* * *
—Estoy encantado de verlo, señor Presidente —dijo Rand poniéndose de pie para recibir a un hombre de mediana estatura que entró sonriendo—. ¡Qué amable ha sido usted en molestarse en venir hasta aquí a visitar a un hombre que se está muriendo!
El Presidente lo abrazó y lo condujo a una silla.
—Tonterías, Benjamin. Siéntese y déjeme que lo vea.
El Presidente se sentó en un diván y se volvió hacia Chance.
—Señor Presidente —dijo Rand—, le presento a mi querido amigo, el señor Chauncey Gardiner…el Presidente de los Estados Unidos de América.
Rand se dejó caer en una silla, mientras el Presidente tendía la mano a Chance. Éste, recordando que en las conferencias de prensa de la televisión el Presidente miraba siempre de frente a los espectadores, fijó la vista directamente en los ojos del Presidente.
—Encantado de conocerlo, señor Gardiner —dijo el Presidente, al tiempo que volvía a reclinarse en el diván—. He oído hablar mucho de usted.
Chance se preguntó cómo era posible que el Presidente hubiera oído hablar de él.
—Siéntese, por favor, señor Gardiner —lo invitó el Presidente—. Los dos tenemos que reprender a nuestro amigo Benjamin por recluirse en su casa. Ben… —continuó, tras inclinarse hacia donde se encontraba el anciano—, el país lo necesita y yo, en mi carácter de Jefe de Estado, no la he autorizado a que se retire.
—Ya estoy preparado para el olvido, señor Presidente —contestó Rand suavemente— y, más aún, no me quejo; el mundo rompe con Rand y Rand rompe con el mundo: un trato equitativo ¿no le parece? La seguridad, la tranquilidad, un bien merecido descanso; muy pronto he de alcanzar esos objetivos por los que tanto luché.
—¡Por favor, hablemos con seriedad, Ben! —El Presidente hizo un gesto con la mano—. Ya sé que usted es un filósofo, pero por encima de todo es un hombre de negocios vigoroso y activo. Hablemos de la vida —prosiguió, al tiempo que hacia una pausa para encender un cigarrillo—. ¿Qué es esto de que no va a hablar en la reunión de hoy del Instituto Financiero?
—No estoy en condiciones de hacerlo, señor Presidente —contestó Rand—. Son órdenes del médico. Además —añadió—, obedezco al dolor.
—Si… claro… —repuso el Presidente—, después de todo, no es más que otra de tantas reuniones. Y aunque no esté allí en persona, lo estará usted en espíritu. El Instituto sigue siendo una creación suya; la impronta de su vida está presente en todas sus actividades.
Los hombres iniciaron una larga conversación. Chance no entendía casi nada de lo que decían, aun cuando con frecuencia le dirigían la mirada, como invitándolo a participar. Chance creía que hablaban de intento en otro idioma por razones de seguridad, cuando de repente el Presidente le dirigió la palabra:
—Y usted, señor Gardiner, ¿qué opina de la mala época por la que atraviesa la Calle?
[3]
Chance se estremeció. Sintió como si le hubieran arrancado de pronto las raíces de su pensamiento la tierra húmeda y las hubiesen lanzado, hechas una maraña, al aire inhóspito. Finalmente, dijo:
—En todo jardín hay una época de crecimiento. Existen la primavera y el verano, pero también el otoño y el invierno, a los que suceden nuevamente la primavera y el otoño. Mientras no se hayan seccionado las raíces todo está bien y seguirá estando bien.
Levantó los ojos. Rand lo estaba mirando y asentía con la cabeza. Sus palabras parecían haber agradado al Presidente.
—Debo reconocer, señor Gardiner —dijo el Presidente—, que hace mucho, mucho tiempo que no escucho una observación tan alentadora y optimista como la que acaba de hacer. —Se puso de pie, de espaldas al hogar—. Muchos de nosotros olvidamos que la Naturaleza y la sociedad son una misma cosa. Sí, aunque hemos intentado desprendernos de la Naturaleza, seguimos siendo parte de ella. Al igual que la Naturaleza, nuestra sistema económico es, a la larga, estable y racional, y por ello no debe inspirarnos temor estar a su merced.
El Presidente titubeó un momento y luego se dirigió a Rand.
—Aceptamos con alegría las estaciones inevitables de la Naturaleza, pero nos preocupan las estaciones de nuestra economía. ¡Qué tontería de nuestra parte! —Le sonrió a Chance—. Envidio al señor Gardiner su profundo buen sentido. Esto es justamente lo que nos hace falta en el Capitolio.
El Presidente echó una mirada a su reloj de pulsera, luego levantó una mano para indicarle a Rand que no se levantara.
—No, no, Ben… descanse. Espero volver a verlo muy pronto. Cuando se sienta mejor, usted y EE deben venir a hacernos una visita a Washington. Y usted, señor Gardiner… también nos honrará a mi familia y a mí con su visita ¿no es cierto? ¡Nos darán un gran placer!
Después de dar un abrazo a Rand y un rápido apretón de manos a Chance, salió de la habitación.
Rand se apresuró a recobrar el vaso de agua, ingirió otra píldora y se dejó caer en la silla.
—Es una gran persona el Presidente, ¿no es cierto? —le preguntó a Chance.
—Sí —replicó Chance—, aunque parece más alto en la televisión.
—¡Por cierto que sí! —exclamó Rand—. Pero tenga presente que es un político, que diplomáticamente riega con su bondad todas las plantas que encuentra en su camino, sea lo que fuere lo que piensa. Realmente me gusta mucho. A propósito, Chauncey, ¿está usted de acuerdo con mi posición respecto del crédito y su restricción, tal como se la expuse al Presidente?
—No estoy seguro de haberla entendido. Por eso no dije nada.
—Usted dijo mucho, mi querido Chauncey, mucho y no sólo lo que dijo sino cómo lo dijo fueron muy del agrado del Presidente. Todo el mundo se dirige a él en términos similares a los míos, pero lamentablemente son pocos, si los hay, los que le hablan como usted.
Se oyó el timbre del teléfono. Rand contestó la llamada y le comunicó a Chance que el Presidente y los hombres del Servicio Secreto habían partido y que la enfermera lo esperaba con una inyección. Chance subió a su cuarto. Cuando encendió el televisor, vio al Presidente y su comitiva que circulaban por la Quinta Avenida. En las aceras se habían congregado grupos de personas; la mano del Presidente asomaba por una de las ventanillas de la limousine en señal de saludo. Chance no sabía si realmente había estrechado esa mano apenas unos minutos antes.
* * *
La reunión anual del Instituto Financiero se inició en un ambiente de gran expectativa y tensión como consecuencia del anuncio efectuado por la mañana de que el índice de desempleo nacional había alcanzado un nivel sin precedentes. Los funcionarios del Gobierno se mostraron renuentes a comunicar las medidas que propondría el Presidente para evitar un mayor estancamiento de la economía. Todos los medios de información al público estaban sobre alerta.
En su discurso, el Presidente aseguró que no se había previsto la adopción inmediata de ninguna medida drástica por parte del Gobierno, si bien se había producido un nuevo descenso repentino en la productividad.
—Hemos gozado de la primavera —dijo— y también del verano, pero desgraciadamente, lo mismo que en el jardín del mundo, es inevitable que lleguen los fríos y tormentas del otoño y el invierno. —El Presidente subrayó que mientras las semillas de la industria permaneciesen fuertemente arraigadas en la vida del país, la economía volvería a florecer con seguridad.
En el breve lapso en que respondió a las preguntas que se le hicieron, el Presidente reveló que había celebrado consultas en múltiples niveles con los miembros del Gabinete, la Cámara de Diputados y el Senado, además de haber conversado con los dirigentes más importantes del mundo de los negocios. En esa oportunidad, tuvo palabras de recuerdo para Benjamin Turnbull Rand, presidente del Instituto, a quien motivos de salud habían impedido concurrir a la reunión. Añadió que en la residencia del señor Rand había mantenido un intercambio de ideas sumamente fructífero con el señor Rand y con el señor Chauncey Gardiner acerca de los efectos benéficos de la inflación. La inflación podaría las ramas muertas del ahorro y de ese modo contribuiría a revitalizar el vigoroso tronco de la industria. Fue dentro del contexto del Presidente que el nombre de Chance despertó por primera vez la atención de los medios informativos.
* * *
Por la tarde la secretaria de Rand le dijo a Chance:
—Está el señor Tom Courtney del
Times
de Nueva York al aparato. ¿Podría atenderlo por unos minutos? Creo que quiere recabar algunos datos sobre usted.
—Comuníqueme con él —dijo Chance.
La secretaria pasó la comunicación del señor Courtney.
—Siento molestarlo, señor Gardiner; no lo hubiera hecho de no haber hablado antes con el señor Rand.
Hizo una pausa a la espera del efecto que causarían sus palabras.
—El señor Rand es un hombre muy enfermo —dijo Chance.
—Sí, claro… De todos modos, el señor Rand dijo que por su personalidad y la claridad de su visión, existía la posibilidad de que usted formase parte del directorio de la Primera Corporación Financiera Norteamericana. ¿Quiere hacer alguna declaración al respecto?
—No —dijo Chance—, por el momento no.
Otra pausa.
—Dado que el
Times
de Nueva York va a informar sobre el discurso del Presidente y sobre su visita a Nueva York, queremos ser lo más exactos posibles. ¿No tiene nada que decirnos acerca de la conversación que mantuvieron usted, el señor Rand y el Presidente?
—Me pareció muy satisfactoria.
—Bien, señor. Y, según parece, al Presidente también. Pero, señor Gardiner —continuó Courtney, con fingida naturalidad—, nosotros, en el
Times
tenemos mucho interés en poner al día la información sobre usted… —Se rió con nerviosidad—. Para empezar, por ejemplo, ¿qué relación existe entre su actividad comercial y la de la Primera Corporación Financiera Norteamericana?
—Creo que eso tendría que preguntárselo al señor Rand.
—Sí, por supuesto, pero como está enfermo me tomo la libertad de preguntárselo a usted.
Chance permaneció en silencio. Courtney aguardaba su respuesta.
—No tengo nada más que agregar —dijo Chance, y colgó el receptor.
Courtney se apoyó en el asiento y frunció el ceño. Se estaba haciendo tarde. Llamó a su personal y adoptó su habitual actitud de naturalidad.
—Bien, señores. Comencemos por la visita y el discurso del Presidente. Hablé con Rand. Chauncey Gardiner, a quien hizo referencia el Presidente es, al parecer, un hombre de negocios, un financista y, según Rand, un candidato con muchas posibilidades de ocupar uno de los cargos vacantes en el directorio de la Primera Corporación Financiera Norteamericana —miró a su personal, que esperaba mayor información.
—También hablé con Gardiner. Bueno… —Courtney hizo una pausa—. Es sumamente lacónico y ceñido a los hechos. De todos modos, no disponemos del tiempo necesario para reunir los datos completos sobre Gardiner, de modo que limitémonos a su presunta asociación con Rand, a su ingreso en el directorio de la Primera Compañía Financiera Norteamericana, a su consejo al Presidente y demás.
* * *
Chance estaba mirando la televisión en su cuarto. El discurso del Presidente durante el almuerzo se transmitió por varios canales; los demás programas eran de entretenimientos para la familia y de aventuras para niños. Chance almorzó en su habitación, siguió mirando la televisión y estaba a punto de quedarse dormido cuando lo llamó la secretaria de Rand.
—Los ejecutivos del programa televisivo «Esta Noche» han llamado por teléfono —dijo la mujer dando muestras de gran excitación—, y quieren que usted aparezca en el programa de hoy. Se disculparon por darle tan poco tiempo, pero acaban de enterarse de que el Vicepresidente no podrá asistir al programa para opinar sobre el discurso del Presidente. Debido a su enfermedad, el señor Rand tampoco podrá ir, pero sugiere que vaya usted, un financiero que ha causado una impresión tan favorable al Presidente, en su lugar.
Chance no podía imaginarse lo que suponía aparecer en la televisión. Quería verse reducido al tamaño de la pantalla; convertirse en imagen, habitar dentro del aparato.
La secretaria seguía esperando en el teléfono,
—Me parece bien —contestó Chance—. ¿Qué tengo que hacer?
—Usted no tiene que hacer nada, señor —dijo la joven alegremente—. El productor lo recogerá para llegar a tiempo al programa. Es un programa en vivo, de modo que debe estar en el estudio media hora antes de que salga al aire. Usted será la principal atracción esta noche. Los voy a llamar en seguida; van a estar encantados con su aceptación.
Chance conectó el televisor. Se preguntó si las personas se modificaban antes o después de aparecer en la pantalla. ¿Cambiaría él para siempre o sólo durante su aparición? ¿Qué parte de sí mismo dejaría detrás de sí una vez concluido el programa? ¿Habría dos Chances después del espectáculo: un Chance que observaba la televisión y otro que aparecía en ella?
En las primeras horas de la tarde Chance recibió la visita del productor del programa «Esta Noche»: un hombre de baja estatura que vestía un traje oscuro. El productor le explicó que el discurso del Presidente había despertado el interés de la nación por la situación económica…
—Y como el Vicepresidente no podrá aparecer en nuestro programa esta noche —prosiguió—, le quedaríamos muy agradecidos si informase a nuestros espectadores sobre la verdadera situación de la economía del país. Usted, que tiene una relación tan estrecha con el Presidente, es el hombre indicado para dar una explicación al país. En el programa puede expresarse con entera franqueza. El anfitrión no lo interrumpirá bajo ningún concepto, pero si quisiera intervenir, se lo hará saber tocándose la ceja izquierda con el índice de la mano izquierda. Eso significará, o bien que desea hacerle una nueva pregunta, o que quiere subrayar lo que usted acaba de decir.
—Comprendo dijo Chance.
—Bueno, si está listo, señor, podemos irnos. Nuestro maquillador no tendrá que hacerle más que un retoque —añadió con una sonrisa—. A propósito, nuestro anfitrión tendrá sumo placer en conocerlo antes del espectáculo.
En la gran limousine enviada por el canal de televisión había dos pequeños aparatos de televisión. Mientras iban recorriendo la Avenida Park, Chance preguntó al productor si podía poner en funcionamiento uno de los televisores. Los dos hombres se pusieron a mirar el programa en silencio.