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Authors: Lucía Etxebarria

Tags: #Intriga

El contenido del silencio (21 page)

BOOK: El contenido del silencio
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—Por eso precisamente resulta tan llamativa la construcción de la alambrada. La excusa que dio la familia Winter para cerrar Jandía fue que pretendía dedicarse a la cría de la oveja caracul y que no deseaba que sus ovejas se mezclaran con las ovejas locales, ni tampoco que se las robaran. Es cierto que Winter compró un rebaño de ovejas caracul, pero no parece que lo explotara comercialmente ni sacara beneficio del mismo. Más bien la compra de las ovejas suena a excusa para justificar el cierre de la península. Pero, además, ¿no parece sospechoso que el gobierno nacional no le impidiera cerrar la dehesa? Entonces no era, como tampoco es ahora, tan fácil aislar un trozo de costa porque para ello debía asegurarse de que la península de Jandía no estuviese sujeta a servidumbre de paso.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que nadie puede cerrar el acceso a una costa a su voluntad. No puede haber playas privadas ni se puede cerrar el paso por la costa así como así. Pero Winter lo logró mediante un truco legal. Aseguró que la dehesa se había registrado anteriormente a la Ley de Aguas de 1866, y que por tanto no debía estar sujeta a servidumbre de paso. —Cómo le encanta a este hombre abrumarnos con su memoria de elefante y su recopilación enciclopédica de datos y fechas, pensó Gabriel, y entonces se preguntó qué haría ese hombre por las noches... ¿leer sin parar o seducir en los bares a mujeres como Helena, mujeres a las que enredaba en una red de palabras y conocimientos como una araña que se dispusiera a devorar una mariposa?, y entretanto Virgilio seguía con su historia, con sus datos y sus fechas—. El caso es que, en primer lugar, el hecho de que la propiedad de la dehesa de Jandía se registrara anteriormente a la Ley de Aguas no constituía razón para eximirla de obligaciones. En segundo lugar, y esto es mucho más importante, en realidad la dehesa se registró en 1875, nueve años después de publicada la ley. Lo que quiero que os quede claro es que el propio gobierno nacional facilitó a Winter el cierre y total aislamiento de la península. Y, una vez cerrada ésta, el alemán inició una serie de obras muy particulares en la dehesa.

»Primero comenzó las obras para la construcción de un muelle. Después levantó una clínica, un hospital tan completo y eficiente como el que pudiera haber en la capital. Y, más tarde, construyó una pista de aterrizaje en la zona meridional. La pista fue derruida, no podréis ver ni las ruinas, pero en cualquier caso era bastante impresionante: ochocientos metros de largo por setenta y cinco de ancho, un verdadero aeropuerto.

»Y, por si eso fuera poco, edificó la casa Winter, que es la que sale en las fotos de tu madre. Como veréis, está construida lejos de la aldea de Cofete, aislada, enclavada sobre una zona desde la que se pueden ver perfectamente las dos playas, y, dato curioso, la villa cuenta con una torre vigía. La familia Winter denominaba eufemisticamente a la casa El Chalet de Cofete, y aseguraban que fue construida como casa de recreo. Pero ¿qué sentido tiene edificar una casa de recreo en medio de ninguna parte, en una zona aislada del resto de la isla y del mundo en general, en un lugar ya de difícil acceso en la actualidad y entonces mucho más? En resumidas cuentas, no precisamente en el sitio al que a uno se le ocurriría ir a pasar las vacaciones.

—Quizá buscaba eso precisamente. El aislamiento, la paz... —sugirió Helena— Al fin y al cabo yo vivo en una zona muy aislada y alquilé mi casa precisamente por eso, porque no hay edificaciones ni casas ni gente alrededor.

—Pues sí, desde luego, Winter buscaba el aislamiento, y lo consiguió mediante un método bastante expeditivo, además de cruel. Ya desde que adquirió las tierras se había portado como un auténtico señor feudal, exigiendo a los medianeros unos tributos verdaderamente abusivos, lo que había provocado que muchos de ellos abandonaran el pueblo, pero en el año cuarenta y nueve dicta un edicto realmente delirante prohibiendo la siembra en la isla. Así que Winter prohibió la siembra en Jandía precisamente cuando se suponía que había comprado la península para dedicarse a la explotación agrícola. Extraño, ¿no?

—Qué locura... ¿Quería despoblarla?

—Da esa impresión. Como comprenderéis, prohibida la siembra, los medianeros no podían quedarse a vivir allí: ¿cómo iban a subsistir si no podían cultivar? Además, Winter les facilitó el éxodo. El alemán había comprado unas tierras en Morro Jable, un pueblo que está al otro lado de La Pared, y garantizó a cada majorero que abandonaba Jandía una parcela de tierra. Setenta y cuatro mil metros cuadrados, nada menos, donó Winter para la construcción de viviendas.

»Eso sí, hay que reconocer que en Morro Jable hizo una gran labor social: aportó suelo y fondos para el trazado y la construcción de la carretera general, erigió la iglesia-escuela, buscó un maestro, puso en marcha un comedor infantil donde su mujer se ocupaba de la alimentación y la salud de más de cuarenta hijos de medianeros, donó terrenos para el ambulatorio, el terrero de lucha canaria, el parque infantil, el centro cultural, la casa del médico... Es decir, hizo de Morro Jable un lugar habitable y próspero al que emigraron, lógicamente, todos los naturales de Cofete.

»En fin, que si uno va sumando dos y dos, la alambrada, la construcción del muelle, la del hospital, la pista de aterrizaje, la torre vigía, la expulsión de los pobladores locales..., ¿qué es lo primero que se os viene a la cabeza?

—Guantánamo —sugirió Helena.

—Exactamente. Parece el proyecto de construcción de una base militar. Y, claro, una cosa es que la península estuviera aislada y, otra muy distinta, que la gente no hablara de lo que estaba sucediendo. Así pues, el jefe de la zona aérea canaria, ante la imposibilidad de controlar los vuelos, prohibió el uso de la pista, lo que nos hace pensar que el gobierno ya sabía lo que había en Cofete, sobre todo porque, según cuentan los medianeros, Winter organizaba recepciones en el chalet de Cofete a las que asistían altos cargos del gobierno militar. Y, atención, la pista de acceso la construyeron precisamente presos políticos españoles, homosexuales que habían sido recluidos en un campo de concentración.

—¿En España había campos de concentración?

—Ya os lo he dicho antes: aquí hubo uno, en Fuerteventura, en Tefia. Se enviaba sobre todo a homosexuales. En eso, y en tantas otras cosas, Hitler y Franco compartían criterios. Y esos hombres fueron los que el gobierno puso a disposición de Herr Winter para que la construcción de la carretera le saliera gratis. Como veis, el alemán se llevaba muy bien con el gobierno español, pero no tan bien como para que el gobierno se jugara sus relaciones con los aliados permitiendo que existiera una pista de aterrizaje sin controlar en una zona tan estratégica.

—Hay algo que no me cuadra en toda esta historia —acotó Gabriel, que por fin se había decidido a hablar, harto de lo que interpretaba como coqueteo de Virgilio pero también, a su pesar, enganchado a la historia que el guía relataba—. Dices que Winter inicia la construcción de la base militar
después
de acabada la segunda guerra mundial, y terminada también la guerra civil. Pero, si ya no hay guerra, ¿qué sentido tiene la base? ¿Estaba pensando Winter en construir su propio imperio o algo así?

—Ahí, precisamente, reside el quid de la cuestión. ¿Habéis oído hablar de la Kameradenwerk?

—Me suena a grupo de techno alemán, como Kraftwerk. —Gabriel se arrepintió casi al momento de decirlo. Era un chiste muy malo. Había querido llamar la atención de Helena pero había quedado como un imbécil, sobre todo si a ella se le ocurría compararlo con Virgilio.

—No, a mí me suena —aseguró Helena—. Espera... Y en relación con Canarias, además. No sé decírtelo exactamente, pero sé que tiene que ver con los nazis, eso seguro... Con los nazis que se instalaron en las islas tras la guerra.

—¿Los nazis se instalaron en Canarias tras la guerra? —A Gabriel le había sorprendido que Helena pareciera tan al día de hechos históricos de los que él nunca había oído hablar. Quizá, pensó, realmente le interesa el tema, y le ha interesado siempre, y la apostura del guía nada tiene que ver en el hecho de que prácticamente beba de sus palabras. Pero si le interesa el tema, aún peor, porque entonces se sentirá atraída por él a partir de lo que los dos tengan en común. Y una vocecita le resonó dentro: ¿Y eso a ti qué diablos te importa? Al fin y al cabo tú vives con una mujer con la que estás comprometido, y dentro de poco te irás de esta isla y volverás a Londres y tendrás que olvidar a Helena, por bella e interesante que la encuentres. Y esta reflexión que se tarda un minuto en leer en realidad le había cruzado por la mente en el tiempo en que tarda un relámpago en iluminar el cielo o la razón.

—¿No lo sabías? —Fue precisamente la voz de soprano de Helena la que le sacó de su ensimismamiento—. Muchísimos nazis se instalaron en las islas tras la segunda guerra mundial, o eso asegura aquí la gente. Hay un montón de historias locales al respecto. Muchos libros escritos. Yen la prensa de aquí se publican artículos sobre el tema con bastante regularidad.

—Pues sí, Helena tiene razón. La Kameradenwerk, se dice, era una organización clandestina de ayuda mutua entre criminales de guerra y nazis prófugos. La más potente organización de ayuda y salvamento de criminales de guerra nazis, según muchos, aunque no se sabe cuánto hay de mito y cuánto de realidad en su historia. Y precisamente parece ser que se fundó en 1950, el mismo año en el que Winter despobló Cofete.

—Ya sé de qué hablas... —A Gabriel le parecía haber leído el nombre en un artículo—. ¿No era la asociación que ayudaba a Adolf Eichmann?

—¿Quién era Adolf Eichmann? —preguntó Helena.

—Un teniente coronel de las SS, responsable directo del holocausto —aclaró Virgilio—. Tras la guerra se refugió en Argentina con un nombre falso. Finalmente, los israelíes lo localizaron. Un comando del Mossad lo raptó cerca de Buenos Aires y lo embarcó en un avión con destino a Israel para juzgarlo por crímenes de guerra.

—Parece el guión de una película de Spielberg...

—La realidad siempre supera a la ficción, mi niña. —Virgilio dijo esto en español, corno una muestra de complicidad, supuso Gabriel, y en ese momento le vino a la cabeza la imagen del pomposo macho alfa cubierto de brea y emplumado—. Pues eso, la Kameradenwerk ayudó a Eichmann y a muchísimos otros nazis, y también participó en varias campañas de propaganda neonazi y negacionista en América Latina, Alemania y Austria, durante los años cincuenta.

En ese momento Gabriel recordó que Heidi tenía un expediente y una orden de busca y captura precisamente por cargos de propaganda neonazi. Este pensamiento le distrajo por un momento de sus fantasías asesinas.

—Y en los años cincuenta, la época en que la Kameradenwerk era más activa, cientos de miles de nazis llegaron a nuestro país aprovechando las excelentes relaciones entre los servicios de espionaje alemanes y españoles bajo el franquismo y utilizando las rutas clandestinas que habían venido preparándose en los últimos meses de la contienda. Entre ellas, quién sabe, quizá una creada por Winter...

»En 1945, cuando ya se sabía que la guerra estaba prácticamente ganada, el M16, el servicio secreto británico, estaba averiguando el paradero y las actividades del personal de los servicios alemanes, diplomáticos, agentes, etc., haciendo las necesarias gestiones ante el gobierno español para contrarrestar sus actividades y, sobre todo, para prevenir el establecimiento de una organización que pudiera operar desde España en el futuro. Y no sólo los británicos advertían del peligro. Los franceses y los americanos ya sabían que España podría convertirse a corto plazo en uno de los depósitos más importantes para las operaciones financieras nazis en la posguerra. Porque el alto mando militar nazi ya estaba organizando vías de escape en caso de que la guerra se perdiera.

»Y así fue, efectivamente: al menos veinte mil nazis alemanes se refugiaron en España tras la guerra. Aquí vivían libres, felices y contentos, con dinero y propiedades, ayudados y cubiertos por la Falange y, en alguna medida, por el Alto Estado Mayor.

—¿Veinte mil nazis? ¿Veinte mil? —preguntó Helena.

—O más. Las cifras varían según quien cuente la historia. Muchos de ellos simplemente utilizaron nuestro país como un puente hacia América del Sur, pero gran parte permanecieron aquí y viven todavía. Es imposible precisar cuántos, pero hay miles de historias sobre nazis residentes en poblaciones turísticas, esos pueblos de costa en los que se retiran los alemanes, los escandinavos y los ingleses para pasar la jubilación. La mayoría llegó en los años cincuenta y sesenta, cuando la diferencia de ratio entre la peseta y sus monedas locales hacía que el país les resultara baratísimo y convertía como por arte de magia las rentas más o menos modestas que percibían por jubilación en un sueldo de pachá. Esos pueblecitos playeros resultaban los lugares idóneos en los que antiguos altos cargos nazis podían pasar desapercibidos entre los miles de compatriotas que buscaban el sol. Aunque también se cita su presencia en Cataluña y en Madrid, las historias suelen correr en esos pueblos...en la costa levantina, en el litoral de Granada, en Málaga, en Cádiz, en Baleares y en...

—Canarias.

—Bingo, Gabriel... Canarias. En cualquiera de esos pueblos costeros en los que puedes encontrar pubs ingleses o bares con la carta escrita en alemán y en los que muchos extranjeros llevan viviendo años sin hablar una palabra de español. Pues algunos de esos viejecitos jubilados con pinta afable son antiguos nazis con el apellido cambiado. Prácticamente en cualquier guachinche costero de Canarias antes o después, si sacas el tema, alguien te contará la historia de un viejecito que tenía una caja en casa en la que guardaba una foto suya con un uniforme de general, una pistola y una cruz de hierro.

»Esos antiguos nazis nunca preocuparon demasiado a la policía franquista española, ni siquiera después, cuando el país fue una democracia. Se sabía que estaban aquí y quiénes eran, pero eran ya muy mayores y no realizaban ninguna actividad que pudiera ser comprometedora para la seguridad del Estado. Además, desde Alemania nunca se reclamó control sobre ellos. Salvo en casos muy excepcionales. De manera que España ha sido desde el final de la guerra el paraíso europeo desde el que poder burlarse de las legislaciones antifascistas y desarrollar actividades como la edición de libros y revistas. Algunos de los casos han salido a la luz, pero por cinco nazis extraditados ha habido miles que se quedaron aquí tan tranquilamente. Doscientos mil, según el embajador soviético ante la ONU y según cálculos israelíes. Un mínimo de cien mil, según otros.

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