El año que trafiqué con mujeres (31 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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Universitarias calientes

Sunny me había dejado muy claro que, a partir de nuestro primer encuentro, cuando quisiese hablar con Susana le llamase a él a su móvil. Y así fue. Con relativa frecuencia, desde aquella primera reunión, podría charlar con Sunny cada vez que telefoneaba a la nigeriana, y aquello me hacía ganar cada vez más confianza con el negro. Sin embargo, no quería desatender otra línea de investigación que me parecía fascinante y profundamente desconocida: las estudiantes y universitarias españolas que se prostituyen, al margen de sus compañeros de clase, familiares y amigos. Yola no era una excepción.

Durante toda investigación, las pistas llegan por los cauces más inesperados. Y fue mi propio compañero, otro joven periodista, el que me facilitaría un nuevo hilo del que tirar. Esa noche, mientras cenábamos en el restaurante del hotel, tras comprobar que nuestras respectivas grabaciones de mi primer encuentro con Sunny eran perfectas, me hizo un comentario en relación a Yola y a las universitarias españolas que ejercen la prostitución.

—¡Y tanto que es verdad! Yo tenía una compañera en clase que no se cortaba un pelo. Imagínate, que de pronto le sonaba el móvil, pero estando en clase, y contestaba la llamada dejando superclaro de lo que estaba hablando. Por ejemplo, yo la oía decir: ¿Diga?... Sí, soy yo... 20.000 más el taxi... ¿En qué hotel está?... ¿En qué habitación? ... Vale, en media hora estoy ahí... Y la tía se levantaba y se piraba. Nos tenía a todos como motos, porque se gastaba una pasta en ropa y siempre venía a clase supermaquillada...

Esa joven, estudiante de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid, resulto ser Mercedes S. F., y su testimonio es muy similar al de otras estudiantes españolas.

Mercedes descubrió un anuncio en la prensa local en el que se precisaban señoritas y llamó. Tiene una personalidad muy fuerte y, en su caso, no necesitó que ninguna amiga la envalentonase para telefonear a la agencia y acordar una cita con los proxenetas.

—La oficina estaba en la torre de Colón, que está encima de la cafetería Ríofrío, y allí mismo sé que tenían un apartamento de los de lujo, de 50.000 la hora y sólo una chica. La encargada y mujer del dueño super mafioso se llamaba Miriam, pero ni idea de los apellidos.

—¿Qué tal fue la entrevista?

—Bien, me explicaron un poco las condiciones: que iríamos a medias, que estaría con otras chicas y una encargada en uno de sus pisos, y nada más.

—¿Y adónde te mandaron?

—La casa a la que yo fui, que tenía el portero automático con cámaras, estaba en Goya, 23, creo que en el tercer piso aunque no estoy segura. Al parecer llevaban un tiempo teniendo problemillas con el portero, que decía que iba a llamar a la policía y tal, lo mismo por ahí puedes sacar algo.

Con frecuencia los propietarios de este tipo de casas clandestinas ocultan a los demás vecinos la utilidad que dan al piso. Como anécdota, puedo decir que en algunos de ellos colocan placas falsas en la puerta, para aparentar que esa vivienda es el bufete de un abogado, la oficina de una inmobiliaria, o incluso, la consulta de un vidente.

—La madame se llamaba Rosana, y era una colombiana gorda y afable. Como te conté, funcionaban con anuncios en prensa, diciendo que las chicas recibían solas en la casa y tal, pero siempre estábamos más. Los tres anuncios que yo supe que tenían, y que eran los nombres de los servicios, eran de Eva, Ana y Estefanía —ninguna de las chicas nos llamábamos así—. Los anuncios los ponían en ABC, El País y El Mundo.

—¿Qué ponía al que llamaste tú?

—El anuncio al que yo llamé estaba en El País’ y pedían chicas no profesionales, universitarias, y también telefonistas. El cincuenta por cien del precio de cada servicio era para la casa y el otro cincuenta para la chica.

—¿Y tenían muchos pisos de ésos?

—Sé que tenían por el barrio Salamanca varias casas más, una en General Pardiflas, y también por Atocha, Marqués de Vadillo y Bilbao, pero ésas no las conocí.

El de Mercedes tampoco es un caso aislado. Como no lo es el de Yolanda, la g-o y stripper del Pipos, que ahora trabaja en un conocido local de Barcelona. Allí los cientos de clientes que frecuentan el pub pueden disfrutar de su arte como bailarina y algunos de ellos, a través del propietario del local, de algo más... Ellas son un ejemplo de la evolución que experimentan las busconas españolas; la mayoría comienzan en pisos clandestinos y posteriormente pasan a los servicios en hotel, clubes de lujo, etc.

A través de Yola, es decir, a través de un novio suyo, vigilante jurado en un burdel extremeño, conocí a otra estudiante española que ejercía la prostitución, aunque en este caso, con ambiciones mucho mayores que la go-go, y que me introduciría en otra dimensión de la prostitución en España.

Rosalía se inició en el negocio del sexo el día 17 de febrero de 2002, de una forma similar a Yolanda. Ella y un par de amigas, todas jóvenes españolas que habían fantaseado durante semanas con la idea de prostituirse, decidieron dar el gran paso, pero de forma completamente independiente.

—Alquilamos un piso, aquí en el centro, y pusimos un anuncio en el periódico, Y ya está. Así de fácil. Cada una cobraba lo suyo y ya está.

Sus amigas, como ella, ocultaban a sus familiares, amigos y compañeros de estudios su doble vida. Y como en los casos anteriores, sentían una cierta satisfacción morbosa al observar el comportamiento de jóvenes de su edad, que intentaban seducirlas con una invitación al cine o a la discoteca, o al último concierto de Operación Triunfo. Rosalía y sus amigas se movían en un status social y en un nivel económico muy superior, Y según me dio a entender una de ellas, en una ocasión acudió al piso en el que trabajaba uno de sus profesores de la facultad. Lejos de sentirse descubierta —al fin y al cabo el profesor estaba casado— cumplió con el servicio y cobró como a cualquier otro cliente. La sorpresa llegó cuando sus calificaciones sufrieron un agradecido incremento en la nota final.

Rosalía no tardó en independizarse de su grupo de amigas, y probó suerte tanto en otras agencias de más prestigio como trabajando por su cuenta, convirtiéndose en una de las pocas escorts extremeñas que cobraba 80.000 pesetas por un servicio completo. Entre sus clientes había políticos, escritores, empresarios que le pedían todo tipo de servicios, como por ejemplo, acompañarlos hasta locales de intercambio de parejas donde debería estar con tres y cuatro hombres diferentes, mientras el cliente disfrutaba sólo como voyeur. Yo mismo la acompañé a uno de esos locales, donde me explicó con todo detalle las perversiones que solicitaban de ella los clientes... francamente alucinante.

Lo más extraordinario del caso de Rosalía es que supone un excelente ejemplo de otra constante que me encontré al profundizar en la personalidad de muchas jóvenes prostitutas: su extremo y malentendido romanticismo. Rosalía es una adicta al cariño, y eso es lo que buscaba en todos y cada uno de sus clientes. Mientras la entrevistaba, pronunció una frase tan elocuente como demoledora: «A veces terminaba de estar con un cliente, y en cuanto salía por la puerta, me iba corriendo al chat para intentar conocer a alguien que me dijese algo bonito. A veces estaba chateando con algún amigo, y le decía que iba a comprar tabaco o a preparar la comida, cuando en realidad recibía a un cliente, y después de hacer el amor, volvía corriendo al chat. En el fondo, creo que lo que buscaba desesperadamente era un poco de amor en cada hombre ... ».

Algo que otras prostitutas me han confesado es que, a pesar de que ellas puedan estar con varios hombres diferentes cada día, jamás permitirían a su novio o marido que mirase a otra mujer. Una paradoja habitual entre las prostitutas.

Durante una de nuestras entrevistas, Rosalía me ratificó lo que el agente Juan me había aconsejado para ganarme la amistad de las prostitutas: «Si has hecho un servicio con un hombre, ya sabes a lo que va, así que aunque después te venga de amigo, de ayuda o de lo que quieras, tú siempre vas a pensar que te va a manipular, entonces lo manipulas tú a él, porque ha habido sexo. Otra cosa es una persona que ha pagado el servicio y no lo hace. Lo puedes ver, te puede dar cierta confianza. Pero un hombre que busca sexo... lo primero que piensas es que quiere sexo gratis ... ».

Juan tenía razón al aconsejarme que, bajo ningún concepto, cayese en el mismo juego que los dientes, y que viese lo que viese, resistiese la tentación del sexo. Y debo reconocer, no sin cierto pudor, que en muchas ocasiones supuso un esfuerzo enorme, colosal, no dejarme llevar por el deseo que, evidentemente, me inspiraban muchas de esas chicas. Y también confieso con vergüenza que en alguna ocasión, como en el Vigo Noche, me dejé llevar por las circunstancias, y la inexperiencia no es una excusa. Yo también fui en ese momento un prostituidor, y de alguna manera un colaborador de las mafias. Afortunadamente aprendí a controlar esos instintos, y de esa forma conseguí testimonios como los de Rosalía, de un valor incalculable. No sólo por su historia personal, sino por las pistas que me iban facilitando para avanzar en la investigación, como por ejemplo sobre la trastienda de los burdeles en Internet.

Hace un año, Rosalía conoció a un proxeneta croata con el que mantuvo una tormentosa relación, que terminó por hacerla dar el salto final. Cuando quiso darse cuenta, el ucraniano la había involucrado en su agencia de escorts, y su nombre aparecía en una página web de Internet, junto a los de otras señoritas.

Rosalía y su jefe croata, único responsable de la agencia y de su página web, pensaron, acertadamente, que las mesalinas del siglo XXI no pueden permanecer ajenas a las nuevas tecnologías. Los anuncios por palabras en la prensa local son monótonos y repetitivos. En cualquier periódico del país, se publican diariamente cientos de anuncios de este estilo. Especialmente en los grandes diarios como La Vanguardia, El País, El Mundo o El Periódico, aparecen tantos cientos de avisos que cualquiera de ellos queda diluido entre todos los demás. El croata pensó que había que idear algo más atractivo, una forma de publicidad en la que se pudiese detallar con mayor precisión todos los servicios sexuales que sus chicas podían ofrecer al cliente, así como fotos del local y de sus instalaciones y, cómo no, fotografías de las señoritas, hermosas y exuberantes, que el interesado podría disfrutar.

La página web comenzó a funcionar con gran éxito, ofertando señoritas de Madrid, Barcelona, Marbella, acompañadas de una detallada descripción física, un book fotográfico y un listado de los servicios sexuales que dichas señoritas estarían dispuestas a mantener. Sin embargo, según me reveló Rosalía, todo es mentira...

Capítulo 10

El fraude de las falsas rameras de Internet

Serán castigados con la pena de prisión de seis meses a un año o multa de seis a dieciocho meses los fabricantes o comerciantes que, en sus ofertas o publicidad de productos o servicios, hagan alegaciones falsas o manifiesten características inciertas sobre los mismos, de modo que puedan causar un perjuicio grave y manifiesto a los consumidores, sin perjuicio de la pena que corresponda aplicar por la comisión de otros delitos.

Código Penal, art 282.

Las Geishas en Madrid, Lady Erotik en Málaga o He1p en Valencia, este último uno de los primeros locales adscritos a ANELA, son prestigiosos burdeles de lujo. Todos ellos cuentan con elaboradas páginas en Internet. Webs renovadas periódicamente, en las que se ofrecen fotografías de las impresionantes modelos que el cliente puede encontrar al visitar su local. Chicas jóvenes, con cuerpos espectaculares, y dispuestas a satisfacer todas las fantasías del usuario, que puede gozar de un servicio sexual completo en las instalaciones del burdel o solicitar que le manden a la chica en cuestión a su domicilio u hotel.

Las Geishas, por ejemplo, es uno de los locales con más solera de la capital de España. Situado en la calle Rodríguez Marín, N. 88, cuenta con una página web de exquisita presentación, en la que se ofrecen varias docenas de minibooks fotográficos de sus supuestas modelos. Ingrid, Sabrina, Dominic, Claudia o Karolina son mujeres espectaculares, capaces de desatar la lujuria del varón más templado. Pero ¿qué ocurre si un cliente telefonea al 91 563 49... Y solicita que le envíen a su hotel a una de esas voluptuosas modelos? Yo lo hice... aunque jugaba con ventaja porque, para cuando les telefoneé, ya había identificado a cinco o seis de las señoritas cuyas fotos aparecen en el portal informático del burdel madrileño.

—¿Dígame?

—¿Las Geishas?

—Sí, ¿dígame?

—llamo por el anuncio del periódico.

—Sería para venir aquí o quieres que te enviemos una señorita.

—Me gustaría que me enviases una señorita al hotel. ¿Qué precio tiene ese servicio?

—400 euros. Tenemos señoritas españolas y extranjeras y puedes verlas si quieres en nuestra página web...

La mujer que atendió mi llamada tenía la cara dura de asegurarme, verbalmente, que las chicas que aparecían en su web eran las señoritas que se prostituían en su local. Así que a morro, morro y medio. Pedí a una de las chicas que ya tenía identificadas en el entono pornográfico.

Media hora después de mi llamada, solicitando que me mandaran a Ingrid —española de 1,70, veinte años y medidas 90—61—90 según la web—, una señorita latinoamericana se presenta en la habitación, pero no tiene nada que ver con las chicas que aparecen en la red. Sonrosada, la buscona me explica que su compañera, Ingrid, se ha puesto enferma repentinamente y por eso la envían a ella que se parece mucho. Tanto como un huevo a una castaña.

Con una satisfacción no exenta de cierta crueldad, por comprobar que mis sospechas eran correctas, le pido que se marche y le abono el importe del taxi. No pasan ni cinco minutos antes de que me telefoneen desde Las Geishas para decirme que pueden enviarme otra chica parecida a la que he elegido en su página web. Con picardía escojo a otra de las modelos de la web, de la que ya sabía tanto como de la anterior. Media hora más y otra señorita, ciertamente atractiva, pero que no es la Karolina —también española y de 1, 70, de treinta y dos años y medidas go—63—go— que aparece en la red, llama a mi puerta. De nuevo la rechazo y reacciona con la misma sorpresa que la anterior. «Es la primera vez que un cliente me rechaza» —me dice.

¿Cómo sabía yo que aquellas dos señoritas cuyas fotos aparecen en la página web de Las Geishas no podían de ninguna manera Visitarme en mi hotel para tener un encuentro sexual conmigo? Pues porque ninguna de ellas es prostituta, ni ha pisado jamás España, ni mucho menos puede ser alquilada por ninguno de los clientes de Las Geishas. Se trata de modelos eróticas o pornográficas, cuyas fotos son pirateadas de determinadas páginas web muy específicas, o compradas a una agencia holandesa por los informáticos responsables de la creación del portal, que manipulan las fotos para hacer creer al usuario que esas chicas buscan el anonimato.

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