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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (86 page)

BOOK: El camino de los reyes
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Dio media vuelta. «Concéntrate.» Cinco niveles más abajo, salió al pequeño pasillo que conectaba el ascensor con las rampas de las paredes. Al llegar a la pared, dobló a la derecha y siguió bajando un poco más. La pared estaba llena de puertas y, tras encontrar la que quería, entró en una gran cámara de piedra llena de altos estantes.

—Espera aquí —le dijo a su parshmenio mientras sacaba su carpeta de dibujo de la cesta. Se la colocó bajo el brazo, cogió la linterna y se internó entre las estanterías.

Podías desaparecer durante horas en el Palaneo y no ver nunca a nadie más. Shallan rara vez veía un alma mientras buscaba un oscuro libro para Jasnah. Había fervorosos y sirvientes que traían los volúmenes, naturalmente, pero a Jasnah le parecía importante que Shallan practicara haciéndolo ella misma. Al parecer, el sistema de clasificación kharbranthino era ahora el común para muchas de las bibliotecas y archivos de Roshar.

Al fondo de la sala encontró un pequeño escritorio de maderazorca. Colocó su linterna a un lado, y se sentó en el taburete y sacó su carpeta. La sala estaba silenciosa y oscura, y su linterna revelaba los finales de las estanterías situadas a la derecha y una lisa pared de piedra a la izquierda. El aire olía a papel viejo y polvo. No a humedad. Nunca había humedad en el Palaneo. Tal vez la sequedad tenía algo que ver con las largas pozas de polvo blanco que había en los extremos de cada sala.

Deshizo los nudos de cuero de la carpeta. Dentro, las hojas superiores estaban en blanco, y las siguientes contenían dibujos que había hecho de algunas personas del Palaneo. Más caras para su colección. Ocultos en el centro había dibujos más importantes: bocetos de Jasnah realizando fijanimaciones.

La princesa usaba su animista en pocas ocasiones: quizá vacilaba en usarla cuando Shallan estaba cerca. Pero Shallan había capturado un puñado de ocasiones, sobre todo cuando Jasnah estaba distraída y al parecer había olvidado que no estaba sola.

Shallan alzó una imagen. Jasnah, sentada en su reservado, la mano a un lado y tocando un arrugado papel, con una gema de su animista brillando. El papel se había convertido en una bola de fuego. No había ardido. Se había convertido en fuego. Lenguas de fuego retorciéndose, un destello de calor en el aire. ¿Qué era lo que Jasnah había querido ocultar?

Otra imagen mostraba a Jasnah animando el vino en su copa para convertirlo en un bloque de cristal para usar como pisapapeles, la copa misma sujetaba otro fajo de papeles, en una de las raras ocasiones en que cenaron (y estudiaron) en un patio fuera del Cónclave. También estaba el de Jasnah quemando palabras después de haberse quedado sin tinta. Cuando Shallan la vio quemar letras en la página, se sorprendió ante la precisión de la animista.

Parecía que esta animista estaba sintonizada con las tres Esencias en concreto: Vapor, Chispa y Lucentia. Pero debería poder crear cualquiera de las Diez Esencias, desde Céfiro a Talus. La última era la más importante para Shallan, ya que Talus incluía piedra y tierra. Funcionaría: las animistas eran muy raras en Jah Keved, y el mármol, jade y ópalo de su familia se vendían a buen precio. No podían crear gemas auténticas con una animista (se decía que era imposible), pero sí crear otros depósitos de valor casi igual.

Cuando esos depósitos se agotaran, tendrían que dedicarse a comercios menos lucrativos. No importaba. Para entonces, habrían saldado sus deudas y compensado a aquellos con quienes no habían cumplido sus promesas. La casa Davar volvería a carecer de importancia, pero no se desmoronaría.

Shallan volvió a estudiar las imágenes. La princesa alezi parecía enormemente despreocupada con respecto a la animación. ¿Poseía uno de los artefactos más potentes de todo Roshar, y lo usaba para crear…, pisapapeles? ¿Para qué más empleaba la animista, cuando Shallan no miraba? Jasnah parecía usarla ahora con menos asiduidad que antes en su presencia.

Shallan buscó en el bolsillo seguro de su manga, y sacó la animista rota de su padre. Había sido lastimada por dos sitios: en una de las cadenas y en el engarce que sujetaba una de las piedras. La inspeccionó a la luz, buscando, no por primera vez, señales de aquel daño. El eslabón de la cadena había sido sustituido perfectamente y el engarce reforjado igualmente bien. Incluso sabiendo con exactitud dónde estaban los cortes, no pudo encontrar ningún defecto. Por desgracia, reparar solo los defectos externos no la había hecho funcionar.

Sopesó la cargada construcción de metal y cadenas. Luego se la puso, envolviendo las cadenas en su pulgar, meñique y dedo medio. No había gemas en el artilugio en este momento. Comparó la animista rota con los dibujos, inspeccionándola desde todas partes. Sí, parecía idéntica. Eso la había tenido preocupada.

Shallan sintió que su corazón se aceleraba mientras observaba la animista rota. Robarle a Jasnah había parecido aceptable cuando la princesa era una figura lejana y desconocida. Una hereje, presumiblemente de mal genio y exigente. ¿Pero y la Jasnah real? ¿Una cuidadosa erudita, severa pero justa, con un sorprendente nivel de sabiduría y reflexión? ¿Podía de verdad robarle?

Trató de apaciguar su corazón. Incluso de niña había sido así. Podía recordar sus lágrimas por las peleas entre sus padres. No era buena con las confrontaciones.

Pero lo haría. Por Nan Balat, Tet Wikim y Asha Jushu. Sus hermanos dependían de ella. Se apretó los muslos con las manos para impedir que temblaran, tomó aire y lo expulsó. Después de unos cuantos minutos, los nervios bajo control, se quitó la animista dañada y la devolvió a su bolsillo. Recogió sus papeles. Podrían ser importantes para descubrir cómo utilizar la animista. ¿Qué iba a hacer al respecto? ¿Había un modo de preguntarle a Jasnah sin despertar sospechas?

Una luz fluctuando a través de las estanterías cercanas la sobresaltó, y guardó su carpeta. Resultó ser solo una vieja fervorosa con una linterna que caminaba arrastrando los pies, seguida por un sirviente parshmenio. No miró en dirección a Shallan mientras se desviaba entre dos hileras de estantes, la luz de su linterna asomando a través de los espacios entre los libros. Iluminada así, con su figura oculta pero la luz fluyendo entre los estantes, parecía como si uno de los mismísimos Heraldos caminara por los pasillos.

Su corazón empezó de nuevo a acelerar. Shallan se llevó la mano segura al pecho. «Soy una ladrona terrible», pensó con una mueca. Terminó de recoger sus cosas y se internó entre los estantes, alzando la linterna ante ella. El cabezal de cada fila estaba tallado con símbolos, indicando la fecha en que los libros habían entrado en el Palaneo. Así era como se organizaban. Había enormes armarios llenos de índices en el nivel superior.

Jasnah la había enviado a recoger (y luego leer) un ejemplar de
Diálogos
, una famosa obra histórica sobre teoría política. Sin embargo, era también la sala que contenía
Sombras recordadas
, el libro que Jasnah estaba leyendo cuando las visitó el rey. Shallan lo había buscado luego en el índice. Tal vez hubieran vuelto a archivarlo.

Súbitamente curiosa, Shallan contó las filas. Avanzó y contó los estantes hacia dentro. Cerca del centro y al pie, encontró un fino volumen rojo con una cubierta de cuero roja.
Sombras recordadas
. Colocó la linterna en el suelo y sacó el libro, sintiéndose como una cleptómana mientras hojeaba las páginas.

Lo que descubrió la confundió. No se había dado cuenta de que era un libro de historias para niños. No había comentarios, solo una colección de relatos. Shallan se sentó en el suelo y leyó el primero. Era la historia de un niño que se alejaba de casa una noche y era perseguido por los Vaciadores hasta que se escondía en una cueva junto a un lago. Tallaba un trozo de madera hasta darle más o menos forma humana y la hacía flotar en el lago para engañar a las criaturas para que la persiguieran y se la comieran.

Shallan no tenía mucho tiempo (Jasnah sospecharía si permanecía aquí demasiado rato), pero revisó el resto de las historias. Todas eran similares, cuentos de fantasmas sobre espíritus o Vaciadores. El único comentario estaba al final, explicando que a la autora le llamaban la atención los cuentos que relataban los plebeyos ojos claros. Se había pasado años recopilándolos y registrándolos.

«
Sombras recordadas
—pensó Shallan—, habrían estado mejor olvidadas.»

¿Esto era lo que estaba leyendo Jasnah? Shallan esperaba que el libro fuera una profunda discusión filosófica sobre un asesinato histórico oculto. Jasnah era veristitaliana. Construía la verdad de lo que había sucedido en el pasado. ¿Qué clase de verdad podía encontrar en historias contadas para asustar a los niños ojos oscuros desobedientes?

Volvió a colocar el libro en su sitio y se marchó a toda prisa.

Poco después, Shallan regresó al reservado estudio para descubrir que su prisa había sido innecesaria. Jasnah no estaba allí. Kabsal, sin embargo, sí.

El joven fervoroso estaba sentado ante la larga mesa, hojeando uno de los libros de arte de Shallan. Ella reparó en él antes de que la viera, y tuvo que sonreír a pesar de sus preocupaciones. Se cruzó de brazos y adoptó una expresión dubitativa.

—¿Otra vez? —preguntó.

Kabsal dio un salto y cerró el libro.

—Shallan —dijo, reflejando en su cabeza calva la luz azul de la linterna del parshmenio que la acompañaba—. Vine a buscar…

—A Jasnah —dijo ella—. Como siempre. Y sin embargo, ella no está aquí nunca cuando vienes.

—Una desafortunada coincidencia —respondió él, llevándose una mano a la frente—. Soy un pobre juez de la oportunidad, ¿no?

—¿Y eso que hay a tus pies es una cesta de pan?

—Un regalo para la brillante Jasnah. Del Devotario del Conocimiento.

—Dudo que una cesta de pan pueda convencerla de que renuncie a su herejía. Tal vez si incluyeras mermelada…

El fervoroso sonrió, recogió la cesta y sacó un frasquito de roja mermelada de simbaya.

—Naturalmente, te he dicho que a Jasnah no le gusta la mermelada. Y sin embargo la traes de todas formas, sabiendo que la mermelada se cuenta entre mis comidas favoritas. Y has hecho esto…, ¿una docena de veces en los últimos pocos meses?

—Me estoy volviendo un poco transparente, ¿verdad?

—Una pizca —dijo ella, sonriendo—. Es por mi alma, ¿no? Estás preocupado por mí porque soy aprendiz de una hereje.

—Esto…, bueno, sí, eso me temo.

—Debería sentirme insultada. Pero has traído mermelada.

Shallan sonrió, le indicó a su parshmenio que depositara sus libros y luego esperara junto a la puerta. ¿Sería verdad que en las Llanuras Quebradas había parshmenios que luchaban? Parecía difícil de creer. Nunca había conocido a un parshmenio que levantara siquiera la voz. No parecían lo suficientemente inteligentes para desobedecer.

Naturalmente, algunos informes que había oído (incluyendo los que Jasnah le había dado a leer cuando estudiaba el asesinato del rey Gavilar) indicaban que los parshendi no eran como los demás parshmenios. Eran más grandes, tenían extrañas armaduras que brotaban de su piel, y hablaban con más frecuencia. Tal vez no eran parshmenios, sino algún tipo de primos lejanos, una raza completamente distinta.

Se sentó a la mesa mientras Kabsal sacaba el pan y su parshmenio esperaba en la puerta. Como carabina no era gran cosa, pero Kabsal era fervoroso, lo que significaba que técnicamente Shallan no necesitaba ninguna.

Había comprado el pan en una panadería thayleña, lo que significaba que era esponjoso y marrón. Y, como era fervoroso, no importaba que la mermelada fuera una comida femenina: podrían disfrutarla juntos. Lo miró mientras cortaba el pan. Los fervorosos al servicio de su padre eran todos hombres o mujeres curtidos de mediana edad, mirada severa e impacientes con los niños. Nunca había considerado que los devotarios atrajeran a hombres jóvenes como Kabsal.

Durante estas últimas semanas, había empezado a pensar en él de formas que sería mejor evitar.

—¿Has considerado qué tipo de persona declaras ser al preferir la mermelada de simbaya? —advirtió él.

—No sabía que mi gusto por la mermelada pudiera ser tan significativo.

—Hay quienes han estudiado el tema —dijo Kabsal, untando la densa mermelada roja y tendiéndole la rebanada—. Trabajando en el Palaneo se encuentra uno con libros muy raros. No es difícil llegar a la conclusión de que tal vez todo ha sido estudiado ya en un momento u otro.

—Hmm —dijo Shallan—. ¿Y la mermelada de simbaya?

—Según los
Paladares de personalidad
(y, sí, antes de que pongas ninguna objeción, es un libro de verdad y se titula así), el gusto por la simbaya indica una personalidad espontánea e impulsiva. Y también una preferencia por… —Se interrumpió mientras una bola de papel rebotaba en su frente. Parpadeó.

—Lo siento —dijo Shallan—. Me ha dado por ahí. Debe de ser la impulsividad y espontaneidad que tengo.

El sonrió.

—¿Estás en desacuerdo con las conclusiones?

—No lo sé —respondió ella, encogiéndose de hombros—. He visto gente decir que podían determinar mi personalidad basándose en el día en que nací, o en la posición de la Cicatriz de Taln en mi séptimo cumpleaños, o por medio de extrapolaciones numerológicas del décimo paradigma glífico. Pero creo que es más complicado que eso.

—¿Las personas son más complicadas que las extrapolaciones numerológicas del décimo paradigma glífico? —dijo Kabsal, extendiendo mermelada sobre un trozo de pan para él—. No me extraña que me cueste tanto comprender a las mujeres.

—Muy gracioso. Quiero decir que somos más complejos que meros grupos de tendencias de personalidad. ¿Soy espontánea? A veces. Podrías describir mi persecución a Jasnah para convertirme en su pupila como algo así. Pero, antes de eso, me pasé diecisiete años siendo tan poco espontánea como era posible. En muchas situaciones, si me animan, mi lengua puede ser bastante espontánea, pero mis acciones rara vez lo son. Todos somos espontáneos en algunas ocasiones, y todos somos conservadores en otras.

—Entonces estás diciendo que el libro tiene razón. Dice que eres espontánea: tú eres espontánea en ocasiones. Por tanto, es correcto.

—Según ese argumento, acierta con todo el mundo.

—¡Al cien por ciento!

—Bueno, al cien por ciento no —dijo Shallan, engullendo otro bocado del dulce y esponjoso pan—. Como se ha dicho, Jasnah odia todo tipo de mermeladas.

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