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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (112 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Y luego le dijo que tres naves combinadas habían pasado a su lado a la mitad de la velocidad de la luz respecto a la Nostalgia por el Infinito, como habían predicho las simulaciones. Se habían desplegado las armas, sus secuencias de activación coreografiadas con tanto cuidado como las explosiones individuales en una función de fuegos artificiales. Los combinados habían utilizado sobre todo haces de partículas y cañones pesados de aceleración relativa. La Nostalgia había respondido con versiones más ligeras del mismo armamento mientras desplegaba también dos de las armas rescatadas del alijo. Ambos bandos habían hecho mucho uso de señuelos y fintas, y en la fase más crítica del enfrentamiento se soportaron aceleraciones salvajes cuando las naves intentaron desviarse de los rumbos de vuelo predichos.

Ninguno de los bandos había podido reclamar la victoria para sí. Se había destruido una nave combinada y se habían provocado daños en las otras dos, pero Clavain lo consideró un fracaso casi tan grande como si no hubieran infligido daño alguno. Dos enemigos eran casi tan peligrosos como tres.

Y, sin embargo, el resultado podría haber sido mucho peor. La Nostalgia por el infinito había sufrido algunos daños, pero no suficientes para evitar que llegara a otro sistema solar. Ninguno de los ocupantes había sufrido heridas y no se había eliminado ninguno de los sistemas críticos.

—Pero aún no podemos respirar tranquilos —le dijo Felka.

Clavain le dio la espalda a la imagen de Skade.

—¿No?

—¿Las dos naves que sobrevivieron? Están dando la vuelta. Lentas, pero seguras, están volviendo: hacen un barrido para perseguirnos.

Clavain dejó escapar una carcajada.

—Pero les llevará años luz realizar ese giro.

—No se lo llevaría si tuvieran tecnología de supresión de la inercia. Pero la maquinaria debió de dañarse durante el enfrentamiento. Lo que no significa que no puedan volver a repararla, no obstante. —La mujer miró a Skade, pero la imagen no reaccionó. Era como si se hubiera convertido en una estatua colocada al borde del agua, un elemento decorativo un poco macabro del claro.

—Si pueden, lo harán —dijo Clavain.

Felka estuvo de acuerdo.

—El Triunvirato ha hecho simulaciones. Según ciertos supuestos, siempre podemos dejar atrás las naves perseguidoras, al menos en nuestro marco de referencia, durante el tiempo que desees especificar. Lo único que tenemos que hacer es ir acercándonos poco a poco a la velocidad de la luz. Pero, a mi modo de ver, la solución no es esa.

—Al mío tampoco.

—Además, resulta que no es práctica. Necesitamos parar para hacer reparaciones, y más pronto que tarde. Por eso te hemos despertado, Clavain.

Clavain volvió a los tocones de los árboles. Se sentó en el suyo con cierto esfuerzo y un crujido de las articulaciones de la rodilla.

—Si hay que tomar una decisión, debe de haber algunas alternativas sobre la mesa. ¿Es ese el caso?

—Sí.

El anciano esperó con paciencia mientras escuchaba el siseo uniforme y tranquilizador de la cascada. —¿Y bien?

Felka habló con un tono bajo y reverente.

—Estamos muy lejos, Clavain. Hemos dejado el sistema de Resurgam atrás, a nueve años luz, y no hay otra colonia habitada en quince años luz en ninguna dirección. Pero hay un sistema solar justo delante de nosotros. Dos estrellas frías. Es un binario amplio, pero una de las estrellas ha formado planetas en unas órbitas estables. Son planetas maduros, de al menos tres mil millones de años. Hay un mundo en la zona habitable que tiene un par de lunas pequeñas. Hay indicaciones de que tiene una atmósfera de oxígeno y montones de agua. Incluso hay bandas clorofílicas en la atmósfera.

Clavain preguntó:

—¿Terraformación humana?

—No. No hay señal de que ninguna presencia humana se haya establecido alrededor de estas estrellas. Lo que deja solo una posibilidad, creo. —Los malabaristas de formas.

Era evidente que Felka se alegraba de que no tuviera que decirse con todas las letras.

—Siempre supimos que nos tropezaríamos con más mundos malabaristas, a medida que nos adentráramos en la galaxia. No debería sorprendernos encontrar ahora uno.

—¿Ahí delante, sin más?

—No es justo delante, pero se acerca bastante. Podemos frenar un poco y alcanzarlo. Si se parece en algo a los otros mundos malabaristas, quizá incluso haya tierra firme; suficiente para acoger unos cuantos colonos.

—¿Cuántos son unos cuantos?

Felka sonrió.

—No lo sabremos hasta que lleguemos allí, ¿no te parece?

Clavain tomó una decisión (en realidad era poco más que una bendición de la alternativa obvia) y luego volvió a dormirse. Había pocos médicos entre su tripulación, y casi ninguno de ellos había recibido una preparación formal más allá de unas cuantas descargas apresuradas de memoria. Pero Clavain se fió de ellos cuando dijeron que no se podía esperar que sobreviviese a más de uno o dos ciclos más de congelación y descongelación.

—Pero soy un anciano —les dijo él—. Si mantengo el calor, es probable que tampoco sobreviva así.

—Tendrá que decidirlo usted —le dijeron sin mucho ánimo de ayudar.

Se estaba haciendo viejo, eso era todo. Sus genes estaban anticuados y aunque se había sometido a varios programas de rejuvenecimiento después de dejar Marte, lo único que habían hecho había sido reajustar un reloj que luego se había puesto a correr otra vez. En el Nido Madre podrían haberle proporcionado otro medio siglo de juventud virtual si lo hubiera deseado..., pero él nunca había aceptado ese último rejuvenecimiento. Nunca había recuperado la voluntad de hacerlo después del extraño regreso de Galiana, y de su medio muerte más extraña todavía.

Ni siquiera sabía si se arrepentía ahora de ello. Si hubieran sido capaces de llegar cojeando a algún mundo colonial bien equipado, un sitio en el que no hubiera causado estragos todavía la plaga de fusión, quizá hubiera habido esperanza para él. ¿Pero habría importado mucho? Galiana se había ido, eso no había cambiado y él seguía siendo un viejo por dentro, seguía viendo el mundo a través de unos ojos que estaban amarillos y cansados tras cuatrocientos años de guerra. Había hecho lo que había podido y la carga emocional había tenido un coste terrible. No creía tener la energía para hacerlo una vez más. Ya era suficiente con saber que no había fracasado del todo esta vez.

Así que se sometió a la arqueta de sueño frigorífico por última vez.

Justo antes de sumirse en el sueño, autorizó una transmisión de haz estrecho destinada al moribundo sistema de Resurgam. El mensaje era un pad de un solo uso codificado para la Luz del Zodíaco. Si la otra nave no había quedado destruida por completo, había una posibilidad de que interceptara y decodificara la señal. Jamás la verían las otras naves combinadas, e incluso si las fuerzas de Skade habían conseguido de algún modo sembrar de receptores el espacio de Resurgam, no podrían descifrar la codificación.

El mensaje era muy sencillo. Les decía a Remontoire, Khouri, Thorn y los demás que los habían acompañado que iban a frenar y detenerse en el sistema de los malabaristas de formas; esperarían allí durante veinte años. Era tiempo suficiente para permitir que la Luz del Zodíaco se reuniera con ellos; también era tiempo suficiente para establecer una colonia autosuficiente de unas cuantas decenas de miles de personas, un seguro contra cualquier catástrofe futura que pudiera acaecerle a la nave.

Tras saber esto, tras tener la sensación de que de manera pequeña, pero significativa, había puesto sus asuntos en orden, Clavain se quedó dormido.

Se despertó y se encontró con que la Nostalgia por el Infinito se había hecho cambios sin consultar con nadie. Y nadie sabía por qué.

Los cambios no eran en absoluto aparentes desde dentro; fue solo desde fuera, vistos desde una lanzadera de inspección, cuando se pusieron de manifiesto. Las alteraciones habían ocurrido durante la fase de reducción, a medida que la gran nave deceleraba para meterse en el nuevo sistema. Con la reducidísima velocidad del desgaste de la tierra, la parte posterior del casco cónico de la nave, en circunstancias normales un cono invertido por derecho propio pero más pequeño, se había aplanado, como la base de un trozo de queso. No había sido posible ejercer ningún control sobre esta transformación y, de hecho, buena parte de ella ya había tenido lugar antes de que nadie la notara. Había bodegas de la gran nave que solo las visitaban los seres humanos una o dos veces por siglo, y buena parte de la zona posterior del casco caía en esa categoría. La maquinaria que acechaba allí había sido desmantelada en secreto y trasladada a una parte superior del casco, a otros espacios que tampoco se utilizaban. Ilia Volyova quizá lo hubiera notado antes que cualquiera, no había muchas cosas que se le escaparan a Ilia Volyova, pero ahora se había ido y la nave tenía inquilinos nuevos que no estaban tan dedicados ni familiarizados todavía con su territorio.

Los cambios no amenazaban ninguna vida ni resultaban perjudiciales para el rendimiento de la nave, pero seguían siendo un enigma y una prueba más (si es que hacía falta) de que la psique del capitán no se había desvanecido por completo y todavía podía esperarse que los siguiera sorprendiendo de vez en cuando en el futuro. No parecía haber muchas dudas de que el capitán había desempeñado algún papel en la reforma de la nave en la que se había convertido. La cuestión de si la reforma había seguido un impulso consciente, o solo había surgido de algún capricho soñado, era mucho más difícil de responder.

Así que de momento, y porque había otras cosas de las que preocuparse, hicieron caso omiso de ello. La Nostalgia por el Infinito se colocó en una apretada órbita alrededor del mundo acuático y se enviaron sondas que entraron dibujando un arco en la atmósfera y en los inmensos océanos de color turquesa que casi cercaban el mundo de polo a polo. Se habían untado sobre él cremosos patrones de nubes en desordenados y exuberantes remolinos. No había grandes masas de tierra, el océano visible solo estaba interrumpido por unos cuantos archipiélagos repartidos con descuido, salpicaduras de pintura ocre contra un azul corneal verdoso. Cuanto más se acercaban, más certeza empezaba a haber de que este era un mundo malabarista, y las indicaciones resultaron ser correctas. Balsas continentales de biomasa viva manchaban grandes extensiones del color verde grisáceo del océano. Los seres humanos podían respirar la atmósfera y había suficientes rastros en los suelos y los lechos rocosos de las islas para sostener algunas colonias autosuficientes.

No era perfecto, en absoluto. Las islas de los mundos malabaristas tenían la costumbre de desvanecerse bajo tsunamis arbitrados por la gran biomasa semiperceptiva de los propios océanos. Pero durante veinte años sería suficiente. Si los colonos querían quedarse, habría tiempo para construir ciudades palafíticas que flotaran sobre el propio mar.

Se seleccionó una cadena de islas al norte, frías pero, según las predicciones, tectónicamente estables.

—¿Por qué aquí en concreto? —Preguntó Clavain—. Hay otras islas en la misma latitud, y no pueden ser menos estables.

—Hay algo allí abajo —le dijo Escorpio—. No dejamos de recibir una señal muy leve de ese lugar.

Clavain frunció el ceño.

—¿Una señal? Pero se supone que aquí no ha estado nadie jamás. —No es más que un pulso radiofónico muy débil —dijo Felka—. Pero la modulación es interesante. Es un código combinado. —¿Pusimos una baliza aquí abajo?

—Debimos de hacerlo, en algún momento. Pero no hay ningún registro de ninguna nave combinada que viniera aquí. Salvo... —Felka hizo una pausa, no parecía querer decir lo que tenía que decir.

—¿Y bien?

—Lo más probable es que no signifique nada, Clavain. Pero Galiana podría haber venido aquí. No es imposible, y sabemos que habría investigado cualquier mundo malabarista con el que se hubiera tropezado. Por supuesto no sabemos a dónde fue su nave antes de que los lobos la encontraran, y para cuando consiguió volver al Nido Madre todos los archivos de a bordo se habían perdido o corrompido. ¿Pero qué otra persona habría dejado una baliza combinada?

—Cualquiera que estuviera operando de forma encubierta. No sabemos todo lo que se traía entre manos el Consejo Cerrado, ni siquiera ahora.

—Pensé que merecía la pena mencionarlo, eso es todo.

Clavain asintió. Había sentido una gran burbuja de esperanza y luego una oleada de tristeza que solo hizo más profunda la sensación que la había precedido. Por supuesto que ella no había estado allí. Era una estupidez por su parte entretener tal idea. Pero había algo allí abajo que merecía que se investigase, y tenía sentido ubicar su asentamiento cerca del objeto de interés. Él no tenía ningún problema con eso.

Se elaboraron a toda prisa planes detallados para el asentamiento. Se establecieron campamentos provisionales en la superficie un mes después de su llegada.

Y fue entonces cuando ocurrió. Poco a poco, sin precipitación, como si fuera lo más natural del mundo para un navío espacial de cuatro kilómetros de largo, la Nostalgia por el Infinito comenzó a descender de su órbita, a introducirse dibujando una espiral en los tramos superiores de la atmósfera. Para entonces también había disminuido su velocidad, había frenado hasta alcanzar una velocidad suborbital para que la fricción de la reentrada no escaldara la capa externa del casco. Hubo algunas escenas de pánico a bordo, ya que la nave estaba actuando sin ningún tipo de control humano. Pero también hubo una sensación más general de tranquilidad, de sosegada resignación por lo que estaba a punto de pasar. Clavain y el Triunvirato no entendían las intenciones de su nave, pero no era probable que quisiera hacerle daño a alguien, no ahora.

Y así se demostró. A medida que la gran nave caía de la órbita, se ladeó y alineó su largo eje con la vertical definida por el campo gravitatorio del planeta. No era posible otra cosa; la nave se habría partido la columna si hubiera entrado oblicuamente. Pero siempre que descendiera de forma vertical, que bajara entre las nubes como la aguja separada de una catedral, no sufriría más tensión estructural que la impuesta por un vuelo estelar normal de una gravedad. A bordo, la sensación era incluso normal. Solo se oía el rugido apagado de los motores, que en circunstancias normales no se escuchaba pero que ahora se transmitía por todo el casco a través del medio aéreo que los rodeaba, un trueno lejano e incesante que fue haciéndose más fuerte a medida que la nave se acercaba al suelo.

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