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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El camino de fuego (20 page)

BOOK: El camino de fuego
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—Controlamos la capital —afirmó Sobek.

—Esperémoslo —dijo Sehotep—. ¿Y las demás ciudades?

—Los decretos reales pondrán en estado de alerta a los alcaldes —prometió el visir—. Puesto que los efectivos locales son insuficientes, garantizar la seguridad exige una presencia militar en el conjunto del territorio. Decisión inevitable: o Nesmontu peina la región sirio-palestina o se encarga de la protección de las Dos Tierras.

—Al regresar de su misión, el hijo real nos facilita la respuesta —decidió el faraón—. Queda por aclarar un punto: la actitud de Sobek.

—Considero haber actuado correctamente al encarcelar a un sospechoso, majestad.

—¿Consideras injusto tu encarcelamiento? —preguntó el monarca a Iker.

—No, majestad. Apruebo la decisión del jefe de la policía. Ahora, que examine la realidad de los hechos y se libre de sus prejuicios. Uno de los planes del Anunciador acaba de ser desbaratado, pero aún estamos lejos de la victoria. Sólo la obtendremos si permanecemos unidos.

—Manos a la obra —ordenó Sesostris—. Que mañana mismo se me presente un plan de protección de las Dos Tierras.

Medes estaba aterrorizado.

¡Iker vivía! ¿Cómo había podido escapar solo de los cananeos y los sirios? Su convocatoria ante el gran consejo permitía suponer graves acusaciones. Si su testimonio no era convincente, el escriba lamentaría haber regresado a Egipto: como consecuencia de la tragedia de Menfis, las sanciones serían graves. La duración de la reunión incitaba al optimismo. A Sobek el Protector no le gustaba Iker, y tenía el peso suficiente para obtener la alianza de la Casa del Rey y conseguir una severa condena. Finalmente, Senankh salió de la sala del consejo.

—Si tu administración es realmente eficaz, querido Medes, ahora tienes ocasión de demostrarlo. Un decreto real, mensajes oficiales, cartas confidenciales a las autoridades locales, órdenes a las guarniciones… ¡y todo con la mayor rapidez!

—Contad conmigo, gran tesorero. ¿Cuál es el objetivo prioritario?

—Poner Egipto a salvo de los terroristas.

24

Compartir un desayuno con Sesostris en el jardín de palacio era un privilegio que Iker apreciaba en su justo valor. Todos los dignatarios soñaban con semejante favor, y la corte entera, impresionada por el inesperado regreso del hijo real, se moriría de envidia.

El monarca contemplaba la danza de los rayos solares en la copa de los árboles.

A pesar del respetuoso temor que sentía, Iker se atrevió a romper el silencio.

—Majestad, ¿me habrá purificado y regenerado el «Círculo de oro» de Abydos?

—Egipto no es de este mundo. Dirigido por Maat, se adecúa al plan de obra concebido al comienzo de los tiempos. Nuestro país lo concreta aquí. Lo invisible ha elegido su reino, y lo veneramos como nuestro más valioso tesoro. Cuando Osiris resucita, el ojo se hace completo, nada le falta. Entonces, Egipto ve y crea. De lo contrario, permanece ciego y estéril. Ésa es precisamente la amenaza.

—¿Podemos evitar ese desastre?

—El éxito dependerá de nuestra lucidez y nuestra voluntad. O nos sometemos al tiempo y a la historia, y la obra de Osiris se habrá perdido, o nos situamos en los orígenes, antes de la creación del cielo y de la tierra, y sabremos, una vez más, conciliar los contrarios, unir la corona roja con la blanca, lograr que confraternicen Horus y Set. Las divinidades, los justos de voz, el faraón y los humanos forman un conjunto que Osiris hace coherente gracias a la ley de Maat. Si uno de esos componentes está ausente o es rechazado, el edificio se derrumba.

—¿No sigue siendo lo sacro el vínculo principal?

—Lo sacro separa lo esencial de lo inútil, ilumina y desbroza el camino, disipa los espejismos y las brumas. Sólo la ofrenda hace que la armonía celestial penetre en la sociedad humana. Extrae de la materia los elementos indispensables y alimenta el alma de Osiris.

—Majestad…, ¿me consideraréis algún día digno de conocer sus misterios?

—Sólo tú pronunciarás esta sentencia, en función de tus actos. Entonces, Osiris te llamará. He aquí tu nuevo sello de función, poderoso y peligroso a la vez. Utilízalo sólo en el momento oportuno.

Sesostris entregó a Iker un anillo-sello con su nombre y su título.

Por primera vez, el joven fue consciente de su cargo.

Ya no era un adolescente díscolo y un aventurero, sino uno de los representantes de la institución faraónica sin la cual en las Dos Tierras habría desorden e injusticias.

—Majestad, ¿acaso soy…?

—Nadie es digno de semejante función. Sin embargo, hay que asumirla. La gran serpiente de la isla del
ka
no consiguió salvar su mundo, devorado por las llamas. Menfis estuvo a punto de conocer la misma suerte, pero sobrevivió. No dejaremos Egipto en manos del Anunciador.

Iker contemplaba la joya, distinta del sello del hijo real que nunca se había atrevido a utilizar. Hoy, sólo hoy, comenzaba a evaluar sus responsabilidades.

—Acude al consejo de guerra de Nesmontu y no vaciles en intervenir —ordenó el rey—. Pero antes dirígete al embarcadero principal. Hay alguien esperándote allí.

La embarcación con destino a Abydos se preparaba para levar anclas.

Vestida con una larga túnica roja, Isis admiraba el río.

Iker, precedido por
Viento del Norte
y
Sanguíneo
, no pasaba desapercibido. Puesto que el asno obtuvo una caricia de la muchacha, el mastín emitió una envidiosa queja para tener derecho a la misma atención. Pese al tamaño del perro y a sus impresionantes mandíbulas, la sacerdotisa no sintió el menor temor.


Sanguíneo
os ha adoptado —advirtió Iker—. En la región sirio-palestina fue mi guardián y mi protector. Tuve que huir sin él, pero consiguió encontrarme.

—A
Viento del Norte
parece gustarle su compañía.

—¡Se han hecho amigos, incluso! ¿Aban… abandonáis la capital?

—Regreso a Abydos. Estaba segura de que sobreviviríais a esta prueba.

—Sólo gracias a vos, Isis. Cuando desesperaba, aparecíais vos. Sólo vos me permitisteis afrontar la desesperación y regresar a Egipto.

—Me atribuís demasiado poder, Iker.

—¿Acaso no sois una maga de Abydos? Sin vuestra ayuda, sin vuestros pensamientos protectores, habría sucumbido. ¿Cómo convenceros de mi sinceridad y mostrarme digno de vos? Al ofrecerme su enseñanza, el rey me ha abierto los ojos a los deberes de un hijo real: llenar su espíritu de ideas justas, ser reservado, respetar la gravedad de la palabra, desafiar el miedo, buscar la verdad a riesgo de la propia vida, ejercer una voluntad recta y completa, no ceder a la avidez, desarrollar la percepción de lo invisible… No poseo esas cualidades, pero os amo.

—Tras vuestras hazañas se abre ante vos una gran carrera. Yo únicamente soy una sacerdotisa que sólo aspira a no salir de Abydos.

—Mi única ambición es vivir a vuestro lado.

—En este dramático período, cuando el porvenir de nuestra civilización vacila, ¿acaso todavía tiene sentido el amor?

—Os ofrezco el mío, Isis. Si fuera compartido, ¿no nos haría más fuertes ante la adversidad, al uno y al otro?

—¿En qué consiste vuestra nueva misión?

—Trabajaré aquí con la Casa del Rey para encargarme de la seguridad del territorio. Puesto que no hemos caído en la trampa de la región sirio-palestina, el Anunciador golpeará de nuevo, probablemente en el propio Egipto.

—Abydos sigue amenazado —consideró la muchacha—. Los residentes podrían haber sufrido la misma suerte que los menfitas. Ese demonio quería matar al máximo de ritualistas y debilitar el dominio sagrado de Osiris.

—¡Vos misma estáis, pues, en peligro!

—Sólo cuenta el árbol de vida. Si la ofrenda de mi existencia pudiera curarlo, no dudaría.

Ante la mirada del asno y del perro, atentos a la conversación, Iker se acercó a la muchacha.

—Isis, ¿estáis segura de no amarme?

La sacerdotisa vaciló.

—Querría estarlo, pero rechazo la mentira. Durante un ritual me hicieron subir a un zócalo, símbolo de Maat, y juré afrontar siempre la verdad, fuera cual fuese.

—También yo he pasado por ese rito —reveló Iker—, y presté un idéntico juramento. Tras mi victorioso combate contra el falso Anunciador, el sirio Amu quiso casarme. ¡Conocer a otra mujer me resultaba insoportable! Por eso decidí marcharme arriesgándome a morir. Decidáis lo que decidáis, Isis, vos seréis la única mujer de mi vida.

El capitán se impacientaba. Dado el número de embarcaciones que circulaban por el Nilo, debía aprovechar un momento de calma para levar anclas.

—¿Cuándo volveremos a vernos?

—Lo ignoro, Iker.

Y recorrió lentamente la pasarela, como si lamentara no prolongar aquel cara a cara.

¿No se engañaba Iker para mantener sus esperanzas?

La exposición de Nesmontu era convincente. Dotado de una sorprendente capacidad de adaptación, el viejo general había imaginado, en un tiempo récord, un nuevo dispositivo capaz de sorprender al adversario. Reducidas al mínimo, las fuerzas de ocupación en la región sirio-palestina se consagrarían al mantenimiento del statu quo, al arresto de los revoltosos y a la desinformación, destinada a sembrar la cizaña entre las tribus y los clanes.

En Egipto, el ejército nacional no ofrecería la apariencia de un bloque compacto, demasiado difícil de desplazar, sino de un conjunto de regimientos que incluirían, cada uno de ellos, cuarenta arqueros y cuarenta lanceros, colocados bajo el mando de un teniente ayudado por un abanderado, un capitán de navío, un escriba, la intendencia y un especialista en mapas.

Los tenientes sólo recibirían órdenes de Nesmontu, que coordinaría permanentemente el despliegue y la acción de las tropas en el conjunto del territorio, encargadas de velar prioritariamente por los puntos estratégicos y los embarcaderos. A la policía local le tocaba asumir la seguridad de los ciudadanos y los aldeanos. Y otro ejército, el de los escribas, controlaría las entregas y los productos. La tragedia de Menfis no debía reproducirse.

—¿Está la Doble Casa blanca en condiciones de asumir los gastos necesarios? —preguntó el visir.

—Sin duda —respondió Senankh—. Nuestras fuerzas armadas no carecerán de nada.

—Por mi lado, consolidaré la mayoría de los muelles, y las maniobras de atraque se verán facilitadas —prometió Sehotep.

—¿Valora estas medidas el hijo real? —preguntó Sobek con una pizca de ironía.

—Si la cooperación entre la policía y el ejército se lleva a cabo sin reticencia alguna, producirá excelentes efectos.

—¿Acaso me acusas de mala voluntad?

—¡Yo no he dicho nada semejante! Una perfecta coordinación exigirá muchos esfuerzos.

—Así es —asintió Nesmontu— Y los haremos.

Trabajando junto al visir, Iker aprendía a conocer el funcionamiento de los servicios del Estado. La amenaza latente incitaba a los escribas a cumplir rigurosamente con sus tareas, de modo que ninguna agresión, por grave que ésta fuese, impidiera a los ministerios hacer efectivo el respeto de Maat.

Mientras el hijo real consultaba el expediente proporcionado por Nesmontu que, aquella misma noche, iba a presentar al monarca, Sobek lo interrumpió.

—Su majestad quiere verte de inmediato.

Sesostris salió de la capital, custodiado por policías de élite del Protector. Iker lo siguió hasta un canal donde tomaron una embarcación en dirección al sur.

Esta vez, el hijo real no se permitió turbar la meditación del rey.

La atmósfera era grave. Sin embargo, cuando vio perfilarse las pirámides de Dachur, el joven experimentó una profunda sensación de serenidad. Los monumentos del faraón Snofru parecían indestructibles, anclados en la eternidad del desierto, y el de Sesostris, aunque más pequeño, expresaba la misma majestad.

Sacerdotes y soldados encargados de la seguridad del paraje se reunieron para recibir al monarca. Iker se mantenía a unos pasos por detrás del gigante. Con la cabeza gacha, un ritualista se adelantó hacia el soberano.

—¿Cuándo murió Djehuty? —interrogó Sesostris.

—Ayer, al alba. En cuanto se produjo la muerte, os enviamos un mensajero. Ayer era un gran día, majestad, puesto que Djehuty consideraba concluidos los trabajos. Los escultores acababan de terminar el último bajorrelieve que representa a Atum, el principio creador. Pensaba, pues, pediros que lo animarais y confirierais a vuestro conjunto arquitectónico su pleno poderío.

El faraón e Iker acudieron al domicilio oficial del alcalde de Dachur, cuyo cuerpo descansaba en un lecho con los pies en forma de pezuñas de toro. Envuelto en un gran manto, el difunto reflejaba una absoluta serenidad en su rostro.

—Lo velé hasta el final —indicó el ritualista—. Dedicó su último pensamiento a vuestra majestad; deseaba expresaros su agradecimiento, pues su tarea de constructor iluminó su vejez. Djehuty sabía que el brillo de Dachur serviría a Osiris. «Ahora, nunca más tendré frío», fueron sus últimas palabras.

El sacerdote se retiró, dejando al rey y a su hijo a solas con el difunto.

—Ha llegado la hora de la sentencia —declaró el monarca—. Nos corresponde a nosotros pronunciarla. ¿Qué le deseas a ese viajero del más allá, Iker?

—Que cruce las tinieblas de la muerte y resucite en la luz de Osiris. Djehuty fue un ser justo y bueno. Le agradezco su ayuda y no tengo reproche alguno que hacerle.

El monarca tardaba en tomar la palabra, por lo que Iker temió que reprochase al ex jefe de la provincia de la Liebre el período durante el que se había negado a unirse a la corona.

—Sacerdote de Tot y servidor de Maat, iniciado del «Círculo de oro» de Abydos, Djehuty ha vivido los misterios de Osiris. Que viaje en paz.

Sesostris ordenó a los especialistas que momificaran a su hermano en espíritu y preparasen su morada de eternidad.

Iker sentía una profunda pena. Djehuty lo había acogido en la provincia de la Liebre, permitiéndole aprender su oficio de escriba y descifrar los arcanos de la lengua sagrada, bajo la dirección del general Sepi, desaparecido también.

Gracias a aquellos dos sabios, el destino del joven se había iluminado cuando avanzaba a tientas.

Frente a la pirámide del rey, refulgente de blancura y creadora de una luz que protegería la acacia de Osiris, Sesostris y su hijo se hacían una triple pregunta: ¿dónde, cuándo y cómo atacaría de nuevo el Anunciador?

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