El castillo de Llyr (20 page)

Read El castillo de Llyr Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El castillo de Llyr
7.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Fue realmente asombroso —dijo el príncipe Rhun—. Estaba seguro de que me había ahogado, ¡y lo extraño es que me sentía igual que antes!

—Debo confesar que cuando recuperé el conocimiento y vi a Llyan me llevé un buen susto —dijo Fflewddur—. Tenía mi arpa entre sus patas, como si apenas pudiera esperar a que me despertara y volviese a tocar. ¡Mi música la vuelve loca! Por eso nos siguió hasta aquí. ¡Y, Gran Belin, me alegro de que lo hiciera! Pero creo que finalmente ha logrado entender que hay un tiempo y un lugar para cada cosa. La verdad es que ha estado portándose muy bien — añadió, mientras Llyan empezaba a frotarse la cabeza contra él con tal vigor que el bardo apenas si pudo conservar el equilibrio.

—¿Dónde están los demás? —le preguntó Taran, muy preocupado.

—Me temo que a Kaw no hay forma de encontrarle. Gurgi ha ido a buscar madera para encender una hoguera —replicó el bardo—. Pobre criatura, sigue teniéndole terror a Llyan… Pero ya se acostumbrará. La verdad es que me he encariñado bastante con ella. Encontrar buenos oyentes es francamente difícil, y creo que me quedaré con ella. O —añadió, mientras Llyan le pasaba los bigotes por el cuello y abrazaba al bardo con sus potentes patas—, quizá sería más adecuado decir que es ella quien ha decidido quedarse conmigo…

—¿Y Eilonwy, y Gwydion? —le preguntó Taran.

Toda la jovialidad del bardo se esfumó de repente.

—Sí, bueno… —murmuró—. Están aquí. Gwydion ha hecho cuanto ha podido.

Taran se puso de pie, cada vez más asustado. Gwydion estaba junto a unos peñascos, arrodillado ante dos cuerpos inmóviles. Taran fue tambaleándose hacia él. Gwydion alzó los ojos al oírle venir, el rostro lleno de preocupación.

—Eilonwy vive —dijo respondiendo a la pregunta que ardía en los ojos de Taran—. Aparte de eso…, no puedo decirte nada más. Pero hay algo que sí sé: Achren ya ha dejado de controlarla.

—Achren… Entonces, ¿Achren ha muerto? —le preguntó Taran, contemplando aquella figura vestida de negro.

—Achren también vive —le respondió Gwydion—, aunque por ahora se encuentra suspendida entre la vida y la muerte. Pero su poder ha desaparecido. Ésta es la solución del enigma, aunque no pude saberlo hasta que no me enfrenté a ella en el Gran Salón. Al principio no estuve seguro. Cuando comprendí que estaba realmente decidida a morir antes de perder su control sobre Eilonwy, supe que ya no le quedaba ningún poder mágico y que sólo era capaz de utilizar unos cuantos hechizos menores. Lo leí en sus ojos y en su voz. Su estrella empezó a apagarse en cuanto se separó del Señor de Annuvin.

»Los hechizos de Caer Colur eran su última esperanza. Ahora han desaparecido y Caer Colur se ha fundido en el fondo del mar —añadió Gwydion—. Ya no hace falta que sigamos teniéndole miedo a Achren.

—Yo aún la temo —dijo Taran—, y jamás olvidaré Caer Colur. Achren me reveló la verdad —siguió diciendo en voz baja—. Sentí que no tenía fuerzas para seguir escuchándola ni un segundo más… Temí que acabaría diciéndole dónde estaba escondido el Pelydryn…, y mi única esperanza era que me matarais antes de que hablara. Pero —añadió Taran, perplejo— vos mismo le revelasteis dónde estaba.

—Era un riesgo que debía correr —replicó Gwydion—. Tenía ciertas sospechas sobre cuál era la auténtica naturaleza del juguete de Eilonwy; dado que sólo él podía revelar los hechizos, su poder era lo único que podía destruirlos. Era la única forma de que Eilonwy quedara libre. En cuanto al precio que debería pagar por ello, no tenía forma alguna de saberlo. Ay, me temo que Eilonwy ha sufrido mucho, quizá demasiado…

—¿No podemos hacer que despierte? —murmuró Taran. —No la toques — dijo Gwydion—. Tiene que despertar por sí misma. Lo único que podemos hacer es aguardar y no perder las esperanzas.

Taran agachó la cabeza.

—Habría dado mi vida para protegerla y lo haría ahora mismo si con ello pudiera ahorrarle todo este sufrimiento. —Sonrió con amargura—. Achren me preguntó cuál sería el destino de un Ayudante de Porquerizo, ¿verdad? Yo mismo me he hecho esa pregunta en más de una ocasión. Ahora me doy cuenta de que la vida de un Ayudante de Porquerizo tiene muy poca importancia y apenas sirve de nada. No sirve ni para ofrecerla a cambio de otra vida…

—No creo que el príncipe Rhun opine lo mismo que tú —le dijo Gwydion— . De no ser por ti, seguiría perdido y en peligro mortal.

—Le hice un juramento al rey Rhuddlum —replicó Taran—. He mantenido mi promesa.

—Y de no haber hecho ese juramento, ¿acaso no habrías actuado igual? —le preguntó Gwydion.

Taran guardó silencio durante unos segundos y acabó asintiendo.

—Sí, creo que sí. Estaba atado por algo más que mi juramento. Rhun necesitaba mi ayuda, igual que yo la suya. —Se volvió hacia Gwydion—. También recuerdo que un príncipe de Don supo auxiliar a un Ayudante de Porquerizo más bien estúpido. Por lo tanto, ¿no es justo que ahora sea un Ayudante de Porquerizo quien ayude a un príncipe?

—Tanto da que seas príncipe o porquerizo —le dijo Gwydion—, eso es algo propio de la naturaleza humana. Los destinos de los hombres están unidos entre sí, y darles la espalda a esos destinos es tan imposible como huir del tuyo propio.

—Y tú, Gwydion, mi señor, me has impuesto un destino muy cruel —dijo la voz de Achren.

La figura vestida de negro se había puesto en pie. Achren se agarró a las rocas para no caer. Su rostro, medio oculto por su capa, estaba pálido y ojeroso, y sus labios se habían puesto lívidos.

—La muerte habría sido mejor que esto. ¿Por qué me la niegas?

La reina, perdida su altivez anterior, alzó la cabeza y Taran se encogió sobre sí mismo. Durante un breve segundo vio como en sus ojos volvía a brillar el orgullo y la furia.

—Me has destruido, Gwydion —exclamó Achren—. ¿Esperas acaso ver cómo me arrastro a tus pies? Dices que he perdido todos mis poderes. —Achren dejó escapar una áspera carcajada—. No, aún me queda un último poder.

Y entonces Taran vio que en su mano sostenía una rama medio podrida por las aguas. Alzó la rama y Taran dio un respingo de sorpresa al ver como sus contornos se hacían borrosos. Y, de repente, la rama se convirtió en una daga.

Achren lanzó un grito de triunfo y se dispuso a hundirla en su propio pecho. Gwydion saltó sobre ella, cogiéndola por las muñecas. Achren se debatió, pero Gwydion logró arrancarle la daga, que volvió a convertirse en una rama podrida. Gwydion la partió en dos, arrojando los fragmentos a lo lejos. Achren, sollozando, se dejó caer sobre la arena.

—Tus hechizos siempre han sido hechizos de muerte —le dijo Gwydion. Se arrodilló junto a ella y le puso una mano en el hombro—. Achren, debes buscar la vida, y no la muerte.

—¿Qué vida puedo tener salvo la de una exiliada? —grito Achren, apartándose de él—. Déjame en paz.

Gwydion asintió.

—Encuentra tu propio camino, Achren —le dijo en voz baja—. Y si ese camino acaba llevándote a Caer Dallben, hay una cosa que debes saber: Dallben no te cerrará las puertas.

El cielo se había llenado de nubes, y aunque pasaba muy poco del mediodía los acantilados de la costa estaban volviéndose de color púrpura, igual que en el ocaso. Gurgi había hecho una hoguera, y los compañeros, silenciosos, se instalaron junto a ella, cerca de Eilonwy, que seguía dormida. Achren, envuelta en su capa, estaba agazapada un poco más lejos, inmóvil.

Taran había pasado toda la mañana junto a Eilonwy. El temor de que no despertara nunca, o de que si despertaba siguiera como antes, sin conocerle, hicieron que no lograra descansar. Ni Gwydion podía decir cuan grave era el daño que había sufrido Eilonwy ni cuánto tardaría en recuperarse de él.

—No te desanimes —le dijo Gwydion—. El sueño será más beneficioso para su espíritu que cualquier poción que yo pudiera darle.

Eilonwy se agitó, inquieta. Taran se levantó de un salto. Gwydion puso una mano sobre su brazo y, amablemente, hizo que volviera a sentarse. Los párpados de Eilonwy se movieron levemente. Gwydion, muy serio, la vio abrir los ojos y alzar lentamente la cabeza.

20. La prenda

La princesa se incorporó, contemplando a los compañeros con una cierta curiosidad.

—Eilonwy —murmuró Taran—, ¿nos conoces?

—Taran de Caer Dallben —dijo Eilonwy—. Sólo un Ayudante de Porquerizo sería capaz de hacer semejante pregunta. Por supuesto que te conozco. Lo que no entiendo es qué hago en esta playa, calada hasta los huesos y llena de arena.

Gwydion sonrió.

—La princesa Eilonwy ha vuelto a nosotros.

Gurgi lanzó un grito de alegría y un instante después Taran, Fflewddur y el príncipe Rhun empezaron a hablar al unísono. Eilonwy se tapó los oídos con las manos.

—¡Basta, basta! —chilló—. Estáis consiguiendo que me dé vueltas la cabeza… ¡Escucharos es peor que intentar contarse los dedos de las manos y de los pies al mismo tiempo!

Los compañeros se obligaron a guardar silencio durante un rato mientras Gwydion le contaba rápidamente todo lo que había sucedido. Cuando hubo terminado, Eilonwy meneó la cabeza.

—Veo que os habéis divertido mucho más que yo —dijo, rascando la barbilla de Llyan mientras la inmensa gata ronroneaba de placer—. Sobre todo porque apenas si recuerdo nada.

«Lástima que Magg escapara —siguió diciendo Eilonwy—. Ojalá estuviese aquí. Tengo unas cuantas deudas pendientes con él. Cuando iba a desayunar esa mañana, Magg apareció por uno de los pasillos,
me
dijo
que
acababa de suceder algo muy grave y que debía ir con él sin perder ni un momento.

—Si pudiéramos haberte prevenido… —empezó a decir Taran.

—¿Prevenirme? —replicó Eilonwy—. ¿Te refieres a Magg? Oh, nada más verle supe que ese tipo tramaba algo.

Taran la miró, boquiabierto.

—Y aun así, ¿fuiste con él?

—Naturalmente —dijo Eilonwy—. De lo contrario, ¿cómo hubiera podido averiguar qué tramaba? Estabas tan ocupado durmiendo delante de mi habitación y amenazándome con eso de ponerme centinelas… Sabía que razonar contigo no serviría de nada.

—No seas tan duro con él —le dijo Gwydion, sonriendo—. Sólo quería protegerte. Tenía órdenes mías.

—Sí, ya lo comprendo —dijo Eilonwy—, y pronto empecé a desear que estuvierais conmigo. Pero a esas alturas ya era demasiado tarde. Apenas salimos del castillo, Magg me ató. ¡Y me amordazó! ¡Eso fue lo peor de todo! ¡No podía pronunciar ni una sola palabra!

«Pero eso hizo que sus planes acabaran saliendo mal —siguió diciendo—. Magg se escondió en las colinas hasta que el grupo de búsqueda nos hubo dejado atrás. Después me llevó al bote. Puedo aseguraros que tendrá las espinillas amoratadas durante bastante tiempo… Y entonces fue cuando perdí mi juguete. Como estaba amordazada, no pude hacerle entender que quería recuperarlo.

«Aunque le estuvo bien empleado. Cuando vio que no lo llevaba encima, Achren se puso muy furiosa. Le echó la culpa a Magg y me sorprende que no le hiciera cortar la cabeza en ese mismo instante. A mí me trató con mucha dulzura y consideración, por lo que en seguida supe que planeaba hacerme algo muy desagradable.

«Después de eso —continuó Eilonwy—, Achren arrojó un hechizo sobre mí, y ya no recuerdo gran cosa. Hasta que volví a tener en las manos mi juguete, claro está. Entonces…, entonces ocurrió algo muy extraño. Su luz me permitió veros a todos. Realmente, no es que os viera con los ojos, sino con mi corazón. Supe que deseabais que destruyera los hechizos. Y yo también lo deseaba tanto como vosotros.

«Aun así, era como si mi mente estuviera partida en dos mitades. Una de ellas, quería destruir los hechizos y otra no quería renunciar a ellos. Sabía que era mi única ocasión de convertirme en hechicera, y si renunciaba a mis poderes no volvería a tener esperanza de recuperarlos. Supongo —le dijo en voz baja a Taran—, que me sentí igual que tú en los pantanos de Morva, hace mucho tiempo, cuando tuviste que decidir si renunciabas al broche mágico de Adaon.

»El resto no fue muy agradable —y su voz estuvo a punto de quebrarse—. Yo… Bueno, prefiero no hablar de eso. —Guardó silencio durante unos momentos. Luego añadió—.— Ahora ya nunca podré ser hechicera. No me queda otro remedio que aprender a ser una joven normal y corriente.

—Creo que puedes enorgullecerte de eso —le dijo Gwydion con afabilidad—. Tu sacrificio ha impedido que Achren conquistara Prydain. Te debemos algo más que nuestras vidas.

—Me alegra que el libro de hechizos acabara quemándose —dijo Eilonwy—, pero siento mucho haber perdido mi juguete. Estoy segura de que ahora debe andar flotando en alta mar… —Suspiró—. Bueno, eso ya no tiene remedio. Pero lo echaré de menos.

Y, mientras Eilonwy hablaba, Taran vio algo que se movía contra la oscuridad grisácea del cielo. Se levantó de un salto. Era Kaw, y venía hacia ellos a toda velocidad.

—¡Ahora ya estamos todos reunidos! —exclamó Fflewddur.

Llyan irguió las orejas y sus largos bigotes se estremecieron, pero no intentó saltar sobre el cuervo. En vez de ello, tomó asiento sobre sus cuartos traseros y ronroneó cariñosamente al ver a su antiguo enemigo.

Kaw revoloteó sobre Eilonwy, con las plumas revueltas, sucias y hechas un desastre. Pese a su penoso aspecto, no paraba de graznar y chillar, chasqueando el pico como si estuviera terriblemente satisfecho de sí mismo.

—Juguete! —graznó Kaw—. Juguete!

Y el Pelydryn de Oro cayó de sus garras para aterrizar en las manos de Eilonwy.

Gwydion había decidido que los compañeros debían descansar hasta el alba, pero el príncipe Rhun estaba impaciente por volver a Dinas Rhydnant.

—Hay mucho que hacer —dijo—. Me temo que hemos permitido que Magg se ocupara de asuntos que deberíamos atender nosotros mismos. Ser príncipe es más complicado de lo que pensaba. Eso es algo que he aprendido gracias a un Ayudante de Porquerizo —añadió, estrechándole la mano a Taran—, y gracias a todos vosotros. Y aún me falta conocer gran parte de Mona. Si tengo que ser rey, debo asegurarme de que la conozco toda. Aunque espero verla de una forma un poco distinta a como la veo ahora… Por eso, y si no os importa, me gustaría que nos marcháramos en seguida.

Gurgi no tenía ningún deseo de quedarse por más tiempo cerca de Caer Colur, y Fflewddur apenas si podía contener su impaciencia por mostrarle a Llyan el nuevo hogar que la aguardaba en su reino. Eilonwy insistió en que estaba plenamente restablecida y podía viajar, y Gwydion acabó accediendo a que partieran sin más dilación. Y también accedió a pasar por la caverna para ver qué tal le iba todo a Glew, pues Taran seguía queriendo mantener la promesa que le había hecho al desdichado gigante.

Other books

Sins of the Fathers by Sally Spencer
Crow Mountain by Lucy Inglis
The Art of Murder by Michael White
The Maharajah's General by Collard, Paul Fraser
Captive by Brenda Joyce
Wrong Girl by Lauren Crossley
The Encounter by K. A. Applegate