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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

El camino mozárabe (55 page)

BOOK: El camino mozárabe
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Murió la anciana Ikilo el trece de las calendas de diciembre del año 936. Madre de monjas, vivió para Dios, cubierta con el velo sagrado.

También subsistió, treinta millas al sur de Córdoba, en medio de una vastísima soledad, tal como lo describiera san Eulogio, el famoso cenobio Armilatense. En él reza el epitafio de un padre del monasterio:

El presbítero e ínclito abad Daniel, humilde para los monjes y buen soldado. Este siervo de Dios, este padre y rector de monjes, descansó en lunes, el día de las nonas de marzo, era 968.

Córdoba ha amado y venerado a su santos y gloriosos mártires a lo largo de la historia, y ha pedido su intercesión en tiempos de peligros, guerras, epidemias y fenómenos meteorológicos y ha paseado sus reliquias por sus calles en multitudinarias procesiones. Por ejemplo, en la epidemia del año 1601, las sequías del año 1605, 1622, 1737 y 1750; en las epidemias de 1630, 1649, 1677, 1684; y también en las grandes tormentas y lluvias torrenciales de los años 1626, 1684, como atestiguan numerosos documentos.

En un arrabal o aldea llamado Cuteclara
,
situado al este de Córdoba, y según Morales en los montes vecinos, había un antiguo santuario y monasterio de monjas con la advocación de la gloriosa Virgen María.

El monasterio mozárabe de Tábanos, dúplice, construido hacia el año 840 a pocos kilómetros al norte, tuvo como fundadores a los virtuosos esposos Jeremías e Isabel, siendo uno de los lugares preferidos de san Eulogio para sus desiertos de oración y descanso.

14.   El tesoro de las reliquias cordobesas en Europa

Durante toda la Edad Media hubo gran interés y afición de los fieles por adquirir reliquias de los mártires. Y en la «lejana» Europa de entonces se conoció el testimonio de los martirios cordobeses. Dos monjes, Usardo y Odialdo, del famoso monasterio de Saint--Germain-des-Prés de París, llegan a la Península con el fin de adquirir alguna reliquia del famoso mártir Vicente, diácono zaragozano, ejecutado en Valencia. Pero fue inútil, porque los mozárabes, para librar las reliquias de la profanación musulmana, las trasladaban constantemente de sitio y en aquel momento se ignoraba el paradero de las mismas. Desilusionados, no quisieron regresar con las manos vacías de tan preciado tesoro y pidieron algunas reliquias de los mártires. Cuando llegaron a Córdoba pidieron a san Eulogio algunas de los mártires de allí. Y este les entregó generosamente los cuerpos de los mártires Jorge, Aurelio y Natalia. Por este medio, se introdujo en Europa el culto a los mártires de Córdoba. Años más tarde, Carlos el Calvo encargará a Usuardo redactar su famoso martirologio.

Es curiosa la historia que cuenta el P. José Santiago Crespo sobre Trahamunda; él cree que nació a fines del siglo VII, en tierras de Galicia, en una aldehuela llamada San Martín, de la parroquia de San Juan de Poyo, de padres muy pobres. Ingresó de monja en el antiguo monasterio simple de San Martín y fue raptada y llevada a Córdoba como preciado botín porque era muy hermosa. Según el relato en gallego, el mismo emir Abderramán II se enamora de ella, la asedia con halagos, pero la joven se mantiene firme en la fe, rezando sin cesar el credo; torturada no cederá jamás y los verdugos, con sumo despecho, la encarcelan. Once años permanece en dura reclusión, entre consuelos divinos y los flagelos de las soledades áridas y dolientes. Llegada la vigila de san Juan, le vienen recuerdos de su vida en Galicia y da cuenta al Señor de su inmenso dolor. ¡Oh, Dios mío! —dice en su angustia—, ¡quién pudiera hallarse allí mañana para gozar de las dulces festividades de tu casa y alabar con tus santos tu bendito nombre! Y Dios, conmovido, decidió poner fin a su quebranto. Con la suavidad de la brisa, se vio arrebatada a las alturas, y los mismos ángeles la trasladaron a Poyo. Para que quedara constancia del milagro, un ángel le dio una palma de una de las palmeras cordobesas y la invitó a plantarla en Poyo. Así lo hizo, pronto echó raíces y con el tiempo llegó a ser una bella palmera, que según la tradición vivió hasta el año 1578. Los niños, en sus cantos infantiles, dejaron constancia de tal hecho.

Esta inocente leyenda da cuenta de la curiosa relación espiritual entre dos mundos tan diferentes y lejanos, el al-Ándalus y la Gallaecia, que en el fondo se atraían y, salvando las grandes distancias, compartían elementos comunes.

15.   Los judíos

La etnia judía estuvo presente en la península ibérica desde tiempos muy antiguos, ejerciendo actividades comerciales y artesanales, viviendo en barrios especiales y formando una población aparte, según se desprende de la abundante legislación romana destinada a regular sus prácticas religiosas. Los judíos gozarían de un estatus parecido al del resto de los ciudadanos del Imperio romano, especialmente a partir de la promulgación del Edicto de Caracalla en el año 202. Como era normal en época romana, gozarían de tolerancia en materia religiosa, conviviendo con la religión oficial, las indígenas y otros cultos orientales atestiguados por la arqueología. A pesar del Edicto de Constantino en el 313 d. C., el paganismo siguió dominando el ambiente religioso hasta el final del Imperio.

Tras las invasiones de los bárbaros, se dio un proceso de fusión entre la antigua población hispanorromana y los recién llegados, incluyendo las comunidades de judíos. Y durante el periodo anterior a la conversión de los visigodos al cristianismo, la monarquía los toleró y reconoció su culto, respetando el descanso del
sabbat
. Pero, a partir del III Concilio de Toledo (589), se iniciaron las persecuciones contra los seguidores de la ley mosaica, por razones religiosas y por la codicia que despertaba la posesión de sus bienes. «Que no sea lícito a los judíos tener mujeres propias [
uxores
] ni concubinas cristianas, ni comprar esclavos para usos domésticos…, que no se les permita ejercer oficio público…», rezan las actas del mencionado concilio.

Un edicto del rey Sisebuto mandaba expulsar de sus casas y del reino a todos los infieles de raza judía, excepto los que abrazaran la religión católica, recibiendo el bautismo. Chintila y Recesvinto recrudecieron esta dureza contra la «perfidia judaica». Y durante el reinado de Chindasvinto (642-653), se prohibió a los bautizados que retornasen a la religión hebraica so pena de muerte y confiscación de sus bienes. A lo largo del siglo VII se desarrolla un verdadero clima de antisemitismo. No obstante, siempre hubo judíos en las ciudades que conservaron su religión, su forma de vida y sus barrios propios. Pese a la prohibición de matrimonios mixtos, estos se celebraban, e incluso en los momentos más difíciles no dejaron de existir. Hay constancia de ello en el reinado de Witiza, que en cierto modo fue tolerante con la población hebrea.

Cuando en el año 711 tropas musulmanas mandadas por Tariq atraviesan el estrecho de Gibraltar e inician la conquista de la península, los judíos reciben a los árabes como libertadores y les ayudan en sus campañas. Durante los primeros siglos de dominación musulmana se da un notable desarrollo de las comunidades judías, que se administraban de manera autónoma. Y durante el emirato omeya de Córdoba (756-952) se consolidó esta situación y se favoreció el crecimiento de aljamas, como las de Mérida y Córdoba. Al igual que sucedía con los cristianos, esta minoría fue respetada, aunque sometida a tributos especiales, como
dimmíes
, gozando de libertad religiosa y relativo bienestar.

16.   Hasday ben Saprut

Werner Keller cuenta en su
Historia del pueblo judío
(I) que el patriarca hebreo Isaac, cabeza de una importante familia de la comunidad judía de Córdoba, no hubiera podido ni siquiera soñar el destino que le estaba reservado al hijo que le nació hacia el año 915. Sintiendo inclinación por las ciencias, ayudaba a los estudiantes necesitados y a los sabios y artistas que carecían de medios económicos; era una especie de mecenas en Córdoba. Y deseaba Isaac que también su hijo Hasday fuese un sabio. Y así fue, pues su hijo estudió la profesión de médico y la ciencia de los medios curativos; dominó la Torá y el Talmud y brillaba también en filosofía; estudió idiomas hasta dominar el latín, la lengua del mundo cristiano, igual que el hebreo y el árabe. Hacia el año 940 el califa se fijó en él y Hasday llegó a lo más alto, lo que más adelante un contemporáneo cantó así:

Con el fin del siglo IX… el sol de la fama brilló en el cielo principesco: Chasdai, el príncipe, hijo de Isaac… Entonces le elevaron a lo alto las olas de la ciencia. Y hacia donde se dirigiera la voz, hacia Edom y Arabia, hacia Este y Oeste, allí se reunían con él todos los poetas y maestros de rango… y él les estimulaba… a trabajar para la ciencia, a despertar pensamientos que dormían. Desde entonces la ciencia tomó un gran incremento en España y se abrió camino en todo el mundo… Entonces la poesía recibió el primer alimento, y también los estudiantes y los conocedores de la ciencia, pues tenían en Chasdai su protector y mecenas.

Abderramán III había llamado a Hasday ben Isaac ibn Saprut a su corte para que fuera su médico personal. Pero pronto el califa se dio cuenta de sus cualidades y le confió asuntos de gobierno y de Estado de gran importancia. Hasday se convirtió en ministro y prestó servicios incalculables al califa de diplomático, interviniendo en las visitas de dos embajadores de los Estados más poderosos de Europa y dando siempre pruebas de su inteligencia y capacidad.

Para enfrentarse con el peligro que amenazaba a España en el Mediterráneo por parte del califato de los fatimíes de África, consiguió la ayuda del reino bizantino. El emperador Constantino VII envió una embajada a Córdoba en el año 949, en la que el califa recibió valiosos presentes, como un libro ilustrado del tratado de Dioscórides, la célebre compilación de medicamentos antiguos.

El inteligente Hasday logró también la paz con los reyes cristianos de León y Navarra, que intranquilizaba continuamente el califato con sus ataques, consiguió incluso convencer a los príncipes para que fueran personalmente a Córdoba para entablar negociaciones.

La crónica de la época lo relata así:

La España musulmana fue espectadora de una extraña comitiva: rodeada de los Grandes y los sacerdotes de su séquito, la reina de Navarra se dirigió a Córdoba con gran dignidad, acompañando a su hijo García y al desgraciado [rey] Sancho, que debido a su debilidad se apoyaba en el brazo de Chasdai. Abderramán recibió a los Señores cristianos en su residencia de verano, de una magnificencia fabulosa, y ratificó las condiciones favorables de un tratado que Chasdai había discutido de antemano con gran éxito diplomático: «Un dignatario del califa le condujo [a Sancho]… hasta el pueblo que era su enemigo. Y también… a su abuela Tota, que llevaba la corona real como un hombre… conquistó con su hábil discurso… Él tomó a los extranjeros… diez fortalezas… En el Este y en el Oeste su nombre es igualmente grande…».

17.   Santiago de Compostela

Desde el siglo IX Santiago de Compostela se había convertido en el foco de peregrinación más renombrado de la Europa occidental. El «camino de Santiago» era recorrido, como debía serlo aun durante todo el resto de la Edad Media, por innumerables peregrinos, venidos a menudo de muy lejos. Es sabido que, según una tradición piadosa que ha encontrado eco hasta en ciertos autores musulmanes, el apóstol Santiago el Mayor, al venir a evangelizar la península ibérica, había desembarcado en Galicia, en Iria, la actual Padrón. Un obispo de Iria, Teodomiro, había descubierto milagrosamente la tumba del apóstol y trasladado sus restos al lugar en que más tarde había de elevarse la ciudad de Santiago sobre el «campo de las estrellas» (Compostela). La modesta iglesia construida en el siglo IX por el rey asturleonés Alfonso II fue transformada por uno de sus sucesores, Alfonso III el Grande, el año 910, en una rica basílica que fue destruida a finales del siglo por Almanzor.

18.   La profecía legendaria del fin del mundo y el emperador Constante

La apocalíptica del judaísmo helenístico antiguo incluía algunos libros que, como los famosos libros sibilinos conservados en Roma, aseguraban contener las visiones de profetisas inspiradas. Esta literatura oracular escrita originariamente en griego estaba destinada a los numerosos paganos que en este periodo se interesaron por el judaísmo.

Las profecías solían reflejar las esperanzas de un Mesías rey que vendría a gobernar el mundo. Más adelante el proselitismo cristiano comenzó a imitarlas. Y a partir del momento en que el cristianismo unió su destino al del Imperio, comenzaron a proliferar oráculos que presentaban al emperador Constantino como aquel rey mesiánico.

En la transformación de estos textos, aunque predominó la tradición judeocristiana, también intervino la tradición grecolatina; en la que habían existido reyes helenísticos que llevaron el título de salvador,
soter,
y emperadores romanos que ya habían sido divinizados. Evidentemente, la muerte de Constantino y los acontecimientos que a partir de ese momento se desenvolvieron influyeron bastante en el desarrollo posterior de la leyenda. Los tres hijos de Constantino, Constantino II, Constancio II y Constante I, se enfrentaron, intentando hacerse con todo el poder y perdurar en él. Derrotado y muerto Constantino II, los otros dos hermanos continuaron batallando durante toda una década. Constancio II defendía en Oriente el arrianismo, más por razones políticas que por convicción. Mientras que Constante I defendía en Occidente la ortodoxia nicena católica, según la cual, el Verbo, Hijo de Dios, es verdaderamente Dios, lo mismo que el Padre, para los arrianos solo poseía una divinidad secundaria y subordinada. Este debate teológico, la fratricida guerra que tenía lugar y el recuerdo del desaparecido Constantino con la época de paz que los cristianos habían vivido con él, fue estimulando en la imaginación popular el perfil de un emperador de los últimos días que debía venir a instaurar el Reino. El más antiguo de estos oráculos sibilinos se conocía como
la sabina tiburtina
, escrito precisamente a mediados del siglo IV de nuestra era.

Al amparo de la profecía-leyenda surge la visión del emperador Constante:

De imponente presencia, alto, bien proporcionado, con un rostro radiante y hermoso, Constante reina ciento doce o ciento veinte años. Es un tiempo de abundancia: el aceite, el vino y el trigo son copiosos y baratos. Es también el tiempo del éxito definitivo del cristianismo. El emperador devasta las ciudades de los paganos y destruye los templos de los dioses falsos, ordena a los gentiles que se bauticen, y los que se niegan convertirse son ajusticiados. Al fin del largo reinado, incluso los judíos se convierten y cuando esto sucede el Santo Sepulcro resplandece de gloria. Los veintidós pueblos de Gog y Magog atacan furiosamente, numerosos como las arenas del mar; pero el emperador reúne su ejército y los aniquila.

Una vez cumplida su tarea, el emperador se dirige hacia Jerusalén para ceñirse la Corona y revestirse con el manto imperial en el Gólgota para así gobernar a la cristiandad por la gracia de Dios. La Edad de Oro, y con ella el Imperio romano, han llegado a su fin; pero antes del fin de todas la cosas todavía queda un breve periodo de tribulación. Ahora, en efecto, aparece el Anticristo y reina en el ejemplo de Jerusalén, engañando a muchos con sus milagros y persiguiendo a los que no puede embaucar. Por el bien de los elegidos, el Señor acorta esos días y envía al arcángel Miguel, quien destruye al Anticristo. Y, por fin, queda abierto el camino para que se produzca la Segunda Venida.

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