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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

El castillo de Llyr (16 page)

BOOK: El castillo de Llyr
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Las colinas se iban haciendo cada vez más bajas y acabaron desapareciendo para convertirse en cañaverales. Taran sintió un olor a sal y algas. El río se fue ensanchando ante ellos, desembocando en un estuario más allá del cual había una extensión de agua todavía mayor. A su derecha, detrás de unos grandes peñascos, se oía resonar el estruendo del oleaje. De mala gana, acabó decidiendo que lo mejor sería esperar a que amaneciese. Fflewddur se encargó de despertar a Gurgi y al príncipe Rhun mientras que Taran llevaba la balsa hasta la orilla.

Los compañeros buscaron refugio entre un gran macizo de juncos y Gurgi abrió su bolsa para sacar comida. Taran, aún nervioso, fue hasta una pequeña loma y miró hacia el mar.

—No salgas de las sombras —dijo la voz de Gwydion—. Achren tiene los ojos muy agudos.

15. La isla

El príncipe de Don brotó de entre los juncos igual que una sombra. Aunque ya no llevaba sus herramientas y el trapo atado a la cabeza, seguía vistiendo los raídos atuendos de su disfraz. Kaw, posado en su hombro, parpadeó y se alisó las plumas, indignado ante aquel brusco despertar; pero al ver a Taran movió la cabeza y empezó a graznar alegremente.

Taran, sobresaltado, lanzó una exclamación de sorpresa. El príncipe Rhun corrió hacia él, agitando su espada con gran vigor y poniendo una cara lo más feroz posible.

—¡Vaya, pero si parece el zapatero! —dijo Rhun, bajando su arma al ver a Gwydion—. ¿Eres el zapatero? ¿Qué has hecho con esas sandalias que me prometiste?

—Ay, príncipe Rhun, vuestras sandalias deberán esperar a que resuelva otros asuntos —replicó Gwydion.

—No es ningún zapatero: es Gwydion, príncipe de Don —le explicó Taran en voz baja.

Gurgi y Fflewddur también habían venido a la carrera.

—¡Gran Belin! —balbuceó Fflewddur, boquiabierto—. ¡Y pensar que hemos compartido un establo en Dinas Rhydnant! Gwydion, mi señor, si me hubierais dicho quién erais…

—Te pido disculpas por haberte engañado —le respondió Gwydion—, pero no me atrevía a obrar de otra forma. El silencio era mi mejor escudo.

—Quería hablar con vos en Dinas Rhydnant, pero Magg no nos dio tiempo —le dijo Taran—. Ha secuestrado a Eilonwy. Nos han hablado de un lugar llamado Caer Colur, un lugar al cual quizá la haya llevado, y hemos estado intentando llegar hasta allí.

—Gracias a Kaw, conozco parte de vuestras aventuras —dijo Gwydion—. Me explicó que habíais decidido seguir el río. Os perdió de vista cuando Llyan le persiguió, pero acabó encontrándome.

»Achren también quería llegar a Caer Colur —siguió diciendo Gwydion—. Apenas lo supe intenté seguir su nave. Un pescador me llevó hasta el norte. La gente de vuestra isla es muy valiente —añadió, mirando a Rhun—. Espero que os acordéis de honrarles cuando seáis rey de Mona. El pescador estaba decidido a llevarme hasta Caer Colur, pero no podía aceptar que me hiciera ese favor, pues no me atreví a revelarle cuál era mi misión. Aun así, antes de volver a Mona me regaló la barca que llevaba en su embarcación y no quiso aceptar recompensa alguna, ni por su generosidad ni por el riesgo que había corrido.

—¿Habéis estado ya en Caer Colur? —le preguntó Taran—. ¿Encontrasteis alguna huella de Eilonwy?

Gwydion asintió.

—Sí. Pero no he logrado rescatar a la princesa —dijo con tristeza—. Achren la tiene prisionera. Magg actuó más de prisa que ninguno de nosotros.

—¡Esa maldita araña! —exclamó el bardo, con tal pasión en la voz que Kaw se removió, alarmado—. ¡Ah, esa sucia araña tramposa…! Dejad que me encargue de él, os lo suplico. ¡Magg y yo tenemos una considerable deuda que saldar, y ésta va creciendo a cada momento que pasa! —Alzó su espada—. ¡No la necesitará! ¡En cuanto le vea, le aplastaré con mis manos desnudas!

—Calma, calma —le ordenó Gwydion—. Puede que sea una araña, pero eso hace que su picadura sea doblemente mortífera. Su vanidad y su ambición le han convertido en esclavo de Achren. Ya le ajustaremos las cuentas en su momento, igual que haremos con Achren. Ahora debemos preocuparnos de Eilonwy.

—¿No hay forma de que podamos liberarla? —preguntó Taran—. ¿Está muy vigilada?

—La noche pasada fui remando hasta la isla —dijo Gwydion—. Estuve poco tiempo en ella y no pude descubrir dónde tienen cautiva a la princesa, aunque sí vi que Achren tiene consigo a un pequeño grupo de guerreros, esbirros y forajidos que han decidido unir su destino al de ella. No son demasiado peligrosos: no va acompañada por ninguno de los Nacidos del Caldero de Arawn, los que no pueden morir… —Sonrió con amargura—. Sin la protección del Señor de Annuvin, la orgullosa Achren sólo puede mandar sobre lacayos.

—Entonces podemos atacarles ahora mismo —exclamó Taran, posando la mano sobre la espada—. Somos lo bastante numerosos para vencerles.

—Esta labor necesita algo más que fuerza física, y las espadas no son lo único a lo que debemos tenerle miedo —replicó Gwydion—. Hay muchas cosas que no os he contado y otras muchas que ni yo mismo sé. El enigma aún no ha sido revelado del todo. Pero he descubierto que los planes de Achren son más complejos de lo que había imaginado, y que Eilonwy corre un peligro más grave del que pensaba. Hay que sacarla de Caer Colur antes de que sea demasiado tarde.

Gwydion se envolvió en su capa y fue hacia la orilla. Taran le cogió del brazo.

—Dejad que os acompañemos —le suplicó—. Si hace falta, lucharemos junto a vos. Protegeremos a Eilonwy, la ayudaremos a escapar…

El guerrero se detuvo y miró a los compañeros que aguardaban su respuesta. Sus verdes pupilas se posaron en Taran, examinándole en silencio.

—No es que dude de vuestro valor. Pero Caer Colur encierra peligros más grandes de los que puedes imaginar.

—Quiero a Eilonwy. Todos la queremos —dijo Taran.

Gwydion guardó silencio durante unos instantes, su rostro curtido por la intemperie fruncido en una mueca de preocupación.

—Como desees —dijo por fin—. Seguidme.

El príncipe de Don guió a los compañeros desde las ciénagas hasta una angosta franja de playa. Una vez allí, siguieron el contorno de las aguas hasta llegar a una cala donde había una barca que se mecía al extremo de su amarra. Gwydion les indicó que subieran a ella, cogió los remos y, moviéndolos con silenciosa rapidez, llevó la pequeña embarcación hacia el mar.

Taran se colocó en la proa del bote, con las negras aguas moviéndose bajo él, esforzándose por ver alguna señal que indicara la cercanía de Caer Colur. El príncipe Rhun y los compañeros estaban agazapados en la popa mientras que los poderosos brazos de Gwydion hacían moverse los remos. Las estrellas habían empezado a desaparecer, y bancos de niebla brotaban del mar formando nubes heladas.

—Tenemos que actuar rápidamente y terminar nuestra misión antes de que salga el sol —dijo Gwydion—. La mayor parte de los guerreros de Achren están protegiendo la entrada que da al interior de la isla. Nosotros iremos por la otra parte, la más difícil. Puede que la oscuridad nos permita pasar desapercibidos.

—Glew nos contó que Caer Colur estaba separada del continente —dijo Taran—, pero no imaginaba que se encontrara tan lejos.

Gwydion frunció el ceño.

—¿Glew? Kaw no me ha hablado de ningún Glew.

—Ocurrió después de que Kaw tuviera que separarse de nosotros —le explicó Taran—, y no me sorprende que no fuera capaz de volver a encontrarnos, pues fuimos a parar a una caverna.

Le contó a Gwydion cómo habían encontrado el juguete de Eilonwy, cómo habían sido traicionados por Glew y lo sucedido con el extraño libro de las páginas vacías. Gwydion, que había estado escuchándole atentamente, acabó metiendo los remos en el bote y dejó que éste siguiera avanzando empujado por las olas.

—Es una pena que no me hablaras de eso antes. Habría podido encontrar una forma de ponerlo a buen recaudo —dijo mientras Taran le entregaba la esfera dorada, que empezó a brillar con fuerza. Gwydion se quitó la capa y la usó para disimular su luz. Cogió el libro que le ofrecía Taran, lo abrió y acercó la esfera a las páginas vacías. El antiguo alfabeto se hizo visible. El rostro de Gwydion estaba tenso y pálido—. No puedo leerlo —les dijo—, pero sé reconocer lo que habéis encontrado: este libro es el mayor tesoro de la casa de Llyr.

—¿Un tesoro de Llyr? —murmuró Taran—, ¿Y cuál es su naturaleza? ¿Pertenece a Eilonwy?

Gwydion asintió.

—Eilonwy es la última princesa de Llyr, y es suyo por derecho de nacimiento. Pero hay otra cosa que debes saber. Durante generaciones las hijas de la casa de Llyr fueron las hechiceras más poderosas de todo Prydain, y siempre supieron utilizar sus dones con bondad y sabiduría. Vivían en Caer Colur y allí guardaban sus tesoros, objetos mágicos y utensilios encantados cuya naturaleza ni tan siquiera yo conozco.

»Las crónicas de la casa de Llyr sólo hacen veladas alusiones a cuál era la protección de que gozaban tales misterios. Las leyendas hablan de un hechizo conocido como el Pelydryn Dorado, un hechizo que era transmitido de madre a hija, y de un libro que contenía todos los secretos de aquellos objetos mágicos, así como otros muchos hechizos de un gran poder.

«Pero Caer Colur acabó siendo abandonado, convirtiéndose en ruinas, y Angharad, hija de Regat, se marchó del castillo para contraer matrimonio contrariando los deseos de su madre. Se llevó consigo el libro de hechizos y todo el mundo creía que el libro había desaparecido. En cuanto al Pelydryn de Oro, nadie sabe en qué consiste. —Gwydion contempló la esfera—. Ahora veo que el Pelydryn de Oro no ha desaparecido. ¿Dónde podía estar mejor escondido? Un juguete puesto en manos de una niña…

»Eilonwy creía que la habían mandado a vivir con Achren para que estudiara y acabase aprendiendo a ser una hechicera —siguió diciendo Gwydion—, pero no era así. Achren raptó a Eilonwy y se la llevó al Castillo Espiral.

—Entonces, ¿Achren no supo darse cuenta de que esta esfera ocultaba el Pelydryn de Oro? —le preguntó Taran—, Si conocía su naturaleza, ¿cómo es que la dejó en manos de Eilonwy?

—Achren no se atrevía a obrar de otra forma —le respondió Gwydion—. Sí, sabía cuál era la herencia de Eilonwy. Reconoció el Pelydryn, pero sabía que éste perdería su poder si era arrebatado por la fuerza a su legítima propietaria, y en tal caso el libro de hechizos también habría desaparecido. Achren no podía intentar nada hasta que el libro no hubiera sido encontrado.

—Y, sin llegar a saberlo, Glew dio con el libro de hechizos —dijo Taran—. ¡Pobre y tonta criatura, convencida de que le habían engañado…!

—Cierto —replicó Gwydion—. Sin la luz del Pelydryn de Oro no tenía forma alguna de ver la escritura oculta en el libro, pero, ni aun así, le habría servido de nada. Los hechizos sólo pueden ser utilizados por una hija de la casa de Llyr. Sólo Eilonwy tiene la capacidad de leerlos…, aunque no será capaz de hacerlo hasta que no esté a punto de convertirse en mujer. Eilonwy ya casi es una mujer y pronto será capaz de dominar todos los hechizos de Caer Colur. Ésa es la razón de que Achren desee tenerla en su poder.

—Entonces, Eilonwy se encuentra a salvo —exclamó Taran—. Si es la única que puede utilizar los hechizos, Achren no se atreverá a hacerle daño… Y Achren tampoco osará hacernos daño a nosotros, dado que tenemos el Pelydryn y el libro de los hechizos.

—Sí, pero quizá Eilonwy corra un peligro mucho más grave que antes —le respondió Gwydion con voz preocupada.

Gwydion guardó cuidadosamente el libro y la esfera dorada en su jubón y volvió a remar. Taran se agarró a la borda del bote y vio asomar ante ellos un gran montículo oscuro. Gwydion había llevado el bote mar adentro y seguía remando, haciéndoles moverse en un pronunciado semicírculo. Las olas agitaban la pequeña embarcación, haciéndola avanzar cada vez más de prisa. El estruendo del oleaje resonaba en los oídos de Taran. Gwydion empezó a remar usando primero un solo remo y después el otro, y el bote entró en un angosto canal de aguas espumeantes: al verlo, Gurgi empezó a gimotear con voz quejumbrosa.

Los pináculos de Caer Colur se alzaban como agujas negras contra la oscuridad del cielo. La niebla giraba alrededor de las columnas de piedra, y Taran se dio cuenta de que aquellas columnas habían sido torres de una altura imponente, pero ahora no eran más que ruinas que se elevaban hacia el cielo igual que fragmentos de espadas rotas. A medida que fueron acercándose a ellas pudo ver las grandes puertas de hierro, recuerdo de un tiempo en el que Caer Colur fue una fortaleza del continente. Las puertas daban al mar pero, como sea que el castillo se había hundido un poco en el suelo, ahora se encontraban medio sumergidas por el inquieto oleaje. Las aguas se estrellaban contra ellas con un sordo rugir, como si quisieran asaltar las ruinas y completar su destrucción.

Cerca de las grandes puertas el viento y el agua habían creado una especie de pequeña cala, y allí fue donde Gwydion amarró el bote, haciéndoles señas a los compañeros para que desembarcasen. Mientras trepaban por las rocas Taran oyó un lento y agónico chirriar que venía de las puertas, como si éstas hubieran adquirido una voz propia y protestaran contra el continuo embate de las olas. Gwydion empezó a subir por los riscos. Rhun logró encontrar un asidero entre los guijarros y le siguió con gran dificultad, mientras que Taran y Gurgi iban detrás de él para cogerle en caso de que el príncipe de Mona resbalase. Fflewddur iba el último, esforzándose en silencio.

Kaw ya estaba en las murallas, y Taran, viendo el acantilado y los parapetos medio en ruinas que se alzaban sobre ellos, le envidió sus alas. Gwydion les hizo avanzar junto a la base del muro y les llevó hacia las grandes puertas. El bastión parecía haber sufrido el mandoble de una inmensa espada, y la brecha dejada por el golpe estaba llena de guijarros y rocas sueltas. Una vez allí, el príncipe de Don les indicó que debían detenerse.

—Quedaos aquí —les dijo en voz baja—. Yo me adelantaré para averiguar dónde están los puestos de vigilancia de Achren.

Y se esfumó por entre las ruinas, sin hacer ni un solo ruido. Los compañeros se agazaparon junto a los peñascos, sin atreverse a hablar.

Taran apoyó la cabeza en los brazos. Su mente volvía una y otra vez a las palabras de Gwydion, y la imagen de Eilonwy ocupaba todos sus pensamientos: no lograba creer que aquella joven esbelta y sonriente pudiera tener poderes tan grandes como los de Achren. Eilonwy no tardaría en recuperar la libertad, se dijo. Pero a medida que crecía su impaciencia también lo hicieron sus temores, y acabó alzando la cabeza, preocupado, esforzándose por ver u oír algo que anunciara el regreso de Gwydion.

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