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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Poco antes se produjo, sin embargo, una sorpresa que parecía el perdón tardío de un difunto. Fue el 6 de junio y lo adelantó por Internet El Mundo en estos términos:
El Supremo anula la concentración entre la SER y Antena 3 Radio
Madrid. La sala Tercera del Tribunal Supremo ha comunicado hace pocos minutos a las partes su resolución anulando la decisión del Consejo de Ministros de 20 de mayo de 1994 por la que se autorizaba la concentración (en la práctica, fusión) entre las emisoras de la cadena SER y las de Antena 3 de Radio.
Con esta decisión, el Supremo atiende la demanda presentada a título individual por un grupo de profesionales como Manuel Martín Ferrand, el ya fallecido Antonio Herrero, Luis Herrero, José María García, Federico Jiménez Losantos, Melchor Miralles y el director de
El Mundo
Pedro J. Ramírez.
La demanda fue interpuesta por el abogado Felipe Arrizubieta Balerdi. La sentencia ha sido dictada por unanimidad por los siguientes magistrados: Ángel Rodríguez García (presidente de la sala), Fernando Ledesma Bartret, Eladio Escusol Barra, Óscar González González, Segundo Meléndez Pérez y Manuel Campos Sánchez-Bordona.
En fuentes jurídicas se considera que la consecuencia de esta decisión será que Unión Radio, resultado de la citada fusión, deberá deshacerse y el Grupo Prisa deberá desprenderse de las emisoras de Antena 3 Radio.
Simultáneamente, el servicio de Defensa de la Competencia del Ministerio de Economía y Hacienda ha remitido al Tribunal de Defensa de la Competencia una propuesta para multar al Grupo Prisa, la cadena SER, Antena 3 Radio y al Grupo Godo, entre otros, por los acuerdos adoptados para actuar conjuntamente en el ámbito de la radio desde que se produjo la absorción de Antena 3 por la SER, en 1992, hasta que el Gobierno de Felipe González aprobó en 1994, la concentración de esas dos cadenas.
En breve, la sentencia íntegra.
(elmundo. es, 11 de junio de 2000)
Paradójicamente, la sentencia de verdad, es decir, la condena a muerte de la que se había convertido en la primera cadena de España, Antena 3 Radio, que se había decretado en La Moncloa en 1992 y que ejecutaron Polanco y Godo con el dinero de Mario Conde mediante la groserísima fórmula —delictiva en cualquier democracia liberal— de que la segunda cadena, la SER, comprara la primera, Antena 3, y la cerrase, estaba a punto de cumplirse. La salvación parcial de lo que esa cadena significaba informativa, ideológica, política y moralmente para tres millones de españoles se había producido al trasplantarse sus profesionales más destacados (García y Antonio Herrero al frente) a la arruinada cadena COPE. Pero tras la muerte de Antonio, la marcha de García suponía el fin de aquella solución de emergencia que mantuvo, con muy pocos medios materiales, una cierta pugna empresarial con la SER y el felipismo mediático.
Aquel junio fue un mes mucho más cruel que el abril de T. S. Eliot en
The waste land
. Cuando nos reunimos para recoger del abogado el resultado de aquella demanda ante el Supremo, ya nada del ayer permanecía, al menos en lo radiofónico. Antonio estaba muerto. García nos dejaba solos en la COPE a Luis y a mí. Manuel Martín Ferrand decía pestes de Luis, de mí y de García. Y en cuanto a García, contaba a todo el mundo una historia sobre Martín Ferrand que mostraba hasta qué punto el grupo capaz de poner en pie la primera cadena de radio española estaba irreversiblemente roto.
La historia nos la había contado Antonio a Luis y a mí para ilustrar precisamente lo inevitable de esa marcha de García de la COPE «para la que debíamos prepararnos». Fue comentando un día las malas relaciones de García con Martín Ferrand, que Luis consideraba el clásico episodio pasajero al que tan acostumbrados estábamos pero que Antonio veía como algo más grave. Sucintamente, se trataba de que entre las facturas falsas de Antena 3 Radio que habían aparecido en Alicante y por las que finalmente sería condenado MMF como máximo responsable de la empresa (aunque suponíamos que el máximo beneficiario sería Godó), figuraba una de bastantes millones de pesetas presuntamente destinados a pagar la seguridad de García en la Vuelta Ciclista a España. El problema no estaba únicamente en que García nunca disfrutó de esa seguridad sino en que la había pedido porque estaba en pleno apogeo su disputa con Perico Delgado en su Segovia natal los seguidores del ciclista habían jurado linchar a García. Este pidió seguridad a Martín Ferrand, que le contestó que no había dinero. Y luego resultó que la partida negada había sido utilizada, de modo fraudulento, por Martín Ferrand, en lo que no sabíamos, ni importaba demasiado, si fue una forma de conseguir dinero negro para Godo, para él o para otros. Lo esencial era la forma de utilizar su nombre, precisamente para justificar el dinero negado a quien era la primera fuente de ingresos de la empresa. Después de la revelación de Antonio y de su muerte, Luis y yo tuvimos ocasión de oír del propio García la misma historia, y también de comprobar hasta qué punto el análisis de nuestro común amigo desaparecido era acertado. García jamás perdonaría esa ofensa.
Pero ¿por qué se fue realmente García de la COPE? Había muchas razones, de las que creo haber explicado las fundamentales: falta de medios para competir con Polanco, falta de respaldo moral de la empresa, rencores y fisuras dentro de la casa y del primitivo grupo de Antena 3, amén de las muchas enemistades y animadversiones que se cosechan cuando, como García, uno es rico, famoso y con enemigos aún más ricos y más poderosos. Pero seguramente todas esas razones hubieran quedado en nada de no mediar un hecho inesperado el 3 de abril de 2000: la victoria electoral de Aznar por mayoría absoluta. Y digo Aznar y no el PP porque todos, empezando por el interesado, lo entendieron como una confirmación del carácter omnisciente, taumatúrgico del Presidente. Ese hecho, amén de la debacle casi impensable del PSOE y la perspectiva de una larga estadía de la derecha en el Poder despertaron en los vencedores y en la inmensa tropa que siempre acude presurosa en auxilio del vencedor los peores instintos políticos: cesarismo enfebrecido, partidismo desatado, intolerancia a la crítica y la consiguiente pulsión liberticida. Pero más tarde me referiré en un capítulo especial a las consecuencias de la mayoría absoluta y también a mi ruptura con el único político al que he llegado a tener cierto aprecio personal, olvidando aunque fuera brevemente el más sagrado de los principios liberales: desconfiar del poderoso, sea cual sea su color político, porque junto al Poder anida el Mal. Y desde la noche del 3 de marzo de 2000 no es que el Presidente tuviera mucho, muchísimo poder. Es que Aznar
era
el Poder.
Los tres últimos meses de Aznar como candidato estuvieron, sin embargo, marcados por un suceso que, en buena lógica, debería haber impedido la marcha de García a Telefónica. Porque conviene insistir en que García no se fue a otra cadena de radio sino a Telefónica para dirigir Telefónica Sports, área de deportes que incluía Antena 3 Televisión, Onda Cero y todas las nuevas fórmulas de televisión por cable, Internet y demás hallazgos de las nuevas tecnologías. Luego se quedó en Onda Cero pero ése no era el proyecto ni el contrato. El problema de García fue la ruptura de Aznar con su viejo amigo Juan Villalonga en vísperas de las elecciones y a raíz del escándalo de las
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que los principales directivos de Telefónica, con su presidente a la cabeza, se habían concedido en función de los resultados de la empresa. Miles de millones de pesetas para Villalonga y una pedrea muy sustanciosa para los «primeros pobladores» aznaristas de 1996, los últimos de una Telefónica que siempre fue Telefinca del Gobierno de turno.
Aznar había acometido con más decisión que González (iniciador del proceso, conviene recordarlo) la privatización de las grandes empresas estatales o nacionalizadas, casi siempre monopolísticas y siempre ruinosas para el ciudadano. Materialmente, el proceso privatizador fue un éxito para España y para los millones de nuevos accionistas que, en vez de pagar las pérdidas con sus impuestos, lograron casi siempre ahorrar dinero con sus acciones y ganarlo con el dividendo anual. También mejoró mucho la gestión de las empresas, pero el paso de lo público a lo privado sin abandonar lo político dejaba a los gestores designados por el Gobierno un margen de discrecionalidad material y moral casi ilimitado. En general, se comportaron muy bien y no hubo escándalos… salvo el ya citado de Telefónica, aderezado con otras dudosas operaciones de Villalonga.
Y al llegar las elecciones, el PRISOE, ya completamente en manos de Polanco, diseñó dos líneas de confrontación: primero, hacia dentro, en una campaña de difamación-relámpago, liquidó al candidato elegido por las bases en unas elecciones «primarias», Josep Borrell, para reimponer al derrotado Almunia; después, hacia fuera, centró el programa electoral del PSOE en denunciar la corrupción de la derecha, que supuestamente representaría al máximo nivel la turbia relación de Aznar con Víllalonga. El Imperio del Mal batía así sus propias marcas de ignominia intelectual porque resulta que el denunciado Villalonga, siguiendo una moderna pero ya acreditada tradición de derechistas en apuros, se había echado en brazos de Polanco y de Pujol para conseguir inmunidad política. Mario Conde había precedido en la peregrinación a Valdemoro a Villalonga, pero éste tuvo que dimitir antes de la cita con las urnas tras una feroz campaña de revelaciones de
El Mundo
respaldada por la COPE y en la que Aznar, poseído de celo electoral, se mostró implacable. Arrióla, alias Doctor Bacterio, cobraba del PP por hacerle encuestas particulares a Aznar y cobraba todavía más de Villalonga por su privilegiado acceso al presidente del Gobierno. O sea, que Arrióla acabó convenciendo a Arrióla de que se fuera para que uno de sus aconsejados no arruinara la carrera del otro. Y su negocio, claro. Tan escandaloso proceder sólo lo denunciaron la COPE y
El Mundo
. Qué novedad.
Luis y yo, que sabíamos o intuíamos el acuerdo de García con Villalonga, le dijimos a nuestro amigo lo que podía suceder, porque en esa comida prenavideña del 15 de diciembre de 1999, tan importante para explicar muchas cosas que sucedieron meses e incluso años después, se lo había preguntado directamente Luis a Aznar:
—Y ¿cómo está tu relación con Juan Villalonga?
—Esa relación es inexistente.
—¿Sin capacidad de arreglo?
—Las relaciones duran hasta que se acaban.
Aznar se refirió en otro momento del almuerzo al grupo de colaboradores de Villalonga (que había dejado a su mujer, íntima amiga de los Aznar durante veinte años, por la atractiva y joven viuda del gran capo de Televisa Emilio Azcarraga) como «el club de los poetas muertos». Y que aquella administración de Telefónica podía darse por difunta era evidentísimo. Como mantuvimos en general una relación muy amistosa con García en aquella temporada 1999-2000, Luis se lo dijo un día con toda claridad:
—Mira, José, olvídate de Telefónica, de momento. Si Villalonga sobrevive, será gracias a Polanco, que te vetará. Y si no sobrevive, los proyectos de Villalonga no serán asumidos por el sucesor, por lo menos de inmediato. El año que viene, tal vez, pero esta temporada, es difícil. Y además, ¿qué prisa te corre?
—Pero es que esto de la COPE está por dentro cada vez más insoportable.
—Es verdad, esto está insoportable —le dije yo—; pero aquello está imposible.
—A lo mejor tenéis razón.
Pero no la tuvimos. García le dijo al sucesor de Villalonga, César Alierta (que era amigo de Manuel Pizarro y que teóricamente debería mantener buenas relaciones con nosotros) lo más decente que podía decirle: que estaba libre de cualquier compromiso contraído con él por Villalonga; y lo más razonable: que prefería quedarse tranquilamente un año más en la COPE hasta que se asentara la nueva dirección de Telefónica Media y viera claro el proyecto de Telefónica Sports. Pero esa tranquilidad no existió porque el proyecto nunca se olvidó. Tanto porque los supervivientes del villalonguismo querían el acuerdo con García como porque nuestro amigo o sus amigos tuvieron una ocurrencia genial que mataba dos pájaros de un tiro: reforzar Onda Cero con García esa temporada y absorber en la siguiente a una COPE ya con la audiencia hundida, la publicidad arruinada y las acciones a precio de saldo. Aunque el problema nunca fue de dinero, porque, incluso a precio de oro, la Conferencia Episcopal se había negado a vender la COPE a Telefónica varias veces, si la operación salía barata, mejor que mejor. Sinceramente, creo que, en última instancia, fue este plan el que resucitó la difunta «Operación Butano» (popularísimo mote de García) y la hizo llegar a buen término (aunque muy malo para la COPE) en aquella primavera absolutísima del año 2000.
La idea de la fusión por absorción de la COPE en el grupo supermultimedia en ciernes de Telefónica (Antena 3 Televisión, Onda Cero, Vía Digital y todo lo que fuera incorporando) era simplemente otra versión —una más— de la sempiterna idea aznarista de crear un gran grupo semejante al de Polanco —incluida, en primer y casi único lugar, la fiera disciplina política y la ciega obediencia a sus designios— y diluir en él los restos de aquel grupo de periodistas asilvestrados y medios dispersos que ya habían cumplido la muy abnegada función de ayudarle a llegar al Poder y a conservarlo. Su último servicio a la causa de Aznar estaba sin embargo claro, escrito y decidido: desaparecer.
La fórmula para conseguirlo, es decir, el paso de García a Onda Cero sin dejar la COPE para que al final la COPE entera siguiera los pasos de García, puede parecer hoy un tanto absurda pero se explica por dos factores. El principal no era nuevo: esa decisión casi obsesiva en Aznar de exterminar los restos del «sindicato» periodístico que tanto le había ayudado a derrotar a González. El factor nuevo y secundario, pero que casi acabó convirtiéndose en el principal, fue el movimiento de pánico que creó en los directivos de la COPE la posible marcha de García. A diferencia de la inquina presidencial, este miedo empresarial al futuro sin García estaba plenamente justificado, como los hechos se encargaron de demostrar. Y podía resumirse en estos datos: suponiendo que García tuviera, en el peor y más manipulado de los datos del EGM, setecientos mil oyentes, y se los llevase a Onda Cero, eso podía costarle a la COPE un millón largo de audiencia frente a su rival: el medio millón que ella perdía y el otro medio que Onda Cero ganaba. Y si, por algún extraño milagro, la audiencia de la noche ( La linterna y el programa de deportes) no se hundiera por completo, la desaparición del efecto de «arrastre» de García destrozaría La mañana de Luis Herrero y le daría nueva vida al ya casi vencido Luis del Olmo. O sea, que entre lo que se llevaba García y lo que le quitaba a Luis Herrero para dárselo a Luis del Olmo, la COPE estaba muerta. Yo nunca había creído demasiado en ese efecto de arrastre de audiencia de un programa sobre el que viene después e incluso sobre el que viene antes, sin embargo tuve que rendirme a la evidencia. No sólo en televisión sino también en la radio, el «arrastre» funcionaba.