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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (27 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Levantó los brazos con la intención de echarlos hacia atrás para rodearle el cuello, pero Rafael empezó a empujarla hacia delante, hacia la cama. Elena se dejó llevar y acabó de rodillas sobre las sábanas. El arcángel apoyó la mano sobre la parte baja de su espalda. Ella comprendió la indirecta y apoyó también las manos sobre el colchón.

Era una posición de lo más sumisa. Sin embargo, no se sentía sumisa en absoluto. Se apartó el pelo a un lado y echó una mirada por encima del hombro, deseando tentarlo un poco más.

—Ay, Dios...

El arcángel brillaba. Un terror visceral, nacido de un instinto arcaico, se extendió por sus entrañas.

Puedo sentir tu miedo, Elena
.

La cazadora dejó escapar un suspiro y volvió a tomar aire, asustada.

—Eso le añade un tono picante al asunto.

Rafael le guiñó el ojo antes de recorrer con la mirada la curva de su espalda. Luego desplegó las alas con una elegancia que hizo que a Elena se le hiciera la boca agua. El arcángel entrecerró los ojos y deslizó una mano sobre la curva de sus nalgas.

Separa los muslos
.

Ella se resistió.

Una mirada azul y salvaje.

Elena esbozó una pequeña sonrisa para hacerle saber que lo estaba provocando, y separó las piernas unos centímetros. Rafael respondió pasando un dedo sobre la costura de sus pantalones, acariciando la parte más caliente y hambrienta de su cuerpo.

—¡Rafael!

Tú has querido jugar
.

Seguía igual de siniestro, con la misma carga sexual..., pero su tono revelaba una buena dosis de diversión. Estremecida por la intimidad de la caricia, Elena suspiró.

—Sí, es cierto.

Intentó tumbarse de espaldas, pero él interpretó a la perfección la tensión de sus músculos y la mantuvo inmóvil sujetando su cadera con una sola mano.

—No es justo —dijo ella al tiempo que dejaba caer la cabeza—. Yo no tengo tanta fuerza.

¿Quién ha dicho que jugaría limpio?

Elena se echó a reír, aunque sentía la piel a punto de estallar a causa de la tensión sexual.

—¿Vas a tardar mucho en quitarme los pantalones? Estoy ardiendo.

Otra caricia lasciva.

—Noto tu humedad a través del tejido. —Su voz se volvió más grave y sensual, si eso era posible, mientras presionaba con los dedos hacia arriba—. Voy a lamerte aquí.

Esa descarada declaración de intenciones hizo que Elena se sonrojara.

—¿Te ruborizas? —Un tirón en la parte trasera de los pantalones y, de repente, el tejido desapareció para dejarla desnuda bajo su mirada—. Te has ruborizado por todas partes. —Recorrió los bordes de las braguitas en la parte alta de los muslos—. Rosas... —murmuró—, con un lacito azul. Tus bragas favoritas.

A Elena le dio la sensación de que el rubor acabaría por consumir todo su cuerpo.

—No sabía que prestaras tanta atención a mi ropa.

—Hay ciertas prendas que me interesan mucho. —La diversión había vuelto. Rafael empezó a recorrer el lazo a lo largo de la nalga y la cadera—. Tanto calor bajo la piel... ¿Seguro que no te has ruborizado?

Elena no podía hablar. Estaba demasiado concentrada en la deliciosa fuerza masculina de ese cuerpo..., en su forma de tocarla, como si tuviesen todo el tiempo del mundo, como si la impaciencia no existiera.

—Rafael.

—Me gusta cómo pronuncias mi nombre. —Le apretó el muslo con los dedos mientras le separaba las piernas un poco más. Esa vez, ella no se resistió, ni siquiera jugando; deseaba que él fuera más deprisa. Cuando la cogió con ambas manos, ella solo fue capaz de jadear. Las sábanas se volvieron borrosas ante sus ojos a medida que él trazaba la forma de sus braguitas, penetrándola a través del tejido empapado como si este no existiera.

—Date prisa. —No fue más que un susurro.

Pero él lo oyó.

No
.

Su carne se humedeció aún más para él; tanto que su humedad se deslizó entre la separación de sus piernas. Elena intentó cerrarlas por instinto, pero Rafael se lo impidió poniendo una rodilla sobre la cama y apretando la pierna contra su muslo. La cama se hundió cuando el arcángel se acomodó sobre el colchón imitando su posición. Mantuvo un muslo entre sus piernas, apoyó una mano junto a la suya y utilizó la otra para acariciarle los pechos.

Las alas de Elena quedaron atrapadas entre los dos cuerpos. Esperaba sentir dolor, pero sus alas se acomodaron con facilidad, como si el placer carnal estuviera impreso en sus músculos. Y qué sensación... Todas las plumas, con sus delicados filamentos, estaban en sintonía con la calidez del cuerpo masculino.

—Esto es demasiado... —dijo antes de intentar apartarse.

Rafael se lo impidió.

—Te acostumbrarás.

Frustrada y necesitada, Elena se frotó contra su erección.

Compórtate, cazadora
.

Rafael le pellizcó el pezón con la fuerza suficiente para provocar un incendio en su interior.

Elena soltó un grito y empezó a corcovear para librarse de él. Al ver que no servía de nada, siguió su instinto y se dejó caer de bruces sobre la cama, con lo que logró tumbarse de espaldas antes de que el arcángel pudiera evitarlo. Con las piernas enlazadas con las de él, la cazadora levantó la vista para observar a ese inmortal en cuyos ojos ardía una posesión muy humana.

—Ya basta —susurró.

Rafael cambió de posición para dejar libres sus piernas, pero sacudió la cabeza.

—No.

24

T
odo su cuerpo brillaba, incandescente, cuando extendió las alas sobre ella. Eso la deslumbró, abrumó sus sentidos. Sin embargo, Elena no podía, no quería cerrar los ojos, ya que se sentía fascinada por la impresionante belleza del arcángel.

Peligroso. Era muy peligroso. Pero era suyo.

Alzó las manos y las apoyó contra su pecho.

Una descarga de adrenalina pura.

Los ojos de Rafael se clavaron en los suyos. El azul del iris eclipsaba todo el blanco. Debería haber sentido miedo, pero estaba demasiado necesitada como para notar algo parecido.

—Rafael... —Era un ruego y una exigencia al mismo tiempo. Su cuerpo se estremeció en una sinuosa bienvenida.

El arcángel se inclinó hacia delante y apretó los labios contra los suyos para besarla por fin. Fue un beso intenso y lánguido, y Elena se aferró a sus hombros para intentar acercarlo más. Sin embargo, Rafael se mantuvo por encima de ella, y le apretó el labio inferior entre los dientes cuando ella insistió.

El poder contenido que ocultaba ese cuerpo de acero era asombroso, una tormenta que podía saborear en el ardor del beso. La necesidad se retorció en sus entrañas, como un hambre desgarradora y voraz. La cazadora se sujetó a sus hombros y pasó la pierna por encima de la suya... antes de deslizar la mano con lentitud sobre el arco de su ala.

El brillo de su poder empezó a resplandecer con tal intensidad que Elena ya no pudo mantener los ojos abiertos. La besó de nuevo un instante después, y esa vez no hubo nada de contención. El arcángel se había dado rienda suelta. Cuando se tendió sobre ella, la erección comenzó a presionar con exigencia contra su vientre.

Elena se retorció en un intento por situarlo entre sus muslos. Sin embargo, Rafael tenía otra cosa en mente. Apartó los labios de su boca, la inmovilizó contra el colchón y empezó a dejar un reguero descendente de besos a lo largo de su cuerpo. La cazadora sintió que su corazón se detenía unos segundos antes de empezar a latir a un ritmo frenético.

Te prometí que te lamería aquí
.

—¡No! —Lanzó una patada con el fin de alejarse del placer que sabía que la desgarraría, que la dejaría fragmentada en un millar de esquirlas brillantes.

Sí. Ahora estás lo bastante fuerte
.

Elena extendió el brazo para intentar sujetarlo, pero el cabello de Rafael se le escurrió entre los dedos, como si fuese un líquido negro que se deslizara cual seda fresca y suave sobre su piel. Se aferró a las sábanas y clavó los talones en la cama. De cualquier forma, nada podría haberla preparado para la sensación que le causó la lengua masculina sobre el tejido casi transparente de sus bragas, para la forma en que las manos del arcángel separaban sus muslos mientras la saboreaba. Fue una agonía de éxtasis, una descarga líquida contenida en el interior de un cuerpo que, de repente, parecía demasiado pequeño, demasiado frágil para lo que se le exigía soportar.

Como si supiera que la había presionado demasiado, Rafael se apartó un poco para besarle el ombligo.

Eres mía, cazadora
.

Abrumada por el afecto que teñía la pasión sexual, Elena estiró la mano para acariciarle los labios con los dedos. Su arcángel no sonreía (la fuerza de las emociones que los embargaban era demasiado intensa, demasiado potente para las risas), pero no impidió esa exploración. Cuando movió la mano hacia su cadera, ella se estremeció.

Sintió un ligero tirón y, con él, la última barrera que separaba la boca de Rafael de su zona más íntima desapareció. De pronto, sus labios estaban sobre ella, firmes, decididos, implacables en sus exigencias.

Mía. Eres mía
.

El beso de Rafael fue tan terrenal como sus palabras, lleno de posesión masculina, de un hambre salvaje e inexorable. El cuerpo de Elena se vio inundado por una oleada de placer que recorrió sus venas, atravesó sus poros y la acarició por completo. Sintió algo que no había sentido nunca mientras él la empujaba hacia el abismo.

El orgasmo llegó lentamente, y remitió con un centelleo desgarrador. Los colores estallaron en violentas oleadas, pero Elena no se desintegró. Se dejó llevar por la marea hasta el hogar situado entre los brazos de Rafael.

Rafael abrazó a su cazadora mientras el ritmo de su corazón se regularizaba. La piel femenina estaba cubierta por una fina capa de sudor. El corazón primitivo que latía en su pecho, esa parte de sí mismo que deseaba apoderarse de todo lo de Elena, incluso de su alma, ronroneó con silenciosa satisfacción.

Era suya. Y jamás sería de nadie más.

Mientras le acariciaba el cuerpo con la mano, disfrutó del subir y bajar de su pecho, de los graves gemidos que escapaban de su garganta en respuesta al roce de los dedos. Cuando Elena alzó la mano para cubrirle la mejilla, él se frotó contra su palma y trazó con la yema de los dedos la sonrisa apasionada que curvaba sus labios.

La cazadora lo miró con ojos soñolientos teñidos de deseo.

—Creo que has acabado conmigo, arcángel.

—Solo acabo de empezar, cazadora. —Se apartó de ella y bajó las piernas por el costado de la cama—. Es hora de darse un baño.

Elena soltó un gemido.

—Me estás torturando... —Sus ojos volaron hasta la enorme erección que se apretaba contra el tejido negro de sus pantalones, que quedó delante de su rostro cuando él se puso en pie—. Y a ti también.

Verla así, tendida y deliciosamente desaliñada sobre su cama, hizo que su cuerpo se endureciera hasta un punto rayano en lo imposible.

—He aprendido a disfrutar de mis placeres, y tengo la intención de deleitarme contigo... una y otra vez.

Sus pechos se sonrojaron cuando se estremeció.

—Me encanta cómo hablas en la cama. —Palabras roncas pronunciadas mientras se incorporaba. Se puso de rodillas cerca del borde del colchón—. Ven aquí. —Una orden de lo más sensual.

Rafael había vivido más de un milenio y había desarrollado un control férreo sobre la parte más primitiva de su naturaleza. Sin embargo, no podría haber resistido la lujuriosa invitación que se apreciaba en los ojos de la cazadora, del mismo modo que habría sido incapaz de renunciar a la habilidad de volar.

—¿Qué quieres hacerme, Elena?

Ella extendió el brazo para desabrocharle el botón de los pantalones. Sus manos resultaban de lo más femeninas contra el tejido negro.

—Cosas muy, muy perversas. —Recorrió en una caricia lenta la longitud de su erección.

Rafael soltó un siseo y enterró las manos en el cabello femenino. Sin embargo, no la detuvo. Esa mujer que jugaba con su cuerpo... confiaba en él.

—Sé amable.

Elena le dirigió una mirada sorprendida. Luego sonrió de una forma lánguida y satisfecha.

—Yo no muerdo... como otras personas. —Apretó un poco más su carne excitada mientras lo sujetaba en la palma de su mano.

El abdomen de Rafael se puso tenso.

—Me estás dando ideas. —Aún podía paladear su salvaje esencia almizclada en la lengua, suntuosa y terrenal—. La próxima vez, tal vez use los dientes en una zona mucho más delicada.

Estremecida, Elena desabrochó los dos botones siguientes... antes de inclinarse hacia delante para besar con sensualidad la parte inferior de su ombligo. Las caderas de Rafael dieron una sacudida, y la mano que estaba enterrada en su cabello se apretó en un puño.

—Yo —dijo con voz ronca— no tengo tanto control. —La soltó y dio un paso atrás.

—Eso no es... —La cazadora dejó de hablar cuando él se quitó el resto de la ropa para poder sentir el contacto directo de sus caricias.

Elena se quedó sin aliento. Verlo así era algo... indescriptible.

Un instante después, Rafael se acercó de nuevo a ella. Su erección era una tentación irresistible. Lo rodeó con los dedos, consciente de que había vuelto a enterrar la mano en su cabello y de que aferraba los mechones con fuerza.

—Basta de provocaciones. —Un tironcillo suave—. Cumple tu promesa.

Elena sintió la piel cálida y tensa al escuchar el tono exigente de sus palabras, pero le dirigió una sonrisa picara.

—¿Vas a darme órdenes en la cama?

Elena
.

Al percibir el matiz cortante de su ruego, recordó de pronto lo mucho que su arcángel había esperado por ella... y saber que la amaba fue como una flecha en el corazón. Agachó la cabeza y recorrió con la lengua la vena que palpitaba a lo largo de la gruesa erección. Rafael dejó escapar un sonido inarticulado, mezcla de placer y dolor, y tironeó ligeramente de su cabello. Incapaz de resistirse ahora que lo había saboreado, Elena apretó los muslos, lamió el trayecto a la inversa y se metió su pene en la boca.

¡Elena!

No le cabía. Era demasiado largo, demasiado grueso.

Pero tendré toda una eternidad para refinar mis técnicas.

Ese pensamiento sensual desató un infierno de necesidad en su interior mientras amaba a su arcángel, lamiéndolo, saboreándolo, succionándolo.

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