—No precisamente, aunque desearía que el olor estuviera asociado a mi hijo, oler bien debe ser un buen signo ¿no es así?
—No quisiera alentar esperanzas en usted señora McIntire, pero todos esas cosas que percibe deben tener una explicación.
—Ya sé que usted piensa que estoy loca, pero no he acudido a usted como psiquiatra, sino como enviado de Dios.
—No soy un enviado de Dios, soy solo su siervo, como cualquier otro sacerdote.
—No es así —dijo Jenny presionando la herida en el cráneo hasta hacerlo saltar. —Usted es diferente, sé que es usted una especie de médium.
—No sé de donde ha sacado eso, señora McIntire.
—Sé de su estancia en Haití…
—Nada de lo que sucedió en esa isla tiene algo que ver con su hijo…
—¿Cómo puede estar seguro? Usted tiene que verlo por si mismo…
—Quiere que vea algo que no existe, señora McIntire.
—No me crea usted una loca, sé que todas las madres que pierden un hijo ansían que éste les dé un mensaje desde el otro mundo, algo que les deje en paz con la pérdida. Pero no es mi caso, Jeremy me ha visitado.
—Jeremy murió y nada puede cambiar eso.
—Sé bien que ha muerto, no necesito que usted me lo diga, yo misma lo llevé al cementerio —dijo al borde del llanto— pero de alguna forma, Jeremy no se ha ido…
—¿Está su marido en casa?
—Alex debe estar por regresar, le he dicho su deseo de que estuviera presente. No necesito decirle que también él me cree una loca.
—Nadie ha dicho que lo esté.
—Es lo que ustedes creen, aunque no se atrevan a decírmelo, los dos creen que todo esto de Jeremy es solo una fantasía.
Un ruido de llaves se dejó oír al otro lado de la puerta principal y Alexander McIntire entró desanimado. Era un hombre de contextura gruesa, más de los seis pies de estatura y doscientas veinte libras de peso. Las llaves en sus manos se veían diminutas. Las colocó en una repisa al lado de un espejo de cuerpo entero y atravesó la sala para saludar al sacerdote y darle un beso en la frente a Jenny.
—¿Qué le ha pasado, padre Kennedy?
—Una pelea callejera.
—Vamos, es usted un sacerdote.
—¿Cree que los sacerdotes no peleamos?
—Al menos no con los humanos, entendía que su lucha era contra las fuerzas del mal.
—No tiene usted idea de cuantos humanos sirven en esas filas.
—Ya imagino.
—Pero debería preocuparse usted más por esos dos hombres.
—¿No los habrá usted matado a golpes? —dijo mirándole las manos.
—No tanto, un coche de la policía les ha salvado.
—No sé si alegrarme por eso.
—Créame, prefiero no tener un cargo de esos en mi conciencia.
—Padre, ¿cómo ha encontrado a mi esposa? —dijo volviendo al tono serio.
—Empezábamos a hablar de las supuestas apariciones…
—No hablen como si estuviera inventando una historia de fantasmas…
—Cálmate querida, no ha sido mi intención decir tal cosa.
—Ustedes dos son iguales, ninguno quiere creerme —dijo levantando la voz a un punto que ambos hombres no esperaban.
—Cálmate Jenny o terminarás sufriendo un colapso.
Alexander asió la mano de Jenny con fuerza y esta intentó deshacerse del apretón provocando que su muñeca palideciera en la zona apretada y que un rubor rojizo coloreara el resto de la mano.
—Suéltame —dijo con una voz firme y los ojos fulgurando.
—Solo si prometes calmarte.
Jenny retorció su mano y un ruido en su muñeca hizo temer a Adam que se hubiera lastimado. Alexander la soltó de inmediato y Jenny cayó al suelo sosteniéndose la mano herida, mientras lloraba como una niña.
—Padre, ayúdeme —dijo Alexander acuclillándose frente a su esposa.
Adam se agachó para ayudar a Jenny a incorporarse pero la mujer se revolvió en el suelo como un gato huraño. Una de sus manos alcanzó a aruñar en el cuello al sacerdote y Alexander la volvió a sostener de las muñecas mientras su mujer le escupía la cara al tiempo en que lo insultaba soezmente.
Alexander se sintió avergonzado de escuchar aquellas palabras en boca de su mujer y miró a Adam lastimeramente.
—Lo siento padre, no he querido lastimarla —dijo intentando una disculpa al proceder de su esposa, mientras la inmovilizaba con sus enormes brazos.
—No tiene usted que disculparse, señor McIntire.
—Jenny nunca se ha comportado de esta forma, pero desde la muerte de Jeremy…
—Tú lo mataste… —gritó Jenny histérica mientras se seguía retorciendo en los brazos de Alexander.
—¿Qué demonios dices?
—Tú lo mataste —volvió a rugir la mujer— y ahora Jeremy quiere vengarse de ti.
—Jeremy no está más con nosotros, acaso no entiendes —dijo Alexander poniéndose en pie. —Jenny aprovechó la oportunidad de sentirse libre y corrió hacia las escaleras y un segundo después se escuchaba un portazo.
—Padre Kennedy —dijo Alexander intentando una disculpa.
—No tiene de qué preocuparse —dijo Adam que no podía evitar mirar como la saliva le corría al hombre por la mejilla.
Alexander se limpió la cara con un pañuelo asedado que sacó del saco que llevaba.
—No sé que hacer. Supongo que todo esto de la muerte de nuestro hijo la tiene fuera de sí. Siempre ha sido una mujer dulce.
—Lo sé bien, la conozco y sé que su comportamiento de hoy no es costumbre.
—No es solo eso, padre Kennedy. Mi mujer se ha comportado muy extraño en los últimos días.
—Me ha dicho que cree ver a Jeremy…
—Lo cree firmemente, al punto que en las últimas noches ha vuelto a poner cubiertos sobre la mesa para nuestro hijo.
—¿Desde cuándo se comporta así?
—Creo que un par de semanas, tan solo unos días después de que enterramos a nuestro hijo. Comenzó a visitar a una especie de sacerdotisa en la ciudad y luego comenzó a quemar incienso y otras cosas…
—¿Le ha dicho de un olor a flores dentro de la casa?
—No me extrañaría, nuestra casa se ha convertido en una especie de altar gigantesco, todas las noches enciende velas aromatizadas y la otra noche, descubrí en el armario un ouija.
—¿Se refiere usted a la tabla…?
—Así es padre, a esa que usan para comunicarse con los espíritus y todas esas cosas del demonio, según dicen.
—La ouija no es más que un juego tonto.
—Sin embargo entiendo que la iglesia lo prohíbe por servir para invocar fuerzas ocultas.
—Realmente lo que se desea evitar es que la iglesia crea en supersticiones de las que se valen los charlatanes para robarlos.
—¿Entonces no hay nada de cierto en las respuestas?
—Como cualquier cosa que utilicen los humanos para adivinar el futuro o descubrir cosas del pasado basándose en conjuros y todas esas cosas, terminan manipulando las respuestas con o sin intención. De hecho, un experimento puso a personas que utilizaban la ouija a «invocar» a los espíritus en los que creían, pero, claro, ocultando las letras. El resultado fue, como usted comprenderá, que solo galiMattías se obtuvieron por respuestas, una auténtica jerigonza.
—No es que yo crea en tales cosas, pero ¿cree usted que las apariciones de que habla Jenny se puedan deber a algo más allá de su imaginación?
—Si se refiere a que su hijo pueda estar comunicándose desde el más allá, debo decirle que no hay forma.
—Sin embargo ustedes creen en una vida futura.
—Es algo complejo, a pesar de que creemos en la resurrección de la carne, no encontrará a algún sacerdote que valide las apariciones de los muertos.
—¿Pero los santos y todas esos espíritus a los que rezan?
—Es solo una manifestación de la fe. Los santos son seres humanos que llevaron una vida ejemplar, pero, personalmente creo que su invocación es una tontería. Como psiquiatra tendría que decirle que todo esto es fruto de la mente perturbada de su esposa.
—¿Y como sacerdote?
—Mi respuesta sería la misma. Los problemas de su esposa se deben a un duelo no superado, no a algo sobrenatural.
—Pero entonces ¿qué puedo hacer? Ya ha visto su actitud de esta tarde, temo por su seguridad y por qué no decirlo, también por la mía.
—Señor McIntire ¿Puedo hacerle una pregunta?
—Por supuesto padre.
—¿A qué cree usted que se deba que su esposa lo culpa de alguna manera de la muerte de Jeremy?
—Supongo que se debe a que Jeremy no era mi hijo biológico.
—Desconocía…
—Lo crie desde que tenía cinco años, así que para mi no había ninguna diferencia. Mi mujer quedó estéril después del parto de Jeremy, de eso no me enteré sino tiempo después de casados y en alguna ocasión le reproché el no darme hijos biológicos.
—¿Y cree usted que por ese hecho su mujer puede creer que usted le hizo daño?
Jeremy era un adolescente que empezaba a darnos problemas de comportamiento. Usted lo sabe.
—El incidente de los sacrificios de animales, supongo.
—Entre otras cosas.
—¿Drogas?
—Si, y alcohol y malas compañías.
—¿Desde cuando cambió su comportamiento?
—Desde que nos vinimos a Nueva Orleans. Toda nuestra vida la habíamos pasado en Ohio, pero luego del huracán fue necesario reconstruir esta ciudad y me ofrecieron un excelente empleo como arquitecto.
—Entiendo.
—Quizá nunca debimos dejar Ohio.
—¿Ha pensado en la posibilidad de volver?
—No dejamos nada allá, toda nuestra vida gira alrededor de esta ciudad y su reconstrucción.
—¿Qué hay de la familia de Jenny? ¿Sigue en Ohio?
—Solo su madre y su hermana, su padre los abandonó siendo muy chica. Su madre está algo mayor y una quebradura de cadera la tiene imposibilitada de caminar. Su hermana, Susan, se ha dedicado a cuidarla a cambio de que yo le pase una cantidad importante de dinero cada mes.
—Es muy loable de su parte.
—Jenny quería que se vinieran a Nueva Orleans, pero en aquel momento me pareció que lo mejor era que se mantuvieran lejos. Su madre nunca me ha querido y su hermana es algo… pícara, si es que me entiende.
—Entiendo, señor McIntire.
—Padre, le agradecería cualquier cosa que pueda hacer por Jenny. Tengo la agenda muy ocupada en estos días y no puedo dedicarle todo el tiempo que debería.
—Creo que sería conveniente visitar a un médico.
—Pensé que usted como psiquiatra…
—A mi no dejaría de verme como un sacerdote y no quiero que mezcle las cosas. En este momento lo mejor sería que acepte su estado como algo muy natural y no que la asocie con algún tipo de hecho sobrenatural.
—¿Entonces no puede verla?
—Puedo recomendarle a un colega, el doctor Canales, es muy calificado y sé que será de gran ayuda para su mujer. Le daré su número, diga usted que es recomendado por mi persona, usted sabe, con eso tendré algunas horas gratis de asesoría mental —dijo sonriendo.
—Gracias, padre, lo llamaré de inmediato.
—Hace usted bien —dijo buscando la puerta— cualquier cosa que requiera no dude en llamarme o en visitarme.
—Le agradezco su interés.
Adam se despidió y decidió caminar de vuelta a su apartamento. Esta vez el viaje fue tranquilo, las calles estaban desiertas ya que para esa hora todos debían estar inundando las calles por donde pasarían los desfiles. Sintió la aprensión de encontrarse de nuevo con aquellos hombres que habían intentado asaltarlo. Instintivamente se llevó la mano a la cabeza y sintió la sangre seca que taponeaba la herida. Volvió a su apartamento y subió las escaleras pesadamente, al llegar a la puerta del edificio se tropezó con una mujer maquillada con una delgada capa de cosméticos, de uñas largas y vestida como para ir al carnaval.
—Padre, ¿ha tenido usted un accidente?
—Nada de que preocuparse.
—Quizá su oficio es más peligroso que el mio.
—Estoy seguro de que no es así, deberías dejar esa vida…
—No me vuelva a dar el sermón, padre Kennedy, ya sabe que según todos por aquí, nací puta y puta he de morir.
—Nadie nace así, son las circunstancias…
—Entonces mis circunstancias son las que deben ser culpadas. ¿Quiere darme su bendición?
—Lo que debería darte son unos azotes, a ti y a quienes usan tus servicios…
—Solo somos ovejitas descarriadas —dijo sonriendo y guiñando un ojo, bajó los escalones y se montó a un auto que la esperaba. Adam siguió el auto con la vista y lo vio desaparecer en la primera esquina. Entró en el apartamento y buscó un litro de whisky que había comprado hacía tan solo una par de días y que ya llevaba por la mitad, se sirvió una copa generosa y volvió a sentarse en el sillón, bebió de un trago la copa y apoyó la cabeza en el respaldar. Un gruñido en el estómago le llegó como protesta por no haber comido aún, pero decidió ofrecer el ayuno como acto de constricción por la golpiza que dio a aquellos hombres. No tardó en quedarse dormido.
Jenny corrió escaleras arriba y entrando a su habitación azotó la puerta haciendo que un espejo se reventara. Se miró en el quebrado objeto y vio sus ojos con un brillo de furia que no había visto en su vida. Sus dientes apretados, el entrecejo fruncido y los dedos crispados le decían que de tener en frente a Alexander lo partiría por la mitad con sus propias manos. Suspiró y un bufido se escapó de su boca. La respiración era agitada y sus pulsaciones se habían elevado a casi el doble de las setenta y cinco por minuto que tenía habitualmente. Pensó en el padre Kennedy y también sintió un poco de rencor hacia él, la creía loca y no fue capaz de explicar a su esposo que Jeremy, su hijo del alma, había regresado, se encontraba entre ellos con la misma realidad que podía afirmar que Nueva Orleans vivía sus carnavales del Mardi Gras. Se lanzó en la cama y sollozó, se hizo un ovillo y se apretó a la almohada tan fuerte como pudo.
—Jeremy —musitó— ¿dónde estás? llévame contigo. Sacó de una gaveta de su mesa de noche una pipa y un paquete con yerba y empezó a fumar torpemente. Una modorra se comenzó a apoderar de su mente, sentía que volaba, que su alma abandonaba su cuerpo, primero la cabeza, luego el tronco, como si estuviera sentándose sobre la cama. Un zumbido en los oídos y luego un aleteo, como si mil libélulas escaparan de sus oídos aleteando ruidosamente. Finalmente pudo ver su cuerpo descansando sobre la cama en la misma posición fetal en la que se había acostado. Se sentía extraña, ver su cuerpo tridimensionalmente desde las alturas era algo que nunca le había sucedido. El sujeto que le vendió la droga le había dicho que podía empezar a experimentar cosas extrañas al conectarse con su guía espiritual, pero no había especificado nada, tan solo ese misterio que rodeaba aquel sótano en las afueras de la ciudad. Sintió temor la primera vez que fue, pero la idea de saber en qué sitios se había metido Jeremy antes de su trágica muerte la animaba a entrar a ese mundo de oscuridad. Las fiestas del Mardi Gras habían propiciado que muchas personas visitaran la ciudad y trajeran con ellas esa oleada de morbosidad por acudir a cultos extraños, Jeremy se había desviado de su senda por reunirse con aquellos hombres de piel negra y pelo trenzado y la única forma de saber qué había pasado realmente con su hijo era transitar las mismas sendas. La policía de Nueva Orleans cerró el caso demasiado aprisa, una muerte por sobredosis en alguien que empezaba a experimentar con ellas era algo fácil, además, a nadie le gustaba investigar un asesinato en plenas fiestas próximas al martes de engorde. Alexander quedaría impune y Jeremy no podría descansar en paz. Así se lo había hecho saber la última vez que lo vio en ese estado de semi inconciencia en que la sumía la marihuana. Nadie podía saber que llevaba ya una semana fumando la yerba, ni siquiera el padre Kennedy, de seguro solo lograría acrecentar sus creencias de que las visiones de Jeremy eran solo producto de su imaginación y el uso de estimulantes, Se dejó llevar por aquel estado de ingravidez y salió de la habitación y voló tan lejos como pudo.