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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (111 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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—¿Has creado tú esto, Felka?

—No —dijo ella con cautela—, pero, ¿por qué lo preguntas?

—Porque me recuerda un poco al bosque que había en el corazón del Nido Madre, supongo. Donde tú tenías tu taller. Salvo que esto tiene gravedad, claro, cosa que tu taller no tenía.

—Entonces sí que te acuerdas.

Clavain se rascó el rastrojo de la barbilla. Alguien le había afeitado la barba con todo cuidado cuando estaba dormido.

—Con cuentagotas. No tanto de lo que ocurrió antes de dormirme como me gustaría.

—¿Qué es lo que recuerdas, con exactitud?

—Remontoire yéndose para ponerse en contacto con Sylveste. Tú casi yéndote con él y luego decidiendo no hacerlo. No mucho más. Volyova está muerta, ¿verdad?

Felka asintió.

—Evacuamos el planeta. Volyova y tú acordasteis dividiros las armas de clase infernal que quedaban. Ella cogió el Ave de Tormenta, cargó en él tantas armas como pudo y se metió con él directamente en el corazón de la máquina inhibidora.

Clavain frunció los labios y silbó en voz baja.

—¿Cambió mucho las cosas?

—En absoluto. Pero se fue armando un buen follón. Clavain sonrió.

—No me esperaba menos de ella. ¿Y qué más?

—Khouri y Thorn, ¿te acuerdas de ellos? Se unieron a la expedición de Remontoire para ir a Hades. Tienen lanzaderas y han iniciado los sistemas autorreparadores de la Luz del Zodíaco. Todo lo que tienen que hacer es seguir proporcionándole materia prima y la nave se reparará sola. Pero llevará un tiempo, tiempo suficiente para que ellos se pongan en contacto con Sylveste, según cree Khouri.

—No sé muy bien qué pensar de lo que ha dicho, que ella ya ha estado en Hades —dijo Clavain mientras cogía briznas de hierba de la zona que rodeaba sus pies. Las aplastó y olió el residuo pulposo verde que le manchaba los dedos—. Pero la triunviro parecía pensar que era cierto.

—Lo averiguaremos antes o después —dijo Felka—. Después de entrar en contacto, por mucho tiempo que lleve eso, sacarán a la Luz del Zodíaco del sistema y seguirán nuestra trayectoria. En cuanto a nosotros, bueno, sigue siendo tu nave, Clavain, pero los asuntos diarios los lleva un Triunvirato. Los triunviros Sangre, Cruz y Escorpio, por aclamación popular. Khouri sería una de ellos, por supuesto, si no hubiera decidido quedarse allí tras la evacuación.

—Mi memoria dice que rescataron a ciento sesenta mil personas —dijo Clavain—. ¿Va muy desencaminada?

—No, así fue, más o menos. Y resulta bastante impresionante hasta que te das cuenta de que no conseguimos salvar a otros cuarenta mil...

—Fuimos nosotros lo que salió mal, ¿verdad? Si no hubiéramos intervenido...

—No, Clavain. —La voz de la mujer era admonitoria, como si él fuera un anciano que hubiera cometido una buena metedura de pata entre gente educada—. No. No debes pensar así. Mira, pasó lo siguiente, ¿entiendes? —Estaban lo bastante cerca para el pensamiento combinado. La mujer canalizó varias imágenes hacia su cabeza, retratos de la muerte de Resurgam. Clavain vio las últimas horas, cuando la máquina de los lobos (así era como ahora llamaban todos al arma de los inhibidores) abrió el agujero gravitatorio hasta el mismísimo corazón de la estrella, donde clavó una legra invisible en el centro de la energía nuclear. El túnel que había abierto era estrechísimo, no más de unos cuantos kilómetros de anchura en su punto más profundo, y aunque estaban desangrando a la estrella, el proceso no era una hemorragia descontrolada. En lugar de eso, a la materia que se fundía en el corazón nuclear se le permitió salir a chorro dibujando un fino arco disparado, una columna de fuego infernal que se iba expandiendo y enfriando y que surgía como una lanza de la superficie de la estrella a la mitad de la velocidad de la luz. Constreñida y guiada por impulsos de la misma energía gravitatoria que había penetrado en la estrella en primer lugar, la pica se dobló en una perezosa parábola que hizo que rociara el lado diurno de Resurgam. Para cuando impactó, la llama de la estrella ya medía mil kilómetros de anchura. El efecto fue catastrófico y casi instantáneo. La atmósfera desapareció hirviendo en un destello abrasador, los casquetes glaciares y las pocas zonas de agua abierta lo siguieron instantes más tarde. Árida y sin aire, la corteza se fundió bajo el haz y la pica abrió una cicatriz roja como las cerezas en la faz del planeta. Cientos de kilómetros verticales de la superficie del planeta quedaron incinerados y se precipitaron al espacio en una nube caliente de roca hervida. Las ondas de choque del impacto inicial se repartieron por todo el mundo y destruyeron toda la vida en el lado nocturno: todo ser humano, todo organismo que los humanos habían traído a Resurgam. Y sin embargo, también habrían muerto enseguida sin esa onda de choque. A las pocas horas, el lado nocturno había girado para enfrentarse al sol. La pica seguía hirviendo, el pozo de energía del corazón de la estrella apenas se había tocado. La corteza de Resurgam ardió y desapareció, y sin embargo el haz seguía comiéndose el manto del planeta.

Fueron necesarias tres semanas para convertir el planeta en carbonilla candente y humeante, su tamaño reducido a cuatro quintas partes del anterior. Luego, el haz se dirigió de un papirotazo hacia otro objetivo, otro mundo, y dio comienzo al mismo barrido asesino. La reducción de materia del corazón de la estrella terminaría desangrando Delta Pavonis y convirtiéndola en una cascara fría de sí misma, hasta que se hubiera extraído tanta materia que la fusión se detuviera de golpe. Todavía no había ocurrido, dijo Felka (al menos no según las señales luminosas que los estaban alcanzando desde el sistema), pero cuando lo hiciera, había muchas probabilidades de que fuera un acontecimiento violento.

—Así que ya ves —dijo Felka—, de hecho, tuvimos mucha suerte al rescatar a tantos. No fue culpa nuestra que murieran más. Solo hicimos lo que debimos en aquellas circunstancias. No tiene sentido culparse por ello. Si no hubiéramos aparecido nosotros, mil cosas más podrían haber ido mal. La flota de Skade habría llegado de todos modos y ella no se habría sentido más inclinada a negociar que tú.

Clavain recordó el abominable destello de un nave estelar moribunda y recordó también la muerte definitiva de Galiana, que él había sancionado al decidir destruir la Sombra Nocturna. Incluso ahora le dolía pensar en ello.

—Skade murió, ¿verdad? Yo la maté, en el espacio interestelar. Los otros elementos de su flota actuaban de forma autónoma, incluso cuando nos enfrentamos a ellos.

—Todo era autónomo —dijo Felka con un curioso tono evasivo.

Clavain contempló un guacamayo que orbitaba de árbol en árbol.

—No me importa que me consulten sobre cuestiones estratégicas, pero no busco una posición de autoridad en esta nave. No es mía, para empezar, poco importa lo que haya podido pensar Volyova. Soy demasiado mayor para tomar el mando. Y además, ¿para qué me iba a necesitar la nave? Ya tiene su propio capitán.

Felka bajó la voz.

—¿Entonces recuerdas al capitán?

—Recuerdo lo que Volyova nos contó. No recuerdo haber hablado jamás con el capitán en sí. ¿Sigue dirigiendo las cosas, como decía Ilia que lo hacía? La voz de su amiga siguió siendo cauta.

—Depende de lo que tú entiendas por dirigir las cosas. Su infraestructura sigue intacta, pero no ha habido señales de él como entidad consciente desde que dejamos Delta Pavonis.

—Entonces el capitán está muerto, ¿es eso?

—No, tampoco puede ser eso. Tenía los dedos metidos en demasiados aspectos de las funciones rutinarias de toda la nave, según lo que dijo Volyova. Cuando entraba en uno de sus estados catatónicos, era como si se desenchufara la nave entera. Y eso no ha ocurrido. La nave sigue cuidándose sola, sigue tirando sin ayuda, se permite hacer autorreparaciones y alguna que otra modernización. Clavain asintió.

—¿Entonces es como si el capitán siguiera funcionando a un nivel involuntario, pero ya no hubiera ninguna entidad inteligente? ¿Como un paciente que todavía tiene función cerebral suficiente para respirar pero ya no mucha más?

—Es lo que nosotros suponemos. Aunque no podemos estar seguros del todo. A veces hay pequeños destellos de inteligencia, cosas que la nave se hace a sí misma sin preguntarle a nadie. Destellos de creatividad. Es más como si el capitán siguiera ahí, enterrado a un nivel más profundo que nunca.

—O quizá solo haya dejado tras de sí una sombra de sí mismo —dijo Clavain—. Una cascara mecánica que se entretiene con los mismos patrones de comportamiento.

—Fuera lo que fuera, se redimió —dijo Felka—. Hizo algo terrible, pero al final también salvó ciento sesenta mil vidas.

—Y lo mismo hizo Lyle Merrick —dijo Clavain, recordando por primera vez desde su despertar el secreto que ocultaba la nave de Antoinette y el sacrificio necesario que había hecho aquel hombre—. ¿Dos redenciones por el precio de una? Supongo que es un comienzo. —Clavain cogió una astilla perdida de madera que se le había incrustado en la palma de la mano, partida del borde del tocón—. ¿Entonces qué pasó, Felka? ¿Por qué me han despertado cuando todo el mundo sabía que podría matarme?

—Te lo mostraré —le dijo ella. La mujer miró en la dirección de la cascada. Sobresaltado, porque estaba seguro de que se encontraban solos, Clavain vio una figura de pie al borde del lago, justo delante de la cascada. La bruma fluía y giraba alrededor de las extremidades de la figura.

Pero él la reconoció.

—Skade —dijo.

—Clavain —respondió ella. Pero no se acercó más. Su voz era hueca, con la acústica equivocada para aquel entorno. Clavain comprendió con una sacudida de irritación la facilidad con la que lo habían engañado: lo que se dirigía a él era una simulación.

—Es un nivel beta, ¿verdad? —Dijo dirigiéndose solo a Felka—. El maestro de obra habría conservado una memoria de Skade en bastante buen estado para poner un nivel beta a bordo de cualquiera de las otras naves.

—Es un nivel beta, sí —dijo Felka—. Pero no fue eso lo que pasó. ¿Verdad, Skade?

La figura lucía cresta y coraza. Asintió.

—Este nivel beta es una versión reciente, Clavain. Mi contrapartida física te lo transmitió durante el enfrentamiento.

—Perdona —dijo Clavain sacudiendo la cabeza—, mi memoria quizá ya no sea lo que era, pero recuerdo haber matado a tu contrapartida. Destruí la Sombra Nocturna poco después de rescatar a Felka.

—Eso es lo que tú recuerdas. Y es casi lo que ocurrió.

—No puedes haber sobrevivido, Skade. —Lo dijo con una insistencia entumecida, a pesar de la prueba que tenía ante sus ojos.

—Me salvé la cabeza, Clavain. Temía que destruyeras la Sombra Nocturna una vez que te devolviera a Felka, aunque creí que no tendrías el valor de hacerlo cuando supieras que tenía a Galiana a bordo... —Sonrió con una expresión extrañamente cercana a la admiración—. En eso me equivoqué, ¿verdad? Fuiste un adversario mucho más cruel de lo que me había imaginado, incluso después de hacerme esto a mí.

—Tenías el cuerpo de Galiana, no a Galiana. —Clavain mantuvo la calma—. Todo lo que hice fue darle la paz que debería haber tenido cuando murió hace tantos años.

—Pero en realidad eso no es lo que crees, ¿verdad? Siempre supiste que no estaba muerta de verdad, solo había llegado a un punto muerto con el lobo. —Para eso podría estar muerta.

—Pero siempre existía la posibilidad de que se pudiera eliminar al lobo, Clavain... —La simulación suavizó la voz—. Eso era lo que creías tú también. Creías que había la posibilidad de poder recuperarla algún día.

—Hice lo que tenía que hacer —dijo él.

—Fue cruel, Clavain. Te admiro por ello. Eres más araña que cualquiera de nosotros.

El hombre se levantó del tocón y se dirigió al borde del agua hasta que estuvo a solo unos metros de Skade. Esta flotaba en la bruma, ni sólida del todo ni del todo anclada al suelo.

—Hice lo que tenía que hacer-repitió—. Es lo único que he hecho siempre. No fue crueldad, Skade. La crueldad supone que no sentí dolor al hacerlo.

—¿Y lo sentiste?

—Fue lo peor que he hecho jamás. Eliminé su amor del universo. —Lo siento por ti, Clavain. —¿Cómo sobreviviste, Skade?

La figura levantó una mano y se tocó el curioso cuello donde la coraza se unía a la carne.

—Después de que te fueras con Felka, me separé la cabeza y la coloqué dentro del revestimiento de una pequeña cabeza explosiva. El tejido de mi cerebro estaba protegido por las medichinas intergliales para poder soportar una deceleración rápida. La cabeza explosiva salió despedida de la Sombra Nocturna hacia atrás, hacia los otros elementos de la flota. Tú no te diste cuenta porque solo te preocupaba la perspectiva de que alguien os atacara a vosotros. La cabeza explosiva cayó por el espacio en silencio hasta que estuvo ya muy lejos de vuestra esfera de detección. Entonces activó una pulsación de localización concentrada. Se delegó un elemento de la flota para que cambiara de velocidad hasta que fuera factible una intercepción. La cabeza explosiva fue capturada y llevada a bordo de la otra nave. —Sonrió y cerró los ojos—. El difunto doctor Delmar estaba a bordo de otro navío de la flota. Por desgracia, resultó ser la nave que destruisteis vosotros. Pero antes de su muerte fue capaz de terminar la clonación de mi nuevo cuerpo. La reintegración neuronal fue sorprendentemente fácil, Clavain. Deberías probarla algún día.

Clavain casi tropezó con las palabras.

—Entonces... ¿vuelves a estar entera?

—Sí. —Lo dijo con aspereza, como si el tema fuese objeto de un pequeño arrepentimiento—. Sí, ya vuelvo a estar entera.

—Entonces, ¿por qué has decidido manifestarte de esta manera?

—Como recordatorio, Clavain, de lo que hiciste de mí. Sigo ahí fuera, ya ves. Mi nave sobrevivió al enfrentamiento. Hubo algún daño, sí, igual que tu nave sufrió daños. Pero no me he rendido. Quiero lo que nos has robado.

Clavain se volvió hacia Felka, que todavía lo observaba todo con gesto paciente desde su tocón de madera.

—¿Es eso cierto? ¿Skade sigue ahí fuera?

—No podemos saberlo con seguridad —le dijo ella—. Todo lo que sabemos es lo que nos cuenta este nivel beta. Podría estar mintiendo para intentar desestabilizarnos. Pero en ese caso, Skade debe de haber mostrado una previsión asombrosa solo para crearlo.

—¿Y las naves supervivientes?

—Por eso te despertamos, más o menos. Están ahí fuera. Ahora mismo tenemos fijadas las posiciones de sus llamas.

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