Pero no lo hicieron. No lloró.
Leon volvió por la tarde. El policía que lo acompañó le abrió camino hasta la entrada del hotel. Parecía cansado y derrotado. Jessica salió a su encuentro en la escalera.
—¿Cómo está Sophie?
Él se frotó los ojos con la palma de las manos.
—Mal. Los médicos no saben si lo logrará. —Puso cara de indignación—. Uno de los sabuesos de Norman ronda por la UCI. Le importa un comino cómo se encuentra mi hija; lo único que quiere es que salga del coma y le diga quién es el asesino. Para él Sophie no es más que un testigo. El testigo clave, de hecho.
—Sólo cumple con su trabajo —le dijo Jessica—, y todos sabemos que al final darán con el culpable.
—El culpable se llama Phillip Bowen. No entiendo que aún te quede alguna duda al respecto —respondió él con un punto de agresividad.
Jessica le puso una mano en el hombro para calmarlo.
—Tiene muchas cosas en su contra, es cierto, pero todavía no podemos estar seguros del todo, así que debemos concederle el beneficio de la duda. Ya sabes lo difícil que es lograr un veredicto de culpabilidad basado sólo en indicios, así que la declaración del único superviviente, y más si se trata de una niña, puede resultar decisiva.
Él asintió y de pronto, sin más, se dejó caer en uno de los peldaños y escondió su rostro entre las manos. Sus anchos hombros se encorvaron y empezaron a temblar. Lloró y lloró sin articular palabra, y Jessica, en cuclillas detrás de él, le pasó los brazos por los hombros para reconfortarlo con su calor y su presencia, sin pronunciar palabra, ya que no habría encontrado ninguna que no resultara absurda o banal. Lo dejó llorar todo el rato que quiso y lo envidió por eso; por haber encontrado una válvula de escape para su dolor. Algo que ella no había conseguido aún.
—Perdona —dijo él al cabo, manteniendo la mirada fija en la pared—. Es sólo que… no he podido evitarlo…
—Descuida. Has hecho bien. Todo lo que te quedes dentro sólo servirá para atormentarte.
Él asintió con cara de desesperación.
—¿Qué haremos ahora? ¿Cómo podremos seguir viviendo?
—¿Quieres un té? —le ofreció ella.
El ofrecimiento de un té no daba respuesta a preguntas tan trascendentales, pero fue lo más cercano a una réplica y lo más adecuado que se le ocurrió.
Leon se levantó con esfuerzo.
—De acuerdo —dijo, y la siguió a su habitación.
Tras tomar dos tazas de té con leche y azúcar y quedarse un rato dormido en el sofá, Leon se despertó sintiéndose mejor y un poco recuperado. Todavía tenía los ojos hinchados y enrojecidos, pero las marcas de las lágrimas en sus mejillas se habían secado, y, aunque su aspecto continuaba denotando una gran tristeza, también parecía más sereno y consolado. Mientras dormía, Jessica intentó una vez más hablar con Ricarda, pero la joven se había encerrado en su habitación y no respondía a sus llamadas ni a los golpes en la puerta. Al ver que no tenía ninguna posibilidad de hablar con ella se fue en busca de Evelin, a la que encontró en su cama, durmiendo a pierna suelta. Cuando volvió a su habitación, Leon acababa de despertarse. Por primera vez en aquel día lo vio esbozar una sonrisa vacilante.
—Tengo hambre —dijo.
—Intentaré que nos suban algo a todos, porque si bajamos al restaurante los periodistas no nos dejarán en paz —contestó ella.
Leon se puso en pie, se desperezó, se acercó a la ventana y miró hacia fuera. De pronto todo su cuerpo se puso tenso.
—¡No puede ser! —gritó.
—¿Qué pasa?
—¡Ha vuelto! ¡Bowen! ¡Y la modelo!
Jessica corrió a su lado y miró. Phillip y Geraldine acababan de bajar de un coche de policía y eran escoltados por varios agentes hacia el hotel. Los seguía el superintendente Norman y otro hombre al que Jessica no había visto antes. Por lo visto los acribillaron a preguntas mientras entraban en el edificio, pero Norman se limitó a menear la cabeza y mantener la boca cerrada. Y su acompañante hizo otro tanto.
—Ha de ser que los indicios en su contra no han bastado para acusarlo —dijo Jessica.
Leon dio un puñetazo al alféizar de la ventana.
—¿Que no han bastado? ¿Dices que los indicios no han bastado? Pero ¿qué otros indicios necesita ese imbécil de Norman? —Y se dio la vuelta, cruzó la habitación en dos zancadas y salió hecho un basilisco.
—¡Leon, no hagas una tontería! —intentó detenerlo Jessica—. ¡No sabes lo que ha sucedido en realidad!
Pero fue en vano. Leon ya estaba bajando la escalera, y Jessica lo siguió.
Por suerte, los policías habían impedido que los periodistas se colaran en el Fox and Lamb, así que en el vestíbulo sólo estaban Geraldine, Phillip, el superintendente Norman y su desconocido acompañante. Leon se abalanzó sobre Norman como un toro furioso.
—¿Por qué lo han soltado? —rugió—. ¿No les basta con lo que ha hecho? ¿Necesitan que mate a más gente antes de decidirse a encerrarlo?
—Señor Roth, entiendo que esté usted… —empezó Norman, pero Leon estaba fuera de sí.
—¡Mi mujer ha muerto! ¡Mi hija mayor ha muerto! ¡La pequeña casi no tiene posibilidades de sobrevivir! ¡Y ustedes dejan libre al responsable sólo porque debe de haberse procurado un abogado listo! ¡Pues bien, sepan que yo también soy abogado! Y juro que no me detendré hasta que este hombre pague por sus crímenes y…
—Señor Roth, le ruego que haga un esfuerzo por calmarse. Está usted equivocado. —Quien habló fue el hombre que había bajado del coche con Norman y los dos jóvenes. Miró a Leon y Jessica—. Permitid que me presente. Soy el inspector Lewis, de Scotland Yard. Me han asignado este caso.
—¿Y su primera actuación consiste en dejar libre a un hombre que ha matado a cuatro o quizá cinco personas? —espetó Leon.
—¡Leon! —dijo Jessica con voz apremiante.
Evitó cruzar su mirada con la de Phillip. No quería que Leon descubriera que entre ellos existía cierto conocimiento.
—Señor Roth, hemos hecho nuevas averiguaciones que lo cambian todo —dijo Norman. Ni su voz ni su expresión dejaban ver si le molestaba la presencia de aquel inspector londinense—. No tenemos ninguna prueba que demuestre que el señor Bowen es culpable.
—¡Tonterías! —gritó Leon—. ¡Ese hombre amenazó repetidamente a mi mujer! ¡Se coló en nuestra casa! ¡Se pasaba horas deambulando por nuestros jardines o por el bosque que rodea Stanbury House! ¡Está chalado, es un perturbado! Es…
—Si no le importa —dijo Phillip a Norman—, a la señorita Roselaugh y a mí nos gustaría retirarnos a nuestra habitación. Todo lo que tengan que decir sobre nosotros puede ser discutido en nuestra ausencia.
—Sí, por supuesto, pueden irse —dijo Norman.
Jessica, que seguía en la escalera, se hizo a un lado para dejar pasar a Phillip y Geraldine, pero continuó evitando mirarlo a los ojos. Sólo observó de soslayo a la chica, que estaba muy pálida y parecía cualquier cosa menos feliz. «Qué mujer más guapa», pensó.
—Ahora me gustaría hablar con la señora Burkhard —dijo el inspector Lewis.
Jessica se sorprendió. ¿Con Evelin?
—Está en su habitación —dijo—. Creo que aún duerme, pero…
—Pues despiértela, por favor —pidió Lewis.
Era más duro y lacónico que Norman, y su rostro no traslucía la menor emoción. Parecía de los que saben separar el trabajo de las emociones personales.
—¿Quiere que le diga que baje, o prefiere subir usted a su habitación?
—Lo que ella prefiera —dijo Lewis—. Le agradecería que usted misma se lo preguntase y nos comunicara la respuesta.
—Pues yo quiero saber… —empezó Leon de nuevo, pero Lewis lo interrumpió con brusquedad.
—Por ahora lo que usted quiere, señor Roth, no nos interesa. Le ruego nos deje solos y que permanezca en su habitación por si lo necesitamos.
Su tono pareció convencer a Leon, que por fin optó por cerrar la boca. Jessica subió la escalera a toda prisa para despertar a Evelin. Tenía un mal presentimiento. Había algo raro en el comportamiento de ambos oficiales: parecían muy seguros de sí mismos, casi triunfales. No sabía si el inspector Lewis era siempre así, pero estaba claro que Norman no. «Saben algo —pensó— o tienen sospechas fundadas. Algo de lo que todavía no nos han hablado. Algo nuevo…»
De pronto sintió frío. Entró en la habitación de Evelin, que ya se había despertado aunque seguía acostada. Se había puesto un camisón pero no se había quitado la bufanda, lo cual le daba un aspecto de enferma con dolor de garganta.
—Evelin, lo siento pero el superintendente Norman quiere hablar contigo. Ha venido otro inspector. —Prefirió no decirle que era de Scotland Yard. El desasosiego que sentía ya era suficientemente intenso y no quería transmitírselo a su amiga.
Evelin se incorporó.
—Ya voy —dijo.
Una hora después fue acusada de haber cometido los asesinatos.
—Resulta —dijo Norman— que no tenemos ninguna prueba contra Bowen, y en cambio unas cuantas contra Evelin Burkhard.
Estaban en la habitación de Jessica. Leon, Norman y ella, todavía alucinada por el sorprendente giro de los acontecimientos. El inspector Lewis se había ido con Evelin a Leeds para someterla a un detallado interrogatorio del que —teniendo en cuenta su consejo de que metiera en una maleta algo de ropa y sus artículos personales— no parecía que fuera a regresar aquella misma tarde. El rostro del inspector, hasta entonces impenetrable, denotaba en aquel momento una firme resolución.
Al bajar la escalera Evelin estaba blanca como la tiza.
—Jessica, yo no he sido… —le dijo en tono suplicante al pasar junto a ella—. ¡Por favor, tienes que creerme!
—¡Por supuesto! Seguro que la policía no tarda nada en darse cuenta de su error.
Jessica creía que aquello no era más que una desgraciada equivocación, y ni siquiera se detuvo a pensarlo. Al menos no conscientemente, porque en lo más profundo de sí albergaba un extraño presentimiento. Estaba nerviosa. No es que dudara de la inocencia de Evelin, eso nunca; es que el inspector Lewis le daba miedo. Y el superintendente Norman no hacía nada por tranquilizarla, sino más bien al contrario.
Fuera había oscurecido y en la habitación sólo estaba encendida la lamparita de la mesita de noche. La bombilla del techo se había fundido y, pese a que Jessica lo notificó en recepción, hasta ahora nadie había ido a cambiarla. A la luz del ocaso ella pudo ver lo pálido y tenso que estaba Leon, y también lo estresado y agotado que parecía el superintendente.
Barney
no dejaba de ir de un lado a otro, inquieto. Echaba de menos los largos paseos con su ama. Necesitaba movimiento, aire fresco y sol. Al final se resignó a que ninguna de aquellas personas querría salir a pasear con él y se acostó, enroscado y suspirando, sobre su manta.
—¿Está diciéndome que no tiene nada para acusar a Bowen? —dijo Leon, incrédulo—. ¿Acaso no tiene suficiente con…?
Norman levantó una mano para hacerlo callar.
—Señor Roth, entiendo la impotencia que siente, y por ello pasamos varias horas interrogando concienzudamente al señor Bowen. Tiene una idea fija respecto a su padre y por eso se ha creado unas expectativas claras y determinadas, pero… —dudó al escoger las palabras—, pero aun así no está loco. A estas alturas de mi carrera tengo suficiente conocimiento de las personas para afirmarlo sin temor a equivocarme. Está en pleno uso de sus facultades y lo único que busca es reconocimiento, que la gente admita que Kevin McGowan fue su padre. No me cabe duda de que luchará por conseguirlo, pero no hasta el punto de matar casi a media docena de personas, entre otras cosas porque de este modo no conseguiría nada. No avanzaría ni un milímetro. Pretende solicitar una exhumación del cadáver de McGowan y…
—¿Y eso no es estar loco? —exclamó Leon, indignado—. ¿Qué hay que hacer para que ustedes consideren loco a alguien?
Norman se frotó los ojos, enrojecidos de cansancio.
—Admito que ese hombre está exagerando las cosas y que parece obsesionado, pero en cualquier caso todos sus movimientos están orientados a un único fin, y los pasos que pretende seguir para alcanzarlo no son descabellados en sí. Pueden parecer algo estrafalarios, pero si miramos las cosas desde su punto de vista debemos reconocer que en el fondo es lo único que le queda por hacer. No logra aceptar que fue rechazado por su padre e intenta resarcirse de ese dolor. Pero en ningún caso es el prototipo de un psicópata asesino.
—No sabía que en sus ratos libres ejerce usted de psicólogo, superintendente —repuso Leon con cinismo—. ¡Sólo así se explica su seguridad al hacer un juicio de valor sobre la personalidad de Phillip Bowen!
—No olvide que tengo a mis espaldas un buen número de criminales actualmente entre rejas, señor Roth.
—Pero seguro que éste es su caso más complicado.
Norman asintió.
—Entonces ciñámonos a los hechos —dijo—. Al fin y al cabo es lo único en que debemos basarnos. En primer lugar: esta mañana, cuando vinimos a buscarlo, Bowen llevaba la misma ropa que ayer por la tarde, durante su visita a Stanbury House. La propia Evelin Burkhard lo confirmó. Le pedimos que se cambiara y nos entregara las prendas usadas. Y el análisis técnico confirmó que en esas prendas no había ni el menor rastro de sangre, y resulta de todo punto imposible que alguien mate a cuatro personas con un cuchillo e hiera gravemente a otra sin salpicarse en absoluto. Supongo que estará usted de acuerdo conmigo, ¿no?
—Por el amor de Dios, ¿y cómo iba a estar Evelin segura de que ésa era la ropa que llevaba en realidad? ¡Un tejano es siempre un tejano, y yo mismo tengo varios jerséis de color oscuro! El muy cabrón debió de deshacerse de la ropa manchada de sangre y vestirse con otra parecida, y ustedes han picado como tontos.
—Bien; en segundo lugar, no hemos hallado ninguna huella suya en el arma homicida y…
—¡La limpió! ¡Joder, el tipo está loco pero no es imbécil!
—… y tiene una coartada.
Los hombros de Leon, tensos de rabia e indignación, se encorvaron un poco.
—¿Una coartada? —Estuvo todo el rato con la señorita Geraldine Roselaugh.
—¡Pero bueno! ¡No puedo creer que me salga con eso! ¿Qué valor puede tener esa coartada? ¡La chica vendería su alma al diablo si él se lo pidiera!
—Nosotros somos policías, señor Roth. No podemos cuestionar ciertas afirmaciones con la ligereza con que lo hacen los abogados. Por lo menos a priori debemos aceptar la declaración de un adulto (y le recuerdo que ella no es su mujer) que afirma haber estado con Phillip Bowen durante el tiempo en que se cometieron los asesinatos, y además a varias millas de distancia de Stanbury House. Además, la señorita Roselaugh está dispuesta a firmar una declaración jurada a ese respecto.