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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

El Consuelo (28 page)

BOOK: El Consuelo
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»No supe qué contestar a eso pero no importaba mucho: para entonces ella ya se estaba subiendo a un autobús por la puerta de atrás y me decía adiós por la ventanilla.
Sylvie dejó el vaso sobre la mesa y calló.
—¿Y después? —se aventuró a preguntar Charles—. ¿Ya... ya se acabó?
—No. Pero en realidad, sí... Sí.
Se disculpó, se quitó las gafas, arrancó un trozo de papel de cocina y se echó a perder el maquillaje.
Charles se levantó, fue hasta la ventana y, de espaldas a ella esta vez, se sujetó a la barandilla del balcón como a la borda de un barco.
Tenía ganas de fumar, pero no se atrevió. Había habido un cáncer en esa casa. Quizá no tuviera nada que ver con el tabaco, pero ¿cómo saberlo? Contempló los bloques de apartamentos a lo lejos y volvió a pensar en toda aquella gente...
Los que no la habían querido nunca y no la habían llamado nunca por su verdadero nombre; los que le habían metido el mono, el chancro y el alcohol en la sangre, y que si le habían tendido la mano había sido sólo para quitarle el dinero, el que ganaba prohibiendo a los moribundos que se murieran, mientras Alexis preparaba él sólito su cartera para ir al colegio y se colgaba del cuello la llave de su casa. Pero también todos aquellos que —hay que decirlo, en honor a la verdad—, una noche de tristeza infinita, le habían dado a Nounou la ocasión de improvisar un fantástico número de ilusionista.
—Tesoro, basta ya con estos inútiles... Basta ya, ¿me oyes?... ¿Qué quieres, a ver, qué es lo que quieres? Dime...
Y, cogiendo aquí y allá accesorios por toda la cocina, los imitó a todos.
Los encarnó, mejor dicho.
El padre que echa la bronca, la madre que consuela, el hermano que se burla y da la tabarra, la hermanita pequeña que cecea, el abuelo que dice tonterías sin parar porque ya está gaga, la tía abuela que da besos de ventosa que pinchan un poco, el tío abuelo que se tira pedos, y el perro, y el gato, y el cartero, y el cura y hasta el guarda forestal, cogiéndole un momento la trompeta a Alexis... Y fue alegre como una verdadera comida familiar y...
Charles respiró hondo una buena bocanada de aire de los suburbios y, Dios santo qué palabra más fea,
verbalizó
lo que llevaba rumiando en la cabeza desde hacía más de seis meses. No, veinte años.
—Yo... yo también soy de ésos...
—De ésos, ¿quiénes? —Yo también la abandoné... —Sí, pero tú la quisiste mucho...
Charles se dio la vuelta, y ella añadió, con un hoyuelo burlón en la mejilla:
—Y de hecho tal vez debería decir la «amaste»...

 

—¿Tanto se notaba? —se inquietó el niño grande.
—No, no, no te preocupes. Casi nada. Era casi tan discreto como los trajes de Nounou...
Charles bajó la cabeza. Su sonrisa le hacía cosquillas en las orejas.

 

—¿Sabes?, antes no me he atrevido a interrumpirte cuando afirmabas que Nounou había sido su única historia de amor, pero cuando fui al cementerio el otro día y vi esas letras color naranja que estallaban como fuegos artificiales en medio de toda esa... desolación, yo, que me había jurado que ya no iba a llorar más, te confieso que... Y luego esa mujer espantosa que cuidaba la tumba de al lado se acercó a mí chistándome. Había visto al patán que había hecho eso, qué vergüenza, de verdad, qué vergüenza... No le contesté nada. ¿Qué podía entender esa vieja? Pero pensé: ese patán, como usted dice, era el amor de su vida.
»No me mires así, Charles, acabo de decirte que ya no quería llorar más. Estoy harta ya... Y además ella no querría vernos así, sino...
Otro pedazo de rollo de cocina.

 

—Llevaba una foto tuya en la cartera, hablaba todo el rato de ti, nunca tuvo palabras duras sobre ti. Decía que habías sido el único hombre del mundo (y, en este caso, el pobre Nounou no cuenta, por supuesto) que se había comportado como un caballero con ella...
»Decía: menos mal que lo he conocido, ha compensado a todos los demás... Decía también que si Alexis había salido de la droga había sido gracias a ti, porque cuando erais pequeños lo habías cuidado mejor que ella... Que siempre le habías ayudado con los deberes y con las audiciones, y que sin ti habría terminado mucho peor... Que habías sido la columna vertebral de una casa de locos y...

 

—Lo único que... —dijo Sylvie después de un rato.
—Que ¿qué?
—Que la desesperaba, creo, era saber que os habíais enfadado...
Silencio.

 

—Vamos, Sylvie —consiguió articular Charles—. Terminemos ya con esto...
—Tienes razón. Ya falta poco... Bueno, total, que dejó el hospital discretamente. Se puso de acuerdo con la dirección para que los demás creyeran que se marchaba de vacaciones y ya no volvió más. A todos les decepcionó muchísimo no haber podido demostrarle su admiración y su afecto, pero como así lo había querido ella, pues nada... Pero le escribieron cartas. Las primeras las leyó y luego me confesó que las siguientes ya no, que no podía. Pero tendrías que haberlo visto... Era impresionante... Después nos fuimos llamando cada vez menos a menudo, y cada vez las llamadas eran más cortas. Primero porque Anouk ya no tenía mucho que contar, y luego mi hija tuvo gemelos, ¡y eso me dio
muchísimo
trabajo! Y también porque me había dicho que Alexis y ella se habían vuelto a ver, y entonces, aunque de manera inconsciente, debí de pensar que ahora él tomaba el relevo. Que le tocaba a él... Ya sabes lo que ocurre con la gente por la que te has preocupado mucho... Cuando la situación parece mejorar algo, estás encantado de poder descansar un poco... Entonces hice como tú... Me limité a una especie de presencia mínima... La felicitaba por su cumpleaños, por Navidad, le mandaba una tarjeta cada vez que nacía otro nieto mío, y postales cuando estaba de viaje... El tiempo pasó, y, poco a poco, Anouk se convirtió en un recuerdo de mi Vida de antes. Un recuerdo maravilloso...
»Y, un buen día, me devolvieron una de las cartas que le había enviado. Quise llamarla, pero le habían cortado la línea. Bueno, me dije, se habrá marchado con su hijo a algún lugar de fuera de París y seguramente tendrá ahora un montón de nietos en el regazo... Me llamará algún día y nos contaremos mil tonterías de abuelas chochas...
»Nunca me volvió a llamar. Bah... Así era la vida... Y entonces, hace tres años, creo, yo estaba en el tren de cercanías y había una anciana muy erguida en el fondo del vagón. Recuerdo que mi primer reflejo fue decirme: me gustaría ser como ella cuando tenga su edad... ¿Sabes?, como cuando se dice "es un anciano muy apuesto". Tenía una hermosa cabellera blanca, no iba maquillada, tenía la piel como la de las monjas, muy arrugada pero todavía fresca, la cintura fina... Luego se volvió un poco hacia mí para dejar bajar a alguien, y entonces me quedé pasmada.
»Ella también me reconoció y me sonrió, una sonrisa amable, como si acabáramos de vernos el día anterior. Le propuse apearnos en la estación siguiente para tomar un café. Me daba cuenta de que no le apetecía mucho, pero bueno... si me hacía ilusión, dijo...
»Y ella, que solía ser tan habladora, tan... locuaz a veces, ese día tuve que sacarle las palabras con sacacorchos para que me contara algo sobre su vida. Sí, el alquiler había subido mucho, y se había mudado. Sí, era un barrio humilde un poco difícil, pero había allí una solidaridad que no había encontrado en ningún otro sitio... Por la mañana trabajaba en un dispensario y el resto del tiempo hacía voluntariado. La gente iba a su casa, o ella hacía visitas a domicilio... De todas maneras, tampoco necesitaba mucho dinero... Era un mundo de trueque: un vendaje a cambio de un plato de cuscús, o una inyección a cambio de una chapucilla de fontanería... Parecía extrañamente tranquila, pero no desgraciada. Decía que nunca había ejercido tan bien su profesión, sentía que era aún útil, se enfadaba cuando la llamaban "doctora" y robaba droga del dispensario sin que nadie se diera cuenta. Todas las medicinas que caducaban... Sí, vivía sola, y... ¿y tú?, me preguntó. ¿Y tú?
»Entonces le conté mi rutinilla de todos los días, pero en un momento dado me di cuenta de que ya no me escuchaba. Tenía que irse. La estaban esperando.
»¿Y Alexis? Oh... Entonces se le ensombreció un poco la expresión... Vivía lejos, y ella se daba perfecta cuenta de que no le caía muy bien a su nuera... Siempre se sentía como si molestara... Pero bueno, Alexis tenía dos hijos muy guapos, una niña ya mayorcita y un niño de tres años, y eso era lo más importante... Se encontraban todos bien...
«Estábamos de vuelta en el andén cuando le pregunté si tenía noticias tuyas. Bueno, ¿sabes algo de Charles? Entonces sonrió. Claro. Claro que sabía de ti... Trabajabas mucho, viajabas por todo el mundo, tenías un estudio de arquitectura muy grande cerca de la Estación del Norte y vivías con una mujer guapísima. Una parisina de las de verdad... La más elegante de todas... Y teníais una hija mayorcita, vosotros también... Que de hecho era clavadita a ti...
Charles se tambaleó.
—¿Qué...? Pero ¿cómo lo sab...?
—No lo sé. Me imagino que ella nunca te perdió de vista a ti.
Su rostro no era más que un puñado de músculos retorcidos.
—Me bajé en la estación siguiente sin saber ni por dónde me daba el aire y... la última vez que tuve noticias suyas fue dos meses después, cuando me anunciaron que la enterraban.
»Y no fue Alexis quien me lo dijo, sino una de sus vecinas, con la que había trabado amistad y que había buscado mi número de teléfono entre sus cosas...
Se arrebujó en su jersey.
—Y con esto llegamos al último acto... Hacía un frío de perros, la escena transcurrió unos días antes de Navidad en un cementerio horroroso. Sin ceremonia, sin discursos, nada de nada. Hasta los empleados de las pompas fúnebres estaban un poco incómodos. Echaban ojeadas inquietas aquí y allá para ver si alguien pensaba tomar la palabra, pero no. Entonces, al cabo de un ratito, se acercaron a ella y fingieron recogerse cinco minutos, con las manos cruzadas sobré la bragueta, y luego nada, bajaron las cuerdas, al fin y al cabo para eso los pagaban...
»Me extrañaba no verte allí, pero como Anouk me había dicho que viajabas mucho...
«Delante de mí no había casi nadie. Una de sus hermanas, creo, con pinta de estar aburriéndose como una ostra y que no dejaba de juguetear con su móvil; Alexis, su mujer, otra pareja y un hombre bastante mayor que llevaba un uniforme de la Cruz Roja y que lloraba como un niño; y... nadie más.
»Pero detrás, Charles, detrás... Cincuenta o sesenta personas... O quizá más incluso... Muchas mujeres, un montón de chiquillos, niños muy pequeñitos, adolescentes, chavales altos y desgarbados que no sabían qué hacer con los brazos, ancianas, ancianos, algunos endomingados con ramos de flores en las manos y joyas maravillosas, o bien con bisutería de tres al cuarto sobre cazadoras de imitación, unos cojos, otros llenos de cicatrices, otros... Gente de todo tipo, de todas las edades y de todos los niveles sociales... Todos aquellos a los que debía de haber aliviado en algún momento de sus vidas, me imagino...
»Vaya pandilla, pensé... Y, sin embargo, ni un solo ruido, ni un llanto, un silencio increíble. Pero cuando los enterradores se retiraron, se pusieron todos a aplaudir; durante mucho, mucho rato...
»Era la primera vez que oía aplausos en un cementerio, y en ese momento por fin me permití a mí misma llorar: Anouk había tenido su homenaje... y no se me ocurre qué habría podido decir sobre ella un cura o cualquier discurso de circunstancias que hubiera sido más exacto y más pertinente...
»Alexis me reconoció y se derrumbó en mis brazos. Sollozaba e hipaba tanto que no entendí bien lo que me decía, a la vez que me llenaba los hombros de babas. A grandes rasgos, algo así como que era un mal hijo y que no había estado a la altura hasta el final. Yo me volví a meter las manos en los bolsillos, hacía frío, era una buena excusa. Su mujer me dedicó una sonrisita disgustada y vino a despegarlo de mi abrigo. Después me marché porque... ya no tenía nada que hacer ahí... Pero en el aparcamiento una mujer se dirigió a mí llamándome por mi nombre. Era ella, la que me había llamado para avisarme... Me dijo: venga conmigo, vamos a tomarnos algo calentito. Bueno, al mirarla más de cerca uno se daba cuenta enseguida de que esa mujer no era de las que se toman "algo calentito"... De hecho, se pidió un anís...
»Y fue ella quien me contó los últimos años de la vida de Anouk.
Todo lo que había hecho por aquella gente, ¡y eso que no habían podido venir todos! ¡No cabían más en el autobús del hijo de Sandy! Bueno, que ni siquiera era su autobús por otro lado...
»No me voy a enrollar, tú la conocías tan bien como yo... Te puedes imaginar a la señora... Tenía algún problemilla de... esto... a la hora de expresarse, pero en un momento dado dijo una cosa muy bonita: "Esta mujer yo lo que digo es que tenía un corazón tan grande como una bolsa de plástico de estas que se cierran con una goma, ésa es mi opinión..."
Sonrisas.

 

—«¿De qué murió?», le pregunté. Pero ya no podía hablar. Todo eso la ponía demasiado depre... Y, de pronto, sentí una corriente de aire en la espalda, y ella gritó: «¡Jeannot! ¡Ven a saludar a la señora! ¡Es una amiga de Anouk!»
»Era el de antes, el tipo que lloraba a moco tendido con un pañuelo del tamaño de un trapo de cocina, el de la capa de la Cruz Roja de cuando la Primera Guerra Mundial. Me dedicó una sonrisa torcida, y enseguida comprendí que debía de haber sido su último protegido... Era un tipo que parecía tan imprevisible como Nounou. Igual de bien disfrazado, en todo caso... Encantada, le dije... Se sentó enfrente de mí mientras la señora se iba a la barra a ahogar sus penas. Me daba cuenta de que él también tenía muchas ganas de desahogarse a gusto pero yo estaba cansada. Tenía ganas de marcharme, de estar sola al fin... Entonces fui directa al grano: ¿qué pasó
al final?
Y fue entonces cuando me enteré, entre el estruendo de la televisión y de las máquinas recreativas, que nuestra hermosa Anouk, que se había pasado la vida entera despreciando a la muerte, al final había terminado por suicidarse.
»¿Por qué? El hombre no lo sabía. Por varias cosas tal vez...
BOOK: El Consuelo
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