que su voluntad cumplieren
los vivos, como esta vez.
Mas ya de marcharme es hora;
todo corriente lo dejo,
y de Sevilla me alejo
al despuntar de la aurora.
¡Ah, mármoles que mis manos
pulieron con tanto afán!
Mañana os contemplarán
los absortos sevillanos;
y al mirar de este panteón
las gigantes proporciones,
tendrán las generaciones
la nuestra en veneración.
Mas yendo y viniendo días,
se hundirán unas tras otras,
mientra en pie estaréis vosotras,
póstumas memorias mías.
¡Oh, frutos de mis desvelos,
peñas a quien yo animé,
y por quienes arrostré
la intemperie de los cielos!
El que forma y ser os dio
va ya a perderos de vista;
velad mi gloria de artista,
pues viviréis más que yo.
Mas… ¿quién llega?
El
ESCULTOR
y
DON JUAN,
que entra embozado.
ESCULTOR.—Caballero…
DON JUAN.—Dios le guarde.
ESCULTOR.—Perdonad,
mas ya es tarde, y…
DON JUAN.—Aguardad
un instante, porque quiero
que me expliquéis…
ESCULTOR.—¿Por acaso
sois forastero?
DON JUAN.—Años ha
que falto de España ya,
y me chocó el ver al paso,
cuando a esas verjas llegué,
que encontraba este recinto
enteramente distinto
de cuando yo lo dejé.
ESCULTOR.—¡Ya lo creo! Como que esto
era entonces un palacio,
y hoy es panteón el espacio
donde aquél estuvo puesto.
DON JUAN.—¡El palacio hecho panteón!
ESCULTOR.—Tal fue de su antiguo dueño
la voluntad, y fue empeño
que dio al mundo admiración.
DON JUAN.—¡Y, por Dios, que es de admirar!
ESCULTOR.—Es una famosa historia,
a la cual debo mi gloria.
DON JUAN.—¿Me la podéis relatar?
ESCULTOR.—Sí; aunque muy sucintamente,
pues me aguardan.
DON JUAN.—Sea.
ESCULTOR.—Oíd
la verdad pura.
DON JUAN.—Decid,
que me tenéis impaciente.
ESCULTOR.—Pues habitó esta ciudad
y este palacio, heredado,
un varón muy estimado
por su noble calidad.
DON JUAN.—Don Diego Tenorio.
ESCULTOR.—El mismo.
Tuvo un hijo este don Diego
peor mil veces que el fuego,
un aborto del abismo.
Un mozo sangriento y cruel,
que con tierra y cielo en guerra,
dicen que nada en la tierra
fue respetado por él.
Quimerista, seductor
y jugador con ventura,
no hubo para él segura
vida, ni hacienda, ni honor.
Así le pinta la historia,
y si tal era, por cierto
que obró cuerdamente el muerto
para ganarse la gloria.
DON JUAN.—¿Pues cómo obró?
ESCULTOR.—Dejó entera
su hacienda al que la empleara
en un panteón que asombrara
a la gente venidera.
Mas con condición, que dijo,
que se enterraran en él
los que a la mano cruel
sucumbieron de su hijo.
Y mirad en derredor
los sepulcros de los más
de ellos.
DON JUAN.—¿Y vos sois quizás
el conserje?
ESCULTOR.—El escultor
de estas obras encargado.
DON JUAN.—¡Ah! ¿Y las habéis concluido?
ESCULTOR.—Ha un mes; mas me he detenido
hasta ver ese enverjado
colocado en su lugar;
pues he querido impedir
que pueda el vulgo venir
este sitio a profanar.
DON JUAN.—(
Mirando.
) ¡Bien empleó sus riquezas
El difunto!
ESCULTOR.—¡Ya lo creo!
Miradle allí.
DON JUAN.—Ya le veo.
ESCULTOR.—¿Le conocisteis?
DON JUAN.—Sí.
ESCULTOR.—Piezas
son todas muy parecidas,
y a conciencia trabajadas.
DON JUAN.—¡Cierto que son extremadas!
ESCULTOR.—¿Os han sido conocidas
las personas?
DON JUAN.—Todas ellas.
ESCULTOR.—¿Y os parecen bien?
DON JUAN.—Sin duda,
según lo que a ver me ayuda
el fulgor de las estrellas.
ESCULTOR.—¡Oh! Se ven como de día
con esta luna tan clara.
Esta es mármol de Carrara. (
Señalando a la de
DON LUIS.)
DON JUAN.—¡Buen busto es el de Mejía!
¡Hola! Aquí el Comendador
se representa muy bien.
ESCULTOR.—Yo quise poner también
la estatua del matador
entre sus víctimas; pero
no pude a manos haber
su retrato. Un Lucifer
dicen que era el caballero
don Juan Tenorio.
DON JUAN.—¡Muy malo!
Mas, como pudiera hablar,
le había algo de abonar
la estatua de don Gonzalo.
ESCULTOR.—¿También habéis conocido
a don Juan?
DON JUAN.—Mucho.
ESCULTOR.—Don Diego
le abandonó desde luego
desheredándole.
DON JUAN.—Ha sido
para don Juan poco daño
ése, porque la fortuna
va tras él desde la cuna.
ESCULTOR.—Dicen que ha muerto.
DON JUAN.—Es engaño;
vive.
ESCULTOR.—¿Y dónde?
DON JUAN.—Aquí, en Sevilla.
ESCULTOR.—¿Y no teme que el furor
popular…?
DON JUAN.—En su valor
no ha echado el miedo semilla.
ESCULTOR.—Mas cuando vea el lugar
en que está ya convertido
el solar que suyo ha sido,
no osará en Sevilla estar.
DON JUAN.—Antes ver tendrá a fortuna
en su casa reunidas
personas de él conocidas,
puesto que no odia a ninguna.
ESCULTOR.—¿Creéis que ose aquí venir?
DON JUAN.—¿Por qué no? Pienso, a mi ver,
que donde vino a nacer
justo es que venga a morir.
Y pues le quitan su herencia
para enterrar a éstos bien,
a él es muy justo también
que le entierren con decencia.
ESCULTOR.—Sólo a él le está prohibida
en este panteón la entrada.
DON JUAN.—Trae don Juan muy buena espada,
y no sé quién se lo impida.
ESCULTOR.—¡Jesús! ¡Tal profanación!
DON JUAN.—Hombre es don Juan que, a querer,
volverá el palacio hacer
encima del panteón.
ESCULTOR.—¿Tan audaz ese hombre es
que aún a los muertos se atreve?
DON JUAN.—¿Qué respetos gastar debe
con los que tendió a sus pies?
ESCULTOR.—¿Pero no tiene conciencia
ni alma ese hombre?
DON JUAN.—Tal vez no;
que al cielo una vez llamó
con voces de penitencia,
y el cielo en trance tan fuerte
allí mismo le metió,
que a dos inocentes dio,
para salvarse, la muerte.
ESCULTOR.—¡Qué monstruo, supremo Dios!
DON JUAN.—Podéis estar convencido
de que Dios no le ha querido.
ESCULTOR.—Tal será.
(
Aparte.
) ¿Y quién será el que a don Juan
abona con tanto brío?
Caballero, a pesar mío,
como aguardándome están…
DON JUAN.—Idos, pues, enhorabuena.
ESCULTOR.—He de cerrar.
DON JUAN.—No cerréis,
y marchaos.
ESCULTOR.—¿Mas no veis…?
DON JUAN.—Veo una noche serena
y un lugar que me acomoda
para gozar su frescura,
y aquí he de estar a mi holgura,
si pesa a Sevilla toda.
ESCULTOR.—(
Aparte.
) ¿Si acaso padecerá
de locura desvaríos?
DON JUAN.—(
Dirigiéndose a las estatuas.
) Ya estoy aquí, amigos míos.
ESCULTOR.—¿No lo dije? Loco está.
DON JUAN.—Mas, ¡cielos!, ¿qué es lo que veo?
¡O es ilusión de mi vista,
o a doña Inés el artista
aquí representa creo!
ESCULTOR.—Sin duda.
DON JUAN.—¿También murió?
ESCULTOR.—Dicen que de sentimiento
cuando de nuevo al convento
abandonada volvió
por don Juan.
DON JUAN.—¿Y yace aquí?
ESCULTOR.—Sí.
DON JUAN.—¿La visteis muerta vos?
ESCULTOR.—Sí.
DON JUAN.—¿Cómo estaba?
ESCULTOR.—¡Por Dios,
que dormida la creí!
La muerte fue tan piadosa
con su cándida hermosura,
que la envió con frescura
y las tintas de la rosa.
DON JUAN.—¡Ah! Mal la muerte podría
deshacer con torpe mano
el semblante soberano
que un ángel envidiaría.
¡Cuán bella y cuán parecida
su efigie en el mármol es!
¡Quién pudiera, doña Inés,
volver a darte la vida!
¿Es obra del cincel vuestro?
ESCULTOR.—Como todas las demás.
DON JUAN.—Pues bien merece algo más
un retrato tan maestro.
Tomad.
ESCULTOR.—¿Qué me dais aquí?
DON JUAN.—¿No lo veis?
ESCULTOR.—Mas… caballero…
¿por qué razón…?
DON JUAN.—Porque quiero
yo que os acordéis de mí.
ESCULTOR.—Mirad que están bien pagadas.
DON JUAN.—Así lo estarán mejor.
ESCULTOR.—Mas vamos de aquí, señor,
que aún las llaves entregadas
no están, y al salir la aurora
tengo que partir de aquí.
DON JUAN.—Entregádmelas a mí,
y marchaos desde ahora.
ESCULTOR.—¿A vos?
DON JUAN.—A mí; ¿qué dudáis?
ESCULTOR.—Como no tengo el honor…
DON JUAN.—Ea, acabad, escultor.
ESCULTOR.—Si el nombre al menos que usáis
supiera…
DON JUAN.—¡Viven los cielos!
Dejad a don Juan Tenorio
velar el lecho mortuorio
en que duermen sus abuelos.
ESCULTOR.—¡Don Juan Tenorio!
DON JUAN.—Yo soy,
y si no me satisfaces,
compañía juro que haces
a tus estatuas desde hoy.
ESCULTOR.—(
Alargándole las llaves.
) Tomad.
(
Aparte.
) No quiero la piel
dejar aquí entre sus manos.
Ahora que los sevillanos
se las compongan con él.
(
Vase.
)
DON JUAN,
solo.
DON JUAN.—Mi buen padre empleó en esto
entera la hacienda mía;
hizo bien; yo al otro día
la hubiera a una carta puesto.
(
Pausa.
)
No os podréis quejar de mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité,
buena sepultura os dí.
¡Magnífica es en verdad
la idea del tal panteón!
Y… siento que el corazón
me halaga esta soledad.
¡Hermosa noche…! ¡Ay de mí!
¡Cuántas como ésta tan puras
en infames aventuras
desatinado perdí!
¡Cuántas al mismo fulgor
de esa luna transparente,
arranqué a algún inocente
la existencia o el honor!
Sí; después de tantos años
cuyos recuerdos espantan,
siento que aquí se levantan (
Señalando a la frente.
)
pensamientos en mí extraños.
¡Oh! Acaso me los inspira
desde el cielo, en donde mora,
esa sombra protectora
que por mi mal no respira.
(
Se dirige a la estatua de
DOÑA INÉS,
hablándola con respeto.
) ¡Mármol en quien doña Inés
en cuerpo sin alma existe,
deja que el alma de un triste
llore un momento a tus pies!
De azares mil a través
conservé tu imagen pura;
y pues la mala ventura
te asesinó de don Juan,
contempla con cuánto afán
vendrá hoy a tu sepultura.
En ti nada más pensó
desde que se fue de ti;
y desde que huyó de aquí,
sólo en volver meditó.
Don Juan tan sólo esperó
de doña Inés su ventura,
y hoy que en pos de su hermosura
vuelve el infeliz don Juan,
mira cuál será su afán
al dar con tu sepultura.
Inocente doña Inés,
cuya hermosa juventud
encerró en el ataúd
quien llorando está a tus pies;
si de esa piedra a través
puedes mirar la amargura
del alma que tu hermosura
adoró con tanto afán,
prepara un lado a don Juan
en tu misma sepultura.
Dios te crió por mi bien,
por ti pensé en la virtud,
adoré su excelsitud,
y anhelé su santo Edén.
Sí; aún hoy mismo en ti también
mi esperanza se asegura,
y oigo una voz que murmura
en derredor de don Juan
palabras con que su afán
se calma en tu sepultura.
¡Oh, doña Inés de mi vida!
Si esa voz con quien deliro
es el postrimer suspiro
de tu eterna despedida;
si es que de ti desprendida
llega esa voz a la altura,
y hay un Dios tras de esa anchura
por donde los astros van,
dile que mire a don Juan
llorando en tu sepultura.
(
Se apoya en el sepulcro, ocultando el rostro; y mientras se conserva en esta postura, un vapor que se levanta del sepulcro oculta la estatua de
DOÑA INÉS.
Cuando el vapor se desvanece, la estatua ha desaparecido.
DON JUAN
sale de su enajenamiento.
)
Este mármol sepulcral
adormece mi vigor,
y sentir creo en redor
un ser sobrenatural.
Mas… ¡cielos! ¡El pedestal
no mantiene su escultura!
¿Qué es esto? Aquella figura
¿fue creación de mi afán?
DON JUAN
y la
SOMBRA
de doña Inés. El llorón y las flores de la izquierda del sepulcro de
DOÑA INÉS
se cambian en una apariencia, dejando ver dentro de ella, y en medio de resplandores, la
SOMBRA
de doña Inés.