Authors: Megan Maxwell
Con salero, Megan siguió la broma, siendo escuchada por Myles, que sonrió por el buen humor de aquellas mujeres.
—Y si eso te parece poco —sonrió Megan—, suéltanos en un bosque, rodeadas por unos quince jabalís salvajes…
—Oh… —bufó Niall sonriendo—. ¡Basta ya! De acuerdo, os perdono. Pero que sepáis que me decepcionasteis mucho cuando os escapasteis.
—¡Gracias, Niall! —corearon al unísono y, haciéndose una seña, se abalanzaron sobre Niall, que quedó oprimido por las dos mujeres en un abrazo.
A su alrededor, los hombres les observaban. ¿Qué hacían aquellas mujeres abrazando a Niall? El murmullo de los hombres atrajo la atención de sus
lairds
.
—¿Qué ocurre aquí? —gritó Lolach, que, al ver aquello, rápidamente fue a pedir explicaciones mientras Duncan les observaba apoyado en su montura.
—Esposo mío —pestañeó Shelma con una sonrisa—. Le estábamos dando las gracias a Niall por perdonarnos. No tienes por qué gritar de esa forma.
—Iré con Ewen y Myles —anunció Niall separándose de ellas viendo a Myles sonreír— antes de que me volváis a meter en otro lío.
—Lolach, tesoro. ¿Podríamos parar? —prosiguió Shelma—. Necesitamos estirar las piernas y descansar un poco.
—¡No! Ahora no es momento de parar. Seguirás en el caballo hasta que yo lo diga —vociferó bien alto Lolach para que todos le escucharan.
Incrédula por el tono de voz usado por él, Megan le miró.
—¡Serás maleducado! —gritó Shelma al tiempo que Lolach paraba su montura y volvía su mirada hacia ella—. Llevamos demasiado tiempo encima del caballo y necesitamos bajar. ¡No te volveré a llamar tesoro! Pedazo de bruto.
—Será mejor que te calles —ordenó Lolach acercándose a ella.
Megan, sorprendida por aquellos modales de Lolach, le miró con cara de pocos amigos. Duncan, al ver la mirada desafiante de su esposa, acercó su caballo al de su amigo y sin apartar la mirada de Megan le ordenó que callara. Ella no debía meterse.
—¡Alto! —gritó Lolach levantando una mano.
Todo el mundo paró.
—No te preocupes, es mejor que sigamos adelante —le susurró Duncan a su amigo, que hervía de indignación por los gritos de su esposa.
—¡No! Antes quiero hablar con mi mujer —vociferó desmontando de su caballo para tirar del brazo de Shelma. Bajándola de malas formas y sin ningún tipo de contemplación, la arrastró hasta una zona del bosque tupida, donde no se les veía.
Niall miró a Duncan, y éste con la mirada le pidió tranquilidad.
—¿Qué va a ocurrir? —preguntó Megan, indignada por aquello, sin poder apartar la mirada del bosque.
—Mi señor le recordará cómo debe hablarle y dirigirse a él —indicó Mael, uno de los guerreros de Lolach.
—Como se atreva a hacerle algo a mi hermana —murmuró Megan—, se las verá conmigo.
Algunos guerreros, al escucharla, se quedaron boquiabiertos.
—Tú no harás nada —señaló Duncan acercándose a ella—. Ellos han de arreglar sus problemas y tú no te debes meter.
Pero Megan no estaba dispuesta a quedarse impasible ante aquello.
—Pero no es justo. Ella sólo le había pedido parar un rato. Necesitamos estirar las piernas, nosotras no estamos acostumbradas a estar tanto tiempo encima de un caballo. ¡¿Acaso vuestras duras cabezas de
highlanders
no entienden eso?!
Los guerreros volvieron a mirarse incrédulos.
—Si no te callas —gruñó Duncan con fiereza—, tendré que hacer lo mismo que Lolach. Mis hombres nos están mirando y ¡nadie! levanta la voz a su
laird
. Por lo tanto, ¡cállate!
En ese momento aparecieron Lolach y Shelma. Ella traía los ojos enrojecidos por el llanto. Lolach, que no estaba acostumbrado a aquellas situaciones, se paró al lado del caballo de su mujer para ayudarla a montar, pero ésta, ofuscada, se dio la vuelta y subió por el otro lado a la montura sin ningún tipo de ayuda, dejando a todos impresionados.
—¡¿Qué os pasa a todos?! ¿No habéis visto nunca a una mujer subir sola a un caballo? —gritó Megan sin importarle lo que aquello podría acarrear.
—Continuemos nuestro camino —indicó Lolach montando en su caballo. Sin mirar a Shelma, se dio la vuelta y, al mirar a Duncan, intuyó que estaba indignado.
—Seguiréis a caballo sin molestar hasta que nosotros decidamos parar. No volváis a hacer que paremos y, sobre todo —dijo Duncan mirando a su mujer—, no hables si yo no te lo he pedido. ¡¿Entendido?!
—Por supuesto, mi
laird
—respondió Megan con una fría mirada.
Resuelto el percance, la comitiva prosiguió su camino, momento en el que Megan miró a su hermana, que había vuelto callada y, en cierto modo, tranquila.
—¿Estás bien? —preguntó con ganas de coger a Duncan y estamparle contra un árbol. ¿Quién se había creído para hablarle de aquella manera?
—Sí. Tranquila —asintió secándose las lágrimas.
—¿Qué te hizo el bestia de Lolach?
—Oh… Megan —susurró acercando su caballo—. Me besó.
—¡¿Qué?! —Estuvo a punto de chillar al escucharla.
¿Acababa de discutir con su marido mientras su hermana y su marido… se besaban?
—¡Cállate! —sonrió al escuchar a su hermana—. Me llevó de muy malos modos tras los árboles, y yo… yo… comencé a llorar. Y él me besó y me dijo que nunca más volviera a chillarle e insultarle delante de nadie, y menos de sus hombres. ¡Es adorable!
—Es un… ¡bestia! Igual que El Halcón —murmuró mirando las anchas espaldas de su marido, que en un par de ocasiones había vuelto su mirada para intimidarla, cosa que no consiguió—. De todas formas, me alegro de que no te haya hecho daño, eso me hubiera obligado a matarlo.
Myles y Niall, que estaban cerca de ellas, se miraron incrédulos al escuchar aquello de la boca de Megan. Haciendo retroceder a sus caballos, cabalgaron en dirección opuesta, donde pudieron reír a carcajadas. ¡Qué mujeres!
El sol comenzaba a ponerse y aún continuaban montadas a caballo. No volvieron a llamar la atención de los
lairds
, quienes parecían disfrutar del camino y haberse olvidado de ellas.
—¡Dios mío! —se quejó Shelma, tan dolorida que empezaba a sentirse mal—. No puedo más.
—Me duele hasta el alma —suspiró Megan.
En todo aquel tiempo, tan pronto se sentaba de lado como a horcajadas. Duncan no volvió a mirarla. Se comportaba como si ella no estuviera, algo que le molestó. De pronto, Megan miró hacia la carreta donde Zac dormía. Sonriendo a su hermana, murmuró:
—Shelma, ¿ves la carreta?
Su hermana miró, e iluminándosele la mirada preguntó:
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
—Totalmente —asintió Megan—. Veamos, si nos montamos en la carreta, seguiremos el camino, no les molestaremos y, sobre todo, no les haremos parar. Creo que cumplimos todas sus normas, ¿no crees?
—Sí. Y nuestras posaderas nos lo agradecerán. —Shelma cerró los ojos.
—Una cosa más —señaló Megan con picardía—. Cuando estemos en la carreta, sonríe a los hombres de tu marido con cara angelical y pídeles silencio. Yo haré lo mismo con los del mío.
Ambas tomaron las riendas de sus caballos y se acercaron a la carreta.
Myles, junto a Mael, Ewen y Gelfrid, cabalgaba detrás del carro. De pronto, Ewen señaló a las mujeres. Y con la boca abierta vieron cómo las jóvenes, sin parar sus caballos, saltaban sobre la carreta. Ataron sus caballos a la misma y, sin pensárselo dos veces, se echaron junto a Zac. Aunque antes ambas les dedicaron una radiante sonrisa a los guerreros y, con el dedo en la boca, les pidieron silencio.
—¡Por todos los diablos rojos! —exclamó Ewen al ver aquello.
—Se podían haber roto el cuello —murmuró Mael, que con una mano indicó a los hombres que callaran.
—Creo que la llegada de nuestras señoras a los clanes será comentada —rio Myles mirando a Mael, quien asintió y río.
Al anochecer, Duncan y Lolach indicaron a sus guerreros que iban a acampar. Por cabezonería, Duncan no había mirado ni una sola vez hacia atrás a su mujer, pero cuando bajó de su majestuoso caballo Dark esperó encontrarse con la ofuscada cara de Megan, por lo que se quedó sin palabras al comprobar que no estaba ni ella ni su hermana.
—¿Dónde demonios están? —se preguntó mirando alrededor.
—¿Quiénes? —dijo Lolach.
—Tu mujer y la mía.
Con la rabia apoderándose de él, Duncan, seguido por un sorprendido Lolach, anduvo hacia Niall. ¿Acaso no notaban la falta de las mujeres?
—Tranquilo, hermano. Tranquilo, Lolach —señaló Niall al ver la cara de los guerreros—. Están durmiendo dentro del carro.
—¿Dentro del carro? —se asombró Lolach, que fue tras Duncan y comprobó cómo ellas dormían plácidamente al lado de Zac.
—Mi
laird
—Mael se acercó a Lolach—. Fue todo rápido. Pusieron los caballos junto a la carreta y saltaron dentro.
—Impresionante habilidad la de vuestras mujeres,
lairds
—rio Myles mirando a Duncan.
—¿Por qué no se nos informó de ello? —preguntó Duncan mirando a su mujer, que dormida estaba preciosa.
—Disculpadnos —indicó Myles, guardia de Duncan y buen amigo—. Si yo hubiera obligado a Maura a estar tantas horas a caballo, os aseguro que su enfado sería enorme. Hemos marchado todo el día sin parar. Se merecían ese descanso.
Duncan, al escuchar al bueno de Myles, asintió y calló.
—Tienes razón —dijo Lolach, hechizado por cómo respiraba su esposa—. Pasaremos la noche en este claro. Montad un par de tiendas, traed agua y preparad algo de comida. —Mirando a Duncan murmuró mientras caminaban hacia el lago para lavarse—: Amigo, creo que nos hemos casado con algo más que dos simples mujeres.
—Nunca lo dudé. Ya nos indicaron dos viejos zorros que ellas eran dos excelentes yeguas —sonrió con complicidad, dándole un puñetazo a Lolach que se lo devolvió divertido.
El olor de la comida hizo que Megan regresara al mundo real. Desperezándose lentamente, su nariz buscó la procedencia de aquel aroma tan rico, y de pronto se vio metida en una tienda. ¿Cómo había llegado hasta allí?
Con sumo cuidado y sigilo, se acercó a la abertura de la misma. Con disimulo miró hacia el exterior y tuvo que sonreír cuando vio a Zac y a su perro jugando con Ewen. Aquel gigante parecía haberle tomado mucho cariño a su hermano.
Apoyado en un gran tronco y con las piernas estiradas, Duncan hablaba con Niall. Parecía enfadado. Su entrecejo y sus ojos se lo decían. El resto de los guerreros estaban dispersos por todo el claro. De pronto, unas risas atrajeron su atención. Era su hermana Shelma, que salía de la tienda acompañada por Lolach. Durante unos instantes, les miró. Se les veía felices y eso le gustó.
Hambrienta y sedienta, decidió salir de la tienda. Fue mover la tela y Duncan de un salto se levantó y a grandes zancadas llegó hasta ella.
—Por fin despertaste —señaló estudiándola con la mirada—. Ven, toma un poco de estofado, te sentará bien. Hoy apenas comimos.
Megan, sin hablar ni mirarle, le siguió, y de buen grado aceptó el plato que uno de los guerreros le ofrecía.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Megan mirando a quien debía de ser el cocinero.
—John,
milady
—susurró extrañado de que su señora le hablara—. Espero que os guste mi estofado.
Tras asentir al hombre con la cabeza e ignorar a Duncan, se alejó y se sentó bajo un álamo, donde comenzó a comer tranquilamente. Duncan, al sentirse ignorado, la miró con asombro. Nadie había tenido el valor de tratarle así, pero pese a todo se sentó junto a ella, que sin mirarle siguió comiendo.
—Percibo que no estás muy habladora. ¿Te levantas siempre de tan buen humor? —bromeó Duncan, pero ella siguió sin mirarle, algo que comenzaba a desesperarle—. Megan, mírame. ¿Por qué no me hablas?
—¡Oh…, mi señor! —se burló con acidez sabiendo a lo que se exponía—. ¿Me permitís hablar? Os recuerdo que la última vez que os dirigisteis a mí, me ordenasteis no hablar hasta que me lo indicarais.
Duncan resopló.
—Tienes razón. Disculpa mis palabras. Por supuesto que puedes hablar.
—Ahora no deseo hablar contigo —comentó sorprendiéndole como siempre.
Una vez dicho eso, Megan se levantó de un salto. Antes de que él pudiera cogerla del brazo, se dirigió hacia el cocinero, que al verla llegar la miró con curiosidad.
—John, tu estofado estaba exquisito. Eres un gran cocinero.
—Gracias,
milady
—respondió el muchacho, orgulloso, mientras la observaba alejarse.
—¿Dónde se supone que vas? —dijo Duncan tomándola del brazo.
Ella, sin mirarle, dijo:
—Necesito un poco de intimidad. Desearía bañarme.
—El agua está demasiado fría; además, el lago está ocupado por Lolach y Shelma —respondió intentando conectar con sus ojos, pero ella no quería mirarlo.
—Mi señor, ¿necesito vuestro permiso para asearme?
—Esta discusión ridícula se acabó —advirtió Duncan, malhumorado.
Sin soltarla del brazo y con gesto de enfado, la llevó hasta un lugar apartado de las miradas curiosas de sus hombres. Necesitaba hablar con ella.
—Vamos a ver, mujer. ¿Me puedes decir qué te pasa?
Clavando sus oscuros ojos en él, dijo en un tono poco conciliador:
—¿Puedo hablar? ¡Oh, mi dueño y señor!
—¡Maldita sea! —gruñó desesperado—. Deja de llamarme «señor» y habla.
Megan, viendo la desesperación en los ojos de su marido, con media sonrisa le miró desafiante y poniendo sus manos en la cintura dijo:
—Ahora que vuelves a ser Duncan y que puedo hablar, te diré que hoy te has comportado como un estúpido, maleducado, al que he deseado matar en varias ocasiones. —Viendo que la miraba divertido, continuó mientras se rascaba la herida de la frente—: ¡Maldita sea, Duncan! Tengo la cabeza que me va a estallar de dolor. Mi hermana y yo no somos guerreros. Aunque quizá seamos más fuertes que otras mujeres, anoche ambas estuvimos disfrutando con nuestros maridos de la intimidad de nuestra habitación. Por lo que estamos doloridas y cansadas… —Al escuchar aquello, Duncan cerró los ojos. ¿Cómo podían haber sido tan brutos y no pensar en lo que ahora ella le decía? Megan prosiguió—: Y me hubiera gustado mucho que mi marido, ese que anoche me decía cosas bonitas, se hubiera dado cuenta de que yo necesitaba bajar del caballo porque…
No pudo continuar. Duncan la atrajo hasta él y la besó. La besó con avidez y deseo, con ternura y pasión, mientras susurraba disculpas en gaélico. Disculpas que ella aceptó. Adoraba a ese hombre. Sus besos, sus labios, su sonrisa, eran capaces de enloquecerla. Hacía un momento estaba enfadadísima con él, y ahora no quería que dejara de besarla.