Deseo concedido (19 page)

Read Deseo concedido Online

Authors: Megan Maxwell

BOOK: Deseo concedido
4.28Mb size Format: txt, pdf, ePub

Gillian le miró y, por primera vez desde que las habían apresado, se asustó.

—Estáis cometiendo un grave error —les advirtió Megan—. Pagaréis por ello.

—El error lo cometisteis vosotras hace años, la noche que escapasteis e incendiasteis la casa con vuestros tíos y el servicio dentro —dijo Aston pasando un dedo por la cara de Shelma, que lo miró asustada.

—Nosotras no hicimos nada —señaló Megan recordando aquel momento.

—¿Sabéis quién pagó por ello? —rio con maldad sir Marcus—. Vuestro querido John. Ese traidor que os ayudó a escapar.

Al escuchar aquello, Shelma, horrorizada, gimió.

—¿Matasteis a John? —gritó Megan, desencajada—. ¡Malditos seáis! ¡Cómo pudisteis!

—Matar escoceses y amigos de escoceses —señaló sir Marcus con maldad— es algo que siempre me resultó divertido. Aunque tengo que confesaros, queridas salvajes, que la cacería que más disfruté fue aquella en la que murió vuestro padre. Fue fácil matarlo e inventar la historia del tiro errado.

Conocer la terrible verdad desencajó a las muchachas.

—¡Te mataré, maldito inglés! —gritó Megan con desesperación.

—¡Os odio y os deseo lo peor! —escupió Shelma, horrorizada, comenzando a llorar.

—No olvidéis, amigo Marcus —tosió Aston sentándose ante ellas—, que el veneno que día a día echamos en el agua de la preciosa Deirdre lo conseguí yo.

—¡No! —rugió Megan con los ojos inyectados en sangre.

Gillian, aterrada, era consciente de la maldad de esos hombres y de los terribles años que sus amigas tuvieron que vivir en Dunhar.

—Debíamos deshacernos de ella —prosiguió sir Marcus—. ¡Lástima! Era tan bonita como tú —dijo señalando a Megan—, pero ella también sobraba.

—¡Malditos seáis los dos! —gritó Megan intentando levantarse al escuchar aquello—. ¡Os mataré con mis propias manos y disfrutaré con ello! ¡Os lo juro! ¡Os lo juro a los dos!

Los hombres, al escucharla, rieron con maldad.

—¡Cállate, salvaje! —Marcus abofeteó sin piedad a Megan volviéndole la cabeza.

—¡Ojalá os pudráis en el infierno! —gruñó Gillian, horrorizada por lo que escuchaba.

—Vaya. Tenemos tres palomitas en vez de dos —se agitó uno de los hombres—. ¿Quién eres tú, preciosa?

—Lady
Gillian McDougall —respondió levantando el mentón orgullosa—. Exijo que nos soltéis ahora mismo. Si no lo hacéis, cuando mi hermano o mi clan os encuentren, os matarán. Os aviso.

—Eso no será posible, palomita —rio el hombre con cara de piquituerto—. Tú morirás antes de que tu clan o tu hermano te encuentren.

—Quizá me matéis a mí y a ellas —respondió Gillian temblando—. Pero pido al cielo que tanto mi hermano como los maridos de Shelma y Megan os encuentren y os den muerte lentamente.

—¿Ah, sí? —rio sir Marcus mirando a Megan—. ¿Quién es tu marido?

Con un desprecio total en su voz, Megan le miró fijamente y siseó con odio:

—El
laird
Duncan McRae, y ten por seguro que cuando te coja te arrancará la piel a tiras, si antes no lo hago yo.

—Se le conoce más por El Halcón —informó Sean comiéndose una manzana.

—¿Y el tuyo? —Sir Aston miró de soslayo a Shelma.

—Mi marido es el
laird
Lolach McKenna —respondió antes de recibir una bofetada.

Al ver aquello, Megan se abalanzó con las manos atadas contra sir Aston, pero éste se retiró a tiempo y ella cayó de bruces, dándose un golpe en el chichón que tenía en la frente, que comenzó a sangrar.

—¡Cuánto disfrutarás, Marcus, con esta pequeña salvaje! —rio sir Aston cogiendo del pelo a Megan para levantarla, mientras ella intentaba no quejarse de dolor—. Te has convertido en una mujer muy guapa, como antes lo fue tu madre. ¡Lástima que no pude disfrutar de ella como Marcus va a disfrutar de ti! —rio soltándola cuando ella intentó atacarle.

—¿Qué te parece, Aston —se mofó sir Marcus tirando de Megan—, si cuando termine con ella, antes de matarla, te la entrego para que imagines lo que pudo ser su madre? Son tan parecidas que no creo que sea difícil imaginarlo —rio empujándola hacia delante.

—¡Fantástica idea! —asintió sir Aston acercándose a Shelma.

—¡Soltadme inmediatamente! —exigió Megan intentando alejarse de aquel odioso hombre que la agarraba de los brazos y se la llevaba.

—Traed a mi hermana. ¡Maldito hijo de Satanás! —gritó Shelma junto a Gillian.

—¡Sean! —farfulló Gillian—. ¿Cómo has podido caer tan bajo?

—Olvidadme,
lady caprichos
—rio dándose la vuelta para no mirarla.

—¡Deja de gritar, maldita perra! —vociferó sir Aston a Shelma apartándola de Gillian—. Llegó el momento de tomar lo que era para mí y no para un sucio escocés. Pagarás tu deuda conmigo y luego te mataré.

—Lolach te encontrará y te matará —escupió Shelma mirándole a los ojos.

—Quizá lo mate yo a él —rio sir Aston sintiéndose superior—. ¡Sean! Entrégales la rubia a mis hombres y, cuando acaben con ella, matadla. Esta noche volveremos a casa.

Chillando y pataleando, Shelma fue arrastrada por sir Aston tras unos árboles y Gillian, horrorizada, gritó a Sean:

—¡Mi hermano te matará! ¡¿No te da vergüenza comportarte así con la gente que cuidó de ti y te ayudó cuando lo necesitaste?! Axel te buscará y te despellejará. Y ¿sabes por qué lo sé? Porque no descansaré en mi tumba hasta que consiga ese propósito.

—Axel no sabrá nada —rio Sean, haciéndola levantarse, y, señalando a unos diez ingleses sucios y malolientes que la miraban con ojos amenazadores, dijo—: ¡Prepárate,
gata
! Esos hombres desean probarte. Serán ellos y no tu querido Niall quienes prueben tu miel.

—¡Cerdo asqueroso! —gritó respirando con dificultad.

Pero un ligero movimiento de unas ramas llamó su atención y fugazmente vio la cara enfadada de su hermano, por lo que, evitando llorar, se volvió hacia Sean desesperada.

—Sean, ¡por favor! Piensa lo que vas a hacer.

El muchacho, sin ningún tipo de emoción en la cara, sonrió, y dijo:

—Está pensado.

—Escucha, Sean —susurró acercándose lo más que pudo, a pesar del asco que le daba—. Si esos hombres tienen que mancillar mi cuerpo, quiero que tú seas el primero. Nunca me atreví a decirte que tú siempre me has gustado.

Al escuchar aquello, Sean abrió mucho los ojos, incrédulo por lo que estaba oyendo de los labios de la nieta caprichosa y consentida de Magnus McDougall.

—¡Por favor, Sean! —gimió con los ojos cargados de lágrimas—. Vayamos tras aquellos árboles —le sugirió Gillian al oído—. ¡Por favor! ¡Por favor! Luego, si quieres, entrégame a ellos, pero…

—Está bien, caprichosa —indicó, satisfecho por el ofrecimiento.

Con un gesto ordenó a los hombres que esperaran y, acercando sus labios a los de ella, capturó su boca salvajemente mientras llevaba una mano hasta uno de sus pechos haciendo gritar de excitación a todos los hombres por lo que veían.

Tras alejarse del grupo, la hizo tumbarse sobre la hierba mientras él se quitaba las botas y se bajaba los pantalones. Con un rápido movimiento se sentó encima de ella y, cogiéndole la camisa de lino, la abrió de un tirón, dejando al descubierto sus pechos.

Gillian, más avergonzada que nerviosa, intentó no chillar. Sean paseó su sucia mirada de los pechos de la muchacha a su cara y, excitado, se lanzó sobre el cuello de ella, mientras sus manos aplastaban sus pechos sin piedad. Era tal su disfrute, que Sean no se percató de que los guerreros ingleses, que hasta hacía unos momentos les miraban con curiosidad, fueron cayendo a manos de El Halcón y sus hombres.

Gillian, asqueada, cerró los ojos y cuando los abrió vio a Niall de pie detrás de Sean. Sus ojos se encontraron y, sin apartar su mirada de la de ella, cogió con sus manos el cuello de Sean y con un rápido y certero movimiento se lo partió. Sin inmutarse por lo que acababa de hacer, tiró el cuerpo inerte del muchacho hacia un lado y rápidamente agarró a Gillian y la levantó.

—¿Estás bien? —preguntó con voz cargada de rabia y emoción, y sólo respiró cuando ella asintió.

Sin dejar de mirarla, la abrazó y ella se acurrucó temblorosa en él. Como pudo, Gillian levantó su cabeza y vio una oscuridad extraña en sus ojos que la asustó. Niall, sin importarle nada, bajó sus labios hasta los de ella y la besó. Necesitaba besarla. Necesitaba sentirla y saber que estaba bien.

Superado el miedo atroz que había sentido, Niall recuperó el control, se separó de ella y, antes de correr detrás de Duncan, gritó:

—¡Cúbrete!

Axel, quien por primera y única vez se había mantenido en un segundo plano, al ver que Niall la soltaba, fue a abrazarla para darle todo su calor.

—¿Estás bien, pequeña? —la arrulló mirando a Niall, que se volvió con cara de pocos amigos mientras seguía a Duncan y Lolach.

De pronto, Shelma emergió del bosque corriendo despavorida. Había conseguido dar un mordisco a sir Aston en el brazo y escapar. Sólo le faltaba su capa, y gritó cuando cayó en brazos de Lolach, que al verla la abrazó como nunca había abrazado a nadie en el mundo. Tras ella corría un malhumorado sir Aston, que se vio rodeado por varios
highlanders
mientras Myles le ponía una espada en el cuello y sonreía.

No muy lejos de allí, Megan y el odioso sir Marcus, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor, continuaban su particular lucha. Creyéndose superior, él le desató las manos. Le gustaba ver la ferocidad de aquella morena y había decidido jugar un poco con ella antes de someterla a sus antojos.

—¿Sabes, pequeña salvaje? —Sonrió mirándole la sangre que tenía en la cara—. Siempre me has parecido preciosa, pero los años han hecho que seas una mujer digna de adorar. Estoy seguro de que ese
highlander
te echará en falta en su lecho. —Atrayéndola hacia él, dijo echándole su apestoso aliento—: Llevo buscándote mucho tiempo y, por muchas morenas que he conocido, siempre he sabido que ninguna sería como tú. En su momento deseé a tu madre, pero tu belleza y el desafío de tu mirada la superan.

—Te arrancaré la piel a tiras —siseó Megan intentando coger el puñal de su bota— si continúas hablando de mi madre.

—¡Hummm…! Me gusta sentir tu lado salvaje —dijo tirándola de espaldas al suelo, raspándose las palmas de las manos—. Me han dicho que el viejo escocés de tu abuelo te enseñó el manejo de la espada, ¿es cierto?

—Sí, me enseñó muy bien —asintió levantándose y retándole con la mirada.

—Demuéstramelo. ¡Toma! —dijo lanzando una espada que ella cogió con dificultad. Era demasiado grande y pesada para ella—. Nunca he conocido a una mujer que supiera manejarla. Enséñame qué has aprendido a hacer con ella.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Megan intentó alzar la espada, pero el peso era demasiado y se le escurría de las manos ensangrentadas. Intentó estabilizar su cuerpo extendiendo la mano izquierda, pero era inútil, pesaba demasiado. Al final optó por asir la empuñadura con las dos manos olvidando el dolor.

—Eres una mujer muy deseable. Será un placer ver cómo te mueves, primero aquí y luego bajo mi cuerpo.

—Antes te mataré —gritó rabiosa por no poder dominar aquella espada.

Sin darle tiempo para respirar, Marcus arremetió y ella se defendió como pudo.

—Intuyo que las noticias que tenía sobre ti decían la verdad —señaló al ver cómo Megan se defendía con bravura de su ataque.

—Si me dieras mi espada —dijo señalando al montículo donde estaban las espadas—, sería capaz de ser un estupendo contrincante.

—Ya lo eres a pesar de ser una mujer —asintió con sarcasmo viendo cómo la camisa blanca de Megan comenzaba a humedecerse de sangre—. Oh…, ¡lo siento! ¿Te he herido? Debes ser más rápida en tu defensa.

Con rabia, Megan maldijo al ver la sangre en su brazo. Pero ¿qué más daba? Ese hombre no conseguiría lo que pretendía. Mirándole, le sonrió con descaro, mientras pensaba en lo que su abuelo y Mauled decían: «Si uno tiene que morir, que sea con honor». Por lo que, quitándose la capa, se quedó frente a él vestida sólo con los pantalones de cuero y la gastada camisa blanca.

—Eres bellísima —susurró sir Marcus—. No me extraña que, a pesar de ser una
sassenach
en tierras escocesas, un escocés se casara contigo. ¿Qué tal la vida con esos salvajes
highlanders
?

—Mejor que con los refinados ingleses —resopló cansada por el enorme esfuerzo que tenía que hacer para atacar y parar sus golpes.

—Debes de ser una fiera en la cama. —Sonrió al hacerla caer al suelo. Poniéndole un pie encima del estómago y la espada a la altura de la garganta, se sentó encima de ella y le susurró—: Me encantará dominar tu voluntad y enseñarte cosas que ese
highlander
no te enseñó —cuchicheó mientras bajaba sus labios hasta los de ella revolviéndole el estómago—. Eres una maldita perra escocesa, como tu madre, y como tal te voy a tratar.

Con un rápido movimiento, Megan levantó la rodilla hasta clavársela en la espalda. Aquel movimiento hizo que él cayera contra ella golpeándola en la frente, momento en que Megan sacó de su bota una daga que agarró con fuerza.

—¡Nadie habla así de mi madre en mi presencia, y menos un asqueroso inglés como tú! —gritó encolerizada clavándole la daga en el estómago—. ¡Tú quitaste la vida a mi padre, a mi familia, y yo te la quito a ti!

Marcus miró horrorizado la daga clavada en su estómago. Maldiciendo cogió la cabeza de la joven y, con las fuerzas que le quedaban, comenzó a golpearla contra el suelo.

De pronto, se escuchó como un silbido y sir Marcus cayó sobre Megan con los ojos muy abiertos. Paralizada por el peso del hombre y el cansancio, respiraba con dificultad cuando sus ojos se encontraron con el rostro ceniciento de Duncan, que dando una patada al hombre le hizo rodar hacia un lado. Agachándose, pasó sus protectores brazos bajo el cuerpo de Megan y la asió con fuerza.

—Tranquila, cariño, ya estoy aquí.

Niall, al ver a su hermano acunando a su mujer, paró a los guerreros levantando una mano. Duncan necesitaba un poco de intimidad.

Ajeno a los ojos que les observaban y dando gracias al cielo por haber llegado a tiempo, Duncan aún temblaba mientras observaba la brecha en la cabeza de su mujer, y se relajaba al ver que la sangre que humedecía la camisa no era grave.

—¿Estás bien, Impaciente? —preguntó con dulzura a pesar de las ganas que sentía de matarla por aquella locura.

Other books

THE EARL'S PREGNANT BRIDE by Christine Rimmer - THE BRAVO ROYALES (BRAVO FAMILY TIES #41) 08 - THE EARL'S PREGNANT BRIDE
London Bridges: A Novel by James Patterson
Judith E French by Highland Moon
Once Upon a Valentine by Stephanie Bond
Alfonzo by S. W. Frank
Castro's Bomb by Robert Conroy
Sicilian Dreams by J. P. Kennedy