De La Noche a La Mañana (64 page)

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Authors: Federico Jiménez Losantos

Tags: #Ensayo, Economía, Política

BOOK: De La Noche a La Mañana
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Pero
La Vanguardia
iba más lejos. En realidad, ya había marcado músculo dos días antes, en prólogo al chantaje de Duran a los obispos, cuando Lluis Foix gimoteaba en hábito editorial: «No soy partidario en absoluto de que se cierre una emisora de propiedad mayoritaria episcopal porque varios de sus locutores abren sus programas con insultos, motes y demás improperios contra todos aquellos que no coinciden con las opiniones, totalmente discutibles, que ellos lanzan en antena desde que sale el sol hasta que llega la noche. Sé que a estas horas, el día de Todos los Santos, o mañana que será el de los Difuntos, puedo ser objeto de críticas y desprecios de brocha gorda contra mi persona. Federico así las gasta y César Vidal, con más sutileza, no se queda corto». El pobre debió de quedarse con las ganas, ensombrecido su gesto por el de Duran, pero ¿qué quería el director adjunto de
La Vanguardia
, uno de esos catalanes que sólo se acuerdan de que son católicos para atacar a la COPE? Salvar su almita cívica: que nadie pudiera reprocharle «qué hacía y qué decía cuando desde una emisora propiedad de la Conferencia Episcopal se echaba gasolina y se prendía fuego sobre la pira de la convivencia patria».

Además de hacerse un lío con el fuego y con la pira, don Lluis no aclara de qué patria habla. Peor aún, en medio del ataque de virtud, la voluntad censora le flaquea: «No voy a tapar la boca a Federico. Primero porque no es mi intención y segundo porque él tiene derecho a defender lo que le venga en gana. Pero no en nombre de los creyentes, que somos de muchas sensibilidades». ¡Pobre hombre! Hay que hacerse cargo de su tribulación. No quiere cerrar lo que de todas formas no podría cerrar, pero quiere denunciar lo que dice permitir, pero teme lo que digan después de lo que dice, pero dice que yo digo lo que no he dicho nunca y sí dice él, pero además habla en nombre de los creyentes entre cuyas «sensibilidades» la suya es poco representativa, por no decir insignificante o directamente nula. A cambio, el burócrata prensil ejemplifica el modelo fasciohipocritón de la Cataluña actual: dice defender la libertad mientras la persigue y quiere cortar cabezas sin que nadie pueda acusarlo de decapitador. Así, Robespierre no hubiera llegado nunca a nada, aunque hubiera evitado la guillotina. Como Robesfoix.

Pero es otro escriba godosino, Víctor M. Amela, el que realmente demuestra el 3 de noviembre la doblez autoritaria a que han llegado ciertos medios de turbios fines. La expedición de la casta política catalana al Congreso de los Diputados para actualizar el timo del tocomocho vendiendo la liquidación de la soberanía nacional como gran negocio a los que tienen como profesión jurada defenderla, había tenido en todos los medios nacionales un trato tan estrepitoso como obsequioso. La aplastante mayoría mediática de la izquierda se licuó conmovida por las banalidades del charneguismo separatista, que vendió el apuntillamiento de la nación española como un homenaje a la Andalucía que les vio nacer. Pero esa mayoría genuflexa no les parecía bastante a los profesionales barceloneses de la unanimidad, y Lámela se queja: «Diríase que los medios audiovisuales catalanizaban España. ¿Todos? No, un irreductible comando jaleaba así a Mariano Rajoy: "Tiene usted detrás a mucha gente. El partido es difícil, pero, a por ellos que son… muchos, pero cobardes. ¡Ánimo!". Hablaba el belicoso Losantix, secundado por Pedro J. Ramírez, que recelaba así de la validez democrática del Parlamento: "Todos los grupos criticarán al PP, ¡es como si Zapatero hablase 14 veces!"».

O sea, que el reglamento antidemocrático de un Parlamento rendido al proyecto antinacional del Estatuto podía desvirtuar la verdadera magnitud de la oposición a ese bodrio que suponía precisamente el fin del régimen democrático; y puede así minimizar hasta la caricatura la importancia del PP, pero eso no basta. Hay que lograr en Madrid la unanimidad merengada de los medios en Cataluña. Y si no es posible del todo, porque alguno se resiste y anima a resistir al partido que representa a media España, hay que atacarlo, calumniarlo y cerrarlo. Así tratan estos dizque «demócratas» a las minorías que deberían defender: en casa las aplastan y fuera las persiguen. Si todas las dictaduras son expansivas, la del silencio políticamente correcto y el terror blanco intelectual lo es más.

Al día siguiente, el 4 de noviembre,
Avui
lo demostraba con una de sus típicas piezas desinformadoras: «
Espanya ha mort. Les reaccions al debat. Els insults de la Brúñete mediàtica
». Recuérdese que lo de la «Brúnete mediática» es una fórmula propagandística del entorno etarra popularizada por Arzalluz y, lógicamente, también habitual en el entorno del terrorismo catalanista. Al día siguiente, el 5,
El Periódico
volvía a lo suyo, es decir, a lo mío: «La web ciudadana por la retirada de Jiménez Losantos de la COPE, creada en mayo por el periodista Ricardo J. Royo-Vilanova, tiene ya 13.000 firmas, casi 5.000 más que hace siete días». Ese mismo día 5,
La Vanguardia
publica una de sus delicadas viñetas, símbolo del
seny
que, a diferencia de la derecha española, caracteriza a la siempre sutil y democrática derecha catalana. Es un perro con un collar donde pone «COPE» que se afana inútilmente en llegar hasta un hueso donde pone «Estatut»; la cuerda que lo sujeta parece apunto de romperse. Pero no: en el texto que acompaña al chiste o viceversa, Bru de Sala, linchador clásico, dice: «La caverna… ha dejado de asustar. Apañados estaríamos si la calle fuera la COPE y compañía». No asusta a estos valientes liberticidas de nómina, pero siguen acosándola.

Al día siguiente, el 6, nueva pieza venatoria del
Avui
titulada «¡Federico, Federico!» en la que se ridiculiza una manifestación del día anterior en la Puerta del Sol convocada por el Foro de Ermua y en la que, según el diario de Lara y Godo, también subvencionado por la Generalidad, «La COPE y Francisco Caja triunfan en un aquelarre contra el texto catalán». Cualquiera diría, leyendo a estos paniaguados incapaces de ganarse la vida honradamente en los quioscos como los periodistas de verdad, vendiendo lo que escriben a quienes quieran leerlos, que ese Estatuto mostrenco, más largo que la Constitución de Corea del Norte y casi igual de intervencionista y dictatorial, es el único «texto catalán» conocido. O que no hay catalanes contrarios al bodrio estatutario. De hecho, los votantes catalanes le dieron la espalda casi tanto como los lectores al
Avui
. Pero, probablemente, ésa es La Razón última de su violencia: como la ETA en El País Vasco, sólo mediante el terror pueden representar a un pueblo que se han inventado y en cuyo nombre ejercen un poder omnímodo sobre bolsillos y conciencias. Pero no sólo las catalanas. Como en todos los crímenes, y éste lo es de lesa libertad, todos los testigos deben ser eliminados y los testimonios destruidos. A mayor delito, mayor impostura.

Ese mismo día 6,
El País
pasea bajo palio a los obispos catalanes. Bajo una sonriente fotografía de Martínez Sistach, el arzobispo que pocos meses antes había votado a favor de la renovación de mi contrato en la COPE (y del de César Vidal, ojo, que se renovó a la vez y por los mismos dos años), el diario más profunda y ferozmente anticatólico se congratula de la bendición episcopal catalana a su cruzada anti-COPE: «Los obispos catalanes se desmarcan de las críticas eclesiales al Estatuto. Cristianos de base instan a su cúpula a dejar la Conferencia Episcopal. Los prelados piden que se corrija el tono ofensivo de la COPE». Tras los titulares, el diario de Polanco resume en tres puntos la postura oficial de los obispos catalanes ante el Estatuto: bendecir a los negociadores, apoyar lo que suponga un avance en la cultura y lengua propias de Cataluña (sólo una, la otra no) y expresar alguna duda no demasiado «ofensiva» sobre el divorcio, la eutanasia y el aborto. Aun así, queda claro que el texto les parece positivo.

Es exactamente lo contrario de lo que ha dicho en público y ratifica en
El País
el recién nombrado cardenal Antonio Cañizares, para el que, como para la mayoría de los españoles que lo han leído, incluidos socialistas como Alfonso Guerra, el Estatuto es un «ataque frontal a la unidad de España». Critica igualmente la eutanasia, el aborto y el control estatal de una educación expresamente laicista, pero, en buena lógica, deduce que es imposible que el balance de tanto malo sea bueno. Llegados a este punto, un tanto delicado, es el momento de recurrir al abad de Montserrat, Josep Maria Soler, que afirma que la Iglesia considera «perfectamente legítimo dar el nombre de nación a un pueblo aunque no tenga Estado». Dicho lo cual arremete contra la COPE, a la que acusa de «crear un estado de opinión contrario a los principios cristianos». Lo cristiano es, sin duda, prohibir la lengua materna de la mitad de la población de Cataluña en todos los espacios públicos, expulsarla de todos los niveles de la educación, multar a los que se atreven a rotular en castellano sus pequeños negocios y, naturalmente, insultar a quien denuncie tanto atropello, como la COPE. Lamentablemente, aunque para un
ustachi
croata o un ortodoxo serbio sin duda resultaría estimulante, no todos comparten lo que dice Soler. Traduciendo un hartazgo evidente pero que nunca se concreta con claridad, el cardenal arzobispo de Sevilla hace una defensa nítida de la cadena estigmatizada: «Aplaudo a la COPE, escucho la COPE y, desde luego, creo que está haciendo un enorme servicio a la democracia y a la verdad», dice Carlos Amigo Vallejo, al tiempo que llama a acudir a la manifestación contra la LOE. Un proyecto que, en el fondo, persigue imponer en toda España el modelo drásticamente laicista del nacionalismo catalán.

Algunos quieren olvidar y olvidan que desde hace un par de años Cataluña es un protectorado etarra gestionado por el Tripartito, que pactó en Perpiñán la exención del territorio del Principado (el resto de los llamados
Països catalans
quedó en estado de meritoriaje) de esa desagradabilísima tarea de limpiar de sangre y restos de masa encefálica las aceras catalanas. Sin embargo, a veces se desborda la simpatía por el socio terrorista del nuevo régimen alumbrado por Carod y Zapatero (previa exclusión del PP) y cuya primera criatura es el Estatuto, prólogo a su vez del futuro pacto con la ETA sobre El País Vasco y Navarra. Por ejemplo, en
La Vanguardia
, Màrius Serra publica un gracioso artículo titulado «Peco, peco, peco», que se le ha ocurrido a él sólito repitiendo el manera «COPE, COPE, COPE». Su reflexión es ésta: «Los acérrimos seguidores del radiofonista Jiménez andan vociferando por ahí que les quieren cerrar la emisora». Cabe recordar educadamente el nombre del único medio de comunicación cerrado en democracia. No se llama ni se llamará COPE, sino
Egunkaria
. Según los jueces, ese diario fue cerrado porque formaba parte del entramado terrorista, y más concretamente porque «ETA tomaba decisiones en su consejo de administración». Evidentemente, al columnista de
La Vanguardia
le molesta tanto lo que se ha cerrado como lo que sigue abierto. Bueno, esto último, muchísimo más.

Otro ejemplar del mismo género intelectual es el número especial del mismo día 7 de noviembre del semanario
Cambio 16
. El titular es «PP, ultras y católicos presionan a los españoles. La derecha mete miedo». Y el autor del reportaje principal, Diego Caballero, escribe: «Han encendido la mecha con alusiones continuas al guerracivilismo. Se trata de crear división, entre ciudadanos y entre territorios. La alianza de la vieja España es un remedo para reeditar las luchas fraticidas que mostró con su pincel el pintor Francisco de Goya. Los ataques a Carrillo van en la misma dirección». Sorprende que precisamente al responsable de la matanza de Paracuellos, más de seis mil personas de los que un tercio eran niños, se le considere un testimonio contra el guerracivilismo. Pero es que no se trata de exculparle sino de darle voz y seguirle, porque suyas son las reflexiones de fondo: «[Carrillo] se refiere a la cúpula del PP, confundida en tantas ocasiones con la extrema derecha. Sus incondicionales alientan a estos jóvenes nazis y en el Senado se lanzan improperios soeces de carácter personal contra Zapatero (…) Carrillo localiza a los que dirigen los hilos del grupo convulso de medio centenar de ultraderechistas,
los de siempre
. Su mirada se dirige hacia recodos de Internet publicitados por ciertos bancos y la radio de los obispos, la COPE». De momento y por ventura, Carrillo no puede mandar «A paseo» (sección fija en el panfleto de Alberti) a quienes denuncia. Además, nos tranquiliza sobre la unidad de España, que no corre peligro alguno: «Lo mismo decía la derecha en el año 36, y no fueron los catalanes ni los vascos los que rompieron la unidad del Estado español. La rompieron los que se sublevaron y fracturaron a los españoles en dos campos que terminaron resolviendo a tiros sus diferencias». Por supuesto, la rompieron los nacionalistas de ERC y los agentes de Stalin como el joven Carrillo que perpetraron el golpe de Estado contra la República de 1934. Pero en 2005 el héroe ya no es el Carrillo arrepentido de la Transición, que aceptaba la bandera nacional y la Corona, sino el chequista redivivo e irreductible, el propagandista guerracivilista y genuinamente totalitario de la SER.

Inútil es añorar para la COPE el mismo respeto con que ahí se tratan los comunicados etarras, por ejemplo el típicamente staliniano de dar por muerto el Estado autonómico español como «cárcel de los pueblos pequeños». La Razón nos devuelve al titular primero: «El PP ha encontrado un filón en estos grupos de activistas católicos [CONCAPA, Foro de la Familia, etc. ] que se hacen escuchar mediante pancartas de lenguaje violento, de referencias a panteones y ataúdes para rojos e independentistas. Los ultras son bien recibidos en su seno como algunos mandos intermedios, los vocingleros de la COPE. Y todos en la sede de la madrileña calle Genova disponen de sitio privilegiado a la diestra de Mariano Rajoy, Acebes y Zaplana, instigadores trinitarios de escasa gloria en una democracia sin marcha atrás». La verdad, con Perpiñán como capital intelectual y Carrillo y la ETA como guías, uno tiende a dudarlo.

Ese mismo día 7 de noviembre, otro semanario,
El Siglo
, titula: «De la COPE que no tiene futuro». Y entre los dicterios habituales contra los comunicadores de la casa sobresale este matizado juicio: «Quienes no se sitúan en su órbita clásica y en la ortodoxia tradicional padecen persecuciones, problemas, molestias, marginaciones, etc., etc. No vale la pena perder un minuto en esa reflexión acreditada a lo largo de siglos merced a instituciones tan siniestras como el Tribunal del Santo Oficio o de la Inquisición. Prisiones, ejecuciones en la hoguera, torturas». A diferencia de los obispos catalanes, el semanario no nos achaca desviación de los principios cristianos, puesto que a la cabeza está «Joseph Ratzinger, un experto en el arte de la censura». Luego se adentra en la Historia y crea paralelismos sorprendentes: «El paisaje del franquismo era variopinto pero, en realidad era monocolor. Igual sucede en la COPE. Diferentes en el matiz, iguales en el insulto, la descalificación, la mentira, los ataques (…) a los políticos y periodistas de izquierdas o incluso centristas como Alberto Ruiz-Gallardón». En rigor, de haberse limitado la dictadura a una cadena de radio hubiera sido una dictadura muy rara. Ni Polanco podría haberse hecho rico vendiendo los libros de texto del régimen, ni Godo millonario defendiendo a Franco, ni Cebrián poderoso como jefe de Informativos, es decir, censor máximo de TVE en vida del dictador, con el Gobierno de Arias Navarro, «Carnicerito de Málaga». De todos modos, los escribas de
El Siglo
, que también suelen ilustrar con sus opiniones siempre diferentes y polémicas
El País
y la SER, pueden albergar esperanzas: «La fecha de caducidad se aproxima. La COPE de la calumnia no tiene futuro». Me duele desengañarlos recordando la anécdota de aquel inglés que, cuando el
Times
publicó su esquela por error, escribió al periódico diciendo: «La noticia de mi muerte es considerablemente exagerada». De momento.

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