—Esto te lo manda el
Amarillo.
El presidente de la Cámara de Diputados abrió el maletín y creyó que era protagonista de un
thriller:
estaba lleno de dólares, en fajos primorosamente ordenados.
—Un palo —comentó filosóficamente el
Dibujante.
—¿Y esto?... ¿Por qué? ¿Qué significa? —balbuceó Pierri, nervioso, mirando alternativamente al mensajero y a la puerta cerrada del despacho.
—Porque lo hiciste callar al chico Caviglia —respondió, didáctico, el
Dibujante.
—Pero no es cierto. Yo no lo hice callar. En todo caso él se habrá callado solo. Esto no me corresponde —dijo el
Muñeco
en un ponderable ataque de probidad que el otro quizá no esperaba.
Un alto funcionario del gobierno de Menem que revelaría muchos años después la anécdota, no supo decir cuál había sido su desenlace.
Cuando Don Alfredo se sintió expuesto a los rayos infrarrojos, eligió al hombre que parecía más capaz de hacer un
lobby
eficiente en los Estados Unidos y convocó al escribano Wenceslao Hernán Marcos Bunge, "el señor
Wences"
(como lo llamaría años más tarde ante los diputados de la Comisión Anti Mafia), a un desayuno en el pabellón que usaba como oficina en su mansión de Acassuso. Era el hombre indicado.
El ex rugbier del
CUBA,
que casi integra el legendario equipo de "los Pumas" en la famosa gira por Sudáfrica, tenía buenos apoyos en el gobierno menemista, con el que se había vinculado a través del entonces ministro de Trabajo Rodolfo Díaz, y contactos estratégicos en los Estados Unidos, que había forjado en tiempos de la dictadura militar, cuando gerenciaba una fundación creada por su amigo Raúl Piñeiro Pacheco, comerciante de granos y dueño del Banco de Intercambio Regional (BIR), entidad vinculada con el Opus Dei que sucumbió en 1981 debido a una quiebra fraudulenta. Por esa quiebra, Piñeiro Pacheco fue condenado —recién en 1997— a tres años de prisión más la correspondiente indemnización a los ahorristas perjudicados. Según escribió Horacio Verbitsky en
Página
/12,
la Fundación Piñeiro Pacheco organizó numerosos seminarios —en la Argentina y en los Estados Unidos— para "defender el récord de la dictadura en materia de derechos humanos, tarea que consideraba
un deber cristiano".
(Algunas fuentes parlamentarias sostendrían, años más tarde, que la Fundación estaba financiada directamente por el Primer Cuerpo de Ejército, a cargo de Suárez Mason.)
Uniendo lo útil a lo bello,
Wences
conectó a Piñeiro Pacheco con otro amigo poderoso: el ex secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, William Rogers, con quien se asoció para comprar un velero que encargaron al astillero Germán Frers y costó ciento veinte mil dólares. Según Verbitsky, esa suma fue financiada a doce años, con generosos préstamos respaldados por el Banco Central. El velero —cuya maqueta aún adorna la biblioteca de la escribanía Bunge— fue enviado a los Estados Unidos mediante un programa de promoción de las exportaciones y "entró sin pagar impuestos". Verbitsky sostiene que el "señor
Wences"
navega en el velero "tres o cuatro veces por año" y que Rogers es uno de los hombres "que combinó con mayor desprejuicio la ideología con los negocios".
Comparte esa característica con muchos otros diplomáticos norteamericanos, como Terence Todman, que acabó en el directorio de Aerolíneas Argentinas cuando la compró American Airlines, empresa por la que había hecho presión cuando era embajador. En 1997, Todman fue el cerebro de la compra de varias empresas del enigmático Yabrán por el no menos enigmático Exxel Group. O el sucesor de
Terry
en el virreinato, James Cheek, que integra el directorio de Ciccone Calcográfica, a la que sospechaba de estar bajo influencia de Don Alfredo cuando era titular de La Embajada.
William Rogers no fue menos y aceptó trabajar en las empresas de Piñeiro Pacheco, confirmando una vieja verdad que todavía muchos tontos se resisten a creer: los inspectores internacionales de la corrupción, que van por el Tercer Mundo amigando sus narices calvinistas, nunca le sintieron mal olor a los billetes que les pagaban los corruptos. Por Rogers, Bunge llegó a Henry Kissinger, el ex secretario de Estado que abrió las puertas al golpe genocida de Augusto Pinochet y autorizó al entonces canciller argentino, contraalmirante Guzzetti, a perpetrar una "noche y niebla" (eso sí, limitada en el tiempo) contra los que combatían a la dictadura argentina. A Henry Kissinger,
Wences
le sacaría mucho jugo. Primero ante Cavallo, para quien organizó una comida en la que el ex secretario de Estado habló cinco minutos y el ministro argentino, dos horas, provocando, después de su partida, un ácido comentario del ilustre huésped:
"such special man"
. Después con Yabrán, a quien Kissinger alquilaría sus servicios de
lobbista
en 1993.
Pero, además, Bunge tenía en su curriculum otros antecedentes en relación con ciertos personajes de la dictadura militar que podían favorecer su diálogo con Yabrán, porque suponían una plataforma de lanzamiento común a los dos interlocutores. En primer lugar, integró —en abril de 1982— el directorio de SMC, una empresa dedicada al comercio de importación y exportación en rubros muy variados, que iban desde "frutos", como el café de El Salvador, hasta la "metalurgia", que en una de sus acepciones más usuales incluye los armamentos. Los socios principales de esa empresa, y la razón de la sigla que la distinguía, eran los generales Carlos Guillermo Suárez Mason y Ramón Camps, que desde sus respectivos puestos —comandante del Primer Cuerpo de Ejército y jefe de la Policía Bonaerense, respectivamente— habían sido dos de los principales protagonistas de la tenebrosa represión clandestina que se abatió sobre el país a partir de marzo de 1976.
Junto a ellos revistaban en el directorio varios personajes como el neurocirujano Hernán José Cirilo Bunge, hermano de
Wences,
y el actual director del PAMI, Víctor Alderete. Una prolija investigación del periodista Daniel Santoro para su libro
Venta de armas. Hombres del gobierno,
revela que el rubro principal de exportación fueron las armas y que su destino probable era el paramilitar Roberto D'Aubuisson de El Salvador y los "contras" nicaragüenses financiados ilegalmente por los Estados Unidos para derrocar al gobierno sandinista. En una entrevista con Santoro, Wenceslao dijo que había estado muy poco tiempo en la empresa y que "no creía" que SMC le hubiera vendido armas a los "contras". Cuando se realizaba la investigación para este libro, se molestó por la pregunta ("¡Ah, eso!") y afirmó que sólo había figurado por pedido de su hermano.
El dato que le disgustaba fue destapado en
Página/12
por la periodista Susana Viau. Suárez Mason, como se sabe, formaba parte —igual que Massera y López Rega— de la logia Propaganda 2, que se ocupaba precisamente del negocio de las armas y estaba conectada con el escándalo del Banco Ambrosiano, conducido por el arzobispo norteamericano Paul Marcinkus. Cuando el jefe de la Logia, Licio Gelli, tuvo que huir de la justicia italiana, se le hizo un pasaporte falso en el sótano de la ESMA. Allí reinaban entonces el capitán Horacio Estrada (vinculado con la venta de armas a Ecuador y Croacia y fallecido en uno de los suicidios más dudosos de la historia contemporánea) y su segundo, el director de Zapram, Adolfo Miguel Donda Tigel. Suárez Mason, como se recordará, fue interventor de YPF, posición que lo conecta con el sindicalista Diego Ibáñez. Una serie asombrosa de conexiones casuales que sugiere la existencia de una "familia" nacida en la dictadura militar y continuada —con renovados bríos— durante el gobierno de Menem.
Pero el terreno más afín entre Don Alfredo y su futuro vocero era la común vinculación de ambos con la Fuerza Aérea. En mayo de 1982, un mes después de que se constituyera SMC, y cuando se hacía evidente que el "mediador" norteamericano Alexander Haig inclinaría las pesas hacia el aliado histórico que era Gran Bretaña, Bunge partió a Washington con una misión oficial y secreta que le encomendó su amigo Basilio Lami Dozo, que comandaba la Fuerza e integraba la penúltima Junta militar. Según lo declaró él mismo ante la Comisión Rattenbach, que investigó después la desastrosa conducción de esa guerra, Bunge se entrevistó con Jeanne Kirkpatrick, embajadora de los Estados Unidos en la ONU, a fin de "clarificarle la posición sostenida por la Argentina en el conflicto". Kirkpatrick era uno de los "halcones" del gobierno de Reagan y tenía simpatía por la dictadura argentina debido al apoyo que el general Leopoldo Galtieri le había dado al gobierno norteamericano en la guerra de Centroamérica, pero estaba limitada por la clara posición "atlantista" del secretario Haig y le advirtió a Bunge de entrada que tenía "las manos afuera" de la cuestión. Con todo, hizo un intento por acercar las posiciones de los dos países, pero naufragó rápidamente abriendo las puertas a lo que ella misma calificó como "un día trágico". Y
Wences
regresó a Buenos Aires con las manos vacías.
La tarea que ahora le proponía ese hombre tan simpático, por el que llegaría a cobrar un afecto sincero, era mucho más sencilla. Yabrán le dio amplia libertad de acción y Bunge se movió bien y rápido. Lo primero que hizo fue entrevistarse con la gente de la DEA en Buenos Aires, tarea que, según él, le llevó apenas media hora. Los agentes, asegura, le dijeron que no investigaban a Yabrán. La respuesta es importante, pero dista de ser concluyente. Por obvias razones, la DEA no suele decir a quién está investigando, a menos que surja la necesidad política u operativa de hacerlo. Generalmente, la investigación es un arma de presión política sobre ciertos gobernantes y grandes empresarios vinculados con el poder. Michael Levine, que condujo la DEA en la Argentina durante cinco años y tenía en la agencia una antigüedad de veintitrés, declaró en una entrevista: "La ventaja del correo para los traficantes no está en la cantidad de droga que pueden mover, sino en la facilidad que tienen para hacerla llegar a los destinatarios". Y agregó algo sorprendente, por tratarse de quien se trata: "La CIA no sólo protege a algunos narcotraficantes, sino que muchas veces entra en las operaciones ilícitas, la CIA determina qué y cómo hacer las cosas, en tanto que la DEA debe
aparentar que lucha contra la droga.
Si un gobernante tiene buenas conexiones con la CIA, puede hacer lo que quiera. Si él mismo saliera a vender cocaína en la calle, la DEA no podría hacer nada al respecto. En la Argentina me di cuenta de que la CIA protegía a ciertos narcotraficantes".
En un reciente libro sobre Yabrán, Franco Caviglia, que ahora integra la filas del partido Acción para la República de Domingo Cavallo, afirma que la DEA investigó a Don Alfredo, a personajes del entorno de Menem y al propio Presidente y que "el resultado de la investigación sobre Menem está archivado en computadoras de El Paso (Texas) y en los archivos del Departamento de Estado".
El segundo paso que dio Bunge arrojó un resultado incuestionable. Tras la charla con Don Alfredo en la Mansión del Águila, envió un fax a la firma Arnold & Porter de Washington y pocos días después, el 9 de agosto de 1991, obtuvo la respuesta que necesitaban: tras un riguroso sondeo en todas las cortes y archivos criminales del Estado de Florida (que incluía al distrito Norte, el Sur y el del Medio) se pudo comprobar que no figuraba ningún dato que incriminara al señor Alfredo Enrique Nallib Yabrán en delitos de ninguna especie. No tenía causas abiertas ni cerradas. En el caso de la Corte de Tampa, que estaba en el distrito del Medio, figuraba la misma frase que en todas las otras:
No records
found.
(No registra antecedentes). Con la fotocopia del fax fue a verlo a
Maxi
Gainza Paz y logró una importante rectificación en la campaña que venía llevando a cabo Acuña, de quien sospechaba que era uno de esos periodistas que pegaba para obtener algo a cambio. El 19 de agosto, Acuña consignó en una nota que había recibido la aclaración solicitada a la firma Arnold & Porter y especuló con la posibilidad de que Caviglia se hubiera confundido en relación con un posible juicio por drogas en Tampa, debido a la "similitud fonética" entre el apellido Yabrán "y el de otro personaje bastante conocido en nuestro medio". Aludía, sin nombrarlo, a Emilio Jaján, un pintoresco abogado y empresario de origen ucraniano, que había estado preso en Miami por lavado de narcodólares en 1990. El empresario alcanzó sus quince minutos de gloria seis años después, durante un seminario organizado en honor de Carlos Menem que se llevó a cabo en Kiev. Allí Jaján, que fomentaba el comercio con la Argentina y proponía insólitas ferias "flotantes" y "volantes", rompió el protocolo y profetizó que el Presidente sería reelegido para un tercer mandato.
La campaña en su contra parecía neutralizada y Yabrán le preguntó a
Wences
cuánto quería por sus servicios. Bunge asegura que no le cobró nada. Pocos días después, cuando se casó su hija María de la Paz, recibió, entre múltiples regalos, un juego de platos ("que debía valer como tres mil dólares") con la tarjeta de un señor desconocido para la joven: Alfredo E. N. Yabrán.
Para Bunge todo había quedado aclarado y superado. Pero Don Alfredo, que tenía más olfato, seguía intranquilo. Tomó uno de los celulares que tenía a nombre de un ignoto peón de Entre Ríos y marcó un número que casi nadie conocía.
—Tengo que verte ya —ordenó.
—¿Quién carajo llamará a estas horas? —pensó en voz alta el embajador argentino en la ONU, mientras encendía el velador de la mesa de luz y consultaba su reloj pulsera. Por el teléfono particular de la residencia le llegaba desde Buenos Aires la voz inconfundible de Hugo Franco.
—Tenés que venir urgente, Jorge. Hay un amigo mío que tiene un problema serio y quiere que lo ayudes a resolverlo. Es una emergencia.
Su mujer, adormilada, arrugó el entrecejo en una muda interrogación. Jorge Vázquez tapó la bocina del teléfono con la mano y la puso al tanto con un susurro:
—Es Hugo Franco, dice no sé qué de una emergencia.
—Está bien —respondió en voz alta—. Si puedo me hago una escapada a Buenos Aires el fin de semana. Yo te aviso.
Colgó y se quedó sentado en el borde de la cama, rascándose la cabeza. El llamado lo preocupaba y lo intrigaba. Tenía una relación cordial con Franco, pero al mismo tiempo no quería quedar pegado con su historial y con sus extrañas actividades relacionadas con la metalurgia pesada. Tampoco quería dejar de ir, para ver de qué se trataba.