Solamente para que conste en acta, todos los colores que elige Misty y todos sus trazos, todo es perfecto porque ha dejado de preocuparse.
Para desayunar Paulette sube una bandeja del servicio de habitaciones, y Tabbi se lo corta todo en trozos que le quepan en la boca. Mientras Misty trabaja, Tabbi le va metiendo el tenedor en la boca. Con la cinta pegada a la cara, Misty no puede abrir la boca del todo. Solamente lo bastante como para chupar su pincel para afilarlo de nuevo. Como para envenenarse. Misty no tiene sentido del gusto. No tiene olfato. Al cabo de unos pocos mordiscos ya se ha cansado del desayuno.
La habitación está en silencio salvo por el susurro del lápiz sobre el papel. Fuera, cinco pisos por debajo, las olas susurran y rompen. Paulette trae más comida para el almuerzo que Misty no se come. La escayola de la pierna ya le está grande de todo el peso que ha perdido. Demasiada comida sólida implicaría tener que ir al lavabo. Implicaría una pausa en su trabajo. Casi no queda espacio en blanco en la escayola, de tantas flores y pájaros con que la ha cubierto Tabbi. La tela de su bata está acartonada por la pintura derramada. Acartonada y pegada a sus brazos y pechos. Tiene las manos cubiertas de pintura seca. Envenenadas.
Los hombros le duelen y le crujen, y las muñecas le chirrían por dentro. Los dedos que cogen el lápiz de carbón están entumecidos. Tiene espasmos en el cuello que le transmiten calambres por ambos lados del espinazo. Tiene la sensación de tener el cuello como Peter, arqueado hacia atrás y pegado al culo. Le parece tener las muñecas como Peter, retorcidas y agarrotadas.
Con los ojos pegados con cinta adhesiva, tiene la cara relajada para no poder resistirse a las dos tiras de cinta adhesiva que le bajan desde la frente, por encima de los dos ojos, pasando por las mejillas y la mandíbula hasta llegar al cuerpo. La cinta adhesiva le mantiene todos los músculos faciales relajados, el
orbicularis oculis
de alrededor del ojo y el
zygomatícus major
de las comisuras de la boca. Con la cinta, Misty solamente puede abrir un poquito los labios. Solamente puede hablar en susurros.
Tabbi le mete una pajita en la boca y Misty bebe un poco de agua. La voz de Tabbi dice:
—No importa lo que pase, la abuelita dice que tienes que seguir trabajando en tu arte.
Tabbi le limpia la boca a su madre y dice:
—Voy a tener que irme muy pronto. —Dice—: Por favor, no lo dejes, no importa cuánto me eches de menos. —Dice—: ¿Me lo prometes?
Y sin dejar de trabajar, Misty susurra: —Si.
—¿No importa cuánto tiempo esté fuera? —dice Tabbi.
Y Misty susurra: —Lo prometo.
Estar cansado no quiere decir que hayas terminado. Tampoco tener hambre o sentir dolor. Las ganas de mear no tienen por qué detenerte.
Un cuadro está acabado cuando se han acabado el lápiz y la pintura. El teléfono no tiene que interrumpirte. Que nada más desvíe tu atención. Mientras siga llegando la inspiración, sigue adelante.
Misty trabaja a ciegas el día entero, luego el lápiz se detiene y ella espera a que Tabbi saque la foto y le dé una hoja de papel en blanco. Luego no pasa nada.
Y Misty dice:
—¿Tabbi?
Esta mañana, Tabbi le ha enganchado un enorme broche de cristales rojos y verdes a la bata de su madre. Luego Tabbi se ha quedado quieta mientras Misty le ponía alrededor del cuello el collar reluciente de cristales enormes de estrás rosa. Como una estatua. Bajo la luz del sol que entra por la ventana, brillaban tanto como los nomeolvides y todas las demás flores que Tabbi se ha perdido este verano. Luego Tabbi le ha cerrado los ojos a su madre y se los ha pegado con cinta adhesiva. Es la última vez que Misty la va a ver.
Misty vuelve a decir:
—¿Tabbi, cariño?
Y no se oye nada, silencio total. Solamente las olas que susurran y rompen en la playa. Con los dedos extendidos, Misty estira los brazos y palpa el aire a su alrededor. Es la primera vez en días que la dejan sola.
Las dos tiras de cinta adhesiva le salen del cuero cabelludo, le pasan sobre los ojos y se le curvan bajo la garganta. Con los pulgares e índices de ambas manos, Misty coge el extremo superior de la cinta y va despegando las dos tiras, lentamente, hasta desprenderlas del todo. Abre los ojos, parpadeando. La luz del sol es tan brillante que no le deja enfocar las cosas. La pintura del caballete permanece un minuto borrosa mientras se le ajustan los ojos.
Las líneas trazadas a lápiz se hacen nítidas, negras sobre el papel blanco.
Es un dibujo del océano, de las aguas que hay frente a la playa. Hay algo flotando. Una persona flotando boca abajo en el agua, una chica con el pelo largo y negro extendido a su alrededor sobre el agua.
El pelo largo y negro de su padre.
Tu pelo negro.
Todo es un autorretrato.
Todo es un diario.
Al otro lado de la ventana, en la playa, hay una multitud esperando junto al agua. Dos personas avanzan por el agua hacia la orilla, transportando algo entre las dos. Algo brillante emite destellos de color rosa bajo la luz del sol.
Un cristal de estrás. Un collar. Es Tabbi lo que están transportando por los tobillos y las axilas, con el pelo empapado y pesado colgando y hundiéndose en las olas que susurran y rompen en la playa.
La multitud retrocede.
Y un estrépito de pasos se acerca por el pasillo que lleva a la puerta de la habitación. Una voz en el pasillo dice:
—Lo tengo listo.
Dos personas cargan con Tabbi por la playa en dirección al porche del hotel.
La cerradura de la puerta del dormitorio hace clic. La puerta se abre y aparecen Grace con el doctor Touchet. En la mano del médico reluce intensamente una aguja hipodérmica y Misty trata de ponerse de pie, arrastrando tras de si la pierna escayolada. Su bola de hierro unida a una cadena. El doctor se abalanza hacia ella.
Y Misty dice:
—Algo le ha pasado a Tabbi. —Misty dice—: En la playa. Tengo que bajar.
La escayola se ladea y su peso tira a Misty al suelo. El caballete que se desploma detrás de ella y el jarro lleno de agua sucia para limpiar pinceles, todo queda roto a su alrededor. Grace se arrodilla para cogerla del brazo. El catéter se ha salido de la bolsa y huele a los meados derramados en la alfombra. Grace le está remangando la bata.
Tu vieja camisa de trabajo azul. Acartonada por la pintura seca.
—No puedes bajar ahí en tu estado —dice el medico. Sostiene la jeringa en alto, da unos golpecitos para hacer subir las burbujas de aire y dice—: De veras, Misty, no hay nada que puedas hacer.
Grace le estira el brazo a Misty a la fuerza y el médico le clava la aguja.
¿Notas esto?
Grace la agarra por los dos brazos y la inmoviliza. El broche de rubíes falsos se ha abierto y la aguja se le ha clavado a Misty en el pecho. Su sangre se derrama roja sobre los rubíes mojados. La jarra rota. Grace y el médico la inmovilizan sobre la alfombra y los meados de Misty se extienden debajo de todos ellos. Le empapan la camisa azul y hacen que le escueza la piel allí donde se le ha clavado la aguja.
Medio encima de ella, Grace dice:
—Misty quiere bajar ahora.
Grace no está llorando.
Con la voz lenta y grave y hablando con gran esfuerzo, Misty dice:
—¿Cómo coño sabes lo que quiero?
Y Grace dice:
—Está en tu diario.
La aguja se le despega del brazo y Misty siente que alguien frota la piel que le rodea el pinchazo. El tacto frío del alcohol. Debajo de los brazos le aparecen unas manos que tiran de ella hasta ponerla sentada.
Con el músculo
levator labii superiorís
, el músculo de las muecas, tensándole la cara alrededor de la nariz, Grace dice:
—Hay sangre. Y orina, está empapada. No podemos llevarla abajo tal como está. No delante de todo el mundo.
El hedor de Misty es el mismo olor del asiento delantero del viejo Buick. El olor de tus meados.
Alguien le está quitando la camisa y secándole la piel con servilletas de papel. La voz del médico procedente del otro lado de la habitación dice:
—Es un trabajo excelente. Muy impresionante. —Está hojeando la pila de dibujos y pinturas acabados.
—Claro que son buenos —dice Grace—. Tú no los desordenes. Están todos numerados.
Solamente para que conste en acta, nadie menciona a Tabbi.
Le están metiendo los brazos en una camisa limpia. Grace le pasa un cepillo por el pelo.
El dibujo que hay en el caballete, de la chica ahogándose en el océano, se ha caído al suelo y ha quedado empapado de sangre y meados. Está estropeado. La imagen ha desaparecido.
Misty no puede cerrar las manos. No puede mantener los ojos abiertos. Le caen las babas por las comisuras de la boca y deja de notar la punzada en el pecho.
Grace y el médico tiran de ella hasta ponerla de pie. Fuera en el pasillo hay más gente esperando. Más brazos se acercan a ella de todos lados y la llevan en volandas escaleras abajo a cámara lenta. Pasan volando frente a las caras tristes que observan desde todos los rellanos. Paulette y Raymon y alguien más, el amigo rubio de Peter de la facultad. Will Tupper. Con el lóbulo todavía en dos fragmentos en punta. El museo de cera entero del cabo de Waytansea.
El silencio solamente es roto por el ruido de la escayola al arrastrar y golpear en cada peldaño.
Una multitud llena el bosque sombrío de árboles pulimentados y alfombras musgosas del vestíbulo, pero se aparta para dejar pasar a quienes están llevando a Misty hacia el comedor. Están aquí todas las familias antiguas de la isla, los Burton y los Hyland y los Petersen y los Perry. Entre ellos no se ve ni una sola cara de veraneante.
Luego se abren las puertas del Comedor de Madera y Oro.
Encima de la mesa seis, una mesa para cuatro situada cerca de la ventana, hay algo cubierto con una manta. El perfil de una carita y el pecho plano de una niña. Y la voz de Grace dice:
—Date prisa, mientras todavía está consciente. Déjala ver. Levanta la manta.
Un desvelamiento. Un telón que se levanta.
Y detrás de Misty, todos sus vecinos se agolpan para mirar.
Cuando iban a la facultad de bellas artes, una vez Peter le pidió a Misty que dijera un color. Cualquier color.
Le dijo que cerrara los ojos y que se quedara quieta. Ella notó que él se le acercaba mucho. Notó su calor. Olió su jersey deshilachado y notó el aroma amargo a chocolate semidulce de pastelería de su piel. Su autorretrato. Peter le levantó el borde de la camisa y ella notó una aguja fría que le arañaba la piel de debajo. Él le dijo:
—No te muevas, o te lo clavaré por accidente.
Y Misty contuvo la respiración.
Cada vez que se encontraban, Peter le daba otra pieza de bisutería. Broches, púberas, anillos y collares. Con los ojos cerrados, esperando, Grace dijo: —Dorado. El color dorado.
Y manipulando el broche con los dedos a través de la tela, Peter le dijo:
—Ahora dime tres palabras que describan el color dorado.
Aquella era una antigua forma de psicoanálisis, le dijo. Inventada por Carl Jung. Basada en arquetipos universales. Una especie de juego para fiestas inteligente. Carl Jung. Arquetipos. El enorme inconsciente colectivo de la humanidad entera. Jainistas y yoguis y ascetas, aquella era la cultura en la que Peter había crecido en la isla de Waytansea.
Con los ojos cerrados, Misty dijo:
—Brillante. Rico. Suave.
Eran sus tres palabras para describir el dorado.
Los dedos de Peter cerraron el pasador diminuto del broche y su voz dijo:
—Bien.
En aquella vida anterior, cuando iban a la facultad de bellas artes, Peter le dijo que dijera un animal. Cualquier animal.
Solamente para que conste en acta, el broche era una tortuga dorada con una gema verde grande y agrietada a modo de concha. La cabeza y las patas se le movían, pero le faltaba una pata. El metal estaba tan deslustrado que de frotarse ya le había hecho una mancha negra en la camisa.
Y Misty se lo apartó del pecho, lo miró, le encantó sin ninguna buena razón y dijo:
—Una paloma.
Peter echó a andar y le hizo una señal con la mano a Misty para que caminara con él. Estaban cruzando el campus, por entre edificios de ladrillo llenos de hiedras, y Peter dijo:
—Ahora dime tres palabras que describan a una paloma.
Sin dejar de andar, Misty dijo:
—Sucia. —Misty dijo—: Tonta. Fea.
Sus tres palabras para describir una paloma.
Y Peter la miró, mordiéndose el labio de abajo y con el músculo
corrugator
oprimiéndole las cejas en el medio de la frente.
En aquella vida anterior, cuando iban a la facultad de bellas artes, Peter le pidió que dijera una masa de agua.
Y caminando a su lado, Misty dijo: —El canal de Saint Lawrence.
El se giró para mirarla. Dejó de caminar.
—Di tres adjetivos que lo describan.
Y Misty puso los ojos en blanco y dijo: —Ajetreado, bullicioso y atestado.
Y el músculo
levator labii superioris
le levantó el labio superior a Peter en una mueca.
Mientras caminaban juntos, Peter le pidió que se imaginara una última cosa. Le dijo que se imaginara que estaba en una habitación. Que todas las paredes eran blancas y que no había puertas ni ventanas. Dijo:
—Dime en tres palabras qué sensación te produce esa habitación.
Misty nunca había salido tanto tiempo con nadie. Por lo que ella sabía, aquella era la forma subrepticia en que los amantes se entrevistaban entre ellos. Igual que Misty sabía que el sabor favorito de helado de Peter era tarta de calabaza, no se le ocurrió que aquellas preguntas significaran nada. Misty dijo:
—Temporal. Transitoria. —Hizo una pausa y dijo—: Confusa. Sus tres palabras para describir una habitación sellada. En su vida anterior, mientras caminaban juntos, pero no cogidos de la mano, Peter le dijo cómo funcionaba el test de Carl Jung. Cada pregunta era una forma consciente de acceder al inconsciente.
Un color. Un animal. Una masa de agua. Una habitación blanca.
Peter le dijo que cada una de aquellas cosas era un arquetipo de acuerdo con Carl Jung. Que cada imagen representaba algún aspecto de la persona.
El color que Misty había mencionado, el dorado, representaba cómo se veía a sí misma.