Solamente para que conste en acta, saber cuándo a la gente no le caes bien de verdad sino que únicamente lo están fingiendo no es la mejor habilidad que se puede tener.
En la cocina, el papel de pared amarillo está arrancado alrededor de un agujero situado cerca del suelo. Las baldosas amarillas del suelo están cubiertas de papeles de periódico y polvo blanco de yeso. Al lado del agujero hay una bolsa de plástico llena hasta arriba de cascotes de yeso. De la bolsa sobresalen tiras enroscadas de papel de pared amarillo. Amarillo salpicado de pequeños girasoles de color naranja.
La mujer está junto al agujero, con los brazos cruzados sobre el pecho. Señala con la cabeza al agujero y dice:
—Ahí lo tienen.
Los trabajadores del metal, le dice Misty, atan una rama al punto más alto de un rascacielos para celebrar que no ha muerto nadie durante la construcción. O para traerle prosperidad al edificio nuevo. Se llama «enarbolar». Una tradición pintoresca.
Los constructores están llenos de supersticiones irracionales.
Misty le dice a la propietaria que no se preocupe.
El músculo
corrugator
le junta las cejas a la propietaria por encima de la nariz. El
levator labii superioris
le pone una mueca en el labio superior y le dilata los orificios nasales. El músculo
depressor labii inferioris
le tira del labio inferior hacia abajo hasta dejarle al descubierto los dientes de abajo. Y dice:
—Es usted quien tendría que estar preocupada.
Dentro del agujero, el cuartito a oscuras tiene tres de las cuatro paredes cubiertas de bancos amarillos empotrados, como una especie de reservado de restaurante pero sin mesa. Es lo que la propietaria llama el rincón del desayuno. Los bancos amarillos son de vinilo amarillo y las paredes por encima de los bancos están empapeladas con papel de color amarillo. Todo está lleno de pintadas hechas con espray negro, y Ángel pasa la mano por la pared, donde dice: «... salvar nuestro mundo matando a ese ejército de invasores...».
Son el espray negro, las frases incoherentes y los trazos de Peter. Sus garabatos. Las pintadas recorren los cuadros, los cojines de encaje y los bancos de vinilo. En el suelo hay latas vacías con huellas de las manos de Peter, con las espirales de sus huellas dactilares en pintura, como si todavía estuviera agarrando la lata.
Las pintadas a espray recorren los cuadritos de flores y pájaros. El reguero de palabras avanza sobre los cojincitos de encaje. Discurre por la sala en todas direcciones, por el suelo embaldosado y hasta por el techo.
Ángel dice:
—Déme la mano.
Y le hace cerrar el puño con solamente el índice extendido. Le acerca el dedo a las palabras escritas en negro sobre la pared y le hace reseguir cada palabra.
La mano de él se cierra en torno a la de ella y guía su dedo. El sudor avanza lento y oscuro alrededor de su cuello y bajo los brazos de su camiseta blanca. El olor a vino de su aliento se acumula a un lado del cuello de Misty. La mirada de Ángel se posa en ella mientras ella observa las palabras pintadas en la pared. Esas son las sensaciones de la sala.
Ángel le sostiene el dedo sobre la pared, le mueve la yema por encima de las palabras pintadas y dice:
—¿Nota cómo se sentía su marido?
De acuerdo con la grafología, si uno coge el dedo índice y resigue la caligrafía de alguien, quizá si uno coge una cuchara de madera o un palillo y escribe encima de las palabras escritas, puede sentir exactamente lo que sentía el que las escribió en el momento de escribirlas. Hay que estudiar la presión y la velocidad de la escritura, apretar de la misma forma que apretaba el que escribía. Escribir a la misma velocidad que el que escribía. Ángel dice que es todo muy similar al Método de Interpretación. A lo que él llama el Método de Acción Física de Konstantin Stanislavski.
Ángel dice que el análisis de la caligrafía y el Método de Interpretación se popularizaron al mismo tiempo. Stanislavski estudió la obra de Pavlov y su perro babeante y también el trabajo del neurofisiólogo I.M. Sechenov. Antes de eso. Edgar Alian Poe estudió grafología. Todo el mundo estaba intentando vincular lo físico y lo emocional. El cuerpo y la mente. El mundo y la imaginación. Este mundo y el otro.
Guiando el dedo de Misty por la pared, resiguen las palabras: «... tu flujo sin fin, con tu ansia sin fondo y tus demandas estridentes...».
En susurros, Ángel dice:
—Si la emoción puede crear una acción física, entonces duplicar la acción física puede recrear la emoción.
Stanislavski, Sechenov. Poe, todos buscaban un método científico para producir milagros por encargo, dice Ángel. Una forma infinita de repetir lo accidental. Una línea de montaje para planear y fabricar lo espontáneo.
Lo místico confluye con la revolución industrial.
La sala entera huele igual que la alfombra después de que te embetunes las botas. Igual que la parte de dentro de un cinturón grueso. De un guante de béisbol. De un collar de perro. El olor vagamente avinagrado de la correa sudada de tu reloj.
El ruido de la respiración de Ángel, el costado de la cara de ella húmedo por efecto de los susurros de él. La mano de Ángel dura y rígida como un cepo sobre la de ella cuando le aprieta la mano. Las uñas de él clavándose en la piel de Misty.
Y Ángel dice:
—Palpe. Palpe y dígame qué sentía su marido.
Las palabras: «... vuestra sangre es nuestro oro...».
A veces leer puede ser como recibir una bofetada en la cara.
Fuera del agujero, la propietaria dice algo. Se pone a dar golpes en la pared y dice levantando la voz:
—Sea lo que sea que tienen que hacer, será mejor que lo estén haciendo.
Ángel susurra:
—Dígalo.
Las pintadas dicen: «... vosotros, una plaga, arrastrando vuestros fracasos y vuestra basura...».
Ángel obliga a tu mujer a pasar los dedos por encima de cada letra y dice:
—Dígalo.
Y Misty dice:
—No. —Dice—: No son más que tonterías. Envolviendo los dedos de ella y guiándolos, Ángel la empuja con el hombro y va diciendo: —No son más que palabras. Puede decirlo.
Y Misty dice:
—Son malignas. No tienen sentido. Las palabras: «... sacrificaros a todos a modo de ofrenda, cada cuatro generaciones...».
Misty nota la piel de Ángel caliente y tensa en torno a los dedos. Y él le dice:
—Entonces, ¿por qué ha venido a verlas?
Las palabras: «... las piernas gordas de mi mujer están llenas de varices...».
Porque el estúpido de su querido marido no dejó una nota de suicidio.
Porque esta es una parte de él que ella nunca conoció.
Porque quiere entender quién era. Quiere descubrir qué pasó.
Misty le dice a Ángel:
—No lo sé.
Los constructores de la vieja escuela, le cuenta ella, nunca empezaban una casa en lunes. Solamente en sábado. Después de poner los cimientos, tiraban un puñado de semillas de centeno. Al cabo de tres días, si las semillas no echaban retoños, construían la casa. Enterraban una Biblia debajo del suelo o la emparedaban. Siempre dejaban una pared sin pintar hasta que llegaban los propietarios. De esa forma, el diablo no se enteraba de que la casa estaba terminada hasta que ya había gente viviendo en ella.
Ángel saca algo plano y plateado de un bolsillo lateral de la bolsa de su cámara, algo del tamaño de una edición de bolsillo. Es cuadrado y brillante, una petaca, con la superficie curvada de forma que en el lado cóncavo las cosas se reflejan altas y delgadas. Y en el lado convexo las cosas se reflejan bajas y rechonchas. Se la da a Misty. El metal es pesado y liso y tiene un tapón redondo en un extremo. Algo líquido se mueve dentro y el peso de la petaca se desplaza. La bolsa de la cámara es de una tela gris y rugosa y está cubierta de cremalleras.
En el lado alto y delgado de la petaca hay grabada la inscripción: «Para Ángel. Te amo».
Misty dice:
—¿Y usted? ¿Qué hace usted aquí?
Ella coge la petaca y sus dedos se tocan. Contacto físico. Flirteo.
Solamente para que conste en acta, el parte meteorológico de hoy anuncia sospechas parciales de posible traición.
Y Ángel dice:
—Es ginebra.
El tapón se desenrosca y se retira sujeto por un bracito que lo mantiene unido a la petaca. El contenido huele a diversión. Y Ángel dice «Beba», y sus huellas dactilares cubren el reflejo alto y delgado de ella en el metal pulimentado. Por el agujero de la pared se ven los pies de la propietaria calzados con mocasines de ante. Ángel coloca la bolsa de la cámara de forma que tape el agujero.
En alguna parte más allá de todo esto se oye cómo las olas susurran y rompen. Susurran y rompen.
La grafología dice que en nuestra caligrafía aparecen los tres aspectos de todas las personalidades. Todo lo que hay por debajo del nivel inferior de una palabra, la cola de una ge o de una i griega minúscula, por ejemplo, eso habla del inconsciente. Lo que Freud llamaba el «ello». Ese es el lado más animal de la persona. Si se inclina hacia la derecha quiere decir que uno está orientado al futuro y al mundo exterior. Si la cola se inclina a la izquierda, quiere decir que uno está atrapado en el pasado y encerrado en sí mismo.
Escribes o caminas por la calle y toda tu vida queda al descubierto en cada uno de tus actos físicos. La forma en que yergues los hombros, dice Ángel. Todo es arte. Lo que haces con las manos siempre está contando tu vida entera.
Dentro de la petaca hay ginebra, de esa buena que uno nota fría y clara por toda la garganta.
Ángel dice que los palos superiores de las letras, todo lo que sobresale por encima de una e o de una equis minúscula, esa parte alta describe tu yo espiritual más elevado. Tu superyó. La forma en que escribes las eles o las haches o pones los puntos de las íes muestra la persona en la que aspiras a convertirte.
Todo lo que hay en medio, la mayor parte de las letras minúsculas, muestran tu yo. El hecho de que estén apretadas y sean picudas o bien estén espaciadas y sean anchas desvela a tu yo normal y cotidiano.
Misty le pasa la petaca a Ángel y este da un trago.
Luego dice:
—¿Nota algo?
Las palabras de Peter dicen: «... es con vuestra sangre que conservamos el mundo para las próximas generaciones...».
Tus palabras. Tu arte.
El dedo de Ángel se abre alrededor del de ella. Se adentran en la oscuridad y se oye cómo se abren las cremalleras de la bolsa de la cámara. El olor a cuero marrón se aleja de Misty y luego se oye el clic y el flash de la cámara de fotos. Ángel se lleva la petaca a los labios y el reflejo de ella resbala hacia arriba y hacia abajo por el metal que él tiene entre los dedos.
Los dedos de Misty resiguen las paredes. La escritura dice: «... he hecho mi parte. La he encontrado...».
Dice: «... no es trabajo mío matar a nadie. Ella es la verdugo...».
Misty cuenta que para captar adecuadamente la expresión de dolor, el escultor Berníni dibujaba bocetos de su propia cara mientras se quemaba la pierna con una vela. Que cuando Géricault pintó
La balsa de la Medusa
fue a un hospital para dibujar las caras de los pacientes que agonizaban. Que se llevaba sus cabezas y brazos cortados a su estudio para estudiar cómo cambiaba la piel de color a medida que se iba pudriendo.
Se oye un golpe en la pared. Luego se oye otro y la pintura tiembla. Desde el otro lado la propietaria da otra patada a la pared con sus zapatos náuticos de lona y los cuadros de pájaros y flores traquetean contra el papel de pared amarillo. Contra los garabatos hechos con espray negro. Y grita:
—Pueden decirle a Peter Wilmot que va a ir a la cárcel por esta mierda.
Más allá de todo esto, las olas del océano susurran y rompen.
Con los dedos todavía resiguiendo tus palabras, intentando palpar cómo te sentías, Misty dice:
—¿Ha oído hablar usted de una pintora local llamada Maura Kincaid?
Desde detrás de su cámara, Ángel dice:
—No mucho. —Y pulsa el botón del obturador. Y dice—: ¿No tenía Kincaid alguna relación con el síndrome de Stendhal?
Misty da otro trago, la bebida le quema la garganta y le arranca lágrimas de los ojos. Dice:
—¿Murió de eso?
Y sin dejar de sacar fotos, Ángel la mira a través de su cámara y dice:
—Mire aquí. —Dice—: ¿Qué dijo usted de ser artista? ¿Algo sobre la anatomía? Sonría de forma que parezca una sonrisa verdadera.
Solamente para que lo sepas, esto tiene un aspecto maravilloso. Es el día de la Independencia y el hotel está completo. La playa está abarrotada. El vestíbulo está atiborrado de veraneantes, todos pululando y esperando a que empiecen los fuegos artificiales en el continente.
Tu hija, Tabbi, tiene una tira de cinta adhesiva encima de cada párpado. Se dedica a ir a ciegas, palpando y agarrando para guiarse por el vestíbulo. Va de la chimenea al mostrador de recepción, contando «ocho, nueve, diez...», contando los pasos desde un punto de referencia al siguiente.
Los forasteros de veraneo se sobresaltan un poco cuando sienten sus manos tanteando. Le dedican sonrisas rígidas y se apartan. Esa chica con un vestido de verano a cuadros descoloridos de color amarillo y rosa, con el pelo moreno recogido con una cinta amarilla, la perfecta niña de la isla de Waytansea. Toda pintalabios y pintauñas rosa. Jugando a algún juego encantador y anticuado.
Pasa las palmas de las manos por una pared, palpa un cuadro, manosea una estantería.
Al otro lado de las ventanas del vestíbulo se producen un destello y un estallido. Los fuegos artificiales se elevan desde el continente y trazan un arco en dirección a la isla. Como si el hotel estuviera siendo atacado.
Ruedas enormes de llamas amarillas y anaranjadas. Estallidos rojos de fuego. Estelas y chispas azules y verdes. El estallido siempre se retrasa, igual que los truenos se retrasan respecto a las centellas. Y Misty se dirige a su hija y le dice:
—Cariño. Ya han empezado. —Dice—: Abre los ojos y ven.
Con la cinta adhesiva todavía sujetándole los párpados, Tabbi dice: —Necesito explorar la sala mientras todos están aquí. Y sigue avanzando a tientas de un forastero a otro. Todos los veraneantes permanecen paralizados y mirando el cielo. Y sigue contando los pasos que hay que dar hasta las puertas del vestíbulo y el porche de afuera.