El Consuelo (48 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

BOOK: El Consuelo
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»"No llores por eso", decía, "nos los podemos comer con yogur, ¿sabes?"...
»Qué buenos eran, cuando lo pienso...
»Nos fuimos a la cama, todos juntos en nuestro campamento de colchones. No tuve ánimo para leerles un cuento, así que nos los contamos en la oscuridad... Como ocurría a menudo, acabábamos hablando y soñando con Les Vesperies... ¿Cómo estarían ya de grandes los gatitos? ¿Se los habría llevado Rene al pueblo? ¿Y el burrito? ¿Le llevarían otros niños manzanas al salir del colegio?
«Esperadme un momento, les dije.
»Debían de ser las nueve de la noche, fui a llamar por teléfono y al volver pisé a Samy para hacerle de rabiar. Me volví a meter en el edredón entre los tres niños y pronuncié despacio estas palabras: "Si queréis, nos vamos a vivir allí para siempre..."
»Se hizo un gran silencio y luego Sam murmuró: "Pero... ¿nos podemos llevar nuestros juguetes?"
»Lo estuvimos hablando un ratito más todavía y, cuando por fin se durmieron, me levanté y me puse a guardar las cosas en cajas de cartón.
El hervidor silbaba.

 

Kate dejó una bandeja junto al fuego. Olía a tila.
—Lo único que me había dicho Rene al teléfono era que la casa aún no estaba alquilada. Los jóvenes que tenían previsto instalarse allí la encontraban demasiado aislada. Quizá eso debería haberme mosqueado... Que gente del lugar, con niños pequeños, hubiera renunciado a irse a vivir allí... Pero estaba demasiado nerviosa para hacer caso de nada... Mucho más tarde, aquel invierno, tuve ocasión de volver a pensar en todo eso. Pasamos tanto frío algunas noches... Pero bueno, nos habíamos acostumbrado a dormir como de acampada, así que instalamos nuestros colchones en el salón junto a la chimenea. Físicamente, nuestros primeros años aquí fueron los más duros de mi vida, pero me sentía... invulnerable...
»Luego vinieron el Gran Perro y el burrito para darle las gracias al chavalín que me había ayudado a cargar con la leña todas las tardes, y los gatos tuvieron más gatitos, y así poco a poco esto se convirtió en este alegre caos que conoce hoy en día... ¿Quiere miel?
—No, gracias. Pero... ¿vive... vive usted sola desde hace todos estos años?
—¡Ah! —sonrió Kate, escondida detrás de su tazón—. Mi vida sentimental... No sabía si iba a evocar también ese capítulo...
—Claro que lo va a evocar —replicó Charles, removiendo las brasas.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué?
—Me resulta necesario para terminar mi relación topográfica.
—No sé si merece la pena...
—Usted cuénteme, y ya veremos...
—¿Y la suya?
—Bueno, ¡ya veo que siempre me toca a mí el trabajo difícil! Se la cuento, pero sepa usted que no es muy gloriosa que digamos...
Kate inclinó el cuerpo para estar más cerca del fuego, y Charles pasó una página invisible.
Ahora tocaba dibujar su perfil...
—Pese a lo duros que fueron, los primeros meses pasaron muy deprisa. Tenía tantas cosas que hacer... Aprendí a tapar grietas, a revestir paredes, a pintar, a cortar leña, a poner una gotita de lejía en el agua de las gallinas para que no enfermaran, a lijar persianas, a matar ratas, a pelearme con las corrientes de aire, a comprar carne en oferta y a cortarla en filetes antes de congelarla, a... a hacer un montón de cosas de las que nunca me habría creído capaz, y, siempre, con una niña pequeña muy curiosa pegada a las faldas...
»Por aquel entonces me acostaba a la misma hora que los niños. Después de las ocho de la tarde, estaba
out oforder
. De hecho era lo mejor que podía pasarme... Nunca me arrepentí de mi decisión. Hoy en día la cosa se ha vuelto más complicada por los colegios, y mañana lo será más aún, pero hace nueve años, créame, esta vida de robinsones nos salvó a todos. Y luego llegó el buen tiempo... La casa ya casi resultaba cómoda, y volví a mirarme en un espejo para peinarme. Es una tontería, pero hacía casi un año que eso ya no me pasaba...
»Una mañana me puse un vestido y, al día siguiente, me enamoré.
Kate se reía.
—Naturalmente, en ese momento esa historia me parecía el colmo del romanticismo. La flecha inesperada de un Cupido que se había perdido en el campo y todas esas
foolisherías
, pero ahora, con un poco de distancia, y visto cómo terminó todo... Bueno, resumiendo, que hoy en día he desterrado al angelote de las flechas.
»Era primavera y yo quería enamorarme. Quería que un hombre me abrazara. Estaba hasta el gorro de ser una Superwoman con botas que había tenido tres niños en menos de nueve meses. Quería que alguien me besara y me dijera que tenía la piel suave. Aunque ya no fuera verdad en absoluto...
»Me puse, pues, un vestido para acompañar a la clase de Samuel a visitar no sé qué con los alumnos del otro maestro y... me senté a su lado en el autobús en el trayecto de vuelta...
Charles dejó sus dibujos. El rostro de Kate se movía demasiado. Hacía diez minutos, la chica tenía la edad de la humanidad, y cuando sonreía así, en el fondo del autobús, apenas tenía quince años.
—Al día siguiente encontré un pretexto para atraerlo hasta aquí y lo violé.
Kate se volvió hacia Charles.
—Bueno... ¡con su consentimiento, ¿eh?! Era complaciente, amable, un poco más joven que yo, soltero, había nacido aquí, era un auténtico manitas, se le daban genial los niños, sabía muchísimo de pájaros, de árboles, de estrellas, de senderismo... Ideal, vaya... ¡Embálemelo que lo congelo!
»No... no debería ponerme ahora tan cínica... Estaba enamorada... Me moría de amor y lo quise mucho, mucho... La vida se había vuelto mucho más fácil... Se mudó aquí. Rene, que lo había conocido cuando era niño, nos dio su bendición, el Gran Perro no se lo comió y él nos aceptó a todo el lote sin una queja. Fue un bonito verano, y Hattie tuvo una tarta de verdad para celebrar sus dos años... Y también fue un bonito otoño... Nos enseñó a amar la naturaleza, a mirarla, a comprenderla, nos suscribió a
El autillo
, una revista sobre pájaros, me presentó a un montón de gente encantadora a la que nunca habría conocido de no ser por él... Me recordó que tenía menos de treinta años, que era alegre y que me gustaba levantarme tarde por las mañanas...
»Me volví idiota perdida. Repetía: "¡He conocido al hombre de mi vida! ¡He conocido al hombre de mi vida!"
»La primavera siguiente, quise tener un hijo. Quizá fuera un poco pronto, pero me apetecía mucho. Supongo que para mí era una manera de estrechar más todos los lazos. Con él, con Ellen, con esta casa... Quería un hijo que fuera mío para estar segura de no abandonar jamás a los otros tres... ¿No sé si alcanza a comprenderme?
No. Charles estaba demasiado celoso para tratar de comprender toda esa historia.
«Lo quise mucho...», había dicho Kate.
Ese «mucho» le había mordido justo debajo del cocodrilo, donde tenía el corazón.
Ni siquiera sabía lo que significaba...
Y además, ¡qué menos que a ese maestro paleto se le dieran bien los niños y supiera reconocer la Osa Mayor!
—Claro que la comprendo —murmuró muy serio.
—No funcionó... Como siempre, otra mujer habría tenido más paciencia que yo, pero al cabo de un año me fui a la ciudad grande más cercana para someterme a una serie de pruebas médicas. Me había quedado con tres niños sin una queja, ¡así que tenía derecho a uno que fuera mío propio, ¿no?!
»Mi vientre me obsesionó tanto que descuidé un poco todo lo demás...
»¿Que ya no dormía todas las noches en casa? Sería porque necesitaba tranquilidad para corregir los dictados de sus alumnos... ¿Que ya no recorría la región con nosotros los domingos en busca de un nuevo mercadillo? Sería porque estaba un poco harto de nuestros trastos... ¿Que ya no me hacía el amor con la misma ternura? ¡La culpa era mía! Con todos esos cálculos que le cortaban el rollo a cualquiera... ¿Que le parecía que los niños metían mucho jaleo? Pues sí... a ver, qué remedio, eran tres... ¿Y que hacían lo que les daba la gana? Pues sí... me parecía que la Vida les debía al menos eso... su niñez tenía que ser como un magnífico corte de mangas... ¿Que hablaba demasiado a menudo en inglés cuando me dirigía a ellos? Pues sí... cuando estoy cansada hablo la lengua que me sale más natural...
»Que... Que... Que... ¿Que había solicitado un traslado para el curso siguiente?
»Vaya... Ahí ya no me quedaban argumentos.
»No vi venir nada... Creía que había hecho como yo, que las palabras que había pronunciado y las promesas de compromiso, aunque fueran sin juez ni secretario judicial, tenían sentido. Pese a los inviernos que se anunciaban duros y a una dote un poco cargadita...
«Consiguió el traslado, y yo me convertí en lo que era cuando le conté mi último cigarrillo...
»Una tutora abandonada...
»Qué desgraciada fui, cuando lo pienso —sonrió Kate tristona—. Pero y además, ¿¡qué cono pintaba yo ahí!? ¿Por qué había mandado mi vida a la mierda en una casa tan destartalada? Por qué estaba ahí empeñada en jugar a ser Karen Blixen en ese montón de estiércol... Empeñada en acarrear leña todas las noches y en ir a hacer la compra cada vez más lejos para que nadie comentara nada sobre la cantidad de botellas que trataba de disimular entre el chocolate y las latas de comida para gatos...
»A toda esa depresión vino a añadirse algo mucho más pernicioso todavía: la falta de autoestima. Vale, nuestra relación había salido mal, pero bueno... eso le pasaba a mucha gente... La pega eran esos tres años que nos separaban... No me decía: se ha marchado porque ya no me quería; me decía: se ha marchado porque soy vieja.
»Demasiado vieja para ser amada. Demasiado fea, con una carga demasiado pesada. Demasiado vieja, demasiado pelleja, demasiado compleja.
»No muy glamorosa con mi sierra mecánica, mis labios cortados, mis manos enrojecidas y mi cocinera que pesaba seiscientos kilos...
»No... No mucho, no.
»No le guardaba rencor por haberse marchado, lo comprendía.
»Yo en su lugar habría hecho exactamente lo mismo...
Kate se sirvió otra taza de tila y sopló largo rato sobre el agua ya tibia.
—Lo único positivo de toda esta historia —bromeó—, ¡es que seguimos suscritos a
El autillo!
¿Conoce al que la edita? ¿A Pierre Déom?
Charles le indicó con un gesto que no.
—Es fantástico. Un... un genio... Me extrañaría que lo quisiera, pero este señor se merecería un bonito sepulcro en el Panteón... Pero bueno... yo ya no era muy capaz de distinguir entre una avellana roída por una ardilla y otra mordisqueada por un ratón de campo... Aunque... debió de interesarme al menos un poco, de lo contrario no estaríamos aquí esta noche...
»La ardilla la parte en dos mitades, mientras que el ratón de campo excava en ella un agujero como cinceladito. Para más detalles, véase la repisa de esta chimenea...
»Yo era más bien un ratón de campo... Seguía entera, pero estaba totalmente vacía por dentro. Útero, corazón, porvenir, confianza, valor, armarios... Todo estaba vacío. Fumaba, bebía hasta cada vez más tarde por la noche, y entonces, como Alice había aprendido a leer, ya no pude morirme de una muerte prematura, así que en lugar de eso, me pillé una especie de depresión...
»Me preguntaba usted antes por qué tengo tantos animales, pues bien, en ese momento lo supe. Era para levantarme por las mañanas, tener que dar de comer a los gatos, abrirles la puerta a los perros, llevar heno a los caballos y distraer a los niños. Los animales seguían dando vida a esta casa y entretenían a los niños lejos de mí...
»Los animales se reproducían en la estación de los amores y sólo pensaban en comer el resto del tiempo. Era un ejemplo fantástico. Ya no les leía cuentos y les daba besos de fantasma, pero todas las noches, al cerrar las puertas de sus habitaciones, velaba porque todos estuvieran abrazados a su gatito correspondiente, que les servía de bolsa de agua caliente...
»No sé cuánto habría podido durar aquello ni hasta dónde habría llegado exactamente... Empezaba a perder el norte. ¿No estarían mejor los niños en una verdadera familia de acogida? ¿Con un papá y una mamá "como es debido"? ¿No era mejor que dejara plantado todo aquello y me volviera a Estados Unidos con ellos? O sin ellos, ya que estaba...
»¿No sería mejor...? Ya ni siquiera hablaba con Ellen y bajaba la cabeza para no cruzarme con su mirada...
»Mi madre me llamó una mañana. Al parecer había cumplido treinta años.
»¿Ah, sí?
»¿Ya?
»¿Sólo treinta?
»Me inflé a vodka para celebrarlo.
»Había fracasado en mi vida. Estaba de acuerdo en dar la talla lo mínimo necesario, tres comidas al día y llevarlos y traerlos del colegio, pero nada más.
»En caso de reclamación, diríjanse al juez.
»En ésas estaba cuando conocí a Anouk, y me puso la mano en la nuca...
Charles observaba con atención los morillos de la chimenea.
—Y entonces un día recibí una llamada de la secretaría de la clínica de ginecología donde me habían hecho análisis unas semanas antes... No podían decirme nada por teléfono, tenía que desplazarme hasta allí. Apunté la cita aunque sabía perfectamente que no acudiría. La cuestión ya no estaba, y probablemente ya no lo estaría nunca, a la orden del día.
»Y sin embargo fui... Para salir un poco, para cambiar de aires y porque Alice necesitaba tubos de pintura o no sé qué otra cosa totalmente inencontrable aquí.
»Me recibió el médico. Comentó mis radiografías. Tenía las trompas y el útero completamente atrofiados. Minúsculos, taponados, en absoluto aptos para la procreación. Tendría que volver a someterme a una larga serie de pruebas más complejas, pero había leído en mi historial médico que había pasado largas temporadas en África, y pensaba que podía haber contraído allí la tuberculosis.
»Pero... yo no recuerdo haber estado enferma, me defendí. Se mantenía muy sereno, debía de ser el oficial de mayor graduación del cuartel y estaba acostumbrado a anunciar noticias desagradables. Me habló largo rato, pero yo no lo escuché. Era una forma de tuberculosis que podía haberme pasado inadvertida y... ya no me acuerdo qué más me dijo... Tenía el cerebro tan necrosado como todo lo demás...

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