Don Alfredo (30 page)

Read Don Alfredo Online

Authors: Miguel Bonasso

Tags: #Relato, #Intriga

BOOK: Don Alfredo
2.16Mb size Format: txt, pdf, ePub

En aquel entonces, la filial local de la poderosa red —que hoy abarca casi doscientos países y da trabajo a treinta mil empleados— apenas contaba con un garaje en el barrio de Once, una pequeña oficina en San Martín y Corrientes y una flota de siete unidades Toyota más una camioneta de otra marca. En total empleaba a veinte personas. Bruce Walker, el gerente regional de DHL, insistía en transferírsela a toda costa a un argentino y presionó sobre Giacchino para que aceptara. El abogado hizo varios viajes a Brasil para verse con Walker y, al final, terminó comprándola por veintisiete mil dólares. Un 50 por ciento al contado y el resto pagadero a uno y dos años. Como no tenía mucho tiempo para dedicarle a la empresa, le pidió ayuda a un amigo, también abogado, a quien conocía de los tiempos de estudiante universitario: Carlos Mackinlay.

Giacchino ya había intentado que Mackinlay lo acompañara en un proyecto anterior de bufete, pero uno de los socios se había negado, afirmando que con "ese señor" no iba "ni a la esquina". Descartando esa advertencia premonitoria, Giacchino —según lo declararía mucho después ante el juez Conrado Bergesio— cometió el error de hacer figurar a Mackinlay como socio, con el 10 por ciento de las acciones. Eso llegaría a costarle un pleito futuro y algo mucho más grave, cuando el amigo se diera vuelta y comenzara a jugar para un desconocido llamado Alfredo Yabrán. Era un calco de lo que ya había ocurrido con los Harispe y Hugo Lifschitz en el
affaire
Los Pinos. Y se repetiría en muchos otros episodios, como si fuera una marca de fábrica de Don Alfredo: la doctrina de la quinta columna en las empresas que iba devorando.

Los problemas no tardaron en aparecer y Giacchino, a quien sus condiscípulos del Nacional Buenos Aires llamaban "el bufón" por su permanente disposición para la chacota, comenzó a perder la sonrisa.

Primero se dio el ritual del almuerzo en el restaurante El Hueso Perdido, de Olivos. El encuentro fue propiciado por Carlos Curto, titular del correo privado Choice International. Giacchino acudió acompañado por el intermediario y Juan Carlos Berisso, presidente de World Courier. El hombre alto de ojos azules estaba secundado por el
Duque
Rodolfo Balbín y por otro contertulio que se borraría de la memoria de Giacchino. Balbín comenzó a hablar elípticamente, haciendo amables disquisiciones sobre la necesidad de coordinar la actividad entre los correos privados nacionales y los internacionales, hasta que el hombre que escanciaba el vino espetó, sin más trámites:

—En el mercado postal hace falta una sola voz, por lo que o me compran o los compro.

Insólita "propuesta" que Giacchino rechazó airadamente sin imaginar que seis años más tarde terminaría por "aceptarla". Durante tres años DHL continuó operando y creciendo en el país sin mayores contratiempos pero, en 1986, cometió el "error" de incursionar, a través de dos acciones temerarias, en el territorio de Don Alfredo. La respuesta no se hizo esperar.

American Express distribuía sus tarjetas de crédito y los correspondientes resúmenes de cuenta a través de OCASA. Sólo en Buenos Aires tenía doscientos mil clientes, que recibían la correspondencia a través de las camionetas amarillas y los "caminantes" del
Cartero.
Al comienzo todo iba bien, porque el servicio era rápido y eficiente, pero pronto los directivos de la empresa evaluaron que el precio era muy elevado y buscaron una distribución alternativa. Un gerente de American Express, que era amigo de Giacchino, le pidió una cotización y el dueño de DHL le envió una carta con tarifas que eran dos o tres veces más baratas que las de OCASA. Al día siguiente uno de los gerentes de DHL recibió una llamada telefónica. Un hombre que no se identificó le advirtió con voz convincente:

—Esta es la última cotización que ustedes hacen en el mercado postal interno —y colgó.

El segundo desafío fue de carácter gremial. En aquella época, los correos privados estaban agrupados en una única Cámara, denominada APE (Asociación Permisionarios de ENCOTEL), que respondía dócilmente al Grupo Yabrán a través de la férrea conducción del
Duque
Balbín. Giacchino decidió hacerle la contra y fundar la CEPAC (Cámara de Empresas Prestatarias de Servicios Postales), que empezó a reunirse en las amplias oficinas de un hombre que había venido de muy abajo y llegaría a ser inquietantemente famoso diez años más tarde, a raíz del asesinato de José Luis Cabezas: Oscar Andreani.

Andreani era un tipo bastante simple, un camionero que provenía de una familia de chacareros de Casilda y había comenzado llevando personalmente paquetes y encomiendas a Santa Fe y Rosario, para extender después el radio de acción a Buenos Aires. En 1986 ya manejaba una empresa familiar bastante próspera, junto con su padre y su hermano Miguel. El éxito de su desarrollo era parecido (pero menos espectacular) al alcanzado por su admirado y temido Alfredo Yabrán, con quien siempre tuvo una relación ambigua, comercialmente condicionada. Domingo Cavallo creyó observar en esa relación la clásica figura del testaferro, pero uno de sus lugartenientes, encargado de realizar las tareas de inteligencia, columbró a un pagador de diezmos, que en 1995 y 1996 habría pagado unos 250 mil dólares mensuales de gabela. Un desembolso generoso para garantizar "protección" y sacarse de encima ese miedo pánico que le infundía al camionero de Casilda el solo nombre del
Cartero.
Pero en aquel momento, en 1986, tuvo uno de sus cíclicos espasmos independentistas que lo llevaron a probar suerte junto a Giacchino. Una rebeldía tonta si se quiere, de la que no tardaría en salir, cuando los soldados escandinavos empezaron a crearle dificultades a través de métodos simples pero eficaces.

La empresa del chofer santafesino tenía unos camiones de doble acoplado que ostentaban el nombre Andreani en la tela exterior. Entre esa tela y el recubrimiento interno, manos ingeniosas habían construido un doble fondo que se rellenaba con diversas mercaderías foráneas. Los choferes ignoraban la confección de esos
embutes
o los toleraban a punta de pistola. Luego, una voz anónima hacía la denuncia pertinente, y las autoridades policiales o aduaneras detenían los camiones de Andreani, revisaban lo que había que revisar y comenzaba una serie muy molesta de sumarios y denuncias por el presunto delito de contrabando. A Giacchino todavía le iría peor.

Entre 1986 y 1988 una ola imprevista de antiimperialismo anegó el Congreso Nacional, pocas veces hostil al capital extranjero. Y esa ola, curiosamente, abarcó a legisladores de las dos fuerzas principales de la política argentina: peronistas y radicales, que multiplicaron las denuncias contra la "británica" DHL por presuntos actos de contrabando y fraudes a la renta postal. Llegaron, en algunos casos, a pedirle al Poder Ejecutivo que dejara sin efecto la autorización de DHL. Entre los justicialistas se destacó, por su fervor, José Celestino Blanco, un dirigente vinculado a Herminio Iglesias, que había entrado al Bloque de la mano de un sindicalista con poder empresarial, el petrolero Diego Ibáñez, que, a la sazón, conducía el Bloque Justicialista de diputados. Ibáñez ya era un íntimo amigo de Yabrán y Carlos Menem y actuó como nexo entre los dos. Por una extraña casualidad, cuando dejó su labor parlamentaria, Celestino Blanco pasó a la dirección de una empresa de seguridad aeroportuaria del Grupo, Orgamer. Entre los radicales, Roberto Sanmartino sobresalió por su celo antibritánico. Dejando de lado las banderías partidistas, el legislador promovió juicio político contra el juez Virgolini por haber sobreseído a DHL en una de las denuncias que le había hecho el peronista José Celestino Blanco. Sanmartino fue otro legislador con repliegue asegurado, y acabó trabajando con el hijo de Ricardo Molinas, enemigo jurado de los enemigos del Grupo. Desde la Fiscalía, Molinas también investigó a DHL por su "origen británico" y prestó oídos a cinco "denuncias anónimas" contra la empresa de Giacchino.

ENCOTEL, mientras tanto, dictó una resolución estableciendo que cualquier correspondencia procedente del exterior, del tipo
courier,
debía pagar catorce dólares como canon. La embajada norteamericana no tardaría en cuestionar esa resolución como una virtual tarifa discriminatoria en contra de los correos extranjeros.

Por si esto fuera poco, los desconocidos de siempre enviaron una circular anónima a los clientes de DHL, informándoles que la empresa era una "pantalla" para el contrabando. No tardaron en aparecer los ataques en los medios, motorizados por una usina periodística todavía endeble y artesanal, que Don Alfredo iría perfeccionando con el sencillo expediente de comprar a varias figuras de la radio y la televisión.

El lunes 27 de abril de 1987, Jorge Carlos Brinsek, que por aquel entonces dirigía la agencia informativa Diarios y Noticias (DyN), se llevó un gran disgusto. Al revisar el servicio de días anteriores encontró un despacho del viernes 24 que le hizo lanzar una sonora puteada. Alguien había escrito un libelo contra la empresa DHL que podía costarle a la agencia una demanda. Leyó y releyó la nota y luego empezó a subrayar los párrafos más peligrosos, sustentados en bases tan endebles como las clásicas "fuentes responsables". El despacho informaba que "la empresa británica DHL" había introducido ilegalmente en el país "documentos sobre depósitos en el exterior de empresas y empresarios", "al margen de las reglamentaciones que rigen en nuestro país", "sin pagar los derechos que debe cobrar el Estado argentino", "violando la resolución 3821/88, por lo que todos los valores fueron secuestrados y citados sus destinatarios" al igual que los responsables de la empresa que había realizado el transporte. Un párrafo sostenía que una de las "fuentes responsables" acusaba a DHL "de haber sacado subrepticiamente de nuestro país, durante la guerra de las Malvinas, las remesas correspondientes a ciudadanos británicos que utilizaban testaferros en esas operaciones". También informaba que "ENCOTEL retiró el permiso que había otorgado a esa empresa para el tráfico interno de correspondencia internacional". En el último renglón venían las iniciales JRB que identificaban al autor de la nota. Julio Rubén Bazán, que se desempeñaba como jefe de la sección Gremiales de la agencia —un área temática sin conexión con la información que había escrito—. Para indignación de Brinsek, la nota ya se había distribuido a los medios que compraban el servicio de DyN. Furioso, convocó a Bazán a su despacho y comenzó a increparlo. El periodista, cabizbajo, sólo atinó a decir que había "levantado" la información de la edición matutina de
Crónica
del viernes 24. Eso enardeció aún más a Brinsek, que le preguntó a los gritos por qué se había metido con un tema que no era de su sección y por qué se había limitado a copiar prácticamente el texto del matutino sin contrastarlo, al menos, con una declaración oficial de algún directivo de DHL. Como las explicaciones que recibió no aventaron su furia ni sus sospechas de que había algo por detrás, ordenó la suspensión preventiva de Bazán y una investigación interna que concluyó, finalmente con el despido del redactor, al que DyN tuvo que pagarle ochenta mil pesos de indemnización.

Tres o cuatro días después de separar a Bazán de su cargo, Brinsek recibió una llamada telefónica de su amigo, el conocido periodista televisivo Sergio Villarroel, que se mostró muy preocupado por el episodio y le rogó que reincorporase a Bazán. Brinsek se negó categóricamente. Dos días más tarde, Villarroel volvió a llamarlo y le pidió, como favor personal, que lo acompañara a ver a un empresario amigo "interesado en resolver la situación" originada por el despacho de Bazán. Brinsek, interesado en "ir al fondo de la cuestión", accedió al pedido del periodista que había ganado prestigio por su labor informativa en los setenta y lo acompañó a un edificio de Viamonte al 300 donde, tras una breve espera en una oficina "de muy austeras dimensiones", "ingresó una persona muy amable" que estrechó la mano del director de DyN y se presentó como Alfredo Yabrán. Un nombre que a Brinsek todavía no le decía nada. Villarroel abandonó la oficina para dejarlos a solas. Yabrán empezó pidiéndole disculpas por la "desprolijidad en el caso Bazán" y luego bajó la voz para la confidencia:

—Usted sabe que estamos en una guerra en donde se mata o se muere y en la cual me sentiría honrado de que esté de nuestro lado. Sé que a usted tendrían que haberle avisado que se iba a transmitir la información que provocó el problema con este chico (Bazán) y quiero pedirle encarecidamente si no hay alguna forma de solucionar el problema.

El director de DyN respondió que el tema lo había superado, que estaba en manos del directorio de la agencia y que ya había un cruce de telegramas deslindando responsabilidades. Yabrán hizo un gesto con las manos como diciendo ¡mala suerte! y comentó:

—Bueno... entonces miremos para adelante. Nuestro negocio es el correo y queremos sacarnos de encima a la competencia. Nosotros tenemos fiscales, jueces, diputados y funcionarios amigos, pero nos está faltando un buen engranaje de prensa para difundir temas como éste.

Brinsek (según sus declaraciones posteriores ante el juez Conrado Bergesio) fingió interesarse y le preguntó en forma capciosa si lo que le estaba sugiriendo era "atacar a los competidores fabricando procedimientos que tuvieran amplia difusión periodística para desacreditarlos".

—Eso es exactamente lo que queremos —respondió el señor Yabrán. Y agregó—: Piénselo y arregle con Sergio los detalles.

Se levantó, lo saludó efusivamente y abandonó la oficina. Brinsek no volvió a verlo en su vida. Según el relato judicial del director de DyN, cuando salieron del edificio, Villarroel —que lo esperaba en un despacho contiguo— le habría dicho: "Brinsequito: estoy autorizado para hacerte depositar en donde vos quieras cinco mil dólares por mes si nos das una mano. Y este dinero puede ser mucho mayor porque Alfredo es un tipo muy piola con todos nosotros". A Brinsek le dio "mucha calentura" y le respondió secamente que era la última vez que lo hacía "participar en una reunión de esa naturaleza". La amistad entre los dos periodistas, "que había sido muy cálida" hasta ese momento, se enfrió para siempre. Años más tarde, cuando Villarroel murió, Brinsek no asistió al entierro. Para entonces, el antiguo director de DyN había conocido a Giacchino y había empezado a trabajar con él en tareas de prensa. En todos los años que precedieron a la muerte del periodista sólo se cruzaron una vez por la calle. Villarroel, imitando el gesto de un hombre al que llevan esposado, le dijo: "Viste, tanto lío y al final Alfredo acabó con Giacchino".

Other books

Post Mortem by Patricia Cornwell
Borderlands 5 by Unknown
When the Laird Returns by Karen Ranney
The Eye in the Door by Pat Barker
Bogart by Stephen Humphrey Bogart
Backlash by Nick Oldham
The Bootlegger Blues by Drew Hayden Taylor
In the Blind by S.J. Maylee
Heart's Duo (Ugly Eternity #4) by Charity Parkerson