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Authors: Paul Sussman

Tags: #Aventura, intriga

El guardián de los arcanos (67 page)

BOOK: El guardián de los arcanos
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—Nuestra tarea era custodiar la Lámpara y, cuando llegara el momento, revelar su paradero —dijo en voz baja—. Lo hemos hecho. No cabía esperar otra cosa, ni de nosotros ni de vosotros.

Se oyó un ruido de pasos y el niño entró corriendo en la sinagoga. Se paró al lado de su abuelo, que le rodeó los hombros con un brazo.

—¿Qué hará ahora? —preguntó Jalifa.

—¿Ahora? —El hombre se encogió de hombros—. Nosotros sólo somos los guardianes, éste es nuestro hogar. Eso no cambiará. Nada cambiará.

—¿La Lámpara?

—La Lámpara se quedará donde está. Hasta que sea la voluntad de Dios trasladarla. Mientras sus cálices ardan, siempre habrá luz en el mundo, por oscuras que parezcan las cosas.

El niño le tiró de la vestidura, se puso de puntillas y le susurró algo al oído. El hombre rio y le besó en la frente.

—Dice que os diga que, cuando yo haya muerto y él sea el guardián, ambos podréis venir a ver el Candelabro siempre que lo deseéis.

Los detectives sonrieron.

—Que Dios os acompañe, amigos. Ahora lleváis dentro la luz de la Menorah. No permitáis que se apague.

Sostuvo su mirada un momento, y los dos hombres experimentaron una extraña sensación de ingravidez, como si flotaran en el aire. Después, con una inclinación de la cabeza, el hombre tomó la mano del niño, dio media vuelta y se adentró en las sombras que se formaban bajo la galería de madera de la sinagoga, para desaparecer de la vista como si jamás hubiera existido. De pronto, cuando salían del edificio, Ben Roi se llevó la mano a la cabeza.

—Se me ha curado la oreja —dijo.

85

El Cairo

—Última llamada para los pasajeros del vuelo cuatrocientos treinta y uno de Egyptair con destino Asuán vía Luxor.

Eran las seis de la tarde y Jalifa regresaba por fin a casa. Habría tomado un vuelo anterior, pero cuando había hablado con Zainab ella insistió en que, ya que se encontraba en El Cairo, aprovechara para hacer unas cuantas visitas sociales. En consecuencia, había desayunado con sus viejos amigos Tawfik y Narwal en el Groppi de Midan Talaat Harb; después pasó el día en el Museo de Antigüedades con su mentor, el viejo profesor al-Habibi, que acababa de regresar de una gira de conferencias por Europa, y volvió al Groppi con su amigo de la infancia Abdul Wasami el Gordo, quien, haciendo honor a su apodo, había conseguido dar buena cuenta de seis pastelillos rellenos de nata y chocolate, tres pedazos de
basbousa
y una enorme rebanada de
katif
untada de miel («Aquí me paro —había anunciado con cara de hombre virtuoso—. Esta noche salimos a cenar, y no quiero perder el apetito»).

Ahora Jalifa estaba preparado para volver a casa.

—Última llamada para los pasajeros del vuelo cuatrocientos treinta y uno de Egyptair.

Al otro lado de las barreras de seguridad vio que los últimos pasajeros atravesaban las puertas de cristal y entraban en el autobús que los conduciría al avión. Se volvió y paseó la mirada por la sala de embarque en busca de Ben Roi, que había reservado un vuelo a las ocho que saldría de la terminal internacional. Habían acordado encontrarse aquí para despedirse. El aeropuerto estaba abarrotado de turistas, entre ellos, un numeroso grupo de mujeres inglesas que, por algún motivo, llevaban sombreros idénticos. Ni rastro del israelí. Le concedió otro minuto y después, teniendo en cuenta que ya habían llamado a su vuelo, se encaminó hacia el puesto de seguridad.

—¡Jalifa!

El israelí se abría paso entre el rebaño de inglesas, con dos enormes bolsas de plástico en la mano. El egipcio salió a su encuentro.

—Pensaba que no llegarías a tiempo.

—No conseguía encontrar la puta terminal.

Ben Roi dejó las bolsas en el suelo, se pasó una mano por la frente perlada de sudor, sacó la petaca y dio un largo trago. Cuando la bajó, percibió una vez más la mirada desaprobadora de Jalifa.

—No pongas esa cara de cabreo —gruñó—. Es esa porquería de hibisco. ¿Cómo se llama?

—¿Kardcady?

—Eso es. Muy refrescante. En fin, ya era hora... Limpiar un poco el sistema, ya sabes.

Aunque desconocía la frase, Jalifa intuyó lo que el israelí quería decir y sonrió. Se miraron y enseguida desviaron la vista. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir. Jalifa echó un vistazo a las bolsas de plástico y reparó en su contenido.

—¿Libros para colorear? —preguntó sorprendido.

—¿Qué? Ah, sí. Mientras paseaba por la ciudad vi que los vendían. Conozco a una maestra que trabaja en una escuela donde estudian juntos niños israelíes y palestinos, y no pueden permitirse... —Ben Roi se interrumpió, avergonzado de repente—. He pensado que ella los necesitaría —murmuró.

Jalifa asintió.

—Debe de ser guapa esa maestra.

—Sí, ya lo creo. Tiene el pelo largo y...

Ben Roi enmudeció de nuevo, con el ceño fruncido, como si le hubieran engañado para confesar algo que no quería.

—Que te den por el culo, Jalifa.

No había rencor en su tono, y bajo la expresión ceñuda se adivinaba cierto buen humor. Los altavoces sonaron de nuevo.

—Última llamada para los pasajeros del vuelo cuatrocientos treinta y uno de Egyptair. Hagan el favor de presentarse en la puerta de embarque de inmediato.

—Es mi vuelo —dijo Jalifa.

Siguió una pausa, mientras los dos pugnaban por encontrar las palabras adecuadas, hasta que Ben Roi extendió la mano.


Ma-salaam, saheb
. Adiós, amigo

Jalifa rio.

—Creo que dijiste que no hablabas árabe.

—Pregunté a alguien de la embajada —explicó Ben Roi encogiéndose de hombros—. Pensé que sería un gesto amable por mi parte.

Jalifa asintió y tomó la mano del isaraelí.


Shalom, chaver
. Adiós, amigo.

Esta vez fue Ben Roi quien rio.

—Creo que dijiste que no sabías hebreo.

—Lo busqué en un diccionario —dijo Jalifa—. Pensé que sería... un gesto amable por mi parte.

Se estrecharon las manos, sin dejar de mirarse, luego se soltaron, se dijeron adiós y se separaron. Jalifa acababa de atravesar la barrera de seguridad, el último pasajero en hacerlo, cuando oyó un grito detrás de él.

—¡Espera! ¡Espera!

El egipcio volvió a cruzar la barrera.

—Un día de estos voy a olvidarme la puta cabeza —murmuró Ben Roi. Buscó en una de las bolsas y sacó un paquete pequeño que entregó a Jalifa—. Para tu mujer y tus hijos.
Halva
. Nuestro dulce nacional. Lo cogí en la embajada.

El egipcio protestó, pero Ben Roi agitó una mano, rebuscó en un bolsillo y extrajo un paquetito, del tamaño de una caja de cerillas, envuelto en papel marrón.

—Y esto es para ti. Un detallito.

Jalifa volvió a protestar, el israelí volvió a desechar sus protestas y le metió el paquete en el bolsillo. Se miraron un momento, vacilantes, como si ambos reprimieran el deseo de hacer algo que deseaban pero no sabían si estaba bien. Después, al mismo tiempo, abandonaron toda prudencia y se fundieron en un abrazo. Los brazos de Ben Roi rodearon por completo a Jalifa, más menudo.

—Hasta la vista, cabronazo árabe.

Jalifa sonrió, con la cara apretada contra el inmenso pecho del israelí.

—Hasta la vista, arrogante hijo de puta judío.

Continuaron abrazados un momento, después se separaron y cada uno siguió su camino. Ninguno de los dos se volvió a mirar.

Más tarde, cuando el avión surcaba el aire en dirección al sur, hacia su casa y su familia, el único lugar en que deseaba estar, Jalifa metió la mano en el bolsillo, sacó el paquete que Ben Roi le había dado y lo contempló. Creía adivinar cuál sería su contenido. Por fin retiró el envoltorio con cuidado y vio una cajita de plástico. Dentro, sobre un lecho de papel de seda, estaba la menorah de plata que Ben Roi llevaba al cuello. La dejó en su palma, sonriente, cerró la mano, apoyó la cabeza contra la ventanilla y contempló el hilillo del Nilo, una vena azul en miniatura que, contra toda probabilidad, aportaba vida y esperanza a un desierto yermo.

86

Jerusalén

Era una multitud, varios miles de personas, formando unas quince filas a lo largo de la calle Sultan Suleiman, apretujadas en el semicírculo de peldaños de piedra que bajaban hasta la puerta de Damasco. Hombres y mujeres, viejos y jóvenes, israelíes y palestinos, algunos con velas encendidas, otros con pancartas y carteles, otros con fotografías enmarcadas de los seres queridos que habían muerto debido a la violencia desatada entre ambos pueblos, todos con la vista clavada en el escenario improvisado delante de la puerta, donde dos figuras (una tocada con una
yamulka
blanca, la otra con una kefía de cuadros) se hallaban de pie ante un solo micrófono. De vez en cuando estallaba una salva de aplausos, pero en general la muchedumbre guardaba silencio, atenta a lo que decían aquellos dos.

En el centro de esta multitud, Yunis Abu Jish se abría paso lentamente, con el chaleco provisto de explosivos ceñido alrededor del estómago, el rostro ceniciento y perlado de sudor. Tal como le habían indicado, había ido a la cabina telefónica de la esquina de Abu Taleb con Ibn Jaldún, donde la gente de Al-Mulatham le había dado las últimas órdenes: recoger el chaleco en la obra abandonada, dirigirse a la puerta de Damasco, acercarse lo máximo posible a la tarima y tirar del cable detonador.


Allahu akbar
—musitó, avanzando muy despacio para evitar que los explosivos se movieran—.
Allahu akbar, Allahu akbar, Allahu akbar
.

Delante, los dos hombres hablaban por turnos, inclinados sobre el micrófono.

—... final de la violencia... sacrificios en nombre de la paz... odio o esperanza... nuestra última oportunidad...

Apenas oía sus voces, perdido en el
maelstrom
de su propia mente. Llegó al pie de la escalera, atravesó la explanada que había ante la puerta, se acercó a la tarima y se colocó justo en el medio, debajo de los oradores.

—... retirada incondicional de Cisjordania y la Franja de Gaza... reconocimiento del derecho de Israel a existir... abandono del Derecho al Regreso... compensación para los refugiados... Jerusalén será nuestra capital compartida... respeto y comprensión.


Allahu akbar. Allahu akbar. Allahu akbar
.

Mareado, presa de náuseas, muerto de miedo, obligó a su maro derecha a introducirse en la chaqueta, asió el primer cable que armaba los explosivos, tiró de él y agarró el segundo.

—... un mundo nuevo... juntos como amigos... esperanza en lugar de desesperación... luz en lugar de oscuridad...


Allahu akbar. Allahu akbar. Allahu akbar
.

Dio un pequeño tirón. Paró. Tiró de nuevo. Permaneció inmóvil. Y así se quedó, aferrando el detonador, mientras encima de él los dos hombres se abrazaban y la muchedumbre empezaba a cantar.

Glosario

Abba
: En hebreo, «padre».

Abbas, Mahmud
(1935): Político palestino. Primer ministro de la Autoridad Nacional Palestina entre mayo y septiembre de 2003 y presidente de la misma desde 2005. También conocido como Abu Mazen.

Abraham
: Patriarca judío considerado padre del pueblo judío.

Abu Simbel
: Yacimiento arqueológico en el sur de Egipto donde se encuentra uno de los monumentos más importantes de la civilización egipcia, el Templo del Sol de Ramsés II.

Abu Sir
: Grupo de pirámides situado al sur de Gizeh perteneciente a la V Dinastía (
c
. 2465-2323 a.C.).

Abu Zaabal
: Prisión egipcia cerca de El Cairo.

Abydos
: Centro de culto al dios Osiris y recinto funerario de algunos de los primeros reyes egipcios. Situado a 90 km al norte de Luxor.

Acuerdos de Paz de Oslo
: Conjunto de propuestas de paz negociadas en secreto por israelíes y palestinos en Oslo y firmadas en Washington en 1993.

Ahlal-Kitab
: «Gente del libro»; para los musulmanes, fiel de una religión que tiene como libro sagrado la Biblia (judíos y cristianos).

Aish baladi
: Pan parecido al de pita elaborado con harina integral.

Ajenatón
: Faraón de la XVIII Dinastía. Gobernó entre 1353 y 1335 a.C. Padre de Tutankhamon.

Al-Ahram
: Literalmente, «las pirámides». Periódico egipcio de gran tirada.

Al-Ajbar
: Periódico egipcio.

Al-Quds
: Nombre árabe de Jerusalén.

Al-Wadi al-Gadid:
Prisión egipcia en el oasis de Kharga.

Aleya
: Verso del Corán.

Alim al-Simsim
: Versión egipcia del programa infantil estadounidense Barrio Sésamo.

Aliyah
: Literalmente, «la ida». Emigración a la tierra de Israel.

Amarna
: Nombre moderno de Ajetatón, ciudad fundada por el faraón Ajenatón en la orilla oriental del Nilo, a medio camino entre El Cairo y Luxor.

Amenhotep I
: Faraón de la XVIII Dinastía. Gobernó entre 1525 y 1504 a.C. Su tumba no ha podido ser identificada con certeza.

Amenhotep II
: Faraón de la XVIII Dinastía. Gobernó entre 1427 y 1401 a.C.

Amenhotep III
: Faraón de la XVIII Dinastía. Gobernó entre 1391 y 1353 a.C. Padre de Ajenatón y abuelo de Tutankhamon.

Amir, Yigal
: Extremista judío. Asesinó al primer ministro israelí Itzhak Rabin en 1995.

Anj
: Símbolo cruciforme. Antiguo símbolo egipcio de la vida.

Arafat, Yasir
(Gaza, 1929-París, 2004): Representante y dirigente
de facto
del pueblo palestino desde finales de la década de 1960 hasta su muerte en noviembre de 2004. Presidente de la Autoridad Nacional Palestina desde 1996. También se le conoce con el nombre de Abu Amar.

Arminius
(
c
. 18 a.C.-21 d.C.): Mítico guerrero germánico de la antigüedad, famoso porque derrotó al ejército romano en la batalla de los bosques de Teutoburgo (9 d.C.).

Ashkelon
: Prisión israelí.

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