En
Diario. Una novela
, la camarera Misty Tracy Wilmot, sufrida trabajadora en un centro turístico de una isla de Nueva Inglaterra, cuyo marido yace en coma tras un intento de suicidio, se propone tomar nota de todo lo que ocurre para que él pueda leerlo cuando regrese del otro lado, si eso llega a suceder. Mientras ella escribe su diario, diferentes actos de vandalismo contra la insoportable masa de turistas y reveladores graffiti en las paredes se suceden como indicios de la existencia de algo podrido, aquí y allá, en todas partes.
Diario. Una novela
vuelve a arremeter contra el sueño americano, descubriéndose la pesadilla que se esconde debajo de una alfombra de lujo.
Chuck Palahniuk
Diario
Una novela
ePUB v1.0
GONZALEZ02.05.12
Título original:
Diary
Traducción de Javier Calvo
© 2003, Chuck Palahniuk
A mi abuelo, Joseph Tallent.
Que me dijo que fuese lo que quisiera.
(1910-2003)
Hoy ha llamado un hombre desde Long Beach. Ha dejado un mensaje largo en el contestador, farfullando y gritando, hablando deprisa y despacio, diciendo palabrotas y amenazando con llamar a la policía para que te detengan.
Hoy es el día más largo del año. Pero últimamente todos lo son.
El parte meteorológico de hoy anuncia preocupación creciente seguida de terror desatado.
El hombre que ha llamado desde Long Beach ha dicho que le ha desaparecido el cuarto de baño.
Cuando leas esto serás más viejo de lo que puedes recordar. El nombre oficial de esas manchas de la vejez que tienes es
lengitines hiperpigmentado
. El término anatómico oficial para designar una arruga es
rítide
. Esas arrugas que tienes en la mitad superior de la cara, esas ritides que te surcan la frente y te rodean los ojos, esas son
arrugas dinámicas
, también conocidas como
líneas faciales hiperfuncionales
, y las causan los movimientos de los músculos subyacentes. La mayoría de las arrugas de la mitad inferior de la cara son
ritides estáticas
, y las causan el sol y la gravedad.
Echemos un vistazo al espejo. Mírate la cara con atención. Mírate los ojos y la boca.
Esto es lo que crees que conoces mejor.
Tu piel consta de tres capas principales. La que puedes tocar es el
stratum corneum
, una capa de células planas y muertas que las células de debajo van expulsando. Lo que notas, esa sensación grasa, es el manto ácido, la capa de aceite y sudor que te protege de los gérmenes y los hongos. Debajo tienes la dermis. Debajo de la dermis hay una capa de grasa. Debajo de la grasa tienes los músculos de la cara.
Tal vez recuerdes todo esto de la facultad de bellas artes, de la clase de Anatomía 201. Aunque tal vez no.
Cuando retraes el labio superior —cuando enseñas ese diente de arriba, el que te rompió el vigilante del museo—, lo que accionas es tu músculo
levator labii superioris
. El músculo de las muecas. Digamos que notas un olor a orina rancia.
Imaginemos que tu marido acaba de matarse en el coche de la familia. Imagínate que tienes que ir y limpiar con una esponja los meados del asiento del conductor. Digamos que tienes que seguir usando ese montón de chatarra oxidada y apestosa para ir al trabajo, y que todo el mundo te ve y todo el mundo lo sabe, porque es el único coche que tienes.
¿Algo de esto te resulta familiar?
Cuando una persona normal, una persona normal e inocente que está más claro que el agua que se merece algo mejor, llega a casa después de trabajar de camarera todo el día y se encuentra a su marido asfixiado en el coche de la familia y con la vejiga goteando, y al verlo suelta un grito, lo que está haciendo es simplemente tensar al máximo el músculo
orbicularis ori
.
Esa arruga profunda que te va de las comisuras de la boca a la nariz es el
pliegue nasolabial
. A veces se llama la «bolsa de las muecas». A medida que envejeces, esa especie de almohadilla de grasa que tienes dentro de la mejilla, cuya denominación anatómica oficial es
grasa malar
, va cayendo más y más hasta que se te llega a apoyar en el pliegue nasolabial y la cara se te convierte en una mueca perpetua.
Esto no es más que un pequeño curso de puesta al día. Una pequeña guía paso a paso.
Un pequeño repaso. En caso de que no te reconozcas a ti mismo.
Ahora frunce el ceño. Es el músculo
triangularis
que tira hacia abajo de los extremos del músculo
orbicularis oris
.
Finge que eres una chica de doce años que quería a su padre con locura. Que eres una chica preadolescente que necesita a su padre más que nunca. Que contaba con que su padre siempre estaría presente. Imagina que todas las noches te vas a la cama llorando con los ojos tan fuertemente cerrados que se te hinchan.
Esa textura como de piel de naranja de tu barbilla, esos bultitos parecidos a burbujas, te los causa el músculo
mentalis
. El músculo de los mohines. Esas líneas que ves todas las mañanas, cada vez más profundas, que van desde las comisuras de la boca hasta el borde de la barbilla, se llaman
líneas de marioneta
. Las arrugas que hay entre las cejas se llaman
surcos glabelares
. El hecho de que los párpados se hinchen y caigan hacia abajo se llama ptosis. Tus
ritides laterales cantales
, las «patas de gallo», empeoran día a día y solamente tienes doce putos años, por Dios bendito.
No finjas que no sabes de qué va esto.
Va de tu cara.
Ahora sonríe, si es que todavía puedes.
Ese es tu músculo
zygomaticus major
. Cada contracción te retira la carne igual que los alzapaños te abren las cortinas de la ventana de la sala de estar. Igual que los cables levantan el telón de un teatro, cada una de tus sonrisas es una noche de estreno. Una primera representación. Tu desvelamiento.
Ahora sonríe como sonreiría una madre anciana cuando se suicida su único hijo. Sonríe y dale unos golpecitos en la mano a su esposa y a su hija adolescente y diles que no se preocupen: que en realidad todo va a salir bien. Sigue sonriendo y recógete el pelo canoso con un pasador. Ve a jugar al bridge con tus amigas ancianas. Empólvate la nariz.
Ese montón de grasa enorme y horrible que ves colgar debajo de tu barbilla, la papada, creciendo y volviéndose más bamboleante cada día, eso es grasa submental. Ese aro de arrugas que te rodea el cuello es una banda platümal. Todo ese descenso lento de la cara, de la barbilla y del cuello lo causa la gravedad sobre tu sistema
músculo-aponeurótico superficial
.
¿Te resulta familiar?
Si ahora te sientes un poco confuso, relájate. No te preocupes. Lo único que te hace falta saber es que esta es tu cara. Lo que crees conocer mejor.
Que estas son las tres capas de tu piel.
Que estas son las tres mujeres de tu vida.
La epidermis, la dermis y la grasa.
Tu mujer, tu hija y tu madre.
Si estás leyendo esto, bienvenido de vuelta a la realidad. Aquí es donde te ha traído todo el potencial glorioso e ilimitado de tu juventud. Todas las promesas sin cumplir. Esto es lo que has hecho con tu vida.
Te llamas Peter Wilmot.
Lo único que te hace falta entender es que has resultado ser un saco de mierda patético.
Llama una mujer desde Seaview para decir que le falta el cuarto para la ropa. El pasado mes de septiembre su casa tenía seis dormitorios y dos cuartos roperos. Está segura. Ahora solamente tiene uno. Llega para abrir la casa que tiene en la playa a principios de la temporada de verano. Llega en coche con los niños, la niñera y el perro, llegan con todas las maletas y se encuentran con que ya no hay toallas. Han desaparecido. Puf.
Triángulo-de-las-Bermudizadas.
A juzgar por su voz en el contestador, por la forma en que su tono de voz asciende, estridente, hasta convertirse en una alarma antiaérea al final de cada frase, se nota que está temblando de furia, pero que por encima de todo está asustada. Dice:
—¿Es alguna clase de broma? Por favor, dígame que alguien le ha pagado a usted para hacer esto.
Su voz en el contestador dice:
—Por favor, no llamaré a la policía. Usted déjelo como estaba antes, ¿de acuerdo?
Por detrás de su voz, tenue y de fondo, se oye la voz de un niño que dice:
—¿Mamá?
La mujer aparta la cara del teléfono y dice:
—Todo irá bien —dice—. Que no cunda el pánico.
El parte meteorológico de hoy anuncia una tendencia cada vez mayor a la denegación.
Su voz en el contestador dice:
—Devuélvame la llamada, ¿vale? —Deja su número de teléfono. Y dice—: Por favor...
Imagina cómo dibujaría una niña una espina de pescado, el esqueleto de un pescado, con la cabeza a un lado y la cola al otro. Y la larga espina dorsal en medio, atravesada por las espinas transversales. La clase de espina de pescado que llevan en la boca los gatos de los dibujos animados.
Imagina que ese pescado es una isla llena de casas. Imagina las casas parecidas a castillos que dibujaría una niña que viviera en un poblado de caravanas: unas casas enormes de piedra, cada una rematada por un bosque de chimeneas, cada una de ellas provista de una cordillera de tejados a distintos niveles, alas, torres y hastiales, todo ello ascendiendo hasta las alturas y rematado con un pararrayos. Tejados de pizarra. Lujosas rejas de hierro forjado. Casas de fantasía, atiborradas de ventanas en saliente y de buhardillas. Y a su alrededor, pinos perfectos, jardines de rosas y aceras de ladrillo rojo.
Las fantasías burguesas de una niña blanca pobre e inculta.
La isla entera era exactamente lo que soñaría una niña que estuviera creciendo en algún poblado de caravanas, algún agujero de mala muerte como Tecumseh Lake, Georgia. La niña apagaría todas las luces de la caravana mientras su madre estaba en el trabajo. Se tumbaría de espaldas en el suelo, sobre la alfombra de pelo anaranjado y apelmazado de la sala de estar. La alfombra que huele como si alguien hubiera pisado una mierda de perro. El color naranja funde a negro allí donde hay quemaduras de cigarrillos. La niña cruzaría los brazos sobre el pecho y podría imaginar la vida en un lugar como aquel.
Ya sería esa hora —de madrugada— en que uno escucha con atención. En que se ve más con los ojos cerrados que con los ojos abiertos.
La espina de pescado. Desde la primera vez que tuvo un lápiz de colores en la mano, eso es lo que la niña dibujó.
Tal vez su madre nunca estuvo en casa mientras ella crecía. Nunca conoció a su padre y tal vez su madre tenía dos trabajos. Uno en una fabrica asquerosa de aislamientos de fibra de vidrio y otro sirviendo comida en una cafetería de hospital. Por supuesto, la niña soñaba con un lugar como aquella isla, donde nadie trabajaba salvo en mantener la casa cuidada, recoger arándanos silvestres y pasear por la playa buscando conchas. Bordar pañuelos. Hacer arreglos florales. Donde los días no empiezan siempre con un despertador y terminan con la televisión. Se imaginaba aquellas casas, todas días, todas las habitaciones y los bordes labrados de las repisas de todas las chimeneas. Los dibujos de todos los parquets. Todo sacado de su imaginación. Las curvas de todas las lámparas y grifos. Se imaginaba todas las baldosas. Se las imaginaba de madrugada. Los dibujos de todos los papeles de las paredes. Dibujaba al pastel todas las tejas y escaleras y canalones. Lo pintaba todo con lápices de colores. Hacía bocetos de todas las aceras de ladrillo y los setos de boj. Pintaba el rojo y el verde con acuarelas. Lo vio todo, se lo imaginó, soñó con ello. Lo deseaba con todas sus fuerzas.