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Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Debo decir que antes de aquel ensayo tuve las mismas presiones de la gente más cercana a mí para no publicarlo que ahora mismo, al escribir este libro sobre la COPE. Las presiones que de verdad hacen mella, por lo menos en mí, no son las que amenazan sino las que tratan de convencer de que lo que escribes hace más mal que bien a la causa que defiendes. En ambos casos, el argumento es la necesidad de proteger al PP, la causa nacional y liberal que en este partido halla su nicho, y el liderazgo de José María Aznar. Entonces, porque era Presidente y ahora porque no lo es. Entonces, porque lo podía todo y ahora porque puede mucho menos y es árbol caído del que muchos hacen leña. Entonces, porque tenía todos los medios de comunicación en su mano y la posibilidad de hacerme un daño profesional irreparable. Ahora, porque no tiene apenas medios que lo defiendan, en los pocos que lo defienden estoy yo y porque, si bien lo que yo puedo contar resulta instructivo, no hay que darle al enemigo ocasiones de ataque y regocijo. El caso es que ayer no debía escribir sobre Aznar y los medios de comunicación y hoy tampoco. Pues bien, escribí entonces y escribo ahora sobre ello porque creo que es el problema más importante que ha tenido y tiene España, que muchas de las desventuras de nuestra «dissortada Patria» son incomprensibles sin entender este factor que pocos conocen por dentro como yo. En fin, porque si fui capaz de hacer una denuncia y un diagnóstico desagradables pero certeros cuando nada ganaba por ello, salvo quedar en paz con mi conciencia, hoy tengo menos cosas que perder. Y sigo teniendo conciencia.
Para no limitar a breves frases sueltas, susceptibles de manipulación interesada o involuntaria por un troceamiento excesivo, reproduciré completos los fragmentos esenciales de ese ensayo que me llevó a la ruptura con Aznar durante tres años, al distanciamiento con Luis durante dos y a empeñar todas mis fuerzas en la creación de ese grupo intelectual y mediático que nació de
La Ilustración Liberal
, dio origen a
Libertad Digital
y se fraguó en torno a
La linterna
de la COPE. Ya llegaremos en este relato a los tiempos de la reconciliación con el Presidente, la renovada alianza y nunca perdida amistad con Luis y los grandes cambios que habían de producirse en mi vida profesional. Pero mi peripecia particular carece de interés comparada con lo que sucedió en España durante el último año de aznarismo, especialmente en torno a la guerra de Irak y, sobre todo, con la masacre del 11-M, el golpe mediático del PRISOE el 13-M, la victoria socialista del 14-M y el proceso de liquidación del régimen constitucional y de la propia nación española acometido por el Gobierno de Zapatero desde su llegada al Poder y cuyos dos hitos esenciales son el nuevo Estatuto de Cataluña y el pacto con la banda terrorista ETA.
Pero hoy está más claro que hace cinco años que la demolición del legado de Aznar (empezando por el PP) y la liquidación de España y sus libertades ciudadanas no podrían haberse acometido sin la colaboración de una aplastante mayoría de los medios de comunicación, especialmente audiovisuales, con el PRISOE y los nacionalistas. Hoy, este bloque de poder político, mediático y económico, anticonstitucional a fuer de antinacional, tiene a su servicio cinco y media de las seis grandes cadenas de televisión; prácticamente todas las productoras de televisión privadas; el EGM y las centrales de medios que canalizan la publicidad; la gran mayoría de las emisoras de radio, con la milagrosa excepción de la COPE y algunos programas de Onda Cero; y una parte sustancial de los grandes periódicos de papel, empezando por
El País
, siguiendo por su cómplice
ABC
en Madrid y Sevilla, y terminando por
La Vanguardia
y
El Periódico
en Barcelona. Además, por supuesto, de los medios audiovisuales de titularidad pública (nacionales, autonómicos y locales) que el PSOE tiene en su poder, que son la mayoría, y de toda su publicidad institucional, que es combustible para quemar un imperio.
El del PP parecía incombustible en 2001. Sin embargo, las bases de su desgracia y la nuestra se estaban ya asentando entonces. Y si bien hay cosas que, a mi juicio, ya no tienen remedio, la conservación de muchas y la recuperación de algunas dependen de que se entienda lo que ha ocurrido en el ámbito político y mediático desde entonces. Éstos son los argumentos que yo daba entonces. Sinceramente, creo que hoy pocos pueden desmentirlos aunque muchos podrían precisarlos, aquilatarlos y explicarlos mejor. Yo cuento lo que sé. Otros podrían contar más y callan. Allá su comodidad y sus conciencias.
Aznar y los medios de comunicación
Desde hace más de una década, todas las grandes batallas políticas en España han tenido lugar en torno a los medios de comunicación. Y, casualidad o no, ello coincide con la llegada de José María Aznar, «nacido sobre una rotativa», al primer plano de la política nacional. De la lucha por el Poder, cuando es larga y enconada, suelen salir algunos escaldados, bastantes escarmentados, muchos malheridos y pocos victoriosos, casi nunca los que más arriesgaron en la contienda. Y los hay que no salen: héroes, mártires, caídos accidentales, aventureros famosos, camorristas de lance, amén de la aguerrida y anónima carne de cañón; todos se igualan yertos sobre el campo, prueba lastimosa y muda de que la cosa iba en serio, hasta que el turbión del olvido se los lleva. Pero no sólo desaparecen personas. Si la guerra dura demasiado, hay sectores enteros de la sociedad civil que tardan en recuperar su autonomía, ese negarse a la politización partidista que caracteriza a una sociedad plural y libre. Debe pasar tiempo, a veces mucho tiempo, hasta que se recupera el equilibrio, el pulso, la independencia de antes. Y hay países desdichados en los que no se recupera. El frágil y hermoso espacio de libertad ciudadana ganado al Poder político se pierde. Y se olvida incluso que existió.
Eso está pasando en España. Ningún sector de la vida española ha salido tan maltrecho de la pugna entre socialistas y populares como el de los medios de comunicación. Y como la ferocidad no elimina la paradoja, aunque el felipismo, para defender su poder y defenderse del Código Penal, dio muchas estocadas, el puntillero de la libertad incondicional ha sido Aznar. Tantas han sido las bajas y tan grande el estrago que en el periodismo independiente ha supuesto su llegada y consolidación en el Poder que, si cumple su promesa de no ser candidato en 2004, podrá decir sin exageración que al marcharse no deja nada parecido a lo que encontró. A fuer de sinceros, eso será rigurosamente así sólo en parte. No será cierto, por ejemplo, en lo que se refiere al control político gubernamental de la radio y televisión públicas, que, pese a todas las promesas éticas en las campañas aznaristas de oposición, ha seguido con el PP las mismas pautas y a veces con las mismas flautas que en la era sociata. Tampoco en lo que respecta al grupo favorito del PSOE, el dirigido por Jesús de Polanco, que haciendo frente a los gobiernos de Aznar ha conservado, acrecentado y consolidado su inmenso poder, aunque menos vertiginosamente que haciendo causa común con los de González.
En cambio, de los medios y periodistas independientes, de derecha o izquierda, que apoyaron más desinteresadamente a Aznar contra González no está quedando, no queda ya, con las características de los primeros años, apenas nada y apenas nadie.
Sería poco respetuoso con la verdad decir que Aznar ha cumplido una sola de las promesas de transparencia informativa, despolitización de los medios, respeto a la independencia profesional y favorecimiento de la pluralidad ideológica que hizo infinitas veces, en público y en privado, durante los años 1989-1996. Por el contrario, sería falsear escandalosamente la realidad no reconocer que su papel ha sido y está siendo decisivo en el proceso de uniformización empresarial y cloroformización ideológica que está sufriendo o ha sufrido ya el sector considerado de centro o de derecha, en prensa, radio y televisión. El PSOE entró a matar de frente aunque cobardeando, yéndose de la suerte. Pero el que ha rematado al pobre animal por la espalda, eficaz y sañudamente, es el PP.
(…)
Aznar no me parece un ser especialmente malvado, al menos hasta finales del 2000, si bien el uso del Poder puede producir súbitas aceleraciones en el deterioro moral. Tampoco lo considero un alevoso traidor a sus promesas y juramentos. Ni siquiera un taimado maquinador de venganzas enrevesadas y premeditadas felonías. Creo que ha sido ingrato, pero no tenía ninguna obligación, salvo moral, de gratitud. Creo que ha sido bueno con los malos y malo con quien no lo merecía, pero allá su conciencia. En el terreno de los medios de comunicación, su comportamiento no ha sido exactamente el de un desalmado, salvo que consideremos tales a los improvisadores sistemáticos y a los planificadores caóticos. En realidad, si esta reflexión a posteriori no es un simple relato de humor, de chascos merecidos y desengaños fecundos, una comedia poco original de periodistas y políticos, es porque el daño no es simplemente personal o únicamente profesional sino que afecta directamente a la salud moral de nuestra sociedad, a los mecanismos de defensa de la ciudadanía en momentos especialmente graves para la nación española. Si una democracia es un régimen de opinión, todo lo que no favorezca sino que mengüe la fortaleza, la independencia y la pluralidad de las opiniones, perjudica gravemente a esa sociedad. Y si esa debilidad se promueve desde el Gobierno por oscuras razones de ajuste de cuentas con el pasado reciente, comodidad en el mando o disfrute solitario del Poder, entonces el juicio debe ser más severo. Pero merecen severidad el astuto y los inocentes, el poderoso y los complacientes, el manipulador y los manipulados, Aznar y los que un día, por razones que sigo creyendo respetables y justas, arrastramos a muchos otros a confiar en Aznar.
(…)
El valle de los medios caídos
(…)
Entre 1989 y 1993, durante esa legislatura a cara de perro, fueron destituidos, cesados, marginados o fulminados por razones exclusivamente políticas —es decir, de apoyo a Aznar contra la izquierda felipista o la derecha mariocondista— casi todos los periodistas importantes de oposición en España. Pablo Sebastián perdió la dirección de
El Independiente
, que inmediatamente después fue cerrado. Pedro J. Ramírez fue defenestrado de la dirección de
Diario 16
por sus denuncias del GAL. En ese mismo sillón, convertido en silla eléctrica, sería sucedido por Justino Sinova, al que también echaron por no liquidar del todo ese frente informativo, y luego por José Luis Gutiérrez, al que igualmente defenestraron tras un éxito espectacular: su denuncia del «Caso Roldan». Estos cuatro directores de periódico, más los de revistas políticas como Julián Lago en
Tiempo
, del que hubo de salir para fundar
Tribuna
, amén de columnistas, investigadores y firmas de relumbrón, fueron víctimas de las presiones políticas directas del Gobierno del PSOE a los respectivos editores.
Pero el caso más escandaloso, el que según el propio Aznar le impidió ganar las elecciones de 1993, porque le privó de la herramienta de desgaste más eficaz contra el Gobierno de González, fue el «antenicidio». En mayo de 1992 y de forma absolutamente ilegal, como ha reconocido ocho años después el Tribunal Supremo, el pacto de los editores (Polanco, Asensio, Godo y Mario Conde) en complicidad con el Gobierno del PSOE —Felipe González, Narcís Serra y Rosa Conde como actores principales— acabó con la que se había convertido en la primera cadena de radio española, Antena 3, y con Antena 3 Televisión, la única cadena de televisión privada —de las tres concedidas por el PSOE en 1989— que mantenía una línea informativa de denuncia de los casos de corrupción felipista. Antena 3 Radio fue entregada a Polanco, su directo competidor, para que la cerrase, como hizo apenas un año después tras incorporar sus emisoras a la SER. Y Antena 3 Televisión fue comprada por Mario Conde (a cambio de que el Gobierno hiciera la vista gorda ante sus fechorías financieras en Banesto) y entregada a Antonio Asensio, del Grupo Zeta, con Manuel Campo Vidal como comisario político-gubernamental.
Automáticamente perdió su programa
El primero de la mañana
Antonio Herrero y su noticiario en televisión Luis Herrero, pese a que ambos eran los de máxima audiencia en Antena 3 Radio y en Antena 3 Televisión. O más bien por eso mismo. Junto a esos directores cayeron también muchos colaboradores, periodistas y comentaristas que perdieron su puesto de trabajo por ser fieles a su director o por estar identificados con el programa. Fue el caso, entre otros muy señalados, de Amando de Miguel. Modestamente, yo tuve el inmerecido honor de perder a la vez el comentario político diario que hacía desde nueve años atrás en el programa de Antonio Herrero y también el que tres veces por semana y desde tres años antes hacía en el telediario de Luis Herrero. Pocas veces cuerpecillo tan menguado albergó tanto cesante.
Pero conviene decir, para que se entienda en su verdadera dimensión el comportamiento posterior de Aznar, que esta selectiva aunque extensa depuración política —la más profunda desde la depuración franquista posterior a la Guerra Civil— no se hizo por motivos estrictamente ideológicos, es decir, por ser más de derechas o más de izquierdas, sino por estar clasificados por los medios felipistas como partidarios de Aznar o de Anguita y, por tanto, como «desafectos» al Gobierno del PSOE. Por seguir con ese ejemplo personal pero que por eso mismo conozco de primera mano: Luis Herrero y yo fuimos los únicos fulminantemente expulsados de Antena 3 Televisión, él con la mitad de la indemnización que le correspondía porque así creyó su supuesto amigo Javier Gimeno que acreditaba fidelidad al nuevo amo, y yo sin cobrar ni el finiquito porque no quise volver a poner los pies en aquella casa a la que tanto esfuerzo y tanto afecto habíamos dedicado. Pero José María Carrascal, que era, y así se le identificaba políticamente, más conservador que nosotros, siguió en su telediario de madrugada, en parte como coartada pintoresca y también o sobre todo porque criticó valerosamente en su columna de
ABC
a quienes, arcaizantes, inocentes, poco liberales, no entendíamos el valor de la propiedad privada de los medios de comunicación. Él sí, y así se le entendió.
En el orden general, lo peor de aquella depuración política era que se producía para proteger al Gobierno de las consecuencias de la corrupción y el crimen de Estado y para impedir la alternativa democrática después de diez años de mayoría absoluta del PSOE. En el orden particular, que algunos nos asomamos por primera vez a los abismos de vileza propios de la especie humana cuando, en trance de supervivencia, no vacila en apuñalar innecesariamente a quien durante años le ha dado empleo e incluso afecto. Hubo amistades de décadas que murieron en minutos, amores que se mustiaron con celeridad y odios feroces que curaron por ensalmo. En fin, las cosas de estos casos. Pero tanto en lo particular como en lo general, si algo quedó fuera de duda tras el «antenicidio» fue que la defensa del derecho de Aznar a llegar al Poder (o simplemente a dirigir la derecha) acarreaba gravísimos perjuicios laborales y, por ende, personales. Nadie supuso entonces que Aznar llegaría a ser indiferente a los problemas que —por su causa, si no por su culpa— nacían en la conciencia y desembocaban en el árido delta de la nómina.