Read De La Noche a La Mañana Online
Authors: Federico Jiménez Losantos
Tags: #Ensayo, Economía, Política
Sin embargo, la creación de una supuesta alternativa multimedia al imperio de Polanco tuvo un efecto milagroso casi instantáneo. Desde ese momento dejamos de ser para la progresia los malos de la película y pasamos a ser esforzados «profesionales». Así reseñaba
elpaís.es
nuestra presentación de la nueva temporada 2001-2002:
Los profesionales de la COPE critican el «Dream Team» de Onda Cero
Tienen dinero pero no libertad, dicen
R.G.G. Madrid. 28-09-2001. Los directores de los principales programas de la COPE arremetieron ayer contra sus competidores de Onda Cero, y en especial contra los periodistas que hasta hace poco trabajaban en la propia COPE. Los dardos apuntaron contra el autodenominado «Dream Team» de la radio de Telefónica Media (Luis del Olmo, Carlos Herrera, Victoria Prego y José María García), una empresa «que tiene bastante dinero pero muy poca libertad». Durante la presentación de la temporada 2001-2002, los profesionales de la COPE dedicaron casi más tiempo a hablar de Onda Cero que de sí mismos. Luis Herrero, conductor de
La mañana
, abrió el fuego para dejar claro que el «"DreamTeam", equipo bautizado en Onda Cero y patrocinado por el diario
El Mundo
, jugaba hasta hace poco en la COPE». En referencia al conflicto entre la radio de Telefónica Media y
La brújula del mundo
dijo que «los grandes defensores del pluralismo y la libertad tienen problemas para encajar algunos contertulios por el veto del Gobierno». Y recordó que tanto María Antonia Iglesias como Julia Navarro, las «manzanas de la discordia» de las presiones gubernamentales, trabajaron en la COPE.
Federico Jiménez Losantos, responsable de
La linterna
, levantó la bandera de la independencia en la radio de la Conferencia Episcopal y dijo que en Onda Cero «ponen y quitan las tertulias según el comisario de turno». Jiménez Losantos hace esta temporada doblete al presentar en la tarde
Al tran tran
junto a José Antonio Abellán, quien sigue al frente de
El tirachinas
.
En la Cadena 100, Alfonso Arús conduce el madrugador
La jungla
. Procedente de Onda Cero, se felicitó por pasar «de cero a cien», y dijo que aceptó la oferta por no salir a antena detrás de
Supergarcía
. «García acaba cuando quiere. Había días históricos en los que mi programa duraba tres minutos», dijo con ironía. También lamentó que Onda Cero no le permitiera decir adiós a su audiencia, «cuando García se estuvo despidiendo de la COPE durante tres meses».
El consejero delegado de la cadena, Rafael Pérez del Puerto, abogó por una programación «entretenida, joven y dinámica». Aseguró que la participación del Grupo Planeta en el accionariado de la COPE «no afectará a los contenidos y a la gestión, que seguirá en manos de la Conferencia Episcopal».
Cito la reseña completa para que el avisado lector pueda comprobar que aquellos meses fueron los únicos en muchos años, tanto antes como después, en que el Imperio polanquista nos trató de forma bastante aséptica, distante y casi respetuosa. La razón era evidente: su enemigo de verdad era Telefónica Media (luego rebautizada Admira) y la pequeña COPE, además de no ser ya enemigo, suponía un factor de desgaste para Onda Cero y
El Mundo
que los medios polanquistas y asimilados no dejaron de aprovechar cuando tuvieron ocasión. Pero aquélla fue la primera y última vez que nos dio la risa:
—¡No te lo vas a creer, Fede! ¡Una crónica completa de Polanco sobre nosotros y ni una sola descalificación, ni profesional ni política!
—¿Tampoco personal? ¿Ni siquiera familiar?
—Tampoco. Ni un solo adjetivo. Nada.
—Eso no puede ser. O nos hemos muerto o algo hemos hecho mal, Luis.
—¡Pobres de nosotros! Que, después de García, Pedro Jota se ha ido también a Onda Cero. Y ésos les preocupan más. A nosotros nos usan para fastidiarlos un poco.
—No es que sea una situación muy airosa. Pero, a cambio, los obispos vivirán en paz una temporada. Y nos dejarán tranquilos también a nosotros.
—Eso, hasta el próximo EGM. Pero, de momento, paz total.
—Es la gran ventaja de ser pobre, Luis. Los ricos no te tienen envidia.
—-¡Qué cierto es eso, oh, Kalíkatres sapientísimo!
El ambiente en la COPE durante aquella temporada pasó de tradicionalmente desagradable a francamente irrespirable. Durante el primer trimestre, a juzgar por las charlas de pasillo, despacho y corrillo, nuestra única tarea era esperar el primer EGM con los resultados de audiencia del «DreamTeam» de Onda Cero, para comprobar si la COPE estaba abocada a un naufragio inmediato o íbamos a ahogarnos poco a poco. En cualquier caso, el destino final de la cadena, según todos los doctores, forenses, adivinos y arúspices, era la morgue. Visto hoy con cierta perspectiva, la que yo no tuve entonces, creo que el fracaso de
Al tran tran
, aunque fuera relativamente rápido y casi indoloro (no teníamos audiencia en la tarde, intentamos una solución extraña y no funcionó), tuvo efectos bastante serios, mucho más graves de lo que podíamos pensar o asumir. El peor fue el distanciamiento de los directores de grandes programas cuyo núcleo esencial formábamos Luis, Abellán y yo, que en realidad era lo único que podía mantener viva la cadena en vez de firmar o antes de aceptar resignadamente el certificado de defunción.
Como empresa atípica, la COPE resultaba indestructible si los programas iban bien y si los comunicadores tenían claro un proyecto común de supervivencia, porque las crisis parciales que solían provocarse por reacciones políticas a tal o cual programa eran inevitablemente dilatadas en su solución, mitigadas por tanto en su virulencia y, al final, desactivadas por consunción temporal. Si el presidente del Gobierno, el jefe de la oposición o cualquier jerarca de tribu autonómica, antropófago o vegetariano, pedía mi cabeza o la de Luis en el mes de febrero, amenazando con cerrar las emisoras existentes (con una excusa técnica, por supuesto) o con negar nuevas concesiones necesarias para mejorar la cobertura técnica y comercial, esa amenaza provocaba, como es lógico, un efecto negativo inmediato. Pero si el efecto no tiene efecto, si tarda mucho en llegar cualquier reacción de la empresa, sea para decapitar al decapitable, sea para ponerle un collarín ortopédico, la presión se diluye y la tormenta acaba por desaparecer.
Comprender este curioso mecanismo de reacción basado en la inacción resulta fundamental para entender el milagro de la supervivencia de la COPE en todos estos años. Si la radio vive al minuto, el político vive al día y, si en febrero ha armado el gran escándalo por lo que sea, cuando llega el mes de abril, con algunas elecciones siempre pendientes, con los líos habituales con la oposición y las sempiternas intrigas dentro del propio partido, seguramente ni se acuerda de por qué montó aquel escándalo en febrero. ¡Ha pasado tanto tiempo! En esos dos meses seguro que le ha hecho el mismo comunicador al mismo político otra más gorda o, al revés, ha alabado alguna iniciativa suya compensando balsámicamente su irritación anterior o han comido y estuvieron tomando copas hasta las seis de la tarde, cada vez más amigos, o se ha peleado con otro comunicador que critica aún más al mismo político, mérito apreciadísimo por todos los gabinetes de prensa. O ha caído el político. O se ha ido el comunicador. O vaya usted a saber.
El caso es que como la Iglesia en general y, por tanto, también la Conferencia Episcopal tienen una lentitud que podríamos llamar estructural, porque sus tiempos no son, ni para bien ni para mal, los mismos que para el resto del mundo, en lo que tarda en tomar una decisión sobre cualquier crisis, normalmente, la crisis ya ha pasado. Puede haber otra peor en ciernes o haber estallado en ese momento. Es incluso probable. Pero según el orden del día de la reunión ejecutiva, que tanto cuesta pactar, lo acordado era tratar ese día aquella crisis que parecía gravísima en febrero pero que —¡oh, milagro!— ya se ha olvidado en junio. ¿No será mejor, pues, dejar para septiembre, o sea, octubre, el debate sobre la crisis última? Sin duda. La experiencia amerita la prudencia. Así que también se deja pasar. Y pasa. Pasa que no pasa nada, pero pasa. Y así vamos pasando. «Porque lo nuestro es pasar», escribió Antonio Machado. Porque «sólo lo fugitivo permanece y dura», escribió Quevedo. ¡Qué tertuliano, por cierto, se perdió la COPE! Si en vez de poeta hubiera sido Papa, a lo mejor ni siquiera se habría perdido el latín.
Pero cada gran programa de radio, sobre todo en época de crisis, se convierte en un mecanismo de supervivencia autónomo. Y los de la COPE, urgidos por la premura de evitar su defunción, no compartían la tranquila lentitud episcopal en resolver los asuntos de este mundo perecedero. Querían, queríamos, no perecer. Y empezamos a correr como pollos sin cabeza. El fiasco de la tarde, aunque no nos llevó a reñir, produjo inevitablemente un distanciamiento entre Abellán y yo, sin que nunca nos reuniéramos para ver qué es lo que había fallado, ni con Luis, ni con la casa, ni nosotros dos: nadie. Yo me concentré en desarrollar el proyecto liberal a través de
La linterna
, porque si bien no me creía el nivel de alarma roja o amenaza negra de las buhardillas ejecutivas de la casa que me transmitía cada pocas semanas Luis Herrero, estaba más que harto de pellizquitos de monja. Llegué a una conclusión: si querían echarme, que me echaran; y si no, que me dejaran en paz. Por otra parte, los datos de audiencia y los signos de influencia eran buenos. El prestigio del programa entre lo que podríamos llamar la base liberal-conservadora seguía creciendo. Y en un proceso acelerado tras el 11-S comenzó un fenómeno cuya magnitud no sospechábamos: el gran salto de audiencia de
Libertad Digital
.
En realidad, el 11-S cambió el análisis político de toda la política internacional y condujo en pocos meses a la reorganización de los grandes bloques ideológicos y políticos desdibujados tras la caída del Muro. La izquierda supo reciclar el más rancio antiamericanismo del 68, se agrupó frente a Washington, con Francia y Alemania a la cabeza, y formó una especie de cinturón protector en torno al islam prácticamente idéntico al que durante la guerra fría había forjado en torno a la URSS. Entrenados en la mentira revolucionaria, la ceguera voluntaria, el disimulo informativo o la abierta apología del gulag y el desprecio moral a los cien millones de muertos del comunismo, los izquierdistas viejos y nuevos se atrincheraron en la hegemonía que en los medios de comunicación, culturales y educativos habían conquistado durante la guerra fría y que la derecha estúpida a lo Fukuyama no intentó siquiera recuperar tras el hundimiento de la URSS. Sin abandonar nunca el antiliberalismo y el odio a la civilización occidental, la izquierda cambió la apología del socialismo por la del multiculturalismo, fórmula tan astutamente vaga e inconcreta que le permitía presentar como instrumento liberador el carácter liberticida del islamismo, y ver como diálogo cultural su esclavización de la mujer y como resistencia al capitalismo su incompatibilidad con el liberalismo y la democracia. Pero, así como detrás de los montajes pacifistas de la izquierda en los años sesenta y setenta estaban los tanques del Pacto de Varsovia, detrás de ese multiculturalismo, estaba Ben Laden y la masacre en las Torres Gemelas. En
Libertad Digital
,
La Ilustración Liberal
y
La linterna
desarrollamos un proceso de reflexión sobre la guerra contra el terrorismo que comenzó el 12-S y de la que buena parte de la derecha no quería saber nada. Tendría graves consecuencias en la COPE apenas un año después, pero merece capítulo aparte.
Por su parte, Luis Herrero, que era el polo de atracción y repulsión, el pararrayos de todas las chispas y todos los chispazos adversos, desarrolló un extraño mecanismo de supervivencia que enfrió mucho nuestras relaciones. Para empezar, encargó a su amigo Julián Santamaría una encuesta sobre la COPE en general y
La mañana
en particular para averiguar qué es lo que no funcionaba en la cadena. Meritoria y humilde iniciativa, si no mediara el hecho de que el sociólogo era felipista hasta el tuétano, al punto de haber sido el primer embajador en Washington del PSOE, y estaba —todavía está— profesionalmente ligado a
La Vanguardia
como demóscopo o auscultador de opinión. Aparte de que la casa se gastase buenos dineros en la encuesta, la cocina o explicación de los resultados fue lo que cabía esperar de Santamaría: la COPE era percibida como demasiado a la derecha y demasiado crítica ante el nacionalismo, de forma que para mejorar sus niveles de aceptación tenía que evolucionar hacia el centro-izquierda y «tender puentes» (horrenda metáfora centrista que a Luis le priva) con el nacionalismo, especialmente catalán.
A la casa, la famosa encuesta le vino bien para hacer como que hacía algo. Pero a nosotros nos vino fatal. La lectura que hacía el amigo felipista de Luis sobre
La linterna
era la de un progre irredento que ni siquiera conocía a fondo el programa ni era capaz de hilvanar otra cosa que constataciones de molestia ante sus contenidos. Yo no era mucho peor valorado que el propio Luis y, a cambio, tenía más incondicionales, pero el caso es que a raíz de la encuesta dichosa desarrollé un análisis diametralmente opuesto al de Santamaría, que tácitamente era el de Luis: lo que fallaba en la COPE era que habíamos perdido la confianza de un sector de la audiencia que nos la tenía cuando estaba Antonio Herrero, es decir, cuando salíamos a bronca diaria con los socialistas y a bronca semanal con los populares. En consecuencia, creía yo, la COPE debía recuperar un discurso más contundente, más radical, más crítico en general y con la izquierda en particular, para que volvieran los oyentes que nos habían abandonado. Porque, fuera cual fuese su número en las encuestas o el EGM, y al margen de los efectos terribles de la salida de García y la defección de Pedro Jota, estaba clarísimo que perdíamos audiencia e influencia en la opinión pública. La radio es un medio caliente y eso se nota.
Lo malo es que lo que yo decía que convenía a la COPE era precisamente lo que estaba haciendo en
La linterna
en una línea liberal, mientras lo que proponía Luis a través de Santamaría era lo que cabía intentar para recuperar la audiencia de
La mañana
en una línea centrista. Nuestros puntos de vista no eran contradictorios, más bien complementarios, pero, desde la encuesta maldita, empezaron a ser alternativos y puestos a prueba de medición o audiencia. Para horror de Carmen Martínez Castro, mi relación personal con Luis se iba enfriando al ritmo de nuestra divergencia profesional.