de publicarlo, y sin duda le convenció de que mi ruptura con el Presidente, convertido en Presidentísimo, era absolutamente irreversible.
También era anterior a la publicación de ese ensayo; y Luis lo sabía mejor que yo. Tras la mayoría absoluta, en marzo de 2000, Aznar nos había llamado a La Moncloa para celebrar el éxito y hacernos partícipes de su euforia por lograr frente al Imperio de Polanco lo que llamaba «el final de la guerra civil». Tras ese encuentro en el Olimpo y aquella invitación a la Apoteosis yo publiqué en
La Ilustración Liberal
a finales del mismo mes de marzo el citado ensayo «Aznar y el Poder», que no gustó nada al ensayado y produjo escándalo en los círculos palatinos monclovitas: «Pero cómo yo», «después de ser tan», «la radio lo ha vuelto loco», etcétera. Quizá por mantener las formas, Aznar nos invitó de nuevo a los dos a comer en Moncloa a la vuelta del verano. Trámite cordial del que Luis salió con la impresión de siempre, tras la primera victoria del PP en 1996: éramos sólo ex combatientes, meritorios a condición de jubilarnos o dispersarnos, pero odiosos y perseguibles si queríamos mantener conAznar las costumbres de tiempos de González.
Sin embargo, después de Navidad, el día de Reyes de 2001, mes y medio antes de que Luis escribiera la primera carta transcrita a don Bernardo, Aznar le invitó a comer en La Moncloa, ya a solas, para levantar acta definitiva de las distancias y de las diferencias. Distancia era la insalvable que se había abierto entre el Presidente y yo. Diferencia, la que establecía entre mi persona y la de Luis. La razón era la misma que le hizo romper con Antonio y buscar atraernos para su causa en la noche triste del 1 de mayo de 1998: la COPE era una emisora que «no se podía oír» y yo, «según le contaban» (se supone que su mujer y su hijo mayor, la audiencia de radio es muy estable), era lo que menos se podía oír en la COPE. ¡Y esto se lo decía al que dirigía el programa más importante de la cadena! Pero a diferencia de lo ocurrido entonces, ahora Luis y yo ya no estábamos juntos para defender a Antonio. A diferencia de entonces, Luis le dijo al Presidente algo que no hacía falta decir de Antonio, porque era obvio, que yo «estaba fuera de control». A diferencia de entonces, Aznar era mucho más poderoso y nosotros éramos menos y estábamos más desunidos. Pero también a diferencia de entonces, yo tenía claro dónde estaba el problema, aunque no tuviera la solución. Luis empezaba a navegar en la duda.