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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

Desde donde se domine la llanura (3 page)

BOOK: Desde donde se domine la llanura
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Entonces, Johanna, levantándose, se retiró los bucles negros que le caían por la cara y, acercándose a Brodick, clavó sus ojos verdes en él.

—Te reto a ver quién sube más alto a ese árbol. Veamos quién tiene miedo. Gillian se llevó la mano a la boca para no soltar una risotada y se levantó para ponerse junto a la niña.

—No, cariño, no es momento de retos ni de que te subas a los árboles. Esto es una fiesta y…

—¡Lady Gillian!

La joven se volvió y vio acercarse a Ruarke Carmichael, un pesado con ojos de rata agonizante llegado de las Tierras Bajas una semana atrás. Ruarke y su padre, Keith Carmichael, habían sido amigos de su difunto padre, y desde que habían llegado, no paraban de observarla.

«¡Maldita sea! Ese pesado otra vez».

Aún recordaba que, el día anterior, aquellos dos, al regresar de su paseo matutino despeinada y con las mejillas arreboladas por la cabalgada, le habían reprochado que su actitud no fuera propia de una dama McDougall. Gillian había sonreído y, dándoles un desplante, se había alejado. Aquello no le había agradado al viejo Carmichael ni a su hijo.

—Llevo buscándoos toda la noche, milady. Me prometisteis bailar conmigo un par de piezas y vengo a cobrarme esa promesa.

Incómoda por la presencia de Ruarke, y en especial por cómo la miraba, pensó que lo mejor sería bailar con él para que la dejara en paz. Por respeto a la amistad que había unido a los Carmichael con su padre, Gillian había intentado no ser excesivamente desagradable con Ruarke, pero su paciencia comenzaba a acabarse. Tras mirar a los chiquillos, dijo no muy convencida:

—En seguida regreso, niños. Portaos bien.

Cogida del brazo de Ruarke, Gillian, con gesto de fastidio, se dirigió a la zona donde todos bailaban, y cuando la música de las gaitas comenzó de nuevo, se puso en movimiento y, olvidándose de la cara de ratón del hombre, disfrutó del baile, ajena a la triste mirada de su abuelo y a la angustia de su hermano. Mientras bailaban, observó con curiosidad a los guerreros de Niall. Todos eran enormes y sus barbas apenas dejaban ver las facciones de sus caras. Tenían los cabellos largos y mal peinados, y sus modales eran nefastos. Parecían divertirse, pero cuando vio a uno escupir ante los demás, arrugó el cejo y maldijo en silencio.

—¿Os he dicho lo bella que estáis esta noche? —preguntó Ruarke, mirándola con sus ojos de rata almibarada.

Aquel hombre reunía todo lo que a una mujer de las Tierras Altas no le gustaba. Era justo todo lo contrario a los toscos guerreros de Niall. Ruarke era bajito, medio calvo, tenía la cara picada por la viruela y su aliento olía fatal. Si a todo eso se le sumaban su fino amaneramiento y lo cursi que se podía llegar a poner, era la antítesis de un
highlander
.

—No, esta noche no, Ruarke —contestó, mofándose—. Me lo habéis dicho esta mañana, tras la comida, cuando me habéis visto en el salón, en las caballerizas, en el lago, y creo que alguna vez esta tarde; pero esta noche aún… no.

Él no respondió a su sorna. Se limitó a observarla. Aquella jovencita descarada, de pelo claro, vestida con aquel fino y delicado traje azulado, era exquisita. Sólo tendría que limar sus toscos modales y encontraría en ella la mujer que buscaba.

—Sois una criatura altamente deseable, milady. Y puesto que sé que no estáis comprometida, he decidido venir más a menudo a visitaros.

Aquello a Gillian le revolvió el estómago. ¿Qué pretendía aquel imbécil? Pero sin querer darle mayor importancia, contestó:

—En nuestras tierras siempre seréis bien recibido. Tomándose aquello como algo positivo, Ruarke le apretó la mano, y acercándose más de la cuenta a ella, murmuró:

—Espero ser bien recibido por vos, milady. —Ella se echó para atrás—. Nada me gustaría más que saber que me deseáis tanto como yo a vos.

«Por san Ninian, ¡qué asco!», pensó Gillian.

De un tirón, se alejó de él y mantuvo la calma para no sacar la daga que llevaba en su bota. Entonces, dibujó una fría sonrisa en su angelical rostro.

—¿Quién os ha dicho que no estoy comprometida? —preguntó. Ruarke sonrió. Conocía su fama de ahuyentahombres, y acercándose de nuevo a ella, adoptó un tono altivo mientras le clavaba su sucia mirada en los pechos:

—¿Estáis comprometida, lady Gillian?

—Ésa es una pregunta cuya respuesta a vos no os interesa —respondió al son de la música. Y retorciéndole la mano hasta hacerle cambiar el gesto, siseó—: Quitad vuestra pecaminosa mirada de mi cuerpo si no queréis que os arranque la mano en este instante.

Ruarke se soltó y se tocó la mano dolorida. Le hubiera gustado abofetear a aquella malcriada, pero no era el momento ni el lugar. Entonces vio que su padre le observaba con ojos inquisidores, de modo que asió a Gillian con desgana de la mano y continuó bailando.

Christine, la prima de Alana, estaba sentada observando a los que danzaban mientras bebía cerveza, y se percató de lo que ocurría al cruzar una mirada con una enfadada Gillian. Como a ésta, aquel tipo no le gustaba, pero no se movió. Continuó observándolos.

—Creo que pronto será vuestro cumpleaños —dijo Ruarke. Gillian resopló, pero se obligó a ser cortés por su familia y contestó:

—Sí, dentro de cinco días, para ser más exactos.

—Magnífico. Podré esperar —asintió Ruarke con gesto triunfal. Aquella respuesta extrañó a Gillian. Sin embargo, decidió no darle mayor importancia y continuó bailando, sin percatarse de que no lejos de ella Duncan y Niall McRae discutían, y este último la miraba con gesto grave.

Capítulo 4

Tras la marcha de Gillian, los niños habían continuado sentados en el mismo lugar, hasta que Brodick miró a Johanna y le preguntó:

—¿Sigue en pie el reto?

Johanna sonrió, y levantándose, le dijo mirando a la copa del árbol:

—Te reto a subir lo más alto posible.

—El tío Duncan se enfadará y te castigará —advirtió Trevor a su prima.

—Tranquilo, Trevor; mamá me defenderá —le contestó Johanna con una pícara sonrisa.

—Johanna, las damas no se comportan así —la reprendió la pequeña Jane. La temeraria Johanna sonrió de nuevo y, dejando a Jane con la boca abierta, respondió:

—Yo no quiero ser una dama. Quiero ser un guerrero. Brodick, sorprendido por el valor de la niña, indicó: —Como premio exigiré un beso.

Jane se llevó las manos a la cabeza, escandalizada, pero Johanna la miró y, tras sacarle la lengua, apuntó:

—De acuerdo, pero si gano yo, te tirarás al lago con ropa. —Brodick sonrió. No pensaba perder. Y para enfadarla aún más, dijo—: ¿Estás segura, niñita, de que podrás subir con ese vestido?

—Por supuesto, niñito —respondió Johanna, lo que hizo reír a su primo. Jane, nerviosa, se levantó.

—¡No, no lo hagáis! ¡Podéis caeros y haceros daño! —exclamó con un gesto de horror.

Pero ninguno la quiso escuchar. Y tras contar hasta tres, los dos comenzaron a trepar por el árbol. Brodick subía más de prisa, pues a Johanna le molestaba la falda. Eso la enfadó aún más, pero entonces la tela se rasgó, se vio más libre y empezó a subir a una velocidad que sorprendió al mismo Brodick.

—Estáis muy arriba; no subáis más —gritó Jane, que estaba junto a Amanda y Trevor.

—¡Ni lo pienses! —gritó Johanna, animada. Si algo le gustaba era el peligro y de eso sabía bastante.

Pero de pronto se oyó el ruido de unas ramas al resquebrajarse y Johanna se paralizó. Amanda, la más pequeña, asustada, corrió en busca de ayuda.

Brodick se dio cuenta de que la rama a la que Johanna estaba sujeta era la que había sonado e intentó ir hacia ella.

—No te muevas, o la rama se terminará de partir —dijo el niño. Johanna miró hacia arriba y, con una sangre fría que dejó sin palabras a Brodick, dio un salto y se apoyó en la misma rama que él.

—¡Vaya! ¿cómo has hecho eso?

Johanna, con una sonrisa muy parecida a la de su padre, le miró y dijo:

—A ti precisamente no te lo voy a contar.

En ese momento, Amanda llegó con Gillian de la mano, y ésta, al ver a Johanna y Brodick casi en la copa del árbol, gritó mientras su acompañante, Ruarke, molesto por la intromisión de los niños, la miraba.

—¡Maldita sea! —gritó Gillian para horror de Ruarke—. Bajad ahora mismo los dos, o como suba yo, lo vais a lamentar. Os dije que no era momento de hacer bravuconadas.

—Pero tía… —protestó Johanna.

—¡Agarraos con fuerza! —gritó Gillian al ver cómo la rama en que se apoyaban los pies de los niños se doblaba.

Instantes después, la rama se tronchó y los dos quedaron suspendidos en el aire. Con agilidad, Gillian saltó y se subió al árbol. Después, se columpió y ascendió casi hasta donde estaban los niños.

—Balancéate y ven hacia aquí —dijo, mirando a Brodick. El niño lo intentó, pero sus piernas no llegaban a la siguiente rama.

—Brodick, no te muevas, cielo —murmuró Gillian al ver el peligro. Y tras comprobar la pasividad del memo de Ruarke, miró a Trevor y gritó—:

—Ve a buscar a tu madre o a tía Megan.

El niño salió corriendo mientras Jane, tan fina y delicada como su madre, sollozaba apartada del árbol.

—¿Estás bien, Johanna?

—Sí, tía Gillian —respondió la cría—. Pero las manos empiezan a dolerme.

Gillian, con el corazón en un puño, se remangó el vestido. Le molestaba para seguir subiendo. Ruarke, al ver aquello, se escandalizó.

—¿Qué se supone que vais a hacer? —le preguntó. La joven, con los ojos encendidos por la furia, respondió sin mirarle:

—Voy a hacer lo que deberíais estar haciendo vos. Y sin perder un instante siguió trepando por el árbol, hasta llegar junto al niño, que hacía esfuerzos por sujetarse.

—Dame la mano, Brodick, y no mires hacia abajo. Johanna, sujétate bien, cariño, que en seguida te cojo a ti.

El crío tendió su mano hasta coger la de Gillian y una vez ésta lo tuvo bien sujeto lo atrajo hacia ella. En ese momento, llegaron Duncan y Niall, y de inmediato, comenzaron a subir al árbol. Tras ellos venían Megan y Shelma con Trevor. Con cuidado, Duncan trepó hasta su hija y tras cogerla en brazos la bajó. Niall fue hasta Gillian, y ésta, sin mirarle, le entregó al niño para que lo bajara. Una vez que dejó al niño en los brazos de Duncan, que ya estaba en el suelo, Niall fue a agarrarse a una rama para ayudar a Gillian, pero ésta le pisó la mano.

—Me estás pisando —protestó, mirándola.

Gillian se hizo la sorprendida y levantó el pie.

—Pues quitaos de mi camino, McRae. Me molestáis. Niall, sin amilanarse, subió hasta la rama donde estaba Gillian y, acercando su enfadada y barbuda cara a la de ella, le espetó: —Eres terca como una mula, mujer.

Llevaban más de cinco años sin verse ni hablarse. Gillian, en aquel tiempo, había madurado como mujer, y estaba más bonita que antes, y aunque sintió que se deshacía por dentro al tenerle tan cerca, disimuló sin cambiar su gesto altivo. Por su parte, Niall, tras regresar de Irlanda, se había convertido en un fuerte
highlander
, como su hermano Duncan, y a pesar de que sus ojos la miraban con dureza, no podía dejar de pensar en lo que su hermano le había contado hacía un momento.

—Y vos, McRae, sois un patán infame —dijo ella.

—¿Vos? —preguntó, sorprendido, y sin apartar su mirada de ella, sonrió.

—Milady, ¿seríais tan amable de darme vuestra delicada mano para que pueda ayudaros a bajar sin que os rompáis la crisma?

Gillian no respondió; ella no necesitaba ayuda para algo tan banal como bajar de un árbol. Pero Niall, cansado de aquella absurdidad, la asió por la cintura, por lo que la joven rápidamente siseó:

—No me toquéis, McRae. No os necesito.

Niall, sin embargo, no le hizo caso, y asiéndola aún más fuerte, la atrajo hacia él y, para desesperación de Gillian, la bajó del árbol. Una vez que llegaron al suelo, Niall la soltó sin ningún miramiento, y ella le miró con gesto agrio.

Para entonces, todos los de la fiesta estaban pendientes de lo que allí ocurría. —¡Por todos los santos, Johanna!, ¿qué estabas haciendo ahí arriba? —rugió Duncan, enfadado, a su temeraria hija.

La niña miró a su madre, que, detrás del padre, la observaba.

—Papi, no te enfades. Brodick me retó, y yo…

—¡Qué Brodick te retó! —gritó, volviéndose hacia el niño, que se encogió—. ¿Qué tú retaste a mi niña?

—Sí… Sí, señor…, pe…, pero… —susurró el niño, asustado.

—¿Cómo te atreves a retar a mi hija? Muchacho, te daré un buen escarmiento.

—Toma mi espada, papi, así puedes luchar con él. Amanda le ofreció su espada de madera y Niall, olvidando la cercanía de la enfurecida Gillian y regocijado por aquel ofrecimiento de su sobrina, la cogió en brazos y murmuró:

—Ven aquí, pequeñaja, y no le des ideas a tu padre. Sus sobrinas, aquellas dos preciosas niñas a las que adoraba, tenían el temerario carácter de su madre, y su hermano Duncan lo iba a sufrir eternamente. Johanna, al ver la cara pálida de Brodick, se sintió culpable, y atrayendo la mirada de su padre, confesó:

—Realmente, papi, fui yo quien le retó a él.

—¡¿Cómo dices?!

Duncan la miró con dureza. ¿Por qué aquello no le extrañaba? Y antes de que pudiera decir nada, la niña, retirándose el pelo de la cara, murmuró:

—Por favor, papi, no grites así. ¿No ves que lo estás asustando? Mamá tiene razón. Cuando te conviertes en el Halcón, asustas. —Y clavándole sus ojos verdes tan iguales a los de él, continuó—: ¿Por qué vas a dar un escarmiento a Brodick si fui yo la que lo reté? Y tú, Amanda, guarda la espada porque aquí no se va a necesitar.

—Vale, tata —dijo la pequeña, en brazos de su tío. Muchos de los allí presentes, entre ellos Niall, miraron hacia otro lado para sonreír disimuladamente mientras Duncan, aquel fornido guerrero, se quedaba desarmado ante lo que su revoltosa hija había dicho. Sin saber si reír o darle una buena azotaina, la miró. Aquella niña, su niña, le iba a traer por el camino de la amargura, y justo cuando iba a regañarla, Megan, su niña grande, se acercó hasta él y preguntó a los niños.

—¿Y cuál era el reto, cariño?

Duncan resopló y a Johanna se le iluminó el rostro.

—Mami, el reto era ver quién de los dos subía a lo más alto del árbol. Entonces, Megan sonrió a su marido, que la miraba ceñudo. Pero ella le conocía muy bien y sabía que estaba disfrutando del valor de su pequeña, por lo que volvió a preguntar:

—¿Y quién llegó más alto?

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