Read El camino del guerrero Online
Authors: Chris Bradford
Akiko, Yamato, y Jack se inclinaron y Masamoto los guió hacia el interior.
Incluso antes de entrar en el
butokuden
, Jack pudo oír los gritos de
«Kiai»
procedentes del
dojo.
Un agudo grito de
«Rei»
resonó en el gran salón cuando Masamoto entró, y todo el grupo de guerreros dejaron de entrenarse al instante. En la sala se impuso un silencio absoluto. Lo único que Jack oía era el sonido de su propia respiración. Como un solo hombre, la clase entera se inclinó y mantuvo la postura reverente como muestra de respeto.
—Continuad vuestro entrenamiento —ordenó Masamoto.
—¡ARIGATO GOZAIMASHITA MASAMOTO-sama! —respondieron, y el saludo resonó por todo el
dojo.
La cuarentena de estudiantes regresó a sus diversas actividades de
kihon, kata
y
randori.
El sol de la tarde se filtraba por las estrechas ventanas de papel dando a los movimientos de los guerreros una cualidad casi mística. Mientras entrenaban, sus sombras luchaban al unísono en el suelo de madera de color miel que definía su zona de entrenamiento.
Jack estaba abrumado. El
butokuden
irradiaba un aura de poder supremo, desde sus columnas redondas de madera de ciprés hasta el elevado techo panelado, pasando por el trono ceremonial para el que se había reservado un hueco de techo curvo. Incluso los estudiantes, arrodillados en ordenadas filas a lo largo del perímetro del
dojo
, exhibían una concentración y determinación absolutas. Eso era en efecto un salón de guerreros en formación.
Lentamente, como el sonido de una tormenta al alejarse, el
dojo
volvió a quedar en silencio. Jack se preguntó quién había entrado esta vez, pero con alarma cada vez mayor se dio cuenta de que los estudiantes habían cesado su entrenamiento para observarle a él: miraban al rubio
gaijin
que había irrumpido en su
dojo
con una mezcla de diversión, incredulidad y abierto desdén.
Masamoto estaba de espaldas, conversando con un samurái de aspecto severo y barba afilada.
Jack podía sentir que las duras miradas de los estudiantes se le clavaban como flechas. Yamato se distanció gradualmente de Jack, pero Akiko permaneció donde estaba.
—¿Por qué os habéis detenido? —exigió Masamoto, como si no fuera consciente de la presencia de Jack—. Continuad con vuestro entrenamiento.
Los estudiantes reemprendieron sus actividades, aunque dirigiéndole a Jack miradas furtivas.
Masamoto se volvió hacia Jack, Akiko y Yamato.
—Venid. El
sensei
Hosokawa os mostrará vuestras habitaciones. Tengo asuntos que atender, así que no os volveré a ver hasta la cena de recepción de esta noche en el
Chô—no-ma.
Ellos inclinaron la cabeza y todos salieron del
dojo
por una puerta situada en el fondo del
butokuden.
El
sensei
Hosokawa los guió a través de un pequeño patio abierto hasta la
Shisi-no-ma
, la Sala de los Leones, un edificio alargado que albergaba una serie de pequeñas habitaciones. Entraron por una
shoji
lateral y, tras dejar sus sandalias en la puerta, recorrieron un estrecho pasillo.
—Éstos son vuestros dormitorios —dijo
sensei
Hosokawa, mostrándoles varias habitaciones sin ningún adorno en las que apenas cabían tres esterillas tatami—. Los baños comunes están al fondo. Os recogeré para la cena cuando os hayáis lavado y cambiado.
Jack entró en su habitación y cerró la
shoji
interior tras él.
Soltó su mochila y colocó con cuidado el bonsái en un estrecho estante que había bajo una ventanita que dejaba pasar los últimos rayos de sol de la tarde. Tras mirar a su alrededor, buscó un sitio seguro para esconder el cuaderno de ruta de su padre, pero como no había muebles, su única opción fue guardarlo debajo del futón que había extendido sobre el suelo. Tras volver a colocar el colchón en su sitio, se desplomó encima.
Mientras yacía allí tendido, agotado tras tres días de duro viaje, una sensación de temor se apoderó de él. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y las manos no dejaban de temblarle. ¿Qué estaba haciendo aquí?
No era ningún samurái.
Era Jack Fletcher, un muchacho inglés que había soñado con ser piloto, como su padre, y explorar las maravillas del Nuevo Mundo, no un aspirante a guerrero samurái, perdido en una tierra extraña, presa de un ninja tuerto.
Jack se sentía como un cordero al que hubieran mandado al matadero. Cada uno de aquellos estudiantes lo había mirado como si quisiera despedazarlo miembro a miembro.
—¡JÓVENES SAMURÁIS!
La voz de Masamoto resonó en todo la
Chô—no-ma
, la Sala de las Mariposas, una larga cámara resplandeciente con paneles de mariposas y árboles
sakura
exquisitamente pintados.
Masamoto estaba sentado con las piernas cruzadas ante la mesa principal, la negra plancha de cedro lacado que dominaba el extremo de la sala. Alzado sobre un estrado, lo flanqueaban a cada lado cuatro samuráis con quimonos ceremoniales.
—¡El
bushido
es un camino que no hay que tomar a la ligera? Jack, Yamato y Akiko escuchaban junto con los cien aspirantes a guerrero que habían solicitado estudiar a las órdenes de Masamoto Takeshi.
—Para entrenarse en el arte del samurái, hay que conquistar el yo, soportar el dolor de la práctica agotadora, y cultivar la mente para que conserve la tranquilidad ante el peligro —declaró Masamoto—. El camino del guerrero dura toda la vida. Sin embargo, su maestría suele conseguirse simplemente permaneciendo en el camino.
[ 1 ]
Necesitaréis compromiso, disciplina y una mente intrépida.
Tomó un medido sorbo de su taza de
sencha
, dejando que sus palabras calaran en las mentes de los estudiantes que le escuchaban arrodillados en disciplinadas filas.
—También necesitaréis guía. ¡Sin ella, pereceréis! ¡A todos os ciega la ignorancia! ¡Os derrota la inexperiencia! ¡Os deja mudos la incompetencia!
Masamoto se detuvo de nuevo y contempló la sala entera, asegurándose de que su discurso había tenido el efecto pretendido. A pesar de encontrarse al otro extremo de la cámara, Jack sintió sobre él la gravedad de su mirada.
—Pero de cada brote diminuto crece un árbol de muchas ramas —continuó Masamoto, relajando levemente su austero tono—. Todo templo comienza con la colocación de la primera piedra. Todo viaje comienza con sólo un paso.
[ 2 ]
Para ayudaros a dar ese primer paso y los muchos otros que daréis, os presento a vuestros
sensei. ¡REI!
Todos los estudiantes inclinaron la cabeza hasta tocar el tatami con la frente como muestra del respeto que sentían por sus maestros.
—Primero, el
sensei
Hosokawa Yudai, maestro de
kenjutsu
y el
bokken.
Masamoto señaló al samurái que tenía a su derecha, el hombre que había conducido a Jack a su habitación horas antes. Hosokawa era un guerrero de aspecto feroz, ojos oscuros y penetrantes, perilla afilada y cabello negro como el azabache que llevaba recogido en el típico moño.
—Junto conmigo, os entrenará en el «Arte de la Espada» y, si demostráis excelencia, os impartiremos la técnica de los «Dos Cielos».
El
sensei
Hosokawa los miró como si fuera calibrando, estudiante por estudiante, su derecho a estar allí. Entonces inclinó la cabeza, aparentemente satisfecho. Jack se preguntó cuál sería la técnica de los «Dos Cielos», y miró a Akiko para preguntárselo, pero, como todos los demás, ella miraba decididamente en dirección al
sensei.
—A la derecha del
sensei
Hosokawa está el
sensei
Yamada, vuestro maestro en zen y meditación.
Un hombre calvo con una larga barba gris y rostro arrugado dormitaba en un extremo de la mesa. Era delgado y fibroso, como si estuviera hecho de caña bambú, y Jack calculó que debía de tener al menos setenta años; incluso sus cejas se habían vuelto grises.
—¿
Sensei
Yamada? —dijo Masamoto amablemente.
—
¡Hai! Dôzo
, Masamoto-sama. Es bueno tener un final hacia el que viajar —dijo el anciano con considerado cuidado—, pero al final es el viaje lo que cuenta.
[ 3 ]
—Sabias palabras,
sensei
—respondió Masamoto.
El
sensei
Yamada asintió y pareció volver a dormirse. Jack deseó ser capaz de quedarse dormido tan fácilmente en esa posición. Las rodillas se le estaban entumeciendo y le dolían los pies.
—Por favor, no te muevas —le susurró Akiko, al ver que Jack cambiaba su peso de una rodilla a otra—. Es irrespetuoso.
«Ninguna compasión por su parte —pensó Jack—, ¡tal vez los japoneses nacen de rodillas!» Masamoto se volvió hacia una mujer joven que tenía a su izquierda.
—Ahora os presento a la
sensei
Yosa Hoshi, maestra de
kyujutsu
y equitación.
La
sensei
vestía un titilante quimono rojo sangre y marfil adornado con un
mon
de una luna y dos estrellas. Su pelo negro brillaba a la luz de las numerosas lámparas de las paredes del
Chô—no-ma
, dándole el aspecto de una cascada. Jack olvidó rápidamente el dolor de sus rodillas: como el resto de los estudiantes varones, se había quedado cautivado por la belleza de la
sensei
Yosa.
—Es indudablemente uno de los talentos más prodigiosos en el «Arte del Arco» —explicó Masamoto—. Me atrevería a decir que es la mejor arquera del mundo. Envidio verdaderamente a aquellos que se beneficien de su tutelaje.
Cuando la
sensei
inclinó la cabeza, sus ojos de color avellana no abandonaron a sus estudiantes. Se dirigieron a cada uno de ellos como si calcularan distancia y trayectoria. A Jack le recordó a un halcón cazador, elegante y graciosa, pero al mismo tiempo aguda y letal. Entonces, cuando se sentó, se echó atrás el cabello tras las orejas y reveló una fea cicatriz rojo rubí que le corría por toda la mejilla derecha.
—En último lugar, pero no por ello el menos importante, permitidme que os presente al
sensei
Kyuzo Isamu, maestro de
taijutsu.
Un hombre diminuto ocupaba el extremo de la mesa, a la izquierda de la
sensei
Yosa. Tenía por ojos dos diminutas motitas negras y, bajo su nariz regordeta y chata, se adivinaba una pelusa que debía de ser el bigote.
—Es vuestra autoridad en todos los asuntos del combate cuerpo a cuerpo: patadas, puñetazos, forcejeos, golpes, bloqueos y lanzamientos. Las habilidades que aprenderéis del
sensei
Kyuzo alimentarán todo lo que hagáis aquí.
Jack se sorprendió. El
sensei
era menudo como un niño y le pareció extraño que lo hubieran elegido como tutor de combates cuerpo a cuerpo. Jack advirtió que los rostros de muchos de los nuevos estudiantes expresaban el mismo desconcierto.
El anciano inclinó la cabeza, irritado. Al hacerlo, Jack advirtió que estaba aplastando nueces con las manos desnudas. Metódicamente y sin prisa, el
sensei
Kyuzo cogía una nuez grande de un cuenco lacado en rojo y la aplastaba entre los dedos hasta que la partía. Luego recogía los pedazos y proseguía con otra nuez.
Terminadas las presentaciones, Masamoto indicó a todos los estudiantes que se inclinaran una vez más en honor a sus nuevos
sensei.
—Pero el Camino del Guerrero no es sólo artes marciales y meditación —continuó Masamoto—. Significa vivir según el código samurái del honor, el
bushido
, en todo momento. Exige valor y disciplina en todas vuestras empresas. Espero que demostréis integridad, benevolencia y lealtad diariamente. Debéis honraros y respetaros mutuamente. Cada estudiante de la
Niten Ichi Ryû
ha sido elegido personalmente por mí, de modo que todo estudiante se merece vuestro respeto.
Jack tuvo la sensación de que él era la razón de ese último comentario y de hecho varios estudiantes volvieron la cabeza para observarlo. Uno de ellos, un joven de aspecto imperioso, pómulos prominentes y ojos oscuros, con la cabeza afeitada y un quimono negro azabache en cuya espalda lucía el
kamon
de un sol rojo, le dirigió una mirada de pura malicia.
—Mañana comenzaréis vuestro entrenamiento formal. Los que sois estudiantes desde hace un curso o más, necesitaréis también refrescar las habilidades adquiridas hasta el momento. No penséis ni por un momento que lo sabéis todo. ¡Sólo habéis dado vuestro primer paso! —proclamó Masamoto, golpeando la mesa con el puño para recalcar su argumento. A continuación, añadió—: Con el tiempo, cualquiera puede dominar lo físico. Con conocimiento, cualquiera puede ser sabio. Sólo los más dedicados guerreros pueden conseguir dominar el auténtico
bushido.
[ 4 ]
La
Niten Ichi Ryû
es vuestro camino a la excelencia. ¡Por tanto, aprendedlo como su fuerais a vivir para siempre! ¡Vivid como si fuerais a morir mañana!
Masamoto inclinó la cabeza para mostrar respeto a sus estudiantes y todos entonaron un estruendoso vítor.
—¡MASAMOTO! ¡MASAMOTO! ¡MASAMOTO!
Cuando el saludo se apagó, la gran
shoji
de la entrada se descorrió y varios criados entraron en la sala cargados con seis largas mesas lacadas. Todos los estudiantes se levantaron y se hicieron a un lado y los criados colocaron las mesas en dos filas a lo largo de todo el
Chô—no-ma.
Un sistema de jerarquía no especificado, pero rígido, dictaba la forma de sentarse. Los estudiantes mayores y más avanzados se reunieron más cerca de la cabecera de la mesa, mientras que los reclutas más nuevos se sentaron más cerca de la entrada. Jack, Yamato y Akiko, que vestía un quimono ceremonial verde jade con el
mon
familiar de su padre de una flor de
sakura
, fueron a sentarse con otros diecisiete nuevos reclutas al fondo de todo.
Jack se había vestido con el quimono burdeos que Hiroko le había regalado antes de partir de Toba. De algún modo, llevar el
mon
de la familia de Masamoto le había dado fuerza para controlar sus temores. El
mon
del fénix había actuado como una armadura invisible y desanimó a los otros estudiantes a acercarse o desafiar físicamente su presencia. Simplemente, lo observaron con recelo.