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Authors: Christian Jacq

Tags: #Histórico, Intriga

El camino de fuego (23 page)

BOOK: El camino de fuego
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—Techai… ¿Tu nombre significa «el desvalijador»?

—Sí, señor —murmuró con voz temblorosa—. Tengo el don de arrebatar las fuerzas oscuras y utilizarlas contra mis enemigos. Voté por vos, pero la mayoría no me escucharon.

—Tú y quienes te imitaron habéis sido respetados.

Los supervivientes se prosternaron a su vez.

Con los ojos de un rojo vivo, el Anunciador agarró a uno de ellos por el pelo y le arrancó el taparrabos.

Viendo su sexo, no cabía duda.

—¡Casi no tiene pechos, pero es una mujer!

—¡Os serviré, señor!

—Las hembras son criaturas inferiores. Permanecen toda su vida en la infancia, no piensan sino en mentir, y deben estar sometidas a su marido. Sólo Bina, la reina de la noche, está autorizada a ayudarme. Tú eres tan sólo una tentadora impúdica.

La hechicera besó los pies del Anunciador.

—Techai, lapídala y quémala —ordenó.

—Señor…

Una mirada colmada de asco hizo comprender al nubio que no tenía otra opción.

El y sus tres acólitos recogieron piedras.

La infeliz intentó huir, pero el primer proyectil le golpeó en la nuca; el segundo, en los riñones.

Sólo se levantó una vez intentando, en vano, protegerse el rostro.

Sobre su cuerpo ensangrentado, animado aún por algunos espasmos, los cuatro nubios arrojaron ramas secas de palmera.

El propio Techai les prendió fuego.

Temblorosos aún, los brujos sólo pensaban en sobrevivir. Techai intentaba recordar dos o tres fórmulas de conjuro que, por lo general, inmovilizaban a los peores demonios. Cuando vio que el Anunciador se restauraba con sal mientras lo miraba con sus ojos rojizos, admitió su derrota y comprendió que el menor intento de rebelión lo conduciría a la aniquilación.

—¿Qué esperáis de nosotros, señor?

—Anunciad mi victoria a vuestras respectivas tribus y ordenad que se reúnan en algún lugar inaccesible para los exploradores egipcios.

—Nunca se aventuran por aquí. Y, en cuanto a nuestros jefes, respetan la magia. Después de vuestras hazañas, incluso Triah, el poderoso príncipe de Kush, se verá obligado a concederos su estima.

—No me basta. Exijo su obediencia absoluta.

—Triah es un hombre orgulloso y sombrío…

—Resolveremos ese problema más tarde —prometió el Anunciador con voz suave—. Vuelve con comida y mujeres. Ellas sólo saldrán de sus chozas para complacer a mis hombres y cocinar. Luego te hablaré de mi estrategia.

Al ver correr a los brujos nubios, Jeta-de-través se mostró escéptico.

—Sois demasiado indulgente, señor. No volveremos a verlos.

—Claro que sí, amigo mío, y te sorprenderá su diligencia.

El Anunciador no se equivocaba.

Encabezando un pequeño ejército de guerreros negros, Techai reapareció dos días más tarde, visiblemente cansado.

—He aquí ya cuatro tribus decididas a seguir al mago supremo —declaró—. El príncipe Triah ha sido advertido, no dejará de enviaros un emisario.

Jeta-de-través examinó la musculatura de los nubios, armados con azagayas, puñales y arcos.

—No está mal —reconoció—. Esos mocetones tendrían que ser buenos reclutas, siempre que resistan mis métodos de entrenamiento.

—¿Y la manduca? —preguntó Shab
el Retorcido
.

Techai indicó por signos a los porteadores que se adelantaran.

—Cereales, legumbres, fruta, pescado seco… La región es pobre. Os entregamos lo mejor.

—Pruébalo —ordenó
el Retorcido
a un porteador.

El hombre tomó un poco de cada alimento.

No era comida envenenada.

—¿Y las mujeres? —preguntó Jeta-de-través, goloso.

Eran veinte. Veinte espléndidas nubias, muy jóvenes, con los pechos desnudos, apenas cubiertas con un taparrabos de hojas.

—Venid, hermosas, os construiremos una espaciosa residencia. Yo seré el primero en hincaros el diente.

Mientras Shab organizaba el campamento, lejos del fuerte de Buhen, el Anunciador llevó a los brujos junto al hirviente corazón de la catarata.

Incluso para ellos, el calor resultaba casi insoportable.

—Según el estado del río y las advertencias de la naturaleza, ¿qué tipo de crecida prevéis?

—Fuerte, muy fuerte incluso —respondió Techai.

—Eso nos facilitará la tarea, pues. Dirigiendo nuestros poderes al vientre de piedra, provocaremos la furia de una riada devastadora.

—¿Queréis… queréis sumergir Egipto?

—En vez de un Nilo fecundador que cubra las sedientas riberas, un torrente arrasará ese maldito país.

—Dura tarea, pues…

—¿Acaso sois incapaces de hacerlo?

—¡No, señor, no! Pero podemos temer los efectos posteriores.

—¿Acaso no sois la élite de los magos? Deseáis expulsar al ocupante y liberar vuestro país, por lo que el Nilo no se volverá contra vosotros. Y no es ésa la única arma que vamos a utilizar.

Techai aguzó el oído.

—¿Tenéis acaso… una especie de seguridad?

El Anunciador se mostró meloso.

—Cierto número de nubios sirven como arqueros en el ejército enemigo, ¿no?

—¡Son unos renegados, unos vendidos! En vez de permanecer en su casa y combatir por su clan, prefirieron unirse al enemigo y llevar una vida fácil.

—Ilusoria ventaja —afirmó el Anunciador—. Les haremos pagar esta traición desorganizando las filas egipcias.

—¿Acaso sois capaz de destruir el fuerte de Buhen?

—Pero ¿es que crees que unas simples murallas van a detenerme?

Consciente de haber proferido un insulto, Techai agachó la cabeza.

—Nos comportamos como un pueblo sometido desde hace demasiado tiempo… ¡Gracias a vos, recuperamos la confianza!

El Anunciador sonrió.

—Preparemos el despertar del vientre de piedra.

28

La esposa de Medes, secretario de la Casa del Rey, sufría una crisis de histeria. Se revolcaba por el suelo mientras insultaba a su peluquera, a su maquilladora y a su pedicura, y fue necesaria la intervención de su marido y varios bofetones para calmarla.

Aunque sentada en una silla de ébano, seguía pataleando.

—¿Olvidas tu dignidad? ¡Domínate de inmediato!

—Tú no te das cuenta, he sido abandonada… ¡El doctor Gua ha abandonado Menfis!

—Lo sé.

—¿Dónde está?

—En el sur, con el rey.

—¿Y cuándo regresará?

—Lo ignoro.

La mujer se agarró al cuello de su marido. Temiendo que lo estrangulara, él la abofeteó de nuevo y la obligó a sentarse.

—Estoy perdida, sólo él sabía cuidarme.

—¡En absoluto! Gua ha formado excelentes alumnos. En vez de un solo médico, tendrás tres.

Las lágrimas cesaron de inmediato.

—Tres… ¿Te burlas de mí?

—El primero te examinará por la mañana, el segundo por la tarde y el tercero por la noche.

—¿De verdad, querido?

—Tan de verdad como que me llamo Medes.

Ella se restregó contra él y lo besó.

—¡Eres la flor y nata de los maridos!

—Ahora, ve a ponerte guapa.

Y, dejándola en manos de la maquilladora, Medes se dirigió a palacio para recibir las instrucciones del visir. El primer dignatario con el que dio fue Sobek, el jefe de la policía.

—Precisamente quería convocarte.

Crispado, Medes puso sin embargo buena cara.

—A tu servicio.

—Tu barco ya está listo.

—Mi barco…

—Debes ir a Elefantina, el faraón te aguarda allí. Gergu será el responsable de los cargueros de cereales indispensables para la expedición que se prepara.

—¿No seré más útil en Menfis?

—Su majestad te encarga que organices el trabajo de los escribas. Redactarás el diario de a bordo, los informes cotidianos y los decretos. Según creo, el trabajo no te asusta.

—¡Al contrario, al contrario! —protestó Medes—. Pero no me gustan mucho los desplazamientos. Navegar me pone enfermo.

—El doctor Gua te cuidará. Zarpas mañana por la mañana.

¿Ocultaba esa misión una emboscada o quizá respondía a una verdadera necesidad? Fuera como fuese, Medes no correría ningún riesgo. Poniéndole bajo vigilancia, como a los demás notables, Sobek esperaba un paso en falso.

El secretario de la Casa del Rey, por tanto, no se pondría en contacto con el libanés antes de abandonar la capital. Su cómplice comprendería el silencio. Por desgracia, hubiera sido necesario hacer pasar por la aduana un cargamento de madera preciosa procedente de Biblos, y Medes no podría delegar tan delicada tarea ni divulgar el regreso de Iker.

La organización del libanés seguía durmiendo. Comerciantes, vendedores ambulantes y peluqueros se dedicaban a sus ocupaciones y charlaban con sus clientes para expresar su angustia con respecto al porvenir y alabar los méritos del faraón. Los policías y los informadores de Sobek seguían husmeando en el vacío.

Hasta que recibiera nuevas instrucciones del Anunciador, el libanés se consagraría a sus actividades comerciales y aumentaría su fortuna, bastante redonda ya. La visita de su mejor agente, el aguador, le sorprendió.

—¿Algún problema?

—Medes acaba de embarcar hacia el sur.

—¡Teníamos que vernos esta noche!

—También Gergu está de viaje. Se encarga de los cargueros llenos de trigo al servicio del ejército.

Límpida precaución: Sesostris salía de Egipto y entraba en Nubia, donde el alimento podía faltar.

La estrategia del Anunciador funcionaba a las mil maravillas.

El único detalle molesto era que habían requisado a Medes.

—¿Qué ocurre en palacio?

—La reina gobierna, el visir y Senankh administran los asuntos del Estado. Sobek multiplica el control de las mercancías y peina los barrios de la capital, por no hablar de la puntillosa vigilancia de los notables. Es evidente que el rey le ha ordenado que aumente sus esfuerzos.

—¡Un verdadero engorro, ese Protector!

—Nuestra separación es rigurosa —recordó el aguador—. Incluso si arrestan a uno de los nuestros, se encontrará en un callejón sin salida.

—Me has dado una idea… Para calmar a una fiera que caza, la mejor solución consiste en ofrecerle una presa.

—¡Arriesgada maniobra!

—¿No alababas tú el rigor de nuestra separación?

—Es cierto, pero…

—¡Yo dirijo la organización, no lo olvides!

El libanés, irritado, devoró una cremosa golosina.

—Si Medes está ausente, ¿quién se encargará de los aduaneros? El próximo cargamento de madera preciosa estaba previsto en los alrededores de la luna llena.

—Sobek refuerza las medidas de seguridad sobre el conjunto de los muelles —afirmó el aguador.

—¡Ese comienza a molestarme ya! Dicho de otro modo, nuestro navío tendrá que quedarse en Biblos con su cargamento. ¿Te imaginas el perjuicio? Y no sabemos cuándo regresará Medes de Nubia, ¡ni siquiera si regresará!

La visión religiosa del Anunciador preocupaba menos al libanés que el desarrollo de su propio negocio. Si el comercio era floreciente y confortable los beneficios ocultos, no importaba el régimen vigente ni la naturaleza del poder.

Pues bien, la policía comenzaba a resultar molesta.

Y el libanés no se dejaría arruinar.

Si la situación se agravaba, Gergu se tiraría al agua. Enrojecido, sudando, vociferando, no sabía ya a qué dios recurrir. Navegar hacia el sur era más bien divertido, pero administrar las embarcaciones de grano se estaba convirtiendo en una pesadilla.

Faltaba un cargamento cuyo tonelaje no figuraba en las listas y un carguero fantasma que nadie podía encontrar en el puerto. Mientras esos misterios no se aclararan, era imposible levar anclas. Y a él, a Gergu, le incumbiría la responsabilidad del retraso. Era inútil esperar ayuda de Medes, puesto que los dos hombres debían permanecer distantes.

—¿Algún problema? —preguntó Iker, acompañado por
Viento del Norte
.

—No lo logro —reconoció Gergu, hecho un guiñapo—. Y, sin embargo, lo he comprobado y vuelto a comprobar.

Casi llorando, el inspector principal de los graneros estaba al borde de la depresión.

—¿Puedo ayudarte?

—No veo cómo.

—Cuéntamelo, de todos modos.

Gergu tendió al hijo real un papiro arrugado a fuerza de haber sido consultado.

—En primer lugar, el contenido de un silo se ha volatilizado.

Iker examinó el documento redactado en escritura cursiva por un escriba especialmente difícil de descifrar.

Sólo a la tercera lectura descubrió la solución.

—¡El funcionario ha contado dos veces la misma cantidad!

El basto rostro de Gergu se relajó.

—Entonces… ¿dispongo de la totalidad de los cereales que exige el rey?

—Sin duda alguna. ¿Qué más?

Gergu se ensombreció.

—El carguero desaparecido… ¡No me lo perdonarán!

—Un navío de transporte no se evapora como una nube de primavera —dijo Iker—. Investigaré en capitanía.

El inventario de los cargueros de cereales parecía correcto. ¡Engañosa apariencia!

Un escriba negligente, o con demasiada prisa, había mezclado dos expedientes. Y aquel error acarreaba la desaparición administrativa de una unidad de la marina mercante, catalogada con un falso nombre.

Gergu se deshizo en agradecimientos. Iker, en cambio, pensaba en
El Rápido
. ¿No habría bastado un truco de prestidigitación semejante para hacer desaparecer un velero para la navegación de altura de los efectivos de la flota real?

—¡Eres genial!

—Mi formación de escriba me ha acostumbrado a este tipo de derivas, nada más.

Gergu salió por fin de la niebla.

—¿Eres… eres el hijo real Iker?

—El faraón me concedió ese título.

—Perdóname, sólo te había visto de lejos, en palacio. Si lo hubiera sabido, no me habría atrevido a molestarte… a molestaros de esta suerte.

—¡Nada de ceremonia entre nosotros, Gergu! Conozco bien tu trabajo, pues me encargué de la gestión de los graneros cuando residía en Kahun. ¡Es una tarea delicada y esencial! En caso de crisis o de mala crecida, la supervivencia de la población depende de las reservas acumuladas.

—Sólo pienso en eso —mintió el inspector principal—. Podría haber hecho una lucrativa carrera, pero ¿acaso no es una noble función actuar en favor del bien común?

—Estoy convencido de ello.

—Por la corte corren tus increíbles hazañas en la región sirio-palestina… ¡Y he aquí otra de la que he sido el feliz beneficiario! ¿Y si bebiéramos un buen vino para festejarlo?

BOOK: El camino de fuego
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