Destino (2 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Destino
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Lo vi desarrollado en su mente.

Nos ponemos en pie despacio, con gestos solemnes, conscientes de que no encontraremos aquí las respuestas que buscamos, de que lo mejor que podemos hacer es empezar por los Grandes Templos del Conocimiento y seguir desde allí. Y nos disponemos a partir cuando oímos la melodía que nos deja paralizados:

Se alzará desde el barro
,

y se elevará hacia los vastos cielos de ensueño.

Y tú-tú-tú te alzarás también…

Damen agarra mi mano con más fuerza, me atrae hacia sí y nos volvemos juntos hacia ella. Contemplamos los largos mechones de cabello que se han escapado de la trenza que baja por su espalda y flotan sueltos en torno a su cara arrugada y vetusta, creando un sobrecogedor efecto de halo plateado. Los ojos de la anciana, legañosos y turbios, se clavan en los míos.

Desde el abismo y las oscuras profundidades,

lucha por avanzar hacia la luz
.

Solo desea una cosa
.

¡
La verdad
!

La verdad de su ser
.

Pero ¿se lo permitirás
?

¿
Permitirás que se alce, florezca y crezca
?

¿
O lo condenarás a las profundidades
?

¿
Desterrarás su alma agusanada y exhausta
?

Repite la melodía, destacando el final de cada verso. Su voz se eleva al cantar: «Barro – ensueño – también – profundidades – luz – cosa – verdad – ser – permitirás – crezca – profundidades – exhausta – exhausta – exhausta», repitiendo la última parte una y otra vez. Sus ojos me recorren, observando y analizando aunque parezcan ciegos. Alza ante sí sus viejas manos nudosas, sarmentosas; los dedos se abren despacio y las palmas arrojan ceniza.

Damen me aprieta la mano y le dirige una mirada furiosa, dura y cargada de significado, al tiempo que le advierte:

—No te acerques. —Se pone delante de mí y añade—: Quédate ahí.

Su voz es serena y segura, y contiene una amenaza apenas velada, imposible de ignorar.

Pero si la anciana le ha oído, no le presta atención. Sus pies siguen moviéndose, avanzando a rastras; sus ojos siguen mirándome y sus labios continúan pronunciando la letra de la canción. Se detiene a escasa distancia de nosotros, en el borde mismo del perímetro, el punto en el que termina la hierba y empieza el barro. Baja el tono de voz cuando dice:

—Te estábamos esperando.

Se inclina ante mí, doblando la espalda con una agilidad y una gracia sorprendentes para alguien tan anciano, tan… decrépito.

—Ya me lo has dicho —respondo, para consternación de Damen.

«¡No le contestes! —me advierte él mentalmente—. Limítate a seguirme. Saldremos de aquí.»

Unas palabras que la anciana oye sin duda, pues su mirada se clava en Damen. El azul desteñido de sus viejos iris casi desaparece cuando pone los ojos en blanco y dice:

—Damen.

Al oír pronunciar su propio nombre, Damen se pone rígido y se prepara mental y físicamente para cualquier cosa menos lo que viene a continuación.

—Damen. Augustus. Notte. Esposito. Tú eres la razón. —Los mechones de su cabello se alzan y giran en una brisa manifestada que sopla por todas partes—. Y Adelina, la cura. —Une las palmas de las manos y me suplica con la mirada.

Les miro sin saber qué me resulta más perturbador: el hecho de que la vieja sepa su nombre completo, incluyendo un término que nunca había oído y otro pronunciado de una manera nueva para mí, o ver que Damen palidece y se queda paralizado tan pronto como ella le acusa.

Por no hablar de quién demonios es «Adelina».

Sin embargo, las respuestas que se arremolinan en la mente de Damen mueren mucho antes de poder alcanzar sus labios, detenidas por el tono de la voz de ella, que dice:

—Ocho. Ocho. Uno. Tres. Cero. Ocho. Es la clave. La clave que necesitas.

Los miro a los dos y observo que Damen entorna los ojos y aprieta los dientes. Murmura una serie de palabras en voz tan baja que no logro entender lo que dice. Agarra mi mano con más fuerza para ayudarme a salir del barro y alejarnos de ella.

Damen me ha advertido que no mire atrás, pero no le hago caso. Echo un vistazo por encima del hombro y clavo la mirada en esos viejos ojos legañosos, esa piel tan frágil, tan translúcida que parece iluminada desde el interior, esos labios que ceden suavemente mientras canta: «Ocho – ocho – uno – tres – cero – ocho».

—Ese es el principio —dice—. El principio del final. Solo tú puedes desvelarlo. Solo tú, tú, tú, Adelina…

Las palabras flotan en el aire y nos acompañan burlonas, persiguiéndonos hasta que salimos de Summerland.

Hasta que volvemos al plano terrestre.

Capítulo dos

—N
o podemos pasarlo por alto.

Me vuelvo y lo miro, y sé con certeza que él no opinará lo mismo.

—Claro que podemos. De hecho, yo ya lo hago.

Sus palabras suenan mucho más ásperas de lo que pretendía y no tarda en pedirme disculpas con un tulipán rojo, de tallo verde y curvado, que florece en su mano. Me lo ofrece y lo cojo enseguida. Me lo acerco a la nariz y dejo que sus suaves pétalos me rocen los labios mientras inhalo el aroma casi imperceptible que él ha puesto ahí para mí. Le observo caminar por el amplio espacio que hay entre la cama y la ventana. Sus pies descalzos atraviesan el pavimento de piedra, llegan hasta la mullida alfombra y vuelta a empezar. Soy consciente del conflicto que se desarrolla en su mente y sé que tengo que exponer mis argumentos deprisa, antes de que él tenga oportunidad de construir los suyos.

—No puedes darle la espalda a algo solo porque sea raro, extraño o, como en este caso, sumamente desagradable. Créeme, Damen, esa vieja me pone los pelos de punta tanto como a ti. Sin embargo, me niego a pensar que nos ha encontrado una y otra vez por casualidad. No existen las coincidencias, y tú lo sabes. Hace semanas que intenta decirme algo. Entre la canción, esa manía de señalarme y lo demás… —Mi cuerpo se estremece de forma involuntaria, por lo que me hundo en la cama y me froto los brazos para disimular—. En todo caso, está claro que intenta decirnos algo, darnos alguna pista. Y, bueno, creo que al menos deberíamos intentar averiguar lo que puede ser. ¿Tú no? —Hago una pausa, dándole la oportunidad de responder. Pero se limita a mirar por la ventana dándome la espalda. Sus hombros rígidos, la firme inclinación de su cabeza y el silencio largo y persistente me obligan a añadir—: ¿Qué mal podría hacernos tratar de averiguarlo? Si resulta que es una vieja loca y senil como tú crees, pues vale. Da igual. No ha pasado nada. En serio, ¿qué tendría de malo perder unos días si tenemos toda la eternidad por delante? Pero por otra parte, si resulta que la vieja no está loca, bueno…

Damen se vuelve a mirarme antes de que termine de hablar. Tiene una expresión tan tensa y malhumorada en el rostro que doy un respingo.

—¿Qué daño podría hacernos? —Frunce los labios y clava sus ojos en los míos—. Después de todo lo que hemos pasado, ¿cómo se te ocurre hacerme esa pregunta?

Le doy una patada a la alfombra. Hablo mucho más en serio de lo que él cree, mucho más de lo que estoy dispuesta a reconocer. En mi fuero interno, sé de forma instintiva que la escena que acabamos de presenciar tenía mucho más sentido de lo que él quiere admitir. El universo no es tan azaroso como parece. Hay una razón para cada cosa, y sé en lo más profundo de mi corazón y de mi alma que esa anciana ciega y aparentemente loca me ofrece una pista acerca de algo que necesito saber.

Aunque no tengo ni idea de cómo convencer a Damen.

—¿De verdad quieres que nos pasemos las vacaciones de invierno intentando descifrar el acertijo de una vieja chalada, tratando de encontrarle un sentido más profundo que, en mi humilde opinión, no existe?

«Es mejor que la alternativa», pienso, aunque no digo nada. Recuerdo la cara que puso Sabine la noche en que regresé a casa de madrugada, justo después de enviar a mi antigua mejor amiga a Shadowland y del funeral improvisado que siguió en Summerland. Su mirada, la bata ceñida a la cintura, los labios pálidos y fruncidos. Pero los ojos eran lo peor: su habitual brillo azul quedaba eclipsado por las ojeras. Me observaba con una horrible combinación de rabia y miedo. Su voz sonaba áspera, y sus palabras resultaron comedidas y bien ensayadas cuando me dio a elegir entre aceptar la ayuda que según ella necesito y buscarme otro lugar para vivir. Se quedó convencida de que simplemente me estaba mostrando obstinada cuando asentí con la cabeza, di media vuelta y salí por la puerta.

Cuando me fui a casa de Damen, donde he vivido desde entonces.

Procuro pensar en otra cosa, dejando ese pensamiento para más adelante. Sé que tendré que afrontar nuestros problemas en algún momento, aunque por ahora está claro que el lado oscuro de Summerland tiene prioridad.

No puedo permitirme distracciones cuando aún me queda un buen argumento que exponer.

—Ella sabía tu nombre —digo.

Comprendo que Damen confiaba en que no lo mencionase en cuanto veo la expresión incómoda de su rostro, y me siento desanimada cuando se encoge de hombros con la esperanza de poder dejarlo así.

—Se mueve por Summerland, un lugar en el que resulta fácil conseguir información. —Damen arquea una ceja y esboza una sonrisa—. Seguro que todas las respuestas están allí, en los Grandes Templos del Conocimiento, para que cualquiera pueda encontrarlas.

—Cualquiera no —declaro—. Solo quienes lo merezcan.

Tuve ocasión de comprobarlo personalmente: recuerdo la época, no demasiado lejana, en la que formé parte de quienes no merecían ese honor. Los Grandes Templos del Conocimiento me impidieron la entrada hasta que me serené y volví a canalizar mi «buen rollo», como lo llama Jude. Una época terrible a la que espero no volver jamás.

Damen me mira. Está claro que no piensa rendirse con facilidad, aunque se nota que desea alcanzar una solución intermedia. Las técnicas evasivas no nos llevan a ninguna parte. Necesitamos acción. Necesitamos establecer un plan.

—Ella sabía que te llamaban Esposito. —Le recorro de arriba abajo con la mirada, preguntándome cómo tratará de escurrir el bulto—. Tu nombre de huérfano —añado, refiriéndome al nombre que le impusieron cuando era mortal, justo después de que sus padres fuesen asesinados y él se quedara solo en el mundo, sin nadie que le cuidase, y se convirtiera en pupilo de la iglesia.

Contesta deprisa:

—Esa información también está a disposición de todo aquel que la busque, y solo corresponde a un triste recuerdo de un pasado muy lejano en el que prefiero no pensar demasiado.

A pesar de la rápida respuesta, acaba con un suspiro, una señal clara de que las ganas de discutir se filtran en su respiración.

—También te ha llamado por otro nombre. ¿Notte?

Le miro, y mi mirada deja claro que, aunque él tal vez prefiera no hacer caso y cambiar de tema, yo aún no he terminado con este. Necesito respuestas. Respuestas reales y sólidas. No me sirve que se encoja de hombros y enarque una ceja.

Me vuelve la espalda solo por un momento, antes de mirarme de nuevo. Y al ver que deja caer los hombros, hunde las manos en los bolsillos y relaja la mandíbula en un gesto de silenciosa resignación, lo cierto es que me siento mal por presionarle de este modo. Aunque ese sentimiento no dura mucho. Pronto queda dominado por la curiosidad. Cruzo los brazos y las piernas y aguardo su respuesta.

—Notte. —Asiente con la cabeza, dándole al nombre un bonito acento italiano que yo no podría conseguir aunque lo intentase—. Uno de mis nombres. Uno de los muchísimos nombres con los que fui conocido.

Le miro sin permitirme parpadear, sin querer perderme nada.

Observo los movimientos de su esbelto y delgado cuerpo mientras traga saliva, se frota la barbilla, cruza los tobillos y se apoya en el alféizar de la ventana. Se toma unos momentos para jugar con las contraventanas. Contempla la piscina y, a lo lejos, el océano iluminado por la luna. Cierra de golpe y se vuelve hacia mí.

—También me ha llamado Augustus, que era mi segundo nombre. Mi madre insistió en ponérmelo, aunque no resultaba demasiado habitual en aquella época. Y como tú y yo nos conocimos en agosto, el ocho de agosto para ser exactos, bueno, más tarde lo adopté como apellido, cambiándolo un poco para que coincidiese con el mes, pensando que debía haber algún sentido más profundo detrás, que de alguna manera ese nombre me conectaba contigo.

Trago saliva y toqueteo la pulsera de cristal con forma de herradura que me regaló aquel día en el sendero. Me sentí un poco abrumada por un sentimiento que no esperaba.

—Pero tienes que entender, Ever, que llevo muchísimo tiempo aquí. No he tenido más remedio que ir cambiando de identidad cada cierto tiempo. No podía arriesgarme a que alguien se diese cuenta de la duración anormal de mi vida, ni tampoco de la verdad de… de lo que soy.

Asiento con la cabeza. Todo lo que ha dicho hasta ahora tiene sentido, pero hay más, mucho más, y él lo sabe.

—Bueno, ¿y a cuándo se remonta el nombre Notte? —pregunto.

Cierra los ojos, se frota los párpados. Sin abrirlos, dice:

—Al origen. Al principio de todo. Es mi auténtico apellido.

Calmo mi respiración, decidida a no reaccionar de manera exagerada. Mi mente está inundada de preguntas, la principal de las cuales es: «¿Cómo diablos lo supo la anciana?». Seguida de: «¿Cómo diablos lo supo la anciana cuando yo ni siquiera lo sabía?».

—No había motivo alguno para mencionarlo —dice, refiriéndose al pensamiento que ocupa mi mente—. El pasado es solo eso, pasado. Se acabó. No hay ningún motivo para volver a él. Prefiero concentrarme en el presente, en el ahora, en este momento.

Su rostro se levanta un poco mientras sus ojos oscuros se iluminan sobre los míos y me lanzan destellos con la promesa de una idea nueva. Hace un movimiento hacia mí, confiando en que acepte la distracción.

Su avance se detiene pronto, cuando digo:

—No parece que te importe volver al pasado cuando vamos al cenador.

Y cuando veo que da un respingo, me reprocho mis injustas palabras.

El cenador, el bonito regalo que él manifestó cuando cumplí diecisiete años, es el único lugar en el que podemos estar juntos de verdad… Bueno, dentro de los límites de la época. Pero, aun así, es el único sitio en el que podemos disfrutar de verdad del contacto piel con piel, libres del miedo a que él muera, del temor a invocar la maldición del ADN que nos mantiene separados aquí, en el plano terrestre. Elegimos una escena de una de nuestras vidas pasadas, nos introducimos en ella y disfrutamos del romántico momento. Y reconozco que me gusta tanto como a él.

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