Diario. Una novela (23 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Relato

BOOK: Diario. Una novela
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Mírate los dedos, mira cómo la primera falange es más larga que la segunda y la segunda es más larga que la última falange. La proporción se llama Fi, por el escultor Fidias.

La arquitectura de ti.

Mientras caminan, Misty le hablaba a Peter de la química de la pintura. De cómo la belleza física resulta ser nada más que química, geometría y anatomía. De cómo el arte no es más que ciencia. Descubrir por qué a la gente le gustan las cosas para poder replicarlas. Copiarlas. Es una paradoja, eso de «crear» una sonrisa verdadera. Ensayar una y otra vez un momento espontáneo de horror. Todo el sudor y el esfuerzo aburrido que implica crear algo que parece fácil e instantáneo.

Cuando la gente mira el techo de la capilla Sixtina, necesita saber que la pintura de color negro carbón es el hollín del gas natural. Que el color rojo alizarina es la raíz subterránea de la rubia. Que el verde esmeralda es acetoarsenito de cobre, se conoce también como verde París y se usa como insecticida. Como veneno. Que el púrpura tirio se hace con almejas.

Y Peter se sacó la pintura de debajo del jersey. A solas en la galería sin nadie que lo viera, cogió la pintura de una casa de piedra detrás de una cerca y la pegó a la pared. Y ahí estaba, la firma de Misty Marie Kleinman. Y Peter dijo:

—Te dije que algún día tu obra estaría colgada en un museo.

Sus ojos eran de color marrón egipcio intenso, la pintura hecha de momias molidas, de cenizas de hueso y asfalto, y usada hasta el siglo XIX, cuando los artistas descubrieron aquella asquerosa realidad. Después de años de retorcer los pinceles con los labios.

Peter le besó la nuca y Misty dijo que cuando uno mira la Mona Lisa tiene que recordar que el color siena quemado no es más que arcilla colorada con hierro y manganeso y cocida en un horno. Que el marrón sepia es la bolsa de tinta de las sepias. Que el amarillo serbal son bayas de espino cerval aplastadas.

La lengua perfecta de Peter le lamió la parte de atrás de la oreja. Notaba algo rígido dentro de la ropa de él que no era un cuadro.

Y Misty susurró:

—El amarillo indio es la orina del ganado alimentado con hojas de mango.

Peter le pasó un brazo por los hombros. Con el otro brazo, le apretó la parte de atrás de la rodilla hasta que ella la tuvo que doblar. La obligó así a tumbarse en el suelo de mármol de la galería y le dijo en español:

—Te amo, Misty.

Solamente para que conste en acta, aquello fue una pequeña sorpresa.

Tumbado encima de ella, Peter le dijo:

—Te crees muy lista. —Y le dio un beso.

Arte, inspiración, amor, todo es tan fácil de diseccionar. De analizar.

Los colores verde iris y verde savia son jugos de flores. El color marrón Cappagh es tierra de Irlanda, susurró Misty. El cinabrio es mineral vermellón arrancado con flechas de los barrancos de España. El bistre es el hollín marrón amarillento resultado de quemar madera de haya. Todas las obras maestras no son más que tierra y ceniza mezcladas de una forma perfecta.

Del polvo venimos. Y al polvo volvemos.

Mientras se besaban, tú tenías los ojos cerrados.

Y Misty no cerró los suyos, aunque no te miraba a ti, sino el pendiente que llevabas en la oreja. La plata deslustrada hasta estar casi marrón, sosteniendo un racimo de diamantes de cristal tallados en forma cuadrada, titilando y sepultados en el pelo negro que te caía sobre los hombros: eso era lo que le encantaba a Misty.

Aquella primera vez Misty no paraba de decirte:

—El color gris Davy's es pizarra en polvo. El azul Bromen es hidróxido de cobre y carbonato de cobre, un veneno letal. —Misty decía—: El escarlata brillante es yodo con mercurio. El color negro hueso son huesos calcinados.

16 DE AGOSTO

El color negro hueso son huesos calcinados.

El color laca es la mierda que los afídidos dejan sobre las hojas y las ramitas. El gris marengo son parras quemadas. Las pinturas al óleo usan aceite de nueces machacadas o de semillas de amapola. Cuanto más sabe uno de arte, más le suena a brujería. Todo machacado y mezclado y cocido, todo parece más bien cocina.

—Misty seguía hablando y hablando sin parar, pero eso ya fue días más tarde, en una galería tras otra. Esto fue en un museo, con su pintura de una alta iglesia de piedra pegada a la pared entre un Moriet y un Renoír. Misty estaba sentada en el suelo frío con Peter entre las piernas abiertas. Era media tarde y el museo estaba desierto. Con la cabeza perfecta y la mata de pelo negro apoyadas en el suelo, Peter tenía los brazos estirados, las manos debajo del jersey de ella, y le estaba tocando los pezones con los pulgares.

Tus manos.

Los psicólogos conductistas creen que copulamos cara a cara debido a los pechos. Las hembras con los pechos más grandes atraían a más parejas, que insistían en jugar con los pechos durante el intercambio sexual. Más sexo generó más hembras, que heredaron los pechos grandes. Que a su vez engendraron más sexo cara a cara.

Y allí en el suelo del museo, con las manos de Peter manoseándole los pechos, con la erección de Peter moviéndose dentro de sus pantalones, y con los muslos de ella abiertos en torno a él, Misty dijo que cuando William Turner pintó su obra maestra sobre el paso de Aníbal por los Alpes para masacrar al ejército de Salasia, lo basó en un paseo que había dado por la campiña de Yorkshire.

Otro ejemplo de que todo es un autorretrato.

Misty le dijo a Peter lo que se aprende en historia del arte. Que Rembrandt atiborraba tanto los cuadros de pintura que la gente decía en broma que sus retratos se podían levantar por la nariz.

El pelo le colgaba mojado de sudor por delante de la cara. Las piernas gordezuelas le temblaban, agotadas pero todavía sosteniéndola. Follando a través de la ropa el bulto que él tenía en los pantalones.

Los dedos de Peter le agarraron los pechos con más fuerza. Sus caderas se elevaron, y en su cara, los
orbícularís oculi
le cerraron los ojos con fuerza. Los
triangularis
le tiraron de las comisuras de la boca hacia abajo de forma que le quedaron al descubierto los dientes inferiores. Sus dientes amarillentos por el café mordieron el aire.

Una humedad cálida salió a latidos de Misty, y la erección de Peter empezó a latirle dentro de los pantalones, y todo lo demás se detuvo. Los dos dejaron de respirar durante uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete largos momentos.

Luego los dos se pusieron mustios. Se marchitaron. El cuerpo de Peter se relajó sobre el suelo húmedo. Misty se tumbó encima de él. Las ropas de los dos estaban pegadas entre sí por el sudor.

La pintura de la iglesia alta los contemplaba desde la pared.

Y en ese preciso momento apareció un guardia del museo.

20 DE AGOSTO,
LUNA EN TRES CUARTOS

La voz de Grace le dice a Misty en la oscuridad:

—El trabajo que estás haciendo le comprará la libertad a tu familia —dice—. No vendrán más veraneantes en décadas.

A menos que Peter se despierte un día, Grace y Misty son las únicas Wilmot que quedan.

A menos que te despiertes, no habrá más Wilmots.

Se oye el sonido lento y acompasado de Grace cortando algo con tijeras.

De pobres de solemnidad a pobres de solemnidad otra vez en tres generaciones. No tiene sentido reconstruir la fortuna familiar. Que los católicos se queden la casa. Que los veraneantes infesten la isla. Con Tabbi muerta, a los Wilmot ya no les incumbe el futuro. No tiene inversiones en él.

Grace dice:

—Tu obra es un don al futuro, y cualquiera que intente detenerte recibirá la maldición de la historia.

Mientras Misty pinta, las manos de Grace le pasan algo alrededor de la cintura, luego de los brazos y por fin del cuello. Es algo que le frota la piel, ligero y suave.

—Misty, querida, tienes una cintura de cuarenta y tres centímetros —dice Grace.

Es una cinta métrica.

Algo suave se le mete entre los labios y la voz de Grace dice:

—Es hora de que tomes otra pastilla. —Se le mete en la boca una pajita y Misty sorbe la bastante agua para tragarse la cápsula.

En 1819, Théodore Géricault pintó su obra maestra, La balsa de la Medusa. Mostraba a los diez náufragos que habían sobrevivido después de que ciento cuarenta y siete personas quedaran a la deriva en una balsa durante dos semanas después del hundimiento de su barco. Por aquella época, Géricault acababa de abandonar a su amante embarazada. Para castigarse a sí misino, se afeitó la cabeza. Se pasó casi dos años sin ver a ningún amigo y sin aparecer en público. Tenía veintisiete años y vivía aislado, pintando. Rodeado por los individuos agonizantes y los cadáveres que estudiaba para su obra maestra. Después de varios intentos de suicidio, murió a los treinta y dos años.

Grace dice:

—Todos nos morimos. —Y dice—: La meta no es vivir para siempre, la meta es crear algo que viva para siempre.

Coloca la cinta métrica a lo largo de las piernas de Misty.

Algo frío y suave roza la mejilla de Misty y la voz de Grace le dice:

—Siéntelo. —Grace dice—: Es satén. Te estoy cosiendo el vestido para la inauguración.

En lugar de «vestido», Misty entiende «mortaja».

Por el tacto, Misty nota que es satén blanco. Grace está cortando el vestido de boda de Misty. Rehaciéndolo. Haciendo que dure para siempre. Que nazca de nuevo. Que renazca. Misty huele la colonia Wind Song que queda en el vestido y se reconoce a ella misma.

Grace dice:

—Hemos invitado a todo el mundo. A todos los veraneantes. Tu inauguración será el acontecimiento social más importante en un centenar de años.

Igual que su boda. Que nuestra boda.

En lugar de «inauguración», Misty entiende «sacrificio».

Grace dice:

—Ya casi has terminado. Solamente te faltan dieciocho cuadros más para terminar.

Para que sean cien justos.

En lugar de «terminado», Misty entiende «muerto».

21 DE AGOSTO

Hoy en la oscuridad del interior de los párpados de Misty, se dispara la alarma antiincendios. Un timbrazo largo procedente del pasillo entra por la puerta con tanta fuerza que Grace tiene que gritar:

—Oh, y ahora ¿qué? —Le pone una mano en el hombro a Misty y le dice—: Sigue trabajando.

La mano le aprieta el hombro y Grace dice:

—Tú termina este último cuadro. Eso es lo único que necesitamos.

Se alejan los pasos de Grace y se abre la puerta que da al pasillo. Durante un momento la alarma suena más fuerte, estridente, chimante como el timbre del descanso de la escuela de Tabbi. O en la escuela primaria de ella, cuando era niña. Cuando Grace cierra la puerta tras de sí, el ruido del timbre vuelve a amortiguarse. No cierra la puerta con llave.

Pero Misty sigue pintando.

Cuando Misty le dijo a su madre en Tecumseh Lake que tal vez iba a casarse con Peter Wilmot y mudarse a la isla de Waytansea, su madre le dijo a Misty que todas las grandes fortunas se basan en engañar a la gente y en el dolor. Cuanto mayor es la fortuna, le dijo, mayor es el sufrimiento causado. Para los ricos, le dijo, el primer matrimonio es una mera cuestión de reproducción. Y le preguntó a Misty si realmente quería pasarse el resto de su vida rodeada de aquella clase de personas.

Su madre le preguntó:

—¿Es que ya no quieres ser artista?

Solamente para que conste en Acta, Misty le dijo: «Claro que si».

Ni siquiera era el hecho de que Misty estuviera muy enamorada de Peter. Misty no sabía qué era. Simplemente ya no podía regresar a casa y a aquella caravana.

Tal vez es que el trabajo de una hija es cabrear a su madre.

Eso no te lo enseñan en la facultad de bellas artes.

La alarma antiincendios sigue sonando.

La semana en que Peter y Misty se fugaron estaban en las vacaciones de Navidad. Misty dejó a su madre angustiada toda aquella semana. El pastor miró a Peter y le dijo:

—Sonríe, hijo. Parece que estás delante de un pelotón de fusilamiento.

Su madre llamó a la universidad. Llamó a los hospitales. Una sala de urgencias tenía el cadáver de una joven muerta, que habían encontrado desnuda en una zanja con cien puñaladas en el vientre. La madre de Misty se pasó el día de Navidad cruzando tres condados en coche para ver el cuerpo mutilado de aquella Jane Doe. Mientras Peter y Misty caminaban por el pasillo de la iglesia de Waytansea, su madre contenía la respiración y miraba cómo un detective de policía abría la cremallera de una bolsa para cadáveres.

En aquella vida anterior, Misty llamó a su madre un par de días después de Navidad. Sentada en la casa de los Wilmot detrás de una puerta cerrada con llave, Misty manoseaba la bisutería que Peter le había ido regalando mientras salían juntos, los cristales de estrás y las perlas falsas. En el contestador, Misty escuchó una docena de mensajes de su madre en tono de pánico. Cuando Misty consiguió finalmente marcar su número en Tecumseh Lake, su madre le colgó el teléfono.

No pasaba nada. Después de llorar un poco, Misty nunca volvió a llamar a su madre.

Ya se sentía más en casa en la isla de Waytansea de lo que se había sentido nunca en la caravana.

La alarma antiincendios del hotel sigue sonando, y alguien dice desde el otro lado de la puerta: —¿Misty? ¿Misty Marie? Llaman a la puerta. Es una voz de hombre.

Y Misty dice: —Sí.

La alarma sube de volumen al abrirse la puerta y luego se aparta.

Un hombre dice:

—¡Joder, qué peste hay aquí dentro!

Y es Ángel Delaporte el que llega a rescatarla. Solamente para que conste en acta, el parte meteorológico de hoy anuncia frenesí, pánico y prisas mientras Ángel le despega la cinta adhesiva de la cara. Le quita el pincel de la mano. Ángel le da dos fuertes bofetadas, una en cada mejilla, y dice:

—Despierta. No tenemos mucho tiempo.

Ángel Delaporte la abofetea del mismo modo que se abofetea a una mujer guapa y tonta en la televisión en español. Misty no es más que piel y huesos.

La alarma antiincendios del hotel no para de sonar.

Misty mira la luz del sol con los ojos fruncidos desde su ventana diminuta y dice: Alto. Misty dice que no entiende. Que tiene que pintar. Que es lo único que le queda.

La pintura que tiene delante es un cuadrado de cielo, una serie de manchas borrosas azules y blancas, nada terminado, pero llena toda la hoja de papel. Apiladas contra la pared junto a la puerta hay otras pinturas, de cara a la pared. Detrás de cada una hay un número escrito a lápiz. En una dice noventa y siete. En otra, noventa y ocho. En otra, noventa y nueve.

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