—¿Puedo preguntar?
—Pregunta; pero antes, siéntate.
Tesla se sentó en cuclillas al otro lado del fuego, frente al viejo. El suelo estaba caliente; el aire, también. A los treinta segundos, los poros de Tesla empezaron a transpirar. Fue una sensación agradable.
—Primero —dijo ella—. ¿Cómo he llegado aquí? ¿Dónde estoy?
—En Nuevo México —respondió Kissoon—, y respecto a cómo, resulta algo más difícil de responder. Pero es esto, más o menos: he estado observándote, a ti y a varios otros, en espera de poder traer a alguno de vosotros aquí. Tu casi muerte y el Nuncio me han ayudado a vencer tu resistencia al viaje. También es verdad que no tenías otra opción.
—¿Cuánto sabe sobre lo que está sucediendo en Grove?
El viejo emitió sonidos sordos con la boca, como si tratara de humedecerla con saliva. Y cuando, respondió, lo hizo en un tono de fatiga:
—¡Dios mío, demasiado! Sé demasiado.
—El Arte. La Esencia. ¿Sabe… todo eso?
—Sí —dijo él, con el mismo aire de desánimo—. Sé todo eso. Y fui yo quien lo empezó, ¡tonto de mí! La criatura a la que conoces por el nombre de el Jaff estuvo una vez sentado ahí mismo, donde tú estás sentada ahora. Y entonces era un hombre como los demás. Randolph Jaffe, tipo impresionante a su manera, tenía que serlo para poder llegar hasta aquí, eso desde luego; pero, en fin, era un hombre como los demás.
—¿Y vino del mismo modo que yo? —preguntó ella—, quiero decir si también estuvo al borde de la muerte.
—No. Lo que ocurrió es que tenía más sed del Arte que la mayoría de la gente que lo buscaba, y que no se dejaba engañar por cortinas de humo ni por ficciones ni por esas tretas que despistan a casi todo el mundo. Siguió buscando, sin desanimarse, y acabó por dar conmigo. —Kissoon miró a Tesla a través de los párpados entornados, como si la vista fuera a agudizársele de esa manera y pudiera, así, meterse en el cerebro de la joven—. ¿Qué más se puede decir?
—Habla como Grillo —observó ella—. ¿También lo ha vigilado?
—Una o dos veces, cuando se me cruzó en el camino —dijo Kissoon—. Pero él carece de importancia. Tú, en cambio, sí que la tienes. Eres muy importante.
—¿Cómo lo sabe?
—Para empezar, porque te encuentras aquí. Desde Randolph, nadie ha estado aquí, y mira las consecuencias. Éste no es un sitio corriente. Seguro que ya lo has observado. Esto es una curva; es decir, un tiempo fuera del tiempo, y yo la hice.
—¿Fuera del tiempo? —preguntó ella—. No entiendo.
—La otra cuestión es dónde empezar, ¿no te parece? Primero, qué es lo que se puede decir, y luego, dónde se puede empezar… Bien, te diré. Ya conoces el Arte. Y también la Esencia. ¿Conoces el Enjambre?
Tesla movió la cabeza.
—Es…, mejor dicho,
era
una de las órdenes religiosas más antiguas del Mundo. Una secta diminuta, nunca fuimos más de diecisiete, que tenía un dogma, el Arte; un cielo, la Esencia; un objetivo, mantener
puros
a los dos. Éste es su signo —añadió, al tiempo que recogía del suelo un pequeño objeto que estaba delante de él y se lo lanzaba a Tesla.
Al principio, ella pensó que se trataba de un crucifijo. Era una cruz, y en su centro había un hombre abierto de brazos y piernas. Sin embargo, cuando lo miró de cerca, Tesla vio que no era así. El mástil y los brazos del símbolo llevaba otras formas marcadas que parecían formar parte de la figura central.
—¿Me crees? —preguntó el otro.
—Sí, le creo.
Le devolvió el símbolo, extendiendo el brazo por encima del fuego.
—La Esencia tiene que ser preservada, a costa de lo que sea. Eso lo has aprendido de Fletcher, ¿verdad?
—Sí, es lo que me dijo. ¿Era él miembro del Enjambre?
Kissoon la miró, desdeñoso.
—No, nunca habría estado a la altura. Era un simple empleado. El Jaff lo contrató para tener un atajo químico hacia el Arte, y hacia la Esencia.
—Que era lo mismo que el Nuncio.
—Exacto.
—¿Y le sirvió?
—Le hubiera servido si Fletcher no hubiese llegado a tocarlo.
—Ésa fue la razón de su lucha en Grove —dijo Tesla.
—Sí —respondió Kissoon—, por supuesto. Pero si sabes eso tiene que ser porque Fletcher te lo dijo.
—Tuvimos poco tiempo. Me explicó retazos. Muchos de ellos de una forma muy vaga.
—Fletcher no era un genio. Si dio con el Nuncio fue más por suerte que por talento.
—¿Lo conoció usted?
—Ya te he dicho que por aquí no ha venido nadie desde Jaffe. Estoy solo.
—Eso no es cierto —repuso Tesla—. Había alguien fuera.
—¿Te refieres al
Lix,
la serpiente que te ha abierto la puerta? Eso no es más que una creación mía. Un garabato. Aunque la verdad es que lo he pasado bien criándolos…
—No, no me refería a eso —dijo ella—; había una mujer, en el desierto. La he visto.
—¿De veras? —El rostro de Kissoon pareció ensombrecerse—. ¿Una mujer? —sonrió un poco—. Bien… me había olvidado. Es que todavía
sueño
alguna que otra vez; y tiempo hubo en el que sabía conjurar ante mí cualquier cosa que deseara con sólo soñar con ella. ¿Estaba desnuda?
—No, no creo.
—¿Bella?
—No la he visto de cerca.
—Vaya, qué lástima. Pero así es mejor para ti. Aquí eres vulnerable, y no me gustaría ofenderte teniendo a tu lado un ama exigente. —Su voz, al decir esto, se hizo más ligera, hasta casi convertirse en frívola—. Si vuelves a verla, te aconsejo que te mantengas a distancia No te acerques a ella bajo ningún concepto.
—No lo haré.
—Ojalá sepa llegar hasta aquí. Y no es que yo pueda hacer mucho ahora. Esta carcasa… —Miró un momento su agostado cuerpo— ha visto mejores días. Pero puedo mirar. Me gusta mirar. Incluso a ti, si no te importa que te lo diga.
—¿Qué significa eso de
incluso?
—preguntó Tesla.
Kissoon rompió a reír, y su risa era baja y sorda.
—Sí, dispensa, lo he dicho a modo de cumplido. Todos estos años a solas me han hecho perder las buenas maneras.
—Pero puede volver, ¿o no? —dijo Tesla—. Usted me ha traído. ¿No es un viaje de dos direcciones?
—Sí y no —contestó él.
—¿Qué significa eso?
—Significa que podría, pero no puedo.
—¿Por qué?
—Soy el último miembro del Enjambre. El último conservador vivo de la Esencia. Los demás han sido asesinados, y todos los intentos de poner a otros en su lugar han quedado en nada. ¿Te extraña que viva apartado?, ¿que me limite a observar desde una distancia prudente? Si muero sin volver a fundar la tradición del Enjambre, la Esencia quedará indefensa, y pienso que comprendes lo suficiente para darte cuenta del cataclismo que eso supondrá. La única manera posible de volver a salir al mundo e iniciar esa obra vital es con otra forma. Con otro… cuerpo.
—¿Quiénes son los asesinos? ¿Lo sabe?
De nuevo, aquel sutil recelo.
—Tengo mis sospechas —replicó él.
—Pero no lo dice.
—La historia del Enjambre está llena de atentados contra su integridad. Tiene enemigos humanos, subhumanos, inhumanos… Si empezara a contarte nunca terminaríamos.
—¿Está escrito algo de esto que dice?
—¿Para que puedas estudiarlo? No. Pero si sabes leer entre líneas en otras historias, encontrarás al Enjambre por todas partes. Es el secreto que yace bajo todos los secretos. Religiones enteras fueron fundadas y alimentadas para distraer la atención de la gente, para
alejar
a los buscadores espirituales del Enjambre, del Arte y de lo que el Arte conllevaba. No costó trabajo. A la gente se la despista con facilidad si se les distrae con el aroma adecuado. Promesas de revelación, de resurrección del cuerpo, de cosas así…
—¿Quiere decir…?
—¡No interrumpas! —exclamó Kissoon—. Por favor, ahora empieza a entrar en materia.
—Dispense —respondió Tesla.
«Esto casi parece una feria, —pensó Tesla—. Como si tratara de
venderme
esta extraordinaria historia.»
—Bien. Como iba diciendo… se puede encontrar el Enjambre en cualquier parte, si se sabe cómo buscar. Y hay gente que supo. A lo largo de los años, varios hombres y mujeres como Jaffe, se las han ingeniado para ver a través de las ficciones y de las cortinas de humo, y rastrearon las pistas, descubrieron las claves, y las claves de las claves, hasta que se hallaron muy cerca del Arte. Entonces, como es natural, el Enjambre se vio obligado a intervenir y actuar como nos pareció oportuno, estudiando caso por caso. Algunos de estos buscadores espirituales, como Melville
[3]
, Emily Dickinson
[4]
, una selección muy interesante, los iniciamos en lo más profundo y sagrado de nuestros secretos; los preparamos para relevarnos cuando la muerte nos diezmara. A otros los juzgamos indignos.
—¿Y qué hicieron con ellos?
—Pues servirnos de nuestras artes para borrar de su memoria toda huella del descubrimiento. Por supuesto, a veces, esto les costó la vida. No es posible arrancarle a un hombre de golpe la búsqueda del sentido de la vida y esperar que siga vivo; sobre todo si ha estado a punto de dar con la respuesta. Yo sospecho que uno, o una, de los que rechazamos recordó, y…
—Y asesinó a los miembros del Enjambre.
—Parece la teoría más razonable. Tuvo que ser alguien que conociese al Enjambre y su manera de actuar. Lo cual me retrotrae a Randolph Jaffe.
—Me resulta difícil pensar en él como en
Randolph
—dijo Tesla—, e incluso en que sea humano.
—Pues créeme, lo es. Y también el error de juicio más grande que jamás he cometido. Le dije demasiado.
—¿Más que a mí?
—La situación se ha vuelto desesperada —explicó Kissoon—. Si no te lo cuento a ti, y consigo que me ayudes, estamos perdidos. Pero con Jaffe… fue una estupidez por mi parte. Quería compartir mi soledad con alguien, y elegí mal. Si los demás hubiese estado vivos habrían intervenido, y me hubieran impedido tomar una decisión tan estúpida al darse cuenta de lo corrompido que Jaffe estaba. Yo no lo noté. Me alegré de que me hubiera encontrado. Quise su compañía, deseaba dar con alguien que me ayudara a llevar el peso del Arte. Y creé un peso mucho más gravoso. Alguien con el poder necesario para acceder a la Esencia, aunque sin el menor refinamiento espiritual.
—Y con un ejército, además.
—Lo sé.
—¿De dónde lo ha sacado él?
—De donde todo se origina. De la mente.
—¿Todo?
—Ya vuelves a hacer preguntas.
—Es que no puedo remediarlo.
—Pues sí, todo. El Mundo y sus actos, las buenas acciones y las malas, dioses, piojos y calamares. Todo procede de la mente.
—No lo creo.
—¿Piensas que me importa?
—La mente no puede crearlo todo.
—¿He dicho acaso la mente
humana?
—Ah.
—Si escucharas con más atención no necesitarías hacer tantas preguntas.
—Pero lo que usted quiere es que comprenda; de no ser así no me dedicaría tanto tiempo.
—Tiempo fuera del tiempo. Pero, sí…, sí, quiero que comprendas. Dado el sacrificio que tendrás que hacer, es importante que sepas por qué.
—¿Qué sacrificio?
—Ya te lo he dicho. No puedo salir de este lugar con mi cuerpo. Me reconocerían y me asesinarían, como a los otros.
A pesar del calor que hacía, Tesla se estremeció.
—No sé si le entiendo —dijo.
—Y tanto que me entiendes.
—¿Quiere que le ayude a salir de aquí de alguna manera?, ¿representarle?
—No es bastante.
—¿No puedo, simplemente, actuar
por
usted? —preguntó ella—. ¿Ser como su agente? Me las arreglo muy bien por ahí fuera.
—Estoy seguro de ello.
—Bien, explíquemelo, y haré lo que sea necesario.
Kissoon movió la cabeza.
—Hay infinidad de cosas que ignoras —dijo él—. Se trata de un cuadro demasiado vasto, tanto que ni siquiera he intentado descubrírtelo. Dudo que tu imaginación sea capaz, de abarcarlo.
—Haga la prueba —dijo ella.
—¿Estás segura?
—Muy segura.
—Bien, pues la cuestión no es sólo el Jaff. Puede que mancille la Esencia, pero no acabará con ella.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Tesla—. Sólo sabe hablar de esa mierda sobre la necesidad de
sacrificio. ¿Por qué,
si la Esencia sabe defenderse sola?
—¿Por qué no te limitas confiar en mí?
Tesla le lanzó una fija y dura mirada. El fuego había bajado mucho, pero sus ojos se habían acostumbrado a aquella penumbra ámbar. Una parte de ella deseaba ardientemente tener fe en alguien; pero había pasado la mayor parte de su vida adulta aprendiendo el peligro que eso conllevaba. Hombres, agentes, directores de estudios, ¡tantos!, la habían pedido que confiara en ellos, y ella les había hecho caso, ¿pero para qué? Para que la jodieran bien jodida. Era demasiado tarde para aprender ahora nuevas maneras de conducirse. Tesla se había vuelto cínica hasta la médula. Y si alguna vez cambiaba en eso, dejaría de ser Tesla, y a ella le gustaba ser Tesla. La conclusión lógica, era, por consiguiente, clara como el día: ese cinismo perduraba en ella. Por eso, Contestó:
—No. Lo siento pero no puedo tener fe en usted. No lo tome como algo personal. Le respondería lo mismo a cualquiera que me dijera lo mismo. Quiero enterarme de todo, hasta el fondo.
—¿Y qué significa eso?
—Pues que deseo saber la verdad, o no le daré nada a cambio.
—¿Estás segura de que podrías negarte? —preguntó Kissoon.
Tesla, que miraba hacia un lado, se volvió con los labios apretados, la actitud de sus heroínas favoritas cuando reaccionaban ante una acusación.
—Eso era una amenaza —dijo.
—Pues, sí, podrías entenderlo como tal —observó él.
—Entonces, que le den por el culo…
Kissoon se encogió de hombros. Su pasividad —la manera casi indolente de mirarla— sirvió sólo para irritar aún más a Tesla.
—¡No tengo por qué seguir sentada, escuchando!
—¿No?
—¡No! Además me esconde algo.
—Estás comportándote de un modo ridículo.
—No lo creo.
Tesla se levantó. Los ojos de Kissoon no siguieron sus movimientos, pero se lijaron en su ingle, y ella se sintió violenta de pronto por hallarse desnuda en su presencia. Quiso ponerse su ropa, que, sin duda, seguiría en la Misión, maloliente y ensangrentada. Si quería volver allí, sería mejor que se pusiera en marcha. Se volvió hacia la puerta.