—Lo siento mucho… —me disculpé.
—¿Por qué?
Me encogí de hombros. Me avergonzaba reconocer que había sentido celos de los lazos que les unían.
—Berta curó mi corazón, pero tú lo has despertado. Ella es mi ángel protector, tú eres mi amor.
Temblé al escuchar aquella declaración.
Yo también le amaba.
Y lo hacía de un modo que jamás hubiera imaginado. Pensé en lo solo que se habría sentido durante décadas de silencio y aislamiento. Ahora entendía sus primeros días conmigo en los que no pronunció palabra.
—Llevaba mucho tiempo pensando cómo sería enamorarse, cuándo ocurriría, con quién… —dije por fin—. Pero nada de lo que había fantaseado se parece ni remotamente a esto.
Bosco me miró un instante antes de besarme. Tuve que apoyarme en el piano para no perder el equilibrio. Al hacerlo, una nota se quejó despertando en mí una curiosidad no resuelta.
—¿Tienes poderes mágicos?
—Solo cuando viajo en el tiempo.
Contuve la respiración sorprendida.
—¡Es broma! Por Dios, Clara… Solo soy un simple chico centenario —rió entre dientes.
—Pues ¿cómo hiciste desaparecer las cosas de la cabaña?
—¡Qué niña más curiosa! —protestó divertido.
Bosco me pidió que apagara la chimenea y que me sujetara al piano. Después encendió unas velas y las colocó en un candelabro de hierro.
—¿Estás preparada?
Asentí sin comprender lo que se proponía. ¿Preparada para qué?
Bosco separó una piedra de la chimenea y accionó una palanca. De repente, el suelo empezó a moverse bajo nuestros pies, descendiendo como un enorme montacargas hacia las profundidades de la tierra. Temí que el techo se desplomara sobre nosotros al oír un ruido que provenía de arriba. Una plataforma de madera comenzó a tensarse sobre nuestras cabezas a modo de nuevo techo.
Tardé un segundo en comprender lo que acababa de ocurrir.
—Te lo dije, el piano nunca se ha movido de su sitio. —La sonrisa de Bosco resplandeció en la oscuridad—. Mi retatarabuelo construyó este sistema para proteger la cabaña de curiosos.
—Es alucinante, pero… ¿cómo funciona? Parece complicadísimo.
—No creas. Rodrigoalbar tuvo mucho tiempo para perfeccionarlo. Y yo he hecho algunos arreglillos con la ventilación para poder pasar temporadas aquí si fuera necesario. En realidad, solo se necesita un motor de gasolina, un generador y una plataforma que hace de suelo de la cabaña de arriba y de techo de la de abajo.
Pude ver la tierra fresca surcada de raíces al otro lado de la ventana. Me estremecí con una extraña sensación de claustrofobia.
—¿Tiene salida?
Bosco me señaló la puerta cerrada que yo había confundido al principio con el baño.
—Esa puerta es inútil arriba, pero, en la cabaña de abajo, conecta con un túnel subterráneo que desemboca cerca del río.
—Llevas aquí más de cien años…
—Sí.
—¿No podrías haber construido también un baño?
La risa de Bosco retumbó poderosa en las profundidades.
A la luz de las velas, su belleza me pareció aún más cautivadora.
Después tomó el candelabro y abrió la puerta. Le seguí durante varios metros encorvada hasta el final del recorrido. La salida se estrechaba tanto, que casi tuvimos que reptar. Bosco apartó un matorral de helechos y me tendió la mano para ayudarme a salir.
Fuera, el aire helado de la sierra me cortó la respiración.
En aquel momento, el sonido ensordecedor de dos helicópteros sobrevolando la zona a baja altura hizo que nos tapáramos los oídos.
Bosco me arrastró hacia un lado para ocultarnos de su visión.
—Ahora vete —dijo acercando sus labios a mi cara—. Es peligroso que nos vean. Hay algo que todo el mundo busca y no pararán hasta encontrarlo.
—¿Te buscan a ti?
—No, pero buscan algo que solo yo sé que existe.
M
e dirigí a la Dehesa caminando a varios palmos del suelo. Una parte de mí estaba tan feliz, que temí salir volando en cualquier momento. La otra no podía evitar preocuparse por las palabras de Bosco. Nos habíamos despedido de forma precipitada, sin tiempo para explicaciones, pero no había que ser muy lista para intuir que algo peligroso nos acechaba.
Aun así, me sentía en las nubes. Un ejército de mariposas aleteaban con fuerza en mi estómago al evocar cada instante de la noche anterior.
Sumida en mis pensamientos, no me di cuenta de que el coche de Braulio estaba aparcado junto al embalse.
—¡Hola!
Su saludo me sobresaltó.
Braulio me abrazó y me dio un beso en la mejilla. Parecía contento.
—Hace casi dos horas que te espero. ¿Dónde te habías metido?
Su tono amable no evitó que la pregunta me molestara. Aunque fuera mi tío quien le hubiera pedido que cuidara de mí, no tenía ningún derecho a pedirme explicaciones de mi vida… Aun así, intenté ser correcta.
—Paseando.
—¿Y adónde has ido?
—Al bosque.
—¿A qué parte del bosque?
—A una muy verde con muchos pinos. ¿La conoces? —respondí con sarcasmo.
Me miró un momento perplejo antes de responder.
—Solo sentía curiosidad.
—Estoy harta de tus interrogatorios.
—Clara —tomó mi mano obligándome a detenerme—, solo me preocupo por ti.
—¡Pues deja de hacerlo! No lo soporto —respondí zafándome de su mano de forma brusca.
—Está bien. Lo siento. No más interrogatorios.
—¿Prometido?
—Prometido. Ya eres mayorcita y has demostrado que sabes cuidarte… Sin embargo, procura no acercarte mucho por la cabaña del diablo.
—Ni siquiera sé dónde está —mentí.
—Ya, bueno… No es una zona muy segura y podrías caer en otra trampa.
Nuestras miradas se retaron un instante. ¿A qué tipo de trampas se estaba refiriendo?
—En realidad he venido a buscarte —continuó—. Mi madre ha cocinado ajo carretero y me ha pedido que te invite.
Tenía que consultar mi correo y descargarme los apuntes de Ángela, así que no me resistí. Además, quería telefonear a los padres de Paula para saber cómo estaba mi amiga. Todavía me sorprendía lo rápido que me había acostumbrado a vivir sin móvil.
Por supuesto, la idea de degustar un plato de la deliciosa caldereta de Rosa también era un argumento convincente para bajar al pueblo.
Mientras avanzábamos por el camino de tierra, Braulio aprovechó un cambio de marcha para acercar su mano a mi pierna. No supe reaccionar. Me quedé inmóvil unos segundos hasta que un bache le obligó a colocarla de nuevo en el volante. Tenía que hablar con él y aclarar cuanto antes la situación. Entre nosotros jamás ocurriría nada. Busqué sin éxito unas palabras sutiles en mi mente, pero mis neuronas estaban demasiado ocupadas pensando en Bosco.
Ambos permanecimos en silencio.
El espejito de cortesía del copiloto me mostró la sonrisa tonta de mi cara. Tuve que obligarme a borrarla para que Braulio no la malinterpretara. Para distraerme, intenté pensar en otras cosas… Se me ocurrió que podía pedirle a mi tío un USB de internet portátil. Él podía comprármelo en Soria y así yo no tendría que molestar más a la familia de Braulio. Aunque, en realidad, tenía otro propósito oculto: mostrarle a Bosco un universo de infinitas posibilidades. No se me ocurría una ventana mejor para que se asomara al mundo. Me emocioné al imaginarme a Bosco conmigo en la Dehesa, navegando juntos por la red.
Al llegar a Colmenar, nos cruzamos con tres furgonetas de National Geographic. Tenían los cristales tintados y unas enormes antenas satélite en el techo. Braulio se detuvo un momento junto a ellas y saludó en inglés a dos hombres vestidos de negro. Estaban sacando todo tipo de material de un portón abierto. Junto a las cámaras, cables, micros y demás material televisivo, había aparatos extraños que no supe identificar. Parecían radares. Supuse que estaban preparándose para una expedición.
Braulio reanudó la marcha hasta su casa.
—¿Los conoces?
Aunque la respuesta era obvia, quería que Braulio me explicara con detalle todo lo que sabía sobre ellos.
—Son científicos norteamericanos. Contactaron conmigo hace meses. Han venido para hacer un estudio sobre la sierra de pinares.
—¿Qué quieren de ti? Tú no eres forestal ni biólogo.
—Conozco bien el bosque y las criaturas que lo habitan.
—Pensé que solo estaban interesados en los pinos.
Braulio no respondió.
—¿Y todos esos aparatos? —continué.
—Alta tecnología. Van a hacer un estudio muy completo. Son sensores de movimiento, radares y cosas por el estilo.
—¿Sensores de movimiento? ¿Para los árboles? ¡Estos norteamericanos están locos! —me mofé—. A no ser que… estén buscando otra cosa. ¿Qué quieren realmente, Braulio?
—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? Porque pensé que los odiabas… —Su voz sonó cortante.
Bajé la mirada.
—Si tanto te interesan, tendrás ocasión de preguntarles todo lo que quieras tú misma. He invitado a uno de ellos a comer con nosotros.
Cuando llegamos a su casa, el chico de National Geographic estaba ayudando a Rosa a poner la mesa. Se llamaba Robin. Hablaba castellano con un fuerte acento americano, pero aun así se desenvolvía con facilidad. Por un momento temí que la madre de Braulio le hubiera explicado alguna de sus historias. Había algo en él que me hacía desconfiar. Tal vez eran sus ojos grises; a pesar de que se esforzaba por sonreír y ser amable, su mirada era fría e insondable. Tenía el pelo negro y corto y la piel muy blanca. Llevaba puesto un mono negro, como el que había visto a sus compañeros minutos antes, y botas militares. Bajo esa indumentaria, se escondía un chico fornido de estatura media.
Mientras comíamos nos explicó que estudiaba botánica en la Universidad de Georgetown y que hacía prácticas en la sede de
National Geographic
en Washington. Tenía la misma edad que Braulio. Su dominio del castellano había convencido a la expedición para traerlo con ellos a España.
—Clara, me han dicho que vives sola en el bosque. Debes de conocerlo muy bien.
Era la primera vez que se dirigía directamente a mí. La intensidad de su mirada gris me incomodó.
—Solo hace unos meses que llegué. Además, mi casa está a pocos kilómetros de aquí y paso bastante tiempo en el pueblo.
—No tanto como quisiéramos —se quejó Rosa haciendo un guiño a su hijo—. ¿Verdad, cielo?
—Sí. —Braulio tomó mi mano sin tapujos—. No nos gusta que Clara pase tanto tiempo allí sola. El bosque está lleno de peligros.
—
Really
? ¿Qué tipo de peligros? —intervino el norteamericano.
—Esta señorita se cayó en una trampa para ciervos en plena noche hace unas semanas —dijo Rosa—. Fue un milagro que la encontraran con vida.
La mujer se santiguó antes de acariciarme el pelo cariñosamente.
—Solo fue un susto —susurré.
—¿Y quién te rescató? —preguntó Robin.
—Es una larga historia.
No me apetecía contarle a aquel extraño la coartada de los buscadores de setas. Odiaba mentir y, además, temía contradecirme y que Braulio se molestara de nuevo, así que me levanté con la excusa de ayudar a Rosa a retirar los platos.
Robin imitó mi gesto y puso los cubiertos en el fregadero.
—Nos gustaría mucho entrevistarte y que nos explicaras tu experiencia en el bosque.
—¿Yo? ¿Por qué?
Sentí una mezcla de recelo y sorpresa que no supe disimular.
—No soy la más indicada. Solo soy una chica de ciudad que hasta hace dos días no sabía distinguir un pino de un roble o una endrina de una mora. Cualquier colmenareño os explicará mejor que yo todo lo que queráis saber sobre el bosque. Podéis hablar con mi tío Álvaro, él conoce muy bien la sierra de pinares.
—
Okey
, pero también nos interesa la opinión de alguien como tú, joven y con una visión fresca de la sierra. La de alguien que llega virgen al bosque.
Pude ver la sonrisa burlona en el rostro de Braulio.
—
Come on
, Clara! Serán unas preguntas muy sencillas.
—Cuando tu profesora se entere de que vas a salir en un reportaje de
National Geographic
hablando sobre árboles, pensará que te has tomado muy en serio tu trabajo de botánica y tu carrera de forestal —rió Braulio.
Su ocurrencia me hizo reír a mí también. Sin duda, un argumento así acabaría de convencer a Ángela de mi vocación y podía garantizarme una larga estancia en la Dehesa.
—Además, Clara es muy guapa y quedará preciosa en la tele —dijo Rosa, consiguiendo que me pusiera roja—. Ella representa muy bien la belleza típica de la mujer serrana: ojos verdes, piel clara y pelo oscuro.
—Sí,
very beautiful
.
—Está bien —accedí turbada—. Haré esa entrevista, pero no tengo nada interesante que decir. Lo más probable es que tengáis que tirarla a la basura.
—Estoy seguro de que sabremos darle algún uso.
La sonrisa condescendiente de Robin hizo que me sintiera de nuevo incómoda.
Me despedí con la excusa de visitar a mi tío.
Vivía cuatro casas más abajo, en la misma calle. Lo sabía por aquella vez que Braulio me había acompañado pensando que me alojaba allí, pero lo cierto es que nunca había estado en casa de Álvaro.
Justo en la puerta, tropecé con tres hombres de negro que salían de ella. Parecían molestos.
U
n fuerte olor a flores silvestres inundaba la casa de mi tío.
Arrugué la nariz nada más entrar. No era desagradable, pero sí intenso y pegajoso.
Era una casa pinariega típica de piedra, austera y con cocina de leña. Me acerqué al hogar mientras él colaba una infusión.
No pude contener una pregunta:
—¿Qué querían esos hombres?
—Tocar las narices.
Su rostro se ensombreció un instante. Entendí que aquello era todo lo que le sonsacaría, así que no dije nada más.
—Por cierto, Ángela vendrá a verte por año nuevo —cambió de tema.
Me pareció extraño que mi profesora no me lo hubiera dicho por mail y que Álvaro, en cambio, estuviera al corriente. No hacía ni un mes de su visita… ¿Se habría arrepentido de dejarme sola en aquel pueblo?
—Le diré que estoy bien… No es necesario que se tome tantas molestias.
—Clara, no te preocupes por eso. Creo que ya tiene el billete…