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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (24 page)

BOOK: El Arca de la Redención
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Pero les habían robado las armas. El inexpugnable asteroide fue asaltado y, para cuando un equipo de investigación combinado llegado allí, no quedaba rastro de los ladrones. Los responsables del trabajo fueron lo bastante listos como para superar las defensas y evitar activar las propias armas. En su estado de reposo, no se podía seguir el rastro de las armas ni destruirlas o desactivarlas de forma remota.

Clavain descubrió que se habían organizado numerosos intentos de localizar las armas perdidas, pero hasta el momento todos habían fracasado. Para empezar, la información sobre el alijo era un secreto celosamente guardado, por lo que el robo se mantuvo aún más oculto y solo unos cuantos combinados superiores sabían lo que había ocurrido. Con el transcurrir de las décadas, su preocupación crecía: en las manos equivocadas, las armas podrían hacer astillas mundos enteros como si fueran de cristal. Su única esperanza era que los ladrones no comprendieran la potencia de lo que habían robado.

Las décadas se convirtieron en un siglo, y después en dos. Hubo innumerables grandes desastres y crisis en el espacio humano, pero nunca una indicación de que las armas hubiesen pasado a estado activo. Los pocos combinados en el ajo comenzaron a creer que el asunto se podía olvidar discretamente. Quizá las armas hubiesen sido abandonadas en el espacio profundo o arrojadas a la destructora superficie de una estrella.

Pero las armas no habían desaparecido.

De forma inesperada, y no mucho antes del regreso de Clavain del espacio profundo, se habían detectado signos de activación en la vecindad de Delta Pavonis, una estrella similar al Sol situada a poco más de quince años luz del Nido Madre. Las señales de neutrinos eran débiles y cabía la posibilidad de que no hubiesen identificado las primeras pistas de su despertar, pero las señales más recientes no resultaban ambiguas: cierto número de armas habían sido reactivadas de su letargo.

El sistema Delta Pavonis no se encontraba en las principales rutas comerciales. Solo disponía de un mundo colonizado, Resurgam, un asentamiento establecido por una expedición arqueológica que había partido de Yellowstone y estaba encabezada por Dan Sylveste, el hijo del cibernetista Calvin Sylveste y descendiente de una de las familias más ricas de la sociedad demarquista. Los arqueólogos de Sylveste habían estado hurgando entre los restos de una especie similar a los pájaros que habían poblado el planeta apenas un millón de años antes. De forma gradual, la colonia había cortado los lazos oficiales con Yellowstone y una serie de regímenes habían sustituido el programa científico original por una encontrada política de terraformación y asentamiento a gran escala. Se habían producido golpes de estado y violencia, pero aun así era sumamente improbable que los pobladores fueran quienes ahora poseían las armas. El escrutinio de los registros del tráfico de salida de Yellowstone mostraba la partida de otra nave con rumbo a Resurgam, una abrazadora lumínica, Nostalgia por el Infinito, que había alcanzado el sistema aproximadamente cuando se detectaron las firmas de activación. Se disponía de muy poca información sobre la tripulación de la nave y su historia, pero Clavain supo, gracias a los registros de inmigración del Cinturón Oxidado, que una mujer llamada Ilia Volyova había estado reclutando nuevos miembros para la tripulación justo antes de que la nave despegara. Puede que el nombre fuese auténtico y puede que no (en aquellos confusos días posteriores a la plaga, las naves podían adoptar casi cualquier identidad que consideraran adecuada), pero Volyova había reaparecido. Aunque muy pocas transmisiones lograron alcanzar Yellowstone, una de ellas, nerviosa y fragmentada, mencionaba que la nave de Volyova había aterrorizado a la colonia para que entregara a su antiguo líder. Por algún motivo, la tripulación ultranauta de Volyova quería a Dan Sylveste a bordo de su nave.

Eso no implicaba necesariamente que Volyova estuviera al cargo de las armas, pero Clavain coincidía con la opinión de Skade de que era la sospechosa más prometedora. Tenía una nave lo bastante grande como para albergar las armas, había usado la violencia contra la colonia y había llegado a la escena de los hechos al mismo tiempo que los artefactos habían emergido de su letargo. Aunque fuese imposible adivinar lo que quería hacer Volyova con las armas, su relación con ellas parecía indiscutible.

Era la ladrona que habían estado buscando.

La cresta de Skade palpitaba con remolinos de color jade y bronce. Nuevos recuerdos se desataron en la cabeza de Clavain: fragmentos de vídeo e imágenes estáticas de Volyova. Clavain no estaba muy seguro de qué era lo que se esperaba, pero desde luego no aquella mujer de pelo corto, cara redondeada y aspecto de bruja que Skade le mostró. De haber presenciado una rueda de reconocimiento de sospechosos, Volyova era una de las últimas personas en las que se hubiera fijado.

Skade le sonrió. Contaba con toda su atención.

[Ahora comprenderás por qué necesitamos tu ayuda. La localización y estado de las treinta y nueve armas restantes...].

¿Treinta y nueve, Skade? Creía que eran cuarenta. [¿No he mencionado que una de las armas ya ha sido destruida?]. Me parece que te has saltado ese trozo.

[No podemos estar seguros a tanta distancia. Las armas entran y salen de hibernación, como monstruos inquietos. Lo cierto es que una de las armas no ha sido detectada desde 2565, tiempo local de Resurgam. La suponemos perdida, o al menos dañada. Y seis de las restantes treinta y nueve armas se han separado del grupo principal. Aún recibimos señales intermitentes procedentes de ellas, pero están mucho más cerca de la estrella de neutrones que hay en los confines del sistema. Las otras treinta y tres armas se encuentran a menos de una unidad astronómica de Delta Pavonis, en el punto de Lagrange retrasado del sistema Resurgam-Delta Pavonis. Con toda seguridad se hallan dentro del casco de la abrazadora lumínica de la triunviro].

Clavain levantó el brazo. Espera. ¿Detectasteis algunas de estas señales ya en 2565?

[Tiempo local de Resurgam, Clavain].

Aun así, eso significa que las señales llegaron aquí alrededor de... ¿cuándo, 2580? Eso es hace treinta y tres años, Skade. ¿Por qué demonios no habéis actuado antes?

[Corren tiempos de guerra, Clavain. No hemos estado en posición de organizar una operación de recuperación amplia y logísticamente compleja]. Es decir, hasta ahora.

Skade reconoció que tenía razón con un ligerísimo asentimiento.

[Ahora la balanza se inclina a nuestro favor. Al fin nos podemos permitir desviar algunos recursos. No te confundas, Clavain, recuperar esas armas no va a ser fácil. Vamos a intentar recobrar objetos robados de una fortaleza en la que incluso hoy día nosotros mismos tendríamos serios problemas para entrar. Volyova cuenta con sus propias armas, aparte de las que nos robó. Y las pruebas de sus crímenes en Resurgam sugieren que tiene el valor necesario para usarlas. Pero lo que está claro es que debemos recuperar las armas, sin importar el coste en recursos y tiempo.

¿Recursos? ¿Quieres decir vidas?

[Nunca has vacilado a la hora de aceptar el precio de la guerra, Clavain. Por eso queremos que coordines esta operación de rescate. Consulta estos recuerdos si dudas de tu propia idoneidad].

No tuvo la delicadeza de prevenirlo: fragmentos de su pasado chocaron contra su consciencia inmediata, llevándolo de regreso a antiguas campañas e intervenciones del pasado. Películas de guerra, pensó Clavain, al recordar las viejas grabaciones monocromas bidimensionales que había visionado durante sus primeros días en la Coalición para la Pureza Neuronal y que repasaba (normalmente en vano) para hallar alguna lección que pudiera aprovechar contra enemigos reales. Pero en el presente, las películas bélicas que Skade le mostraba, y que retrocedían de forma brusca en aceleradas ráfagas, lo tenían a él de protagonista. Y además, en su mayor parte eran históricamente precisas: un desfile de las acciones en las que él había participado. Aparecía una liberación de rehenes en las madrigueras de Gilgamesh Isis, durante la cual Clavain había perdido una mano por culpa de una quemadura de sulfúrico, una herida que tardó un año en curarse. Estaba también la vez que Clavain y otra combinada habían sacado de contrabando el cerebro de un científico demarquista, que había caído en manos de una facción de mixmasters renegados alrededor del Ojo de Marco. La compañera de Clavain había sido modificada quirúrgicamente para poder mantener el cerebro vivo en su útero, mediante una sencilla cesárea inversa que Clavain le había practicado. Dejaron atrás el cuerpo del hombre para que sus captores lo descubrieran. Después, los combinados habían clonado un nuevo cuerpo para el científico y habían devuelto a su interior el traumatizado cerebro.

A continuación surgió la recuperación por parte de Clavain de un motor combinado, robado por unos skyjacks disidentes acampados en uno de los nodos externos de la colmena agraria de Arenque Ahumado, y la liberación de todo un mundo de malabaristas de formas de la amenaza de unos especuladores ultras que querían cobrar cuota para permitir el acceso al océano alienígena que transformaba las mentes. Había más, muchas más. Clavain siempre sobrevivía y casi siempre vencía. Sabía que existían otros universos en los que había muerto mucho antes: en esas historias paralelas no estaba menos capacitado, pero su suerte había arrojado diferentes resultados. No podía extrapolar a partir de esa serie ininterrumpida de éxitos y suponer que estaba destinado a salirse con la suya en el siguiente enfrentamiento.

Pero aunque no tuviera la garantía de alcanzar el éxito, estaba claro que Clavain contaba con mejores posibilidades que cualquier otro miembro del Consejo Cerrado.

Sonrió con socarronería.

Pareces conocerme mejor que yo mismo.

[Sé que nos ayudarás, Clavain, o no te hubiese traído hasta aquí. Estoy en lo cierto, ¿verdad? Nos ayudarás, ¿no es así?].

Clavain pasó su mirada por la sala, asimilando la truculenta colección de dirigentes como espectros, ancianos arrugados y combinados obscenamente embotellados en su estado final. Todos aguardaban con ansiedad su respuesta, e incluso los cerebros al descubierto parecían titubear en sus dificultosas palpitaciones. Desde luego, Skade tenía razón. Clavain solo confiaba en sí mismo para un trabajo como aquel, incluso en un momento tan postrero de su carrera y de su propia vida. Se tardarían décadas: casi veinte años solo en alcanzar Resurgam, y otros veinte para regresar con el trofeo. Pero en realidad cuarenta años no era un período excesivo comparado con cuatro o cinco siglos. Y, en cualquier caso, casi todo ese tiempo estaría congelado.

Cuarenta años. Puede que cinco más antes de partir, para prepararlo todo, y quizá casi otro año para la operación en sí... Todo junto, cerca de medio siglo. Miró a Skade y se fijó en el modo expectante en que los remolinos de su cresta frenaban y se detenían. Sabía que Skade tenía dificultades para leer su mente al nivel más profundo (era esa misma opacidad la que lo convertía en irritante y a la vez fascinante para ella), pero sospechaba que podría interpretar sin problemas su aprobación.

Lo haré. Pero con condiciones.

[¿Condiciones, Clavain?].

Yo escogeré mi equipo. Y yo digo quién viaja conmigo. Si pido a Felka y a Remontoire, y ellos aceptan acompañarme a Resurgam, entonces se lo permitiréis.

Skade se lo pensó y luego asintió con la precisa delicadeza de una sombra chinesca.

[Por supuesto. Cuarenta años es mucho tiempo para estar separados. ¿Eso es todo?].

No, claro que no. No me enfrentaré a Volyova a no ser que posea una aplastante superioridad táctica desde la línea de salida. Así es como he trabajado siempre, Skade: dominio en todo el espectro. Eso significa más de una nave. Dos como poco, tres en circunstancias ideales, y aceptaré más si el Nido Madre puede fabricarlas a tiempo. Tampoco me importa el edicto. Necesitamos abrazadoras lumínicas, completamente armadas con los cachivaches más desagradables que tengamos. Un prototipo no es suficiente, y dado el tiempo que se tarda en construir cualquier cosa en estos días, será mejor que empecemos a trabajar de inmediato. No puedes limitarte a chasquear los dedos en un asteroide y que cuatro días más tarde aparezca una nave estelar por el otro lado.

Skade se pasó un dedo por los labios. Cerró los ojos durante un instante apenas más largo que un parpadeo. En ese momento, Clavain tuvo la intensa impresión de que mantenía un acalorado diálogo con otra persona. Creyó ver unos temblores en sus párpados, como un soñador acosado por la fiebre.

[Tienes razón, Clavain. Necesitaremos naves nuevas, que incorporen los refinamientos adoptados para la Sombra Nocturna. Pero no tienes de qué preocuparte, ya hemos comenzado a fabricarlas. De hecho, nos están quedando muy bien].

Clavain entrecerró los ojos.

¿Nuevas naves? ¿Dónde?

[No muy lejos de aquí, Clavain].

El asintió.

Bien, entonces no habrá inconveniente en que me las enseñes, ¿verdad? Me gustaría echarles un vistazo antes de que sea demasiado tarde para cambiar nada. [Clavain...].

Esto tampoco es negociable, Skade. Si quiero llevar a cabo la tarea, tendré que ver las herramientas que voy a usar.

9

La inquisidora aflojó los cinturones de su asiento y dibujó una ventanilla en el opaco material del casco de la lanzadera de la triunviro. El casco, obediente, le abrió un rectángulo transparente que ofreció a la inquisidora su primera escena de Resurgam desde el espacio en quince años.

Había cambiado mucho, incluso en ese espacio relativamente breve de tiempo planetario. Las nubes, que antes eran franjas vaporosas de humedad a gran altitud, ahora se hinchaban en densas masas cremosas, obligadas a seguir patrones espirales por el artista ciego que era la fuerza de Coriolis. La luz del sol se reflejaba en su dirección desde las superficies esmaltadas de lagos y mares en miniatura. Había extensiones de verde y dorado con bordes nítidos, que cosían el planeta en agrupaciones geométricas cuyo hilo eran los canales de irrigación de color azul plateado, tan profundos que podían circular barcazas por ellos. También se veían los arañazos de débil color gris de las líneas slev y las autopistas. Ciudades y asentamientos eran manchas de edificios y calles entrecruzadas, que apenas se distinguían individualmente incluso cuando la inquisidora pidió a la ventana que adoptara el modo de ampliación. Cerca de los nodos de los asentamientos más viejos, como Cuvier, estaban los restos de las antiguas bóvedas de hábitat o sus anillos de cimientos. De vez en cuando veía las brillantes cuentas en movimiento de algún dirigible de transporte en lo alto de la estratosfera, o las motas mucho más pequeñas de un avión al servicio del Gobierno. Pero a aquella escala, casi todas las actividades humanas eran invisibles. Lo mismo podría estar estudiando los rasgos superficiales de un virus enormemente ampliado.

BOOK: El Arca de la Redención
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