De La Noche a La Mañana (52 page)

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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

BOOK: De La Noche a La Mañana
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En el otoño de 2005, esa tarea ciclópea había concluido con sorprendente éxito. Pero, a la vez, la consolidación de la COPE como una auténtica alternativa cualitativa a la SER (la gran diferencia de postes y cobertura entre el imperio radiofónico de Polanco y las demás empresas hace imposible una alternativa cuantitativa), así como el rápido afianzamiento de una línea de opinión contundente y sin complejos, que, como suele decirse, «marcaba la agenda política nacional», alarmó al Gobierno socialista y a sus aliados nacionalistas, que, siempre con Polanco al frente, intentaron desprestigiar a la COPE y a
La mañana
mediante las más agresivas, disparatadas y feroces campañas.

A mitad de la temporada 2004-2005, se produjo por sorpresa un auténtico terremoto en la Conferencia Episcopal: la sustitución del cardenal Rouco por el obispo de Bilbao Ricardo Blázquez en la Presidencia y, por tanto, en la del Comité Ejecutivo, que es la máxima instancia de poder en la COPE. El cambio, que el Gobierno interpretó como muy favorable a sus intereses, supuso una radicalización en ese ataque pertinaz pero desorganizado a la cadena, que fue sustituido por una creciente presión política e institucional a todos los niveles, pidiendo el despido del director de
La mañana
y el cambio de la línea informativa de la COPE, so pena de arruinar a la empresa y romper cualquier posibilidad de diálogo Iglesia-Estado.

En el primer año de Zapatero en el Gobierno se trató, en fin, de impedir el despegue de la COPE. En el segundo, tras una implacable y masiva campaña de denigración, sin precedentes en España, se chantajeó a la propiedad instándola a que cambiase a su comunicador principal y modificase la línea política de la cadena si no quería ver cómo la cerraban. Como, de forma activa o pasiva, la COPE resistió, socialistas y nacionalistas —con el respaldo de
El País
y todos los medios de izquierda, amén de algunos de derecha, singularmente el
ABC
— pusieron en marcha la «solución final». Trataron de cerrar sus emisoras en Cataluña, crearon allí un tribunal político-administrativo, el CAC, con capacidad para decidir el cierre de una cadena en función de que considerasen «verdaderas» o «falsas» las informaciones, al margen de los tribunales de Justicia y de cualquier garantía constitucional.

La polémica alcanzó enorme virulencia y llegó al Parlamento Europeo, en el que una iniciativa popular contra las arbitrariedades que sufría la COPE, presentada por el eurodiputado Luis Herrero, se convirtió en la más respaldada de la historia de la institución, con setecientas mil firmas recogidas en las emisoras de la cadena y, a través de Internet, en toda España. El Grupo Socialista del Parlamento Europeo, con su presidente, José Borrell, a la cabeza, hizo lo posible y lo imposible para desvirtuar, desprestigiar, marginar, combatir y, en última instancia, bloquear esa iniciativa. Pero la COPE se había convertido ya en un motivo de debate político a nivel europeo, lo cual permitió a muchos entender, incluso en el Vaticano, hasta qué punto bajo el Gobierno de Zapatero la libertad en España estaba sitiada y el régimen democrático en peligro.

César Vidal, nuevo director de
La linterna

Pero eso fue más tarde. En julio de 2004, lo que debía decidir la COPE era algo mucho más sencillo, al menos en apariencia: si cambiaba o no a José Apezarena como director de
La linterna
. Aunque el programa mantenía, según el EGM y otras mediciones, un nivel de audiencia apreciable, estaba claramente a la baja dentro de una programación en alza, y la causa era muy clara: cada vez se asociaba menos en forma y contenidos a la línea política de
La mañana
, que es la que estaba resucitando a la empresa. El caso era particularmente sangrante porque
La linterna
de Luis Herrero había triunfado por su identificación con
La mañana
de Antonio y, desde su muerte, yo la había rehecho por completo, aglutinando poco a poco a una audiencia muy valiosa por su nivel cultural y económico, es decir, por su influencia y rentabilidad comercial, que además había sido el núcleo irreductible de fidelidad a la cadena en los años malos. Paradójicamente, cuando el modelo de
La linterna
triunfaba en
La mañana
, el nuevo equipo director la había desenganchado de la cadena y convertido en un peso muerto o en un contrapeso favorable al PSOE —gracias a Marful, subdirector de Apezarena— dentro de un proyecto dirigido a los «diez millones de huérfanos» del PP.

En las grandes cadenas de radio, la única forma de plantear un problema es tener antes una solución. El resto es una pérdida de tiempo y de dinero, una forma de jugar a la lotería, que casi nunca toca. Lo difícil es identificar correctamente el problema. Y a mi juicio, el de la COPE era la falta de coherencia ideológica y de garra periodística, porque jugaba a la vez a ser empresa y parlamento de las distintas tribus confesionales, a hacer oposición contra la izquierda y a suavizar las relaciones de la Iglesia y los gobiernos socialistas, a la defensa radical de los valores irrenunciables pero también a las componendas dentro del episcopado y de los nuevos y viejos grupos, órdenes prelaturas y carismas que estaban redefiniendo a la Iglesia. Todo en la COPE estaba diseñado para el equilibrio y el contrapeso. Lo malo era que no hubiese nada que pesar. Las virtudes y los vicios de la Transición, y especialmente los complejos de la derecha, gravitaban dramáticamente sobre los veteranos dirigentes e impedían el desarrollo de un modelo coherente para la cadena. Peritos en supervivencia, los curas habían logrado el milagro de sobrevivir en tiempos adversos, pero, llegados al límite de la quiebra, a la ruina empresarial, habían hecho de la necesidad virtud, se lo jugaron todo a una carta —la mía— y se encontraron de pronto con un éxito que les superaba, con algo más difícil de gestionar que el fracaso en una cultura de la resistencia, la espera y el providencialismo.

El dilema era claro: apostar o no por el modelo de
La mañana
como forma de definir —para bien y para mal— la cadena y su proyección social. Si se seguía la fórmula tradicional, la de los equilibrios internos en clave episcopal, que llevó a don Bernardo en la temporada 2003-2004 a compensar la dirección de un no creyente en
La mañana
con la de un numerario del Opus en
La linterna
, y con la subdirección en ésta de un militante del PSOE, el programa que tiraba de los demás estaba condenado a ser una pieza aislada o fácilmente aislable y abatibie por los enemigos de dentro y de fuera. Si se optaba por una programación coherente con la explosión de audiencia e influencia de
La mañana
, había que sustituir a Apezarena en
La linterna
y, más pronto que tarde, reorganizar los informativos y ocupar parcelas abandonadas de la programación. Era una elección drástica, sin claroscuros, porque el claroscuro en sí mismo suponía una elección. Y además había muy poco tiempo para realizarla. Había que hacerla ya.

Era el momento de comprobar si la semilla del trigo cesarvidaliano, sembrada previsoramente a comienzos de temporada, había arraigado en los bernardianos surcos. Pero como incluso el barbecho más generoso sólo abona a medias la esperanza y como el páramo más noble está geológicamente privado de la generosidad de la elocuencia, me dirigí al único zahori de la casa, Fernando Jiménez Barriocanal, que con su varita sensible testaba las humedades y posibilidades áureas en los distintos estratos del subsuelo copero, así como la remota posibilidad de vida en algunos fósiles cuya pétrea condición podía deberse a remotas glaciaciones fungibles o a milenarias sequías letales.

—Bueno, Fernando, ¿cambia entonces el cura a Apezarena o no lo cambia?

—Dice que quiere cambiarlo, que entiende que no puede ser una alternativa a lo que realmente funciona en la cadena y que se ha vuelto a equivocar con él poniéndolo al frente de
La linterna
, pero que nadie le da una alternativa clara de sustitución.

—¿Tú la tienes?

—¿Y tú?

—Primero, tú.

—No; primero, tú.

—Bueno, yo sí la tengo. De hecho, se la di a don Bernardo antes de Navidades, cuando vi claro que, triunfase o no en
La mañana
, esa
Linterna
no podía funcionar.

—¿Y quién es el candidato? ¿O es candidata?

—Candidato. Pero tú, ¿en qué candidata estás pensando?

—No, yo no tengo candidata. Otros, puede que sí, pero yo no.

—¿Y quién es ella?

—¿No lo adivinas?

—Cristina López Schlichting.

—¡Premio para el caballero!

—Y ¿quiénes la patrocinan?

—Ah, no, ahora tienes que decirme tu candidato.

—Para qué. Si a Cristina la apoya Rouco, como supongo, para qué lo voy a quemar.

—No, no, no. Yo te he dicho una cosa a ti, tú me tienes que decir otra cosa a mí. Además, no está decidido, ni mucho menos, que sea Cristina. Al menos, que yo sepa, y creo que algo sé. Ni siquiera está claro que ella quiera hacer
La linterna
. O que pueda.

—Problemas familiares, supongo. Cuatro hijos son muchos hijos.

—Federico, tú estás aprendiendo muchas picardías vaticanas. No marees más la perdiz y dime cuál es tu candidato.

—César Vidal.

—¿César Vidal?

—César Vidal.

—No es que me parezca mal, eh, que conste. Sólo estoy sorprendido.

—Eso mismo me dijo el cura en otoño: «No me parece mal». Y ahora no se acuerda.

—No seas malo. Sí que se acuerda, lo que pasa es que hay que recordárselo.

—Está visto que no tengo nada que hacer en la picaresca vaticana. Pero ¿tú crees que hay alguna posibilidad?

—Alguna hay. Diría que puede haber bastantes, algo así como mitad y mitad.

—¿Tú que piensas?

—Que, desde luego, a los enemigos los descolocaríamos, porque no se lo espera nadie.

—Eso, desde luego. Pero como oyente o más bien radiómano, ¿qué te parece?

—Hombre, es una apuesta. Como la tuya, pero más aún. Tiene una gran ventaja, y es que la tuya, que era la más difícil, ha salido bien.

—¿Tú la apoyarías?

—Si se plantea y no hay otra alternativa mejor, por qué no. Claro que la apoyaría.

—Y ¿cuándo podemos saber si se plantea?

—Pues deberíamos saberlo ya. ¿Tú le has dicho a él algo?

—Nada.

—Pero ¿ni una palabra?

—Nada.

—¿Ni lo sabe ni puede siquiera imaginárselo?

—En absoluto. Si sale, se lo digo. Si no sale, para qué. Como decías antes, voy aprendiendo algunas picardías, no sé si vaticanas. Desde el otoño era un secreto entre don Bernardo y yo. Como era de prever, a él se le ha olvidado; así que no lo sabe nadie.

—Es la única forma de que no se estropeen estas cosas. Pero ahora el tiempo apremia.

—Como casi siempre. Con eso de los dos mil años de sabiduría, aquí nadie hace los deberes.

—Bueno, yo voy a ver hasta qué punto se le ha olvidado eso del todo a don Bernardo. Tú podrías hablar con Cristina, sin darle muchas pistas. O las que quieras.

—Puedo hablarle de lo suyo. Y si me pregunta por otras alternativas, se lo contaré.

Nos encerramos a solas en su despacho, bajo la gran foto de Encarna, y la propia Cristina me contó que, efectivamente, la habían sondeado sobre la posibilidad de hacer
La linterna
, pero que tenía una situación familiar complicada, con dos niños aún pequeños, que se lo impedía. Sin embargo, también tenía claro que había que cambiar a Apezarena en La linterna y, sobre todo, más urgentemente aún, los informativos.

—Es que, Fede, tú no te puedes imaginar lo que es esto. Hablo de una noticia grave —el terrorismo, por ejemplo— a las cinco y la comento a esa hora. Pues no falla: en las noticias de las seis se plantea de un modo radicalmente opuesto. Pero no de matiz, no; exactamente lo contrario. Ni hecho aposta. Yo estoy harta de quejarme, y ni caso. ¿Y quién se va a tomar en serio una cadena que en los programas dice una cosa y en las noticias la contraria? Si seguimos así, ni credibilidad, ni audiencia, ni nada de nada.

—Ese es el gran problema. Siempre tropezamos con el sempiterno obstáculo de la tortilla: que no hay manera de hacerla sin romper los huevos. Y no sé si lo prohibirá el Ideario o qué, pero, desde luego, no está en las costumbres ni el estilo de la casa. En el 92 llegamos aquí y ya existía ese problema. Once años después, sigue igual. A algunos les gusta avivarlo en vez de resolverlo. Por atar corto o jorobar a las estrellas, se supone.

—O por reinar sobre una casa dividida, que queda más fino.

En ese momento me llamó mi secretaria. Don Bernardo quería verme o, si era posible, hablar cuanto antes. Cómo no iba a ser posible. Posibilísimo. Dicho y hecho. Otra vez el sol de verano entrando por los cristales en columnas de luz y de polvo.

—Bueno, Federico, bueno. Tenemos que abordar el problema de
La linterna
, que ya sé que a ti te enfada mucho. Pero ahora no es cuestión de quejarse sino de ver si podemos resolverlo. ¿Cuáles son tus candidatos? ¿Quién crees que podría hacerla?

—Pues mire, don Bernardo, yo creo que aquí, dentro de la casa, sólo hay dos candidatos posibles, con el nivel de cultura y de credibilidad política que necesita
La linterna
: Cristina López Schlichting y el que yo le dije ya el año pasado: César Vidal.

—Me acuerdo, me acuerdo muy bien. O sea, que Cristina o César. ¿Por ese orden?

—Por ese orden. Supongo que a Rouco le gustaría más Cristina y a mí me parece muchísimo mejor que lo que hay. Pero si ella no quiere, el único que veo claro es César.

—¿No hay un tercero?

—Ni un cuarto, ni un quinto; al menos dentro de la casa; fuera, no sé. Hay un gran primero, pero hace sólo un mes que es eurodiputado y no creo que ya quiera dejarlo.

—¡Ah, ésa sí que sería la gran solución! ¡Eso sería extraordinario!

—Pero como dice el propio Euroluis, lo mejor es enemigo de lo bueno.

—¿Y tú podrías sondear a César para ver si aceptaría la oferta?

—Si se la van a hacer, sí. Vamos, si hay posibilidades reales de que suceda. Si no, mejor evitar las expectativas y los chascos. Los rumores corren y todo se malinterpreta.

—Entonces, ¿tú no habías hablado con él cuando me lo recomendaste?

—Por supuesto que no. Estas cosas no se cuentan si no es para fastidiarlas.

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