Jo-Beth empezó a quitarle la camisa, sacándosela de debajo de los pantalones, y él la ayudó, tirando también, por encima de su cabeza. Hubo dos segundos de oscuridad mientras la camisa le cubría el rostro, y durante los cuales la imagen, el rostro, los senos, la ropa interior de Jo-Beth permanecieron en su mente con tanta claridad como una escena iluminada por el resplandor de un relámpago. Luego volvió a aparecérsele en la realidad: desabrochándole el cinturón. Howie se despojó de los zapatos a taconazos, luego bailoteó sobre un solo pie para quitarse los calcetines. Por último dejó caer los pantalones y se salió de ellos.
—Tenía miedo —dijo ella.
—Ya no. Ahora no tienes miedo.
—No.
—No soy el diablo No soy de Fletcher. Soy tuyo.
—Te amo.
Jo-Beth le puso las palmas de las manos en el pecho, y le frotó con ellas, como quien alisa una almohada. Howie la rodeó con sus brazos, y la atrajo hacia sí.
Su polla estaba presionando contra la tela del calzoncillo. Él la apaciguó besando a Jo-Beth; deslizó sus manos por la espalda femenina, hasta llegar al elástico de las bragas; se introdujo entre las bragas y la piel. Los besos de Jo-Beth iban de su nariz a su barbilla, y él le lamía los labios cada vez que sus bocas se cruzaban. Jo-Beth se apretaba contra él.
—Aquí —susurró ella.
—¿Sí?
—Sí. ¿Por qué no? Nadie nos observa. Quiero hacerlo, Howie.
Él sonrió. Jo-Beth se apartó, cayó de rodillas ante él y le bajó los calzoncillos lo bastante como para que la polla quedara liberada, toda al descubierto. Ella la asió con suavidad. Luego, de pronto, la apretó más, forzándole así a inclinarse hasta el suelo. Entonces él se arrodilló también frente a ella, que no soltó la polla hasta que Howie puso una mano sobre la suya y la forzó suavemente a soltarla.
—¿No va bien? —preguntó ella.
—Demasiado bien —jadeó él—. No quiero disparar.
—¿Disparar?
—Irme. Correrme. Desperdiciarlo.
—Quiero que lo desperdicies —dijo ella mientras se echaba en el suelo frente a él. Howie tenía la polla como una piedra, elevada contra su vientre. Jo-Beth repitió—: Quiero que lo desperdicies dentro de mí.
Howie se inclinó sobre ella y le puso las manos en las caderas; después comenzó a quitarle las bragas. El vello que bordeaba su hendidura era de un rubio más oscuro que el de su cabello, pero no mucho más. Él acercó su rostro y le lamió el clítoris. El cuerpo de Jo-Beth se tensó bajo el de Howie, luego se distendió.
Howie deslizó su lengua desde el coño hasta el ombligo, desde el ombligo hasta los senos, desde los senos hasta el rostro. Entonces se colocó sobre ella.
—Te amo —susurró, y la penetró.
Cuando comenzó a lavar las manchas de sangre del cuello de la mujer, Tesla vio más de cerca la cruz que llevaba al cuello. La reconoció de inmediato: era idéntica al medallón que Kissoon le había enseñado. La misma figura central, abierta; las mismas cuatro líneas de variaciones de la figura humana que salían de ella.
—Enjambre —murmuró Tesla.
La mujer abrió los ojos. No hubo período intermedio de reajuste a la consciencia. Un momento estaba dormida y al siguiente tenía los ojos abiertos y vivos. Eran de un gris oscuro.
—¿Dónde estoy? —preguntó.
—Me llamo Tesla. Estás en mi apartamento.
—¿En el Cosmos? —preguntó la mujer. Su voz era frágil, desgastada por el calor, el viento y la fatiga.
—Sí —dijo Tesla—. Hemos salido de la Curva. Kissoon no puede alcanzarnos aquí.
Tesla sabía que eso no era del todo cierto. El brujo había alcanzado a Tesla dos veces en aquel mismo apartamento. Una vez mientras dormía; la otra, cuando estaba haciendo café. No había nada, era de suponer, capaz de impedirle que volviera hacerlo. Pero Tesla no había sentido su contacto de nuevo, quizás estuviera demasiado preocupado por lo que ella debía hacer en favor suyo para interrumpirla ahora, o tal vez tuviera otros planes. Todo era posible.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Tesla.
—Mary Muralles —dijo ella.
—Perteneces al Enjambre —afirmó Tesla más que preguntó.
Los ojos de Mary se fijaron en Raúl, que se hallaba junto a la puerta.
—No te preocupes —dijo Tesla—. Si puedes fiarte de mí, también puedes fiarte de él. Y si no te fias de ninguno de los dos, los tres estamos perdidos, de modo que, dime…
—Sí, pertenezco al Enjambre —la interrumpió Mary.
—Kissoon me dijo que él era el último.
—Él y yo.
—Me dijo que los demás miembros del Enjambre fueron asesinados, ¿es cierto?
Ella asintió. Y, de nuevo, su mirada se dirigió hacia Raúl.
—Ya te he dicho… —insistió Tesla.
—Tiene algo extraño —comentó Mary—. No es
humano.
—No te preocupes. Ya lo sé.
—¿Iad?
—Mono —dijo Tesla. Se volvió para mirar a Raúl—. ¿Te importa que se lo cuente? —le preguntó.
La respuesta de Raúl fue no decir ni hacer nada.
—¿Cómo? —quiso saber Mary.
—Es toda una historia. Yo pensaba que quizá tú supieras más sobre él que yo. ¿Te suena el nombre de Fletcher? ¿O el de un sujeto llamado Fletcher? ¿O el Jaff? ¿No?
—No.
—Bien…, ya veo que las dos tenemos mucho que aprender.
Allá en la inmensidad perdida de la Curva, Kissoon se sentó en su cabaña y pidió ayuda. La mujer Muralles había escapado. Sus heridas eran, sin duda, profundas, pero ella había sobrevivido a cosas peores. Tenía que encontrarla, lo que significaba extender su influencia hasta el tiempo real. Ya lo había hecho antes, por supuesto. Trasladó a Tesla hasta él de la misma manera, y antes de Tesla hubo otros que se extraviaron por la llamada
Jomada del muerto
. Uno de ellos era Randolph Jaffe, al que Kissoon supo guiar hasta la Curva, y no fue nada difícil. Pero la influencia que quería ejercer ahora no era sobre una mente humana, sino sobre seres que no tenían mente ni estaban vivos en ningún sentido legítimo de vida.
Se imaginó a los lixes, inertes ahora en un suelo de baldosas. Habían sido olvidados. Estupendo, no eran animales muy sutiles. Para poder actuar bien necesitaban que sus víctimas estuviesen distraídas, era indudable que en ese momento lo estarían. Si actuaba con rapidez, todavía podría acallar a la testigo.
Su llamada recibió respuesta. La ayuda le llegaba arrastrándose por debajo de la puerta: cientos de escarabajos, hormigas, escorpiones… Kissoon descruzó las piernas y las estiró formando una línea con el cuerpo para dejar que se le subieran a los órganos genitales. Años antes todavía era capaz de excitarse y eyacular por un mero acto de voluntad, pero el tiempo y la Curva habían ido minándole. Ahora necesitaba ayuda, y dado que las leyes que regían en ese caso prohibían explícitamente que el conjurador se tocase a sí mismo, necesitaba un poco de ayuda. Ellos sabían su oficio, se le subieron encima, le cubrieron las partes genitales, y el movimiento de sus patas, sus mordiscos y sus picaduras acabaron por excitarle. Así era como había creado a los lixes, eyaculando sobre su propio excremento. La creación seminal había sido siempre su favorita.
Y así, mientras ellos terminaban su trabajo en él, Kissoon dejó que sus pensamientos volvieran a los lixes yacentes sobre las baldosas, y la sensación rodó sobre él en oleadas, le recorrió el atestado perineo y los testículos; entonces dirigió su intención hacia el lugar donde los lixes yacían.
Todo lo que ellos necesitaban era un poco de vida para causar una pequeña muerte…
Mary Muralles había pedido a Tesla que le contase su historia antes de relatarle ella la suya, y, aunque lo pidió con voz baja y tranquila, habló como una persona que estuviera acostumbrada a ser obedecida. En esa ocasión, por supuesto, también lo fue, porque Tesla estaba encantada de contar su historia, o, mejor dicho,
la
historia (ya que le pertenecía muy poco de ella), de la mejor manera que le fuese posible, esperando que algunos de sus detalles más desconcertantes le fuesen aclarados por Mary. Ésta, sin embargo guardó silencio hasta que ella terminó de hablar. Cuando Tesla terminó de contar todo lo que sabía sobre Fletcher, el Jaff, los hijos de ambos, el Nuncio y Kissoon, observó que había transcurrido casi media hora. De hecho, hubiera sido mucho más tiempo, pero Tesla tenía práctica en los resúmenes por haber preparado las sinopsis de algunos argumentos para los estudios. Había practicado con Shakespeare (las tragedias eran fáciles; las comedias, en cambio, endemoniadas) hasta llegar a dominar el arte. Para esa historia, era fácil de resumir. Cuando empezó a contarla se dio cuenta de que se desviaba en todas las direcciones. Era una historia de amor y un origen de las especies. Trataba de locura, apatía y un mono perdido. Cuando resultaba trágica, como la muerte de Vance, también tenía su comicidad. Cuando su ambiente era de lo más normal, como en la Alameda, su esencia resultaba también, con frecuencia, visionaria. Tesla no encontraba la manera de contar todo eso de una forma resumida. La historia se negaba a someterse a la concisión. Cada vez que creía tener un atajo hacia un punto concreto, algo se interponía.
Si decía: «Todo está relacionado…», tenía que repetirlo varias veces, pues nunca sabía (o casi nunca) el cómo y el porqué de aquello.
Quizá Mary supiera explicar las conexiones que hubiera.
—Bien —dijo Tesla por fin—. He terminado. Más o menos. Ahora te toca a ti.
La mujer tardó un momento en hacer acopio de energía.
—Está claro que comprendes bien los últimos acontecimientos, pero tienes que saber lo ocurrido para que esos acontecimientos tuvieran lugar. Resulta evidente que son un misterio para ti. Aunque debo de advertirte que buena parte de todo ese asunto es un misterio para mí también. No puedo darte la solución de todos los problemas. Hay muchas cosas que ignoro. Si lo que me has contado prueba algo, es que hay muchas cosas que
ni tú ni yo
sabemos. Pero puedo darte algunos datos para empezar. El primero, y el más sencillo de todos: Kissoon fue el que asesinó a todos los demás miembros del Enjambre.
—¿Kissoon? ¿Estás de broma?
—También yo formaba parte del grupo, ¿recuerdas? —dijo Mary—. Llevaba años conspirando contra nosotros.
—¿Conspirando con quién?
—¿No lo adivinas? Con los Uroboros del Iad. O sus representantes en el Cosmos. Una vez muerto todo el Enjambre, quizá tuviera intención de usar el Arte y dejar pasar a los del Iad.
—¡Mierda! Así que lo que me contó acerca del Iad y de la Esencia…, ¿todo es verdad?
—Por supuesto que sí. Kissoon sólo cuenta mentiras cuando es necesario. Te contó la verdad. Eso forma parte de su talento…
—No veo qué talento puede haber en vivir escondido en una cabaña… —dijo Tesla, y añadió—: Espera un momento, esto no encaja. Si él es responsable de los asesinatos del Enjambre, ¿a qué teme? ¿Por qué se esconde?
—Pero si no se
esconde.
Se encuentra atrapado allí. Trinidad es su cárcel. La única manera que tiene de salir…
—Es de encontrar otro cuerpo en el que
meterse.
—Exacto.
—El mío.
—O el de Randolph Jaffe antes que tú.
—Pero ninguno de los dos caímos en la trampa.
—Tampoco tiene muchos visitantes. Hace falta un cúmulo de extrañas circunstancias para que alguien se encuentre a una distancia visible de la Curva. Kissoon creó la Curva para esconder su crimen, pero la Curva le esconde a
él.
De vez en cuando, alguien como el Jaff —medio enloquecido— llega a un punto en que Kissoon puede controlarle y guiarle. O tú, con el Nuncio en tu sistema. Pero el resto del tiempo está solo.
—¿Por qué está cogido en una trampa?
—Yo se la tendí. Kissoon pensaba que estaba muerta e hizo que llevaran mi cuerpo a la Curva con todos los demás. Pero me levanté, me enfrenté a él, y le irrité hasta el punto de que me atacó, poniendo
mi
sangre en
sus
manos.
—Y en su pecho —dijo Tesla, recordando la momentánea visión que había tenido del cuerpo ensangrentado de Kissoon la primera vez que escapó de él.
—Las condiciones del proceso de la curvatura temporal son muy explícitas. No se puede derramar sangre en el interior de la Curva, y, si eso ocurre, el mago se convierte en su prisionero.
—¿Qué quieres decir con eso
de proceso
?
—Pues petición, maniobra, truco.
—¿Truco? ¿Llamas truco a una curva temporal?
—Es un antiguo proceso —dijo Mary—. Un tiempo fuera del tiempo. Encontrarás relaciones de ello en todas partes. Pero hay leyes relativas a las condiciones de la materia, y yo le hice que rompiera una de esas leyes. Entonces se convirtió en víctima de sí mismo.
—¿Y también quedaste atrapada?
—En el estricto sentido de la palabra, no. Lo que ocurre es que yo quería que Kissoon muriera, y no conocía a nadie en todo el Cosmos que fuese capaz de matarle. Por lo menos habiendo sido asesinados los demás miembros del Enjambre. De modo que no me quedaba más remedio que quedarme allí, en espera de poder matarlo.
—Y entonces también tú habrías derramado sangre.
—Mejor eso, y quedar atrapada en la Curva, que seguir viviendo. Kissoon había matado a quince grandes personas, hombres y mujeres. Almas puras y buenas. Así, sin más, los habla asesinado. A algunos los torturó incluso, y sólo por el simple placer de hacerles sufrir. No él en persona, desde luego, sino sus agentes. Aunque él dirigió toda la operación. Consiguió que nos separásemos, para poder ir matándonos uno a uno y devolver nuestros cuerpos a Trinidad, donde sabía que no quedaría de nosotros la menor huella.
—¿Y dónde están?
—En la ciudad. Lo que queda de ellos.
—¡Dios mío! —Tesla recordó la casa del hedor. Se estremeció—. Estuve a punto de verles yo misma.
—Y Kissoon, te lo impidió, claro.
—No usó la fuerza, sino una forma de
persuasión.
Es muy convincente.
—Sí, desde luego. A todos nos tuvo engañados durante años. El Enjambre es…, quiero decir,
era,
la sociedad más difícil de entrar del mundo. Hay medios, de una increíble complejidad, para poner a prueba y de purificar a los posibles miembros antes incluso de que éstos se enteren de que la sociedad existe. Kissoon, no se sabe cómo, falsificó las pruebas y los procedimientos. O quizás el Iad, tampoco se sabe cómo, le emponzoñó cuando Kisson era ya uno de los miembros, lo cual también es posible.