Authors: Megan Maxwell
—Sí —asintió conteniendo las lágrimas y respirando con dificultad.
Con delicadeza, la llevó hasta una gran piedra. Duncan, sin articular palabra, limpió la sangre de la cara, mientras ella, con gesto serio, observaba con desprecio a sir Marcus, aquel hombre que tantas desgracias había ocasionado a su familia y que yacía muerto ante ella.
—No lo mires, cariño. Todo acabó —susurró Duncan recuperando su temple, mientras la miraba a los ojos—. Ese bastardo ya no te volverá a tocar.
De pronto, unos gritos la hicieron desviar la mirada y Duncan, haciendo una seña a sus guerreros, permitió que las dos mujeres histéricas se acercaran.
—¡Megan! —gritaron Gillian y Shelma corriendo hacia ella.
Duncan, tras mirarlas unos instantes, sin saber si debía chillarles o matarlas, se levantó y se alejó para dar órdenes a sus hombres. Poco después, con cara de pocos amigos, cruzó unas palabras con Lolach, quien maldecía por la locura de aquéllas.
—¡Dios mío! —susurró Gillian limpiándole la cara—. Estás cubierta de sangre.
Lo que menos le importaba a Megan era la sangre. Sólo le importaba la venganza.
—Gracias al cielo —asintió Shelma abrazando a su hermana—. Por un momento pensé que íbamos a morir.
—¿Dónde está sir Aston? —preguntó Megan con voz ronca.
—Myles y Mael lo ataron a un árbol —respondió Shelma y, señalando con el dedo, dijo—: Esta allí. Espero con impaciencia que sea juzgado.
Con sumo cuidado, Megan se levantó mientras Gillian y Shelma la observaban desconcertadas. Se acercó a sir Marcus y, tras escupirle con odio, agarró con sus doloridas manos su daga y de un tirón la sacó asombrando a las otras dos. Con la mirada oscurecida por el odio, limpió la daga con la camisa del muerto mirando hacia donde Shelma le había indicado que estaba sir Aston.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Shelma cruzando una mirada con Gillian.
—Lo que papá, mamá, John, el abuelo o Mauled hubieran hecho —musitó lenta y secamente acercándose al montículo donde estaba su espada.
Con disimulo, Megan miró hacia donde estaban los hombres, en especial a Duncan, que parecía discutir con Axel. Sin dudarlo y con una tenebrosa mirada que asustó a su propia hermana, comenzó a andar seguida por ésta, mientras Gillian se quedaba paralizada por lo que Megan se proponía hacer.
—Lolach y Duncan le juzgarán. ¡Olvídate de él! —suplicó Shelma cogiéndola del brazo—. Megan, ¡¿quieres escucharme, por favor?!
—No, Shelma. No te voy a escuchar, ni a ti, ni a nadie —respondió mirando a sir Aston, que sangraba como un cerdo, inmovilizado en el árbol.
—¡Megan! ¡No lo hagas! —suplicó Shelma, asustada—. No te manches las manos de sangre. ¡Por favor, por favor!
A pocos metros de ellas, los hombres hablaban y maldecían.
Duncan se giró para mirar a su mujer, pero sólo encontró a Gillian. Esta, con un extraño gesto, miraba al frente. Sin perder tiempo, Duncan miró en la misma dirección y se quedó sin palabras cuando vio que su mujer caminaba con determinación en dirección al inglés, con su espada en una mano y la daga en la otra.
Sus verdes ojos se cruzaron con los ojos asustados de Shelma, que le suplicaron ayuda. Sin perder tiempo, Duncan corrió hacia su mujer, atrayendo la atención del resto, que, incrédulos, intuyeron lo que aquella valiente muchacha pretendía hacer.
—¡Megan! —gritó Duncan mientras todos comenzaban a correr tras él.
Intentó atraer la mirada de su mujer, pero ella no veía nada más que sangre, odio, muerte y a sir Aston Nierter, que al verla acercarse hacia él se quedó petrificado por la crueldad de su mirada.
—¡Escúchame! —pidió Shelma poniéndose ante ella. Pero Megan, sin ningún miramiento, la empujó—. No lo hagas. Nuestros maridos se encargarán de él. No tienes por qué hacerlo. Megan, piénsalo, ¡por favor!
Cansada de escucharla, Megan rugió a su hermana:
—¡Basta, Shelma! El daño me lo hizo a mí, no a ellos. Yo me encargaré de matarlo, como le prometí que haría si tenía oportunidad.
Con una sonrisa helada, se paró ante el hombre, que la miró horrorizado. Y acercándose lo más que pudo a la cara de sir Aston, siseó con toda la rabia y el dolor acumulados de años:
—Ante ti está Megan, la hija salvaje de Deirdre de Atholl McDougall, la mejor madre escocesa del mundo, y de George Philiphs, el mejor padre inglés del mundo. —Con un rápido y seco movimiento que hizo gritar horrorizada a Shelma, le clavó la daga hasta la empuñadura, mientras continuaba hablando—. Esto, ¡hijo de Satanás!, es por ellos, por John, por el abuelo y por Mauled.
—¡Megan! Date la vuelta y mírame —dijo con suavidad la voz de Duncan tras ella, sintiendo el dolor, la rabia y la desesperación que ella expresó momentos antes.
Con una frialdad pasmosa, que puso los pelos de punta a todos los presentes, Megan se volvió y le contempló con una mirada oscura y vacía. Duncan, dando un paso adelante, le habló con serenidad.
—No continúes. Yo me ocuparé. Dame la espada, cariño.
Megan le miró primero a él y luego al resto. Dio un paso hacia Duncan, que sonrió y respiró al ver que ella se acercaba. Pero, de pronto, y sorprendiéndoles a todos, ella se volvió hacia sir Aston con la espada levantada y, sin piedad y tras soltar un bramido que les encogió a todos el corazón, le traspasó el corazón mientras gritaba:
—¡Y esto, maldito inglés, es por mi hermana, por mi hermano y por mí!
Duncan se abalanzó sobre ella, que estaba dura y fría como el mármol, y no consiguió moverla hasta que, con una enorme sangre fría, Megan extrajo su espada del cuerpo muerto de Aston y, tras escupirle, se dejó finalmente guiar por Duncan.
Shelma, liberándose de los fuertes brazos de su marido, corrió hasta su hermana, que, tras aquella terrible tensión vivida, poniendo los ojos en blanco se desmayó.
Cogiéndola con fuerza entre sus brazos, Duncan ordenó a voces traer agua, mientras Gillian, preocupada, corría tras él. Shelma, reaccionando, fue hasta su bolsa para coger algo que puso bajo la nariz de Megan, y ésta abrió los ojos.
—No vuelvas a desmayarte. ¡Te lo ordeno! —susurró Duncan mirándola angustiado.
—Halcón —sonrió al escucharle—. Deja de dar órdenes, o tu vida será un infierno.
Duncan no sonrió, pero su gesto se suavizó. Megan, notando la presencia y el gesto preocupado de Niall, se dirigió a él.
—Niall, ¿podrás perdonarme?
—De momento, no. Ni a ti, ni a las otras dos —respondió con firmeza, y sin decir nada más se levantó y se marchó.
Durante unos instantes todos miraron cómo aquél se alejaba enfadado.
—Oh… —suspiró Gillian—, es insoportable hablar con ese pedazo de burro.
—¡Gillian! —bramó su hermano que, levantándose, siguió a Niall y a Lolach—. ¡Cállate!
Gillian, tras encogerse de hombros, suspiró.
—¡No te muevas! —ordenó Duncan a su mujer—. Tengo que hablar con mi hermano —y tras besarla en la frente se levantó dejando a las tres mujeres solas.
—Creo que, por fin, nuestros problemas con los ingleses acabaron —sonrió Shelma mirando a Megan, mientras sacaba de su bolsa unas tiras de lino limpias para enrollárselas en la cabeza. La brecha continuaba sangrando.
—Sí. Eso parece —suspiró.
—Estoy deseando volver al castillo para darme un baño y cambiarme de ropa —murmuró Gillian mirando gesticular furioso a Niall.
—Menos mal que nuestros maridos nos encontraron —suspiró Shelma—. Pensé que de hoy no pasábamos.
—No cantes victoria tan pronto —indicó Megan observando cómo los hombres las miraban con caras de pocos amigos—. Creo que todavía cabe la posibilidad de que nos maten.
Apartados de ellas, los hombres hablaban sobre qué hacer con las tres mujeres y con los ingleses muertos. Al final, los
lairds
ordenaron a sus hombres cavar unas zanjas donde dar sepultura digna a aquellos ingleses.
—Niall —dijo Axel tocándole el hombro—. Gracias por tu rápida actuación, y déjame decirte que tanto Magnus como yo estamos conformes con que cortejes a mi hermana.
—¡Sabia elección! —asintió Duncan.
Niall, aún furioso, al escuchar aquello les miró con el ceño fruncido.
—¡Qué buena noticia! —exclamó Lolach dándole un golpe en la espalda.
—No tienes que darme las gracias, Axel —respondió Niall, ofuscado—, y, en lo referente a cortejar a tu hermana, es lo último que haría en esta vida. ¡Ni loco volveré a acercarme a ella! —vociferó dejándoles a los tres sin palabras, y mirando a su hermano dijo—: Duncan, si no te importa me iré adelantando.
—De acuerdo —asintió con ojos profundos y cansados. Ver a su hermano tan bajo de moral y enfadado no era lógico ni normal en él, por lo que, sujetándole por el brazo, le preguntó—: ¿Estás bien?
—Sí. No te preocupes —respondió llamando con un silbido a su caballo True—. Te veré en las tierras de los McDougall —y, tras decir esto, marchó sin mirar atrás, dejando a Gillian decepcionada y angustiada por su marcha.
Tras un silencio entre los tres
lairds
, Duncan dijo:
—El muchacho no lo está pasando bien. ¡Gillian le está volviendo loco!
—Ambos están jugando a un juego muy peligroso —respondió Axel mirando a su hermana, que con gesto de enfado lo veía marchar.
—¡Esto va a ser peor que una batalla! —sonrió Lolach mirando a su mujercita, que consolaba a Gillian—. Creo que tu hermana no se dará por vencida fácilmente.
—¿Quieres dejar de mirar a esas tres liantas con esa cara de idiota? —le regañó Duncan, a quien todavía se le contraía el corazón al recordar la imagen de Marcus machacando la cabeza de Megan contra el suelo—. ¿Qué vamos a hacer con ellas?
—De momento, regresar al castillo —anunció Axel—. Mi abuelo estaba muy enfadado y preocupado.
—Mi intención es partir para mis tierras lo antes posible —apuntó Lolach.
Mientras hablaban, Duncan no podía apartar los ojos de su mujer. A pesar de sentirse enfadado y estar ella hecha un desastre, Megan le seguía resultando apetecible. Su sonrisa le desbocaba el corazón cada vez que cruzaba alguna mirada con ella. Tenía que reñirla, pero estaba tan contento de que no le hubiera pasado nada, que era incapaz de pensar en nada más.
Aquella tarde retomaron el camino de vuelta hacia el castillo. Durante el trayecto, Lolach, que parecía un idiota sonriente, no paró de reír junto a una ingeniosa Shelma, que continuamente le contaba cosas haciéndole desternillarse de risa.
Duncan permaneció callado parte del camino, aunque cada vez que su cuerpo rozaba con el de su mujer, se le aceleraba el pulso y en cierto modo le nublaba la mente. ¿Qué le estaba pasando?
—Sabes que lo que hicisteis fue una tontería, ¿verdad? —le susurró al oído con voz calmada mientras ella iba recostada en él, dolorida de cuerpo y mente.
—Sí —asintió sorprendiéndole. Esperaba cualquier otra contestación—. Fue una auténtica locura. Pero, a partir de ahora, dormiré tranquila sabiendo que esos dos bastardos nunca más nos volverán a molestar.
Su voz profunda y sus sinceras palabras consiguieron que asintiera y finalmente la besara en la cabeza.
—Tienes más fuerza y valor del que yo pensaba, Megan. Me has sorprendido.
—Te lo dije —respondió sonriendo.
—Aunque también me has asustado cuando he visto en ti la mirada del odio y la venganza. Esa mirada sólo la había visto en los guerreros en el campo de batalla.
—Mi abuelo me enseñó que la familia es lo más importante, y yo siempre he tenido muy claro que, si alguna vez esos hombres se ponían ante mí, los mataría.
—Has acobardado a mis hombres —sonrió al recordar sus comentarios.
—Así sabrán que conmigo deben tener cuidado. Aunque pediré disculpas a todos por haber puesto en peligro la vida de mi hermana y la de Gillian.
—Y la tuya, no lo olvides —le recordó poniéndole de nuevo sus labios en la coronilla.
—La mía era la que menos importaba en ese momento —murmuró desganada.
Al escuchar aquello el
highlander
se tensó.
—¡¿Cómo has dicho?! —bramó Duncan haciendo una seña a Myles, que prosiguió su camino mientras su
laird
y su mujer se paraban.
—¿Por qué nos paramos? —preguntó Megan.
—No vuelvas a decir que tu vida es la menos importante —señaló asiéndola por debajo de los hombros para volverla hacia él—. ¿Sabes la agonía que he sentido cuando no sabía dónde estabas? ¿Y cuando he visto que ese inglés atizaba tu cabeza contra el suelo? Realmente no entiendes que, si te pasara algo, yo lo sentiría.
—Duncan —susurró conmovida—, escúchame y espero que lo entiendas. Para mí, la vida de mi hermana y la de Gillian valen muchísimo, y si yo, que soy la mayor, hubiera atajado este problema sola, nada de esto hubiera ocurrido. —Con ojos cansados prosiguió—: Si algo les hubiera ocurrido, habría cargado con la culpa el resto de mi vida. Siempre he sido responsable de alguien. Nunca he tenido a nadie más fuerte que yo en el que apoyarme.
—Pero tu abuelo y Mauled…
Megan, tapándole la boca, no le dejó terminar.
—El abuelo y Mauled han cuidado de todos, pero nunca pude obviar que eran dos ancianos que hacían todo lo que podían por nosotros. Ellas podrían haber muerto, y yo no podría haber hecho nada por remediarlo y… —Ya no pudo continuar, se derrumbó contra él.
—Eh…, cariño —dijo abrazándola con dulzura.
En ese momento, Duncan fue consciente de lo duro que había sido para Megan pasar la mayoría de su vida ocupándose de sus hermanos. Sabía perfectamente de lo que hablaba y eso le hizo recordar a su fallecida hermana Johanna. Si él hubiera estado el día de su cumpleaños, nunca habría aparecido muerta en el lago.
Con un gesto aniñado que le robó el corazón, ella susurró:
—Duncan, te prometo que…
—Psss…, calla —la acunó comprobando que la venda de su cabeza volvía a estar manchada de sangre—. Megan, a partir de ahora, yo cuidaré de ti. Me casé contigo. ¡Recuérdalo! Yo te protegeré. ¿De acuerdo, cariño?
—De acuerdo —asintió besándole.
—Continuemos nuestro camino —señaló Duncan, confundido por lo que aquella joven había conseguido remover en él en tan poco espacio de tiempo.
Cuando llegaron al castillo, Axel indicó a las tres mujeres que pasaran al salón, con gesto ceñudo. Magnus las esperaba. Y, aunque su castigo no sería muy grave, como anciano les echaría una buena reprimenda. ¡Se la merecían por haber expuesto sus vidas!