—La ley exige que una disputa como la suya esté resuelta, si es necesario en los juzgados, para que podamos entregarle el cuerpo. Lo siento. Sé que lo último que le hace falta ahora es frustración y más disgustos.
—Qué derecho tiene a aparecer de pronto después de veintitantos años y hacer exigencias, pedir las cosas personales de Toni. Discutir conmigo en el vestíbulo y decir a esa chica que quería las pertenencias de Toni, todo lo que llevase encima cuando llegó aquí, y quizá ni siquiera es ella. ¡Decir esas cosas horribles, crueles! Estaba borracho y miró una fotografía. ¿Van a fiarse de eso? Oh, Dios. ¿Qué es lo que voy a ver? Dígamelo, para saber a qué atenerme.
—La causa de la muerte de su hija es traumatismo por un objeto contundente que le fracturó el cráneo y le lesionó el cerebro —explicó Scarpetta.
—Alguien le golpeó en la cabeza —dijo la señora Darien. Se le quebró la voz y rompió a llorar.
—Sufrió un grave golpe en la cabeza. Sí.
—¿Cuántos? ¿Sólo uno?
—Señora Darien, tengo que advertirle desde el principio que cualquier cosa que le diga es confidencial y que es mi deber ser cauta y sensata respecto a lo que usted y yo hablamos en estos momentos. Es de suma importancia que no se filtre nada que pueda ayudar al agresor de su hija a salir impune de este crimen horrible. Espero que lo comprenda. Una vez haya finalizado la investigación policial, puede pedir cita conmigo y mantendremos una conversación tan detallada como usted desee.
—¿Toni corría anoche, bajo la lluvia, en el norte de Central Park? Para empezar, ¿qué hacía allí? ¿Alguien se ha molestado en preguntarse eso?
—Todos nos hacemos muchas preguntas y, por desgracia, de momento no tenemos muchas respuestas. Pero, por lo que sé, su hija vive en el Upper East Side, en la Segunda Avenida. A unas veinte manzanas de donde se la encontró, lo que no está demasiado lejos para una buena corredora.
—Pero era en Central Park cuando ya había oscurecido. Era cerca de Harlem cuando ya era de noche. Toni nunca correría por una zona así, de noche. Y odiaba la lluvia. Odiaba pasar frío. ¿Alguien la siguió? ¿Toni se resistió? Oh, Dios mío.
—Le recuerdo lo que le he dicho de los detalles, la precaución con la que ahora hay que proceder. Puedo decirle que no observamos signos evidentes de forcejeo. Parece que a Toni la golpearon en la cabeza, lo que le provocó una gran contusión y una copiosa hemorragia interna, lo que indica un periodo de supervivencia lo bastante prolongado para dar lugar a una respuesta tisular significativa.
—Pero no estaba consciente.
—Los hallazgos indican cierto margen de supervivencia, pero no, no estuvo consciente. Quizá no se enteró de nada de lo que sucedió, del ataque. No lo sabremos con certeza hasta tener los resultados de las pruebas. —Scarpetta abrió la carpeta, extrajo el formulario del historial sanitario y lo colocó ante la señora Darien—. Su ex marido lo ha rellenado. Le agradecería que lo comprobase.
Los papeles temblaron en las manos de la señora Darien mientras los revisaba.
—Nombre, dirección, lugar de nacimiento, nombre de los padres. Por favor, hágame saber si tenemos que corregir algo —dijo Scarpetta—. ¿Tenía la tensión alta, diabetes, hipoglucemia, trastornos mentales... estaba embarazada, por ejemplo?
—El ha marcado «no» a todo. ¿Qué demonios sabrá él?
—¿Ni depresión, ni mal humor, ni ningún cambio en su conducta que le pareciese fuera de lo común? —Scarpetta pensaba en el reloj BioGraph—. ¿Tenía problemas para dormir? ¿Algo, cualquier cosa, diferente del pasado? Ha dicho que últimamente no estaba del todo bien.
—Quizás algún problema con un novio o en el trabajo, así como está ia economía. Han despedido a algunas de las chicas con quienes trabaja. Tiene sus días de mal humor, como todo el mundo. Sobre todo en esta época del año. No le gusta el invierno.
—¿Alguna medicación, que usted sepa?
—Sólo cosas sin receta, vitaminas. Toni se cuida mucho.
—Me interesaría saber quién es su médico de cabecera, sus médicos en general. El señor Darien no ha rellenado esa parte.
—El qué va a saber. Nunca le han llegado las facturas. Toni vive por su cuenta desde la universidad y no estoy segura de quién era su médico. Nunca se pone enferma, tiene más energía que nadie. Siempre está en marcha.
—¿Sabría decirme si solía llevar alguna joya en concreto? Tal vez anillos, una pulsera, un collar que no solía quitarse?
—No lo sé.
—¿Y un reloj?
—No creo.
—¿Algo que parece un reloj digital deportivo de plástico negro? ¿Un reloj negro, grande? ¿Eso le resulta familiar?
La señora Darien negó con la cabeza.
—He visto relojes parecidos en personas relacionadas con investigaciones científicas. Y en su profesión, seguro que también los ha visto. Relojes que son monitores cardiacos, o que llevan personas con trastornos del sueño, por ejemplo —insistió Scarpetta.
Una expresión esperanzada en los ojos de la señora Darien.
—¿Y lo que me ha dicho de Toni, cuando la vio el día de Acción de Gracias? —preguntó Scarpetta—. Quizá llevase un reloj como el que le he descrito.
—No. —La señora Darien negó con la cabeza—. A eso me refiero. Quizá no sea ella. Nunca la he visto llevar nada parecido.
Scarpetta le preguntó si quería ver el cuerpo y ambas se levantaron y se dirigieron a la habitación vecina, pequeña y vacía, con sólo unas pocas fotografías panorámicas de Nueva York en las paredes color verde claro. La ventana de observación llegaba aproximadamente a la altura de la cintura, como la altura de un ataúd sobre unas andas, y al otro lado había una pantalla de acero; en realidad, las puertas del ascensor que había subido el cuerpo de Toni del depósito.
—Antes de abrir la pantalla, quiero explicarle lo que va a ver. ¿Quiere sentarse en el sofá?
—No. No, gracias. Me quedaré de pie. Estoy lista.
Tenía los ojos muy abiertos y asustados y respiraba con rapidez.
—Voy a pulsar un botón. —Scarpetta señaló un panel de tres botones en la pared, dos rojos y uno negro, viejos botones de ascensor—. Y, cuando la pantalla se abra, el cuerpo estará aquí mismo.
—Sí. Lo comprendo. Estoy lista.
Apenas podía hablar de lo asustada que estaba. Temblaba como si sintiera un frío glacial y respiraba con rapidez, como si acabase de realizar un esfuerzo físico.
—El cuerpo está en una camilla dentro del ascensor, al otro lado de la ventana. La cabeza estará aquí, a la izquierda. El resto está tapado.
Scarpetta pulsó el botón negro de arriba y las puertas de acero se abrieron con un seco sonido metálico. Al otro lado del plexiglás rayado, Toni Darien estaba amortajada en azul, el rostro pálido, los ojos cerrados, los labios sin color y el largo cabello negro todavía mojado por el lavado. Su madre presionó las manos contra la ventana. Abrazándose, empezó a gritar.
P
ete Marino observaba el apartamento con inquietud; intentaba leer su personalidad y su humor, intentaba intuir lo que tenía que contarle.
Las escenas eran como los muertos. Tenían mucho que contar si uno entendía su lenguaje mudo, y lo que le preocupaba justo entonces era que el ordenador portátil y el móvil de Toni Darien habían desaparecido y sus cargadores seguían enchufados en la pared. Lo que continuaba inquietándole es que no parecía que faltase o hubiesen movido nada más y la policía era de la opinión que el apartamento no estaba relacionado en modo alguno con el asesinato. Pero él sentía que alguien había estado aquí. No sabía por qué lo sentía, era una de esas sensaciones que notaba en la nuca, como si algo lo observase o quisiera llamar su atención, y él no lograse ver qué era.
Marino retrocedió a la entrada, donde un policía uniformado vigilaba el apartamento; no le estaba permitida la entrada a nadie, a menos que Jaime Berger diese la orden. Berger quería el apartamento precintado hasta estar absolutamente segura de que no necesitaba nada más de él; se había mostrado inflexible con Marino al teléfono, pero también había hecho afirmaciones contradictorias: «No te obsesiones con el apartamento y trátalo como la escena del crimen.» Bueno, ¿en qué quedamos? Marino ya llevaba muchos años en el ajo para prestar demasiada atención a nadie, su jefa incluida. Él iba a lo suyo. En lo que a él concernía, el apartamento de Toni Dañen era una escena y no dejaría piedra por remover.
—Oye, tendrías que llamar a Bonnell —dijo Marino al poli de la puerta—. Necesito hablar con ella del portátil desaparecido, asegurarme de que no se lo ha llevado.
Bonnell era la investigadora de la policía de Nueva York a cargo del caso, que ya había estado antes en el apartamento, con los de criminalística.
—¿Qué, tú no tienes teléfono?
Mellnik estaba apoyado en la pared del rellano apenas iluminado; había una silla plegable cerca, en lo alto de la escalera.
Cuando Marino se fuese, Mellnik devolvería la silla al interior del apartamento y se quedaría ahí sentado hasta la pausa para ir al servicio o hasta que apareciese su reemplazo para el turno de medianoche. Un trabajo de mierda. Alguien tenía que hacerlo.
—¿Tan ocupado estás?
—Que esté aquí sentado tocándome las pelotas no significa que no esté ocupado. Estoy ocupado pensando. —Se dio unos golpecitos en el negro cabello engominado, un tipo bajo con constitución de bala—. Intentaré localizarla, pero es lo que te he dicho. Cuando he llegado, el tipo al que he sustituido me ha hinchado los oídos con lo que decían los de criminalística. Cosas como ¿dónde está su teléfono? ¿Dónde está el portátil? Pero no creen que alguien viniese aquí a llevárselos. No hay pruebas de eso. Creo que está bastante claro lo que le pasó a la chica, joder. ¿Por qué la gente sigue yendo a correr al parque de noche, sobre todo las mujeres? Vete tú a saber.
—¿Y la puerta estaba cerrada con llave cuando llegaron Bonnell y los de criminalística?
—Ya te lo he dicho, el encargado del mantenimiento del edificio la abrió, un tipo llamado Joe, vive en el primero, al otro lado. —Señaló—. Compruébalo tú mismo. Ninguna señal de que alguien forzase la puerta. La puerta estaba bien cerrada, las persianas bajadas, todo en su sitio, normal. Eso es lo que ha dicho el tipo que estaba aquí antes que yo y que ha visto todo lo que hacían los de criminalística, todo.
Marino examinaba el pomo de la puerta, el cerrojo, los tocaba con las manos enguantadas. Se sacó una linterna del bolsillo y miró detenidamente sin ver ninguna señal de que hubiesen forzado la entrada. Mellnik tenía razón. No había daños ni arañazos.
—Encuentra a Bonnell por mí, ponme también con la operadora para que pueda darme la información directamente. Porque cuando la jefa vuelva a la ciudad, si no antes, va a preguntarme por eso cincuenta veces. Cuando alguien se lleva el portátil, suele llevarse también el cargador. Eso me fastidia —dijo Marino.
—Los de criminalística se habrían llevado el cargador, de haberse llevado el portátil. No se han llevado nada. Quizá la víctima tenía un cargador de recambio, ¿se te ha ocurrido eso? Igual se llevó el portátil a algún sitio donde había un cargador, o ella tenía uno de más. Eso es lo que creo que pasó.
—Seguro que Berger te mandará una nota de agradecimiento por tu opinión.
—¿Cómo es trabajar para ella?
—El sexo no está mal —respondió Marino—, si me diese un poco de tiempo para recuperarme. Cinco, diez veces al día, hasta yo acabo molido.
—Ya, y yo soy Spiderman. Por lo que he oído, los hombres no son lo que le va. La miro y no me lo pensaría dos veces, te lo juro. Serán maldades que se dicen por el poder que tiene, ¿no? ¿Una mujer con su poder y su importancia? Sabes lo que se rumorea, pero eso no implica que sea verdad. A mi novia le pasa lo mismo. Como es bombero, o es lesbiana o sale en bañador en un calendario, eso es lo que se da por supuesto.
—No me jodas. ¿Sale en el calendario de las bomberas? ¿El de este año? Pediré un ejemplar.
—He dicho que eso es lo que se supone. A lo que íbamos. ¿Es verdad lo de Jaime Berger? Me encantaría saberlo, lo reconozco. En todo Internet se habla de lo suyo con la pariente de la doctora Scarpetta... ¿Qué es, su hija, su sobrina? La chica que era del FBI y ahora lleva la investigación informática de Berger. O sea, ¿odia Jaime Berger a los hombres y por eso quiere encerrarlos? Casi siempre encierra hombres, eso es verdad. No es que las mujeres cometan muchos delitos sexuales, pero bueno. Si alguien sabe la verdadera historia, supongo que ése eres tú.
—No esperes a la película. Lee el libro.
—¿Qué libro? —Mellnik se sentó en la silla plegable y sacó el teléfono de la funda que llevaba en el cinturón—. ¿De qué libro hablas?
—Quizá deberías escribirlo, si sientes tanta curiosidad.
Marino miró a lo largo del rellano, moqueta marrón, paredes pintadas de un marrón claro mugriento, un total de ocho apartamentos aquí, en la segunda planta.
—Como te decía, he estado pensando que no quiero pasarme la vida con trabajos de mierda como éste, igual tendría que meterme en investigación, ¿sabes? —Mellnik siguió hablando como si Marino estuviera interesado y fuesen amigos desde hacía años—. Que me asignaran a la oficina de Berger como a ti, siempre que no sea una odia hombres, eso por descontado. O quizás a la sección del FBI que lleva los robos a bancos, o el terrorismo. Ir a un despacho de verdad todos los días, que me den un buen coche, que me traten con respeto.
—No hay portero. Para entrar en este edificio, o usas la llave o tienes que llamar al portero automático para que te dejen entrar, como has hecho tú cuando he llegado. Una vez en el vestíbulo, donde están los buzones, hay que elegir. O giras a la izquierda, pasas cuatro apartamentos, incluido el del tipo de mantenimiento, y subes por la escalera, o bien giras a la derecha, pasas el cuarto de las lavadoras y los armarios de mantenimiento y de los sistemas mecánicos, y subes por esa escalera. Dos plantas arriba y aquí estás, a menos de dos metros del apartamento de Toni. Si alguien que tenía llaves del piso vino aquí, pudo entrar y salir sin que le vieran los vecinos. ¿Cuánto tiempo llevas aquí sentado?
—Llegué a las dos. Como te he dicho, antes había otro agente aquí. Creo que en cuanto encontraron el cuerpo, mandaron a alguien hacia aquí.
—Sí, lo sé. Berger ha tenido algo que ver con eso. ¿Cuántas personas has visto? Ya sabes, vecinos.
—¿Desde que estoy aquí? A nadie.