El castillo de Llyr (6 page)

Read El castillo de Llyr Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: El castillo de Llyr
10.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué puede haber de más importante para un zapatero que hacer zapatos? —le preguntó Rhun—, De todas formas… —Chasqueó los dedos—. ¡Ah! Claro, sabía que se me olvidaba algo. Mi capa. Espera, sólo tardaré un momento.

—Príncipe Rhun —exclamó Taran—, tengo que ver a la princesa Eilonwy.

—En seguida estaremos allí —respondió Rhun desde el interior de su habitación—. ¡Oh, vaya! ¡Se me ha roto la correa de la sandalia! ¡Ojalá ese zapatero hubiera terminado con su trabajo!

Dejando al príncipe de Mona todavía metido en su habitación, Taran corrió hacia la Gran Sala, muy preocupado. El rey Rhuddlum y la reina Teleria ya estaban sentados a la mesa y, como de costumbre, a la reina la rodeaban sus damas. Taran miró rápidamente a su alrededor. Magg, quien siempre solía estar allí, no era visible por parte alguna.

Y tampoco había ni rastro de Eilonwy.

5. El juramento

—¿Dónde está Eilonwy? —gritó Taran, y tanto el rey Rhuddlum como la reina Teleria le miraron fijamente, asombrados—. ¿Dónde está Magg? ¡Se la ha llevado! Alteza, os lo suplico, llamad a vuestra guardia. Ayudadme a encontrarles. ¡La vida de Eilonwy corre peligro!

—¿Qué, qué? —cacareó la reina Teleria—. ¿Magg? ¿La princesa? Jovencito, creo que estás demasiado nervioso y alterado. Quizá sea que el aire marino… (no tiembles de esa forma y deja de mover los brazos)… se te ha subido a la cabeza. Que alguien no se haya presentado a desayunar no significa que corra peligro. ¿Verdad que no, querido? —preguntó, volviéndose hacia el rey.

—Pues creo que no, querida —respondió Rhuddlum—. Y creo que acusar de esta forma a un súbdito leal es algo bastante grave —añadió, mirando con expresión seria a Taran—. ¿Qué razón tienes para acusarle de eso?

Y por un instante Taran no supo qué responder, perplejo y desgarrado entre dos impulsos contradictorios. Gwydion le había hecho jurar que guardaría todo aquello en secreto. Pero Magg ya había actuado. ¿Seguía estando obligado a guardar el secreto? Finalmente, tomó una decisión y dejó que las palabras fluyeran de sus labios, narrando a toda velocidad y, en algunos instantes, de forma más bien confusa, cuanto había ocurrido desde que los compañeros llegaron a Dinas Rhydnant. La reina Teleria meneó la cabeza.

—Este zapatero disfrazado de príncipe Gwydion… ¿O era al revés? Y todo eso de los barcos y las señales hechas con antorchas para avisar a una hechicera… Bueno, jovencito, creo que es la historia más improbable que he oído en toda mi vida.

—Cierto, cierto —dijo el rey Rhuddlum—. Pero no creo que nos cueste demasiado averiguar cuál es la verdad. Traed aquí a ese zapatero y pronto sabremos si es el príncipe de Don o no.

—El príncipe Gwydion quiere averiguar el paradero de Achren —gritó Taran—. Os he contado la verdad. Si se comprobara que he mentido, estoy dispuesto a pagar por ello con mi vida. ¿Queréis tener una prueba de que todo cuanto he dicho es cierto? Haced venir aquí a vuestro gran mayordomo.

El rey Rhuddlum frunció el ceño.

—Sí, desde luego, el que Magg no esté aquí resulta bastante raro — admitió—. Muy bien, Taran de Caer Dallben. Se le encontrará y repetirás tu historia delante de él.

Dio una palmada y ordenó a un sirviente que buscara al gran mayordomo. Taran sabía que el tiempo pasaba velozmente y que cualquier retraso podía hacer que Eilonwy perdiera la vida. Ya casi había enloquecido de preocupación cuando el sirviente volvió por fin diciendo que Magg no parecía estar en parte alguna del castillo, y que tampoco había forma de encontrar a Eilonwy. Mientras el rey Rhuddlum guardaba silencio, algo confundido aún por lo que Taran le había dicho, Gurgi, Kaw y Fflewddur entraron en la Gran Sala. Taran corrió hacia ellos.

—¡Magg! ¡Canalla, araña rastrera…! —exclamó el bardo tan pronto como Taran le hubo contado lo sucedido—. ¡Gran Belin, Eilonwy se ha marchado con él! Les vi salir al galope por la puerta principal. La llamé, pero no me oyó. Parecía estar bastante alegre. No tenía ni idea de que algo anduviera mal. ¡Pero ahora ya deben de estar muy lejos de aquí!

La reina Teleria se puso pálida como una muerta, las damas de la corte dejaron escapar jadeos de terror y el rey Rhuddlum se levantó de un salto.

—Has dicho la verdad, Taran de Caer Dallben.

Y salió de la Gran Sala llamando a gritos a la guardia. Los compañeros se apresuraron a seguirle. Las puertas de los establos se abrieron apresuradamente obedeciendo las órdenes del rey Rhuddlum. Unos instantes después el patio estaba lleno de guerreros, cuyos caballos piafaban impacientes. El príncipe Rhun también estaba allí, contemplando con curiosidad todo el ajetreo.

—¡Hola, hola! —le dijo a Taran—. ¿Qué pasa, vais a ir de caza? Espléndida idea. Sí, una buena cabalgata matinal… Creo que me sentaría estupendamente.

—Vamos de caza, sí, pero la presa es vuestro traicionero mayordomo — replicó Taran, apartando a Rhun y yendo hacia el rey Rhuddlum—. Alteza, ¿quién es el capitán de vuestros guerreros? Dadnos vuestro permiso y nos pondremos a sus órdenes.

—Siento tener que decirlo, pero ese cargo estaba ocupado por el mismísimo Magg —respondió el rey—. En Mona nunca hemos tenido guerras, razón por la cual no necesitábamos un capitán de guerreros, y no me pareció que hubiera nada de malo en darle ese título honorífico. Yo mismo dirigiré el grupo de búsqueda. En cuanto a vosotros… Sí, ayudadnos en todo aquello que os sea posible.

Y mientras el rey Rhuddlum se ocupaba de organizar a los guerreros, Taran y los compañeros empezaron a preparar los arreos y a repartir armas. Taran vio que el príncipe Rhun había montado a lomos de una yegua de varios colores que se obstinaba en ir dando vueltas por el patio pese a los esfuerzos del príncipe por controlarla. Fflewddur y Gurgi ya habían sacado tres caballos del establo. Echarle un vistazo a los animales hizo que Taran sintiera una aguda desesperación, pues parecían torpes y de poca casta, y su corazón deseó ardientemente tener junto a él a su veloz Melynlas, que ahora pastaba apaciblemente en Caer Dallben.

El rey Rhuddlum cogió a Taran del brazo y lo llevó presurosamente hacia el interior del establo.

—Tenemos que hablar —le dijo—. Los guerreros están listos y les he dividido en dos grupos. Yo iré con uno y registraré las tierras que se encuentran al sur del río Alaw. Tú y tus compañeros iréis con mi hijo, quien estará al mando del grupo que buscará por las colinas de Parys, al norte del río Alaw. Es de mi hijo de quien quiero hablarte…

—¿Que el príncipe Rhun estará al mando del grupo? —preguntó Taran sin poderse contener.

—Vaya, Taran de Caer Dallben… —dijo secamente el rey Rhuddlum—. ¿Acaso dudas de las capacidades de mi hijo?

—¡Capacidades! —exclamó Taran—. ¡Pero si no sabe hacer nada a derechas! La vida de Eilonwy pende de un hilo; tenemos que actuar lo más rápido posible. ¿Darle el mando del grupo a semejante bobo? Pero si no sabe ni atarse la sandalia, ¿cómo va a saber manejar una espada o montar a caballo? El viaje a Mona bastó para dejármelo bien claro. Escoged a uno de vuestros súbditos, un guerrero, un guardabosques, a cualquiera salvo a Rhun… —Se calló, comprendiendo lo que acababa de decir—. Le he jurado a Dallben que protegeré a Eilonwy y por eso os he hablado con toda sinceridad. De lo contrario habría faltado a mi deber. Si he de ser castigado por mis palabras, que así sea.

—Has vuelto a decir la verdad —respondió el rey Rhuddlum—. Y no serás castigado por ello, aunque la verdad me resulte dolorosa. —Puso su mano sobre el hombro de Taran—. ¿Crees acaso que no conozco a mi hijo? Sí, le has juzgado con acierto. Pero Rhun debe crecer hasta convertirse en hombre y en rey. Tú llevas el peso del juramento que le hiciste a Dallben. Te ruego que aceptes otra carga.

»Los rumores de tus hazañas han llegado incluso a Mona —siguió diciendo el rey Rhuddlum—, y he podido darme cuenta de que eres un joven valeroso y honrado. Voy a revelarte un secreto: mi jefe de establos es un excelente rastreador; irá en tu grupo y lo cierto es que será él quien dirija la búsqueda. El príncipe Rhun estará al mando, sí, pero sólo de una forma nominal, y porque los guerreros esperan recibir instrucciones de un miembro de la Casa Real. Te confío a mi hijo, y te ruego que cuides de él y que le protejas de los peligros. Y — añadió el rey, sonriendo con tristeza—, espero que consigas protegerle también de que haga el ridículo. Tiene que aprender muchas cosas y quizá tú puedas enseñárselas. Llegará un día en que habrá de ser rey de Mona, y tengo la esperanza de que sabrá gobernarla con justicia y sabiduría, teniendo a Eilonwy como su reina.

—¿Eilonwy? —exclamó Taran—. ¿Casada con Rhun?

—Sí —respondió el rey Rhuddlum—. Es nuestro deseo que se case con él en cuanto tenga la edad adecuada.

—La princesa Eilonwy… —murmuró Taran, confundido—. Y ella, ¿sabe algo de todo esto?

—Todavía no. Y mi hijo tampoco lo sabe —dijo el rey Rhuddlum—. Eilonwy necesita algo de tiempo para irse acostumbrando a Mona y a nuestras costumbres. Pero estoy seguro de que todo acabará bien. Después de todo, Eilonwy es una princesa y Rhun tiene sangre real.

Taran inclinó la cabeza. La pena que llenaba su corazón le impidió hablar.

—Bien, Taran de Caer Dallben, ¿qué tienes que decir a todo eso? —le preguntó el rey Rhuddlum—. ¿Quieres darme tu palabra de honor?

Taran podía oír el ruido de los guerreros que se armaban en el patio y la voz de Fflewddur que gritaba su nombre. Pero aquellos sonidos llegaban a sus oídos igual que si vinieran de una gran distancia. Siguió en silencio, con los ojos clavados en el suelo.

—No te hablo como un rey lo haría a un súbdito —añadió el rey Rhuddlum—. Te hablo como un padre que ama a su hijo… —Y se quedó callado, observando atentamente a Taran.

Y, finalmente, Taran acabó levantando la cabeza y le miró a los ojos.

—Está bien —dijo por fin—. Os juro que vuestro hijo no sufrirá daño alguno, si está en mi poder el impedirlo. —Taran puso la mano sobre el pomo de su espada—. Empeño mi vida en ello.

—Vete, Taran de Caer Dallben, y ten la seguridad de que cuentas con todo mi agradecimiento —le dijo el rey Rhuddlum—. Y ayúdanos a que la princesa Eilonwy vuelva al castillo sana y salva.

Taran salió del establo y vio que tanto el bardo como Gurgi ya habían montado en sus caballos. Subió a su montura, con el corazón lleno de dolor, y Kaw fue volando hacia él. El príncipe Rhun, que había logrado hacer que su yegua dejara de caminar en círculos, estaba gritando órdenes, órdenes a las que, como de costumbre, nadie hacía caso alguno.

Los dos grupos de búsqueda cruzaron las puertas al galope, y Taran cogió a Kaw en su mano.

—¿Crees que serás capaz de encontrarla? Búscala, amigo mío —murmuró, mientras el cuervo ladeaba la cabeza y contemplaba a Taran con sus brillantes ojos llenos de astucia.

Taran alzó el brazo y Kaw echó a volar, ascendiendo en línea recta. Giró por un instante sobre sus cabezas con un sonoro batir de alas, subió todavía más alto y acabó desapareciendo.

—¡Sí, sí! —gritó Gurgi, agitando los brazos—. ¡Vete a volar y a espiar! ¡Llévanos a donde está el malvado y perverso mayordomo!

—¡Cuanto más pronto mejor! —gritó Fflewddur—. Tengo muchas ganas de ponerle las manos encima a esa araña escurridiza. ¡No tardará en conocer la furia de un Fflam!

Taran miró hacia atrás y vio al grupo del rey Rhuddlum saliendo del castillo y dirigiéndose hacia el sur. El jefe de los cazadores reales se puso en cabeza del grupo de guerreros, llevándoles hacia las tierras altas de Dinas Rhydnant, e hizo una seña a los rastreadores para indicarles que ya podían empezar a buscar huellas. Taran siguió cabalgando en silencio junto a Fflewddur, con el ceño fruncido y una expresión preocupada en los ojos.

—No temas —le aseguró el bardo—, antes de que anochezca habremos conseguido rescatar a Eilonwy y después podremos alegrarnos de haber compartido esta nueva aventura. ¡Te prometo que compondré una nueva canción en su memoria!

—Harías mejor componiendo un himno nupcial para cantar en la boda del príncipe de Mona —dijo Taran con amargura.

—¿Rhun? —exclamó Fflewddur, sorprendido—. ¿Es que va a casarse? ¡No tenía ni idea! Ésa es una de las desventajas que tiene el alojarse en los establos y no en el castillo: se te escapan todas las noticias y los cotilleos… ¡Vaya, vaya, el príncipe Rhun! ¿Y quién va a ser la novia?

Y, sintiendo un gran dolor, Taran le explicó al bardo qué planes tenía el rey Rhuddlum, y también le habló de que había jurado proteger a Rhun y evitar que le sucediera daño alguno.

—Vaya —dijo Fflewddur en cuanto Taran hubo terminado de hablar—, ¡Así que ésa es la dirección que lleva el viento! Qué extraño —añadió, mirando de soslayo a Taran—. Siempre había tenido la esperanza de que si Eilonwy acababa prometiéndose en matrimonio con alguien, ese alguien sería… Bueno, sí, lo que quiero decir es que, pese a todas vuestras discusiones y riñas, yo pensaba que…

—No te burles de mí —dijo Taran sin poderse contener, sintiendo que empezaba a ruborizarse—. Eilonwy es una princesa de la casa de Llyr, y en cuanto a mí… Tú sabes tan bien como yo lo que soy. Esa esperanza de la que hablas jamás había llegado a pasar por mi cabeza. Eilonwy tiene que casarse con alguien de su mismo rango.

Enfadado, se apartó del bardo y galopó hacia adelante.

—Si tú lo dices, si tú lo dices… —murmuró Fflewddur, espoleando a su montura para seguirle—. Pero creo que deberías examinar más atentamente lo que hay en tu corazón. Quizá entonces descubras que en realidad piensas de forma bastante diferente…

Taran, que no le había oído, siguió galopando para unirse al resto de los guerreros.

El grupo de búsqueda fue hacia el norte bordeando las primeras estribaciones de las colinas de Parys y se dividió en grupos más pequeños que empezaron a recorrer la porción del terreno que se le había asignado a cada uno. Los guerreros, muy separados unos de otros, avanzaban formando hileras cuyos miembros solían perderse de vista entre sí, registrando minuciosamente todo posible escondite. Pero la mañana fue convirtiéndose en tarde y seguían sin hallar rastro alguno del gran mayordomo o de Eilonwy.

Por entre las verdes laderas había todo un laberinto de senderos cubiertos de grava, sobre la que podía haber pasado el escurridizo Magg, senderos donde las pistas serían invisibles hasta para los ojos del rastreador más avezado. Taran iba perdiendo la esperanza; sentía el temor de estar siguiendo un rastro falso, y empezaba a pensar que Eilonwy podía haber sido llevada en una dirección totalmente distinta. De vez en cuando examinaba ansiosamente el cielo, esperando ver a Kaw de regreso con nuevas de la princesa.

Other books

The Icarus Agenda by Robert Ludlum
Reverend Feelgood by Lutishia Lovely
Writing on the Wall by Ward, Tracey
Her Mediterranean Playboy by Melanie Milburne
Without a Grave by Marcia Talley
Feast by Merrie Destefano