Observa que son altas y guapas. Es el momento de demostrar que es un adulto, aunque se siente como un niño.
La de la derecha huele a perfume de rosas. Viste un jersey negro, tiene el cabello castaño y consume una especie de bebida de color amarillo limón. Sus miradas se cruzan, pero ella la aparta enseguida.
La de la izquierda se ha rociado con perfume de mandarina y viste una camiseta amarilla y una brillante chaqueta dorada. Parece una burbujita. Tiene ojos verdes y bebe sidra de pera. Jan la mira de reojo y ella esboza una sonrisa. ¿Por qué lo hace?
No aparta la mirada, así que Jan se inclina hacia ella y grita algo entre el ruido de la música.
—¡Esta es mi primera noche aquí!
—¿Qué? —grita ella.
Jan se acerca más.
—¡Mi primera noche!
—¿Aquí en Bills? —responde ella—. ¿O en la ciudad?
—En ambos sitios. ¡Llegué hace unos días! No conozco a nadie aquí…
—¡Eso cambiará pronto! —contesta gritando—. Te lo pasarás en grande. ¡Te esperan muchas sorpresas!
—¿Tú crees?
—Por supuesto, suelo presentir esas cosas… ¡Buena suerte!
Luego se da la vuelta y desaparece entre la multitud, como un corzo en el bosque.
Eso es todo. Una corta conversación. A Jan, como de costumbre, le resulta difícil charlar con desconocidos, pero ahora se siente mejor. La gente es simpática en el Bills Bar.
«Sigue relacionándote», le insta una voz interior. Pide una cerveza más y se encamina hacia el fondo del local, hacia la música.
La mayoría de las mesas están llenas. No hay sitio para él en ellas.
Se sienta a una mesa vacía, bebe cerveza y mira fijamente al frente.
«Felicidades, tu nueva vida empieza ahora.» Pero ha pensado eso tantas veces… Uno puede cambiar de trabajo y mudarse a una nueva ciudad, pero en realidad nada cambia. Se está atrapado en el mismo cuerpo, la misma escoria circula por la sangre, los mismos recuerdos dan vueltas en la cabeza.
—¡Hola, Jan!
Una mujer aparece de pie frente a él: levanta la mirada, pero tarda unos segundos en reconocerla. Es Lilian, de Calvero, con una botella de cerveza en la mano.
En la escuela infantil, estos últimos días, la ha visto más cansada y desmejorada, pero ahora está rebosante de energía. Viste un jersey negro escotado y sus ojos pintados tienen un brillo especial: esa botella seguro que no es la primera de la noche.
—¿Te gusta mi tatuaje de fin de semana? —pregunta, y señala su mejilla.
Jan observa con detenimiento y ve que Lilian lleva algo dibujado: una larga serpiente negra repta hasta su ojo.
—Sí, claro.
—No es peligrosa… ¡No es venenosa!
Lilian se ríe casi sin voz y se sienta a la mesa sin ser invitada.
—¿Así que has dado con el mejor punto de encuentro de la ciudad? —Le da un buen trago a la cerveza—. Has sido muy rápido.
—Tú me diste la información —replica Jan—. ¿Estás sola?
Lilian niega con la cabeza.
—Estaba con unos amigos… pero se han ido a casa en cuanto los Bohemos han empezado a tocar. —Señala con la cabeza hacia el grupo de rock junto a la barra—. Tienen el oído muy delicado.
—¿Amigos del trabajo? —pregunta Jan.
—Amigos del trabajo… ¿y quiénes iban a ser? —Lilian se ríe con una risa ahogada y bebe su cerveza—. ¿Marie-Louise?
—¿No viene nunca por aquí?
—No. ¿Marie-Louise? Ella se queda en casa.
—¿Tiene hijos?
—No, solo marido y perro. Pero ella es un poco la madre de todos, ¿no? Es la madre de todos los niños, es nuestra madre. Tan adorable… No creo que haya tenido jamás un mal pensamiento.
Jan no quiere pensar en lo que cree la gente.
—¿Y Andreas? —indaga—. ¿Viene por aquí?
—¿Andreas? No mucho. Tiene una casa y un jardín de los que ocuparse, y una mujercita. Son como una pareja de viejos.
—Ya —dice Jan—. ¿Y Hanna, viene por aquí?
—De vez en cuando. —Lilian baja los ojos a la mesa—. Hanna… Es con la que mejor me llevo del trabajo, podría decirse que somos amigas.
Guarda silencio. La música también ha cesado: los Bohemos parecen haber acabado por esta noche.
—Entonces, ¿Hanna es buena gente?
—Claro —responde Lilian al momento—. Es agradable. Solo tiene veintiséis años… joven y un poco loca.
—¿Cómo que un poco loca?
—Bueno, en ciertos aspectos… —explica Lilian—. Hanna puede parecer muy reservada, pero tiene una intensa vida privada.
—¿Te refieres a que sale con muchos chicos?
Lilian aprieta los labios.
—No soy una cotilla.
—Pero ¿viene a veces por aquí? —interroga Jan—. Me refiero al Bills Bar.
—De vez en cuando viene conmigo… pero lo que a ella le gusta es el Medina Palace.
—¿Medina Palace?
—La gran discoteca de Valla. Casi tan lujosa como Santa Patricia.
—¿Santa Patricia te parece lujosa?
—Por supuesto, es un hotel de lujo.
Jan la mira, sin comprender. Lilian prosigue:
—Escucha… Cada habitación de Santa Psico cuesta cuatro mil por noche. ¡Cuatro mil pavos! No a los que viven allí, claro, sino a nosotros, los contribuyentes. Médicos, guardias, cámaras, medicinas… ¡todo cuesta! Los pacientes no saben lo bien que están.
—Y tú y yo trabajamos allí… junto al hotel de lujo.
—Eso es —responde Lilian, y da un trago—. ¡Salud!
Jan continúa hablando con ella durante un cuarto de hora, antes de estirarse y simular un pequeño bostezo.
—Me voy a ir a casa.
—¿Una última cerveza? —pregunta Lilian, y parpadea lentamente.
Jan niega con la cabeza.
—Hoy no.
Sería un error empezar a desmadrarse, la semana próxima tendrá más responsabilidades. El miércoles comenzará su horario nocturno en la escuela infantil: por primera vez estará a solas con los niños.
—¿Cómo te encuentras, Jan? —pregunta Marie-Louise—. Anda, cuéntanos algo.
—Bueno… en realidad no tengo mucho que decir. Me encuentro bien.
—¿Eso es todo? ¿No has tenido problemas para integrarte en el grupo de trabajo?
—No. —Jan mira alrededor de la mesa, a Andreas, Hanna y Lilian—. En absoluto.
—Eso nos alegra, Jan.
El personal de la escuela está reunido en la sesión de convivencia grupal de los lunes, antes de la llegada de los niños.
Es la primera vez para Jan. Todos lo observan porque es nuevo, pero le cuesta relajarse y hablar al mismo tiempo.
—Creo que este es un trabajo importante —dice—. Esa es mi sensación.
Entonces dejan de mirarlo fijamente. Unos minutos después finaliza la sesión. Gracias a Dios.
Ese mismo día, antes de comenzar la hora de lectura, Jan encuentra una señal de vida de Alice Rami. Si es que lo es…
Lo ayuda la pequeña Josefine. Ella fue una de los que torturaron al ratón en el bosque, pero Jan intenta olvidar ese episodio, así como la preocupante conversación sobre el padre del pequeño Leo. Este día Josefine es una niña más, que juega con una muñeca en el cuarto de los cojines cuando Jan pasa en busca de un libro.
—Hola, Josefine —saluda—, ¿hay algún cuento que te apetezca escuchar hoy?
La niña alza la vista y asiente varias veces.
—¡Léenos algo sobre la creadora de animales!
Jan la mira.
—¿Cómo se llama?
—¡La creadora de animales!
Nunca ha oído hablar de ese libro, pero Josefine se dirige directa a los cajones de libros, revuelve y saca uno blanco y delgado, del tamaño de un elepé. En efecto, se titula
La creadora de animales
.
—De acuerdo. No está mal.
El libro se parece al resto de los del cajón, pero el nombre del escritor no figura en él y la imagen bajo el título apenas es visible: se trata de un dibujo a lápiz que muestra una pequeña isla con una estrecha torre. El libro parece hecho a mano; al observarlo con más detalle, Jan descubre que alguien ha cortado las hojas y las ha pegado con celo.
Lo hojea. El texto está escrito en las páginas de la derecha. En las de la izquierda hay dibujos a lápiz, y al igual que en la portada son tan vagos que apenas se ven.
Siente curiosidad, desea leer
La creadora de animales
.
—¡Reunión! —grita—. ¡Hora de lectura!
Los niños se acomodan en los almohadones. Jan se sienta en una silla frente a ellos y alza el libro.
—Hoy vamos a leer un cuento sobre una creadora de animales.
—¿Qué es eso? —pregunta Matilda.
Jan mira a Josefine en busca de ayuda, pero ella guarda silencio.
—Bueno… ya veremos.
Luego abre el libro y empieza a leer:
Había una vez una creadora de animales llamada Maria Blanker. Maria se encontraba muy sola. Se había mudado a una pequeña isla en medio del mar, con un faro que nunca se encendía. Vivía en una casa hecha de maderos arrastrados por el mar. En el faro, al parecer, también vivía alguien. Había un buzón con un nombre: «Señor ZYLIZYLON EL GRANDE». Maria oía unos pesados pasos que resonaban cada noche. Alguien de grandes pies subía y bajaba las escaleras. Cuando llegó a la isla, Maria quiso ser cortés y llamó a la puerta, pero en realidad se alegró de que nadie le abriera.
Jan guarda silencio, y cree recordar el nombre de Maria Blanker. Pero ¿de qué lo conoce?
Además, la palabra «Zylizylon» le suena a medicina. ¿Quizá se trata de un medicamento?
Observa el dibujo a lápiz. Representa una casita con un alto faro detrás. La casa es gris, como los maderos descoloridos por el sol. El faro es estrecho como una cerilla.
—¡Lee más! —grita Josefine.
Jan prosigue:
El faro estaba apagado porque los barcos ya no lo necesitaban. Por aquel entonces el mar estaba repleto de raíles por los que navegaban los barcos, así que nunca perdían el rumbo. Pero frente al faro no pasaba ningún raíl. Maria jamás vio barco alguno, lo que la hacía sentirse aún más sola.
En la isla no había animales. A Maria ya no le gustaba crearlos.
El siguiente dibujo muestra el interior de la casa: una fría habitación en la que solo hay una silla y una mesa. En ella está sentada una mujer delgada, con el pelo enmarañado y una boca tan ancha que las comisuras de los labios cuelgan de su rostro como si fueran pequeñas ramas.
En cambio, Maria plantaba patatas y zanahorias detrás de la casa. Bebía té de taminal y buscaba piedras en la playa. Se sentía un poco sola, y sin embargo, nunca más volvió a llamar a la puerta del faro. No deseaba ver al señor Zylizylon, pues sus pasos, cada día, resonaban con mayor fuerza en la escalera.
El tercer dibujo muestra una figura que representa a la creadora de animales frente a la puerta de hierro del faro. El dibujo es tan borroso que no se distingue el rostro. ¿Tiene una expresión triste o asustada?
Por las noches, Maria soñaba con todos los animales que había creado cuando era joven y alegre. A la gente le gustaba mirar cómo los hacía y aplaudía a cada animal que salía de su ropa.
Pero los animales se habían vuelto cada vez más grandes, cada vez más extraños. La creadora de animales no podía controlarlos. Al cabo de un tiempo no se atrevió a crear más.
El cuarto dibujo es oscuro. La creadora de animales duerme en una estrecha cama como si fuera una sombra gris. Sobre ella se ven otras sombras que se arrastran y se retuercen sobre sí mismas, saliendo de un túnel negro como el carbón que hay en la pared.
El dibujo está cargado de un ambiente amenazante; Jan pasa la página y continúa leyendo:
Pero un día ocurrió algo nuevo e insospechado. Mientras Maria recogía piedras en la playa, de pronto vio un barco en el horizonte. Parecía que se acercaba a la isla empujado por las olas. Maria comprendió que se trataba de un barco descarrilado.
Cuando ya casi había llegado, la creadora de animales vio que se trataba de un ferry cargado de niños. Todos ellos llevaban un casco azul en la cabeza, y grandes cojines en la barriga y en la espalda.
—¡Yo también quiero un cojín en la barriga! —exclama Vidar.
—¿Qué es el horizonte? —pregunta Matilda.
—Es donde la tierra se acaba —responde Jan. Gira el libro hacia ellos (esta página resulta inofensiva) y les muestra la delgada línea dibujada detrás del barco—: El horizonte es así. Aunque, en realidad, que la tierra parezca acabarse es solo un espejismo, porque es redonda como una pelota. Eso ya lo sabéis, ¿verdad? La tierra nunca se acaba, sigue hasta dar toda la vuelta…
Los niños lo miran en silencio. Jan comprende que se ha enredado, y prosigue:
Al fin el barco encalló en la isla. Crujió al deslizarse sobre las piedras. Los niños saltaron a tierra, pero Maria no se atrevió a acercarse. Regresó a su casa, se encerró y se preparó un té de taminal bien fuerte. Fuera oyó alegres gritos, pero ella se bebió el té y no abrió la puerta.
Este dibujo muestra cómo Maria, la creadora de animales, está acurrucada tras las cortinas, cuyo patrón rectangular le recuerda a Jan las ventanas enrejadas de la clínica. Vierte un té humeante y que aún borbotea en una gran taza con todos los colores del arco iris. Pero ¿qué es el té de taminal?
—¡Hola! —exclamó una voz clara de niña.
Maria miró con mucho cuidado, pero junto a su puerta no vio a ninguna niña.
Estaba delante de la puerta del faro.
Y la puerta del faro estaba abierta.
¡Por primera vez desde que Maria llegó a la isla, ¡el señor Zylizylon el Grande había abierto la puerta de su gran torre!
—¿Hay alguien? Me llamo Amelia… ¿Hay alguien en casa?
El dibujo de este texto muestra lo que Maria ve por la ventana: una niña pequeña con un vestido liviano ante la puerta negra del faro. Jan observa un detalle que la distingue del resto de los niños: no lleva casco, ni cojines en el cuerpo.
Los niños guardan silencio frente a él. En la habitación de los cojines reina un ambiente de expectación.
Jan pasa a la página siguiente.
A través de la ventana, Maria vio cómo la pequeña Amelia subía los escalones hasta llegar a la puerta del faro.
—¿Hola? —dijo de nuevo.
Dio un paso más, ya estaba casi dentro del faro.
Entonces Maria hizo algo sin pensar. Alzó una mano hacia la ventana, cerró los ojos y creó a toda prisa un animal protector.
Jan espera que los niños pregunten qué es un animal protector —él tampoco lo sabe—, pero permanecen sentados en silencio. Pasa a la página siguiente y continúa: