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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El Héroe de las Eras (100 page)

BOOK: El Héroe de las Eras
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Sintió a Ruina bullir de poder, y lo bloqueó. Pero igual que ella había conseguido enviar un jironcito de poder hacia Elend burlando a Ruina, ahora Ruina pudo hacer pasar el hilillo más diminuto. Fue suficiente, pues la criatura que había hablado estaba manchada de hemalurgia. Un clavo en cada hombro atrajo el poder de Ruina y le permitió hablar con su portador.

¿Un kandra?
, pensó Vin cuando sus sentidos finalmente consiguieron atravesar el resplandor del atium y ver a una criatura de cuerpo transparente en una caverna, justo bajo tierra. Otro kandra salía de un agujero cercano, portando una bolsita de atium.

Ruina tomó el control del kandra KanPaar. La criatura se envaró, traicionada por los clavos de metal.

Habla
, le dijo Ruina. Vin sintió sus palabras mientras latían hacia el kandra.
¿Cuánto atium hay?

—¿Qué…? ¿Quién eres? —dijo KanPaar—. ¿Por qué estás en mi cabeza?

Soy Dios
, dijo la voz.
Y tú me perteneces.

Todos me pertenecéis.

Elend tomó tierra fuera de los Pozos de Hathsin, levantando una vaharada de ceniza. Por extraño que parezca, algunos de sus propios soldados estaban allí, protegiendo el perímetro. Se abalanzaron hacia delante, blandiendo las lanzas con ansiedad, pero se detuvieron al reconocerlo.

—¿Lord Venture? —preguntó sorprendido uno de los hombres.

—Te conozco —dijo Elend, frunciendo el ceño—. De mi ejército de Fadrex.

—Nos enviaste de regreso, mi señor —dijo el soldado—. Con el general Demoux. Para ayudar a Lord Penrod en Luthadel.

Elend contempló el cielo nocturno, moteado de estrellas. Había pasado algún tiempo durante su viaje a los Pozos desde Luthadel. Si el tiempo transcurría normalmente, la noche estaba ya bien entrada. ¿Qué sucedería cuando volviera a salir el sol?

—¡Rápido! —dijo Elend—. Tengo que hablar con los líderes de este campamento.

El regreso de la Primera Generación se cumplió con mucha más pompa de lo que Sazed esperaba. Los ancianos kandra, vistiendo ahora cuerpos más grandes, aún llevaban los colores distintivos y la vieja piel de su generación. Sazed había temido que los kandra corrientes no los reconocieran. Sin embargo, no había contado con las largas vidas de los kandra. Aunque los Primeros sólo se dejaran ver una vez cada siglo, la mayoría de su pueblo los habría visto varias veces.

Sazed sonrió cuando el grupo de Primeros se dirigió a la cámara principal, causando sorpresa y asombro a su paso. Proclamaron que KanPaar los había traicionado y aprisionado, y llamaron al pueblo kandra en asamblea. Sazed se quedó tras MeLaan y los demás, esperando inconvenientes en su plan.

A un lado, vio a un kandra familiar que se acercaba.

—Guardador —dijo TenSoon, aún con el cuerpo de un Quinto—. Tenemos que ser cuidadosos. Están pasando cosas extrañas.

—¿Como cuáles? —preguntó Sazed.

Entonces, TenSoon lo atacó.

Sazed se sobresaltó, y su momento de confusión le costó caro. TenSoon, o quienquiera que fuese, le rodeó el cuello con las manos y empezó a ahogarlo. Cayeron hacia atrás, atrayendo la atención de los kandra cercanos. El atacante de Sazed, con sus huesos de roca, pesaba mucho más que él, y pudo fácilmente colocarse encima, sin soltarle nunca el cuello.

—¿TenSoon? —preguntó MeLaan, aterrada.

No es él
, pensó Sazed.
No puede ser…

—Guardador —dijo su atacante, los dientes apretados—. Algo va muy mal.

¡Y a mí me lo dices!
Sazed trató de encontrar aire, y echó mano al bolsillo de su túnica, esforzándose por encontrar el cerrojo de la mente de metal que llevaba dentro.

—Apenas puedo impedirme el aplastarte la garganta ahora mismo —continuó diciendo el kandra—. Algo me controla. Quiere que te mate.

¡Estás haciendo muy buen trabajo!
, pensó Sazed.

—Lo siento —dijo TenSoon.

Los Primeros se habían reunido alrededor. Sazed apenas podía concentrarse, el pánico lo controlaba mientras se enfrentaba a un enemigo mucho más fuerte y pesado. Trató de agarrar su mente de metal improvisada, pero entonces se dio cuenta de que la velocidad le serviría de poco cuando lo sujetaban con tanta fuerza.

—Ha llegado, entonces —susurró Haddek, líder de los Primeros. Sazed apenas advirtió que uno de los otros Primeros empezaba a temblar. La gente gritaba, pero la sangre que se agolpaba en los oídos de Sazed le impedía oír lo que decían.

Haddek se apartó del agonizante Sazed. Y entonces, en voz alta, gritó algo.

—¡La Resolución ha llegado!

Encima de él, TenSoon se sacudió. Algo dentro del kandra parecía estar luchando: la tradición y toda una vida de entrenamiento pelearon contra el control de una fuerza externa. TenSoon soltó a Sazed con una mano, pero siguió ahogándolo con la otra. Entonces se llevó la mano libre a su propio hombro.

Sazed perdió el conocimiento.

Capítulo 80

Los kandra decían siempre que eran de Conservación, mientras que los koloss e inquisidores eran de Ruina. Sin embargo, los kandra llevaban clavos hemalúrgicos, igual que los demás. ¿Lo que decían, entonces, era sólo una pura ilusión?

No, creo que no. El Lord Legislador los creó para que fueran espías. Cuando decían eso, la mayoría de nosotros interpretaba que planeaba interpretarlos como espías de su nuevo gobierno, por su habilidad para imitar a otras personas. De hecho, fueron usados para este propósito.

Pero veo algo mucho más grandioso en su existencia. Eran los agentes dobles del Lord Legislador, plantados con clavos hemalúrgicos, pero se les había encomendado, enseñado, obligado a liberarse cuando Ruina tratara de apoderarse de ellos. En el momento de triunfo de Ruina, cuando siempre dimos por hecho que los kandra serían suyos a capricho, la enorme mayoría de ellos inmediatamente cambió de bando y le impidió hacerse con su premio.

En efecto, eran de Conservación.

—El terrisano hizo un buen trabajo en este lugar, mi señor —dijo Demoux.

Elend asintió, mientras recorría el silencioso campamento nocturno con las manos a la espalda. Se alegraba de haberse detenido a ponerse un uniforme blanco nuevo antes de dejar Fadrex. Como se suponía, la ropa llamaba la atención. La gente parecía llenarse de esperanza nada más verlo. Sus vidas se habían sumido en el caos: necesitaban saber que su líder era consciente de su situación.

—Como puedes ver, el campamento es enorme —continuó diciendo Demoux—. Varios cientos de miles de personas viven aquí ahora. Sin los terrisanos, dudo que los refugiados hubieran sobrevivido. Tal como están las cosas, conseguimos reducir la enfermedad al mínimo, organizar equipos para filtrar y traer agua fresca al campamento, y distribuir comida y mantas.

Demoux vaciló antes de mirar a Elend.

—Sin embargo, la comida empieza a escasear —dijo el general en voz baja. Al parecer, cuando descubrió que Penrod había muerto y la mayor parte de la población de Luthadel estaba en los Pozos, decidió quedarse a ayudar con sus hombres.

Pasaron ante otra hoguera, y la gente que estaba allí congregada se levantó. Miraron a Elend y su general con esperanza. Demoux se detuvo cuando una joven terrisana se acercó y les sirvió un poco de té caliente. Sus ojos miraron con aprecio a Demoux, y él le dio las gracias llamándola por su nombre. Los habitantes de Terris apreciaban a Demoux: le estaban agradecidos por haber traído soldados para ayudar a organizar y controlar las masas de refugiados.

La gente necesitaba liderazgo y orden en estos tiempos.

—No tendría que haber abandonado Luthadel —dijo Elend en voz baja.

Demoux no respondió de inmediato. Los dos terminaron el té, y luego continuaron caminando, acompañados por una guardia de honor de unos diez soldados, todos del grupo de Demoux. El general había enviado varios mensajeros a Elend. Nunca llegaron. Tal vez no habían podido sortear el campo de lava. O tal vez habían sido víctimas del mismo ejército de koloss que Elend había visto camino de Luthadel.

Esos koloss…
, pensó Elend.
Los que expulsamos de Fadrex, y otros más, vienen directamente hacia aquí, donde hay incluso más gente que en Fadrex. Y no tienen una muralla que los defienda, ni tantos soldados.

—¿Has podido averiguar qué sucedió en Luthadel, Demoux? —preguntó Elend, deteniéndose en una zona oscura entre las hogueras. Todavía parecía raro estar a la intemperie sin brumas que oscurecieran la noche. Podía ver mucho más lejos, aunque, extrañamente, la noche no parecía tan brillante.

—Penrod, mi señor —contestó Demoux con voz queda—. Dicen que se volvió loco. Empezó a encontrar traidores entre los nobles, incluso dentro de su propio ejército. Dividió la ciudad, y todo acabó en otra guerra de casas. Casi todos los soldados se mataron entre sí, y media ciudad salió ardiendo. La mayor parte de la gente escapó, pero cuentan con muy poca protección. Un grupo de bandidos decididos podría sembrar el caos entre ellos.

Elend guardó silencio.
Guerra de casas
, pensó con frustración.
Ruina, usando nuestro propio truco contra nosotros. Es el mismo método que empleó Kelsier para apoderarse de la ciudad.

—Mi señor… —dijo Demoux, vacilante.

—Habla.

—Tuviste razón al enviarnos de vuelta a mí y a mis hombres. El Superviviente está detrás de todo esto, mi señor. Quería que estuviésemos aquí por algún motivo.

Elend frunció el ceño:

—¿Qué te hace decir eso?

—Esta gente —dijo Demoux—, huyó de Luthadel por causa de Kelsier. Se apareció a un par de soldados, y luego a un grupo de gente, en la ciudad. Dicen que les dijo que estuvieran preparados para el desastre, y que sacaran a la gente de la ciudad. Es gracias a ellos que tantos pudieron escapar. Esos dos soldados y sus amigos tenían preparados suministros, y tuvieron la presencia de ánimo suficiente para venir hasta aquí.

La preocupación de Elend fue en aumento. Sin embargo, había visto demasiadas cosas para rechazar incluso una historia tan extraña.

—Manda llamar a esos hombres —dijo.

Demoux asintió e hizo una seña a un soldado.

—Mira, también, a ver si alguien tiene metales alománticos —añadió Elend, recordando que Demoux y sus hombres habían enfermado con las brumas—. Repártelos entre tus soldados y que los ingieran.

—¿Mi señor? —preguntó Demoux, confuso, mientras se volvía.

—Es una larga historia, Demoux. Basta decir que tu dios, o alguien, os ha convertido a ti y a tus hombres en alománticos. Divide a tus hombres según los metales que puedan quemar. Vamos a necesitar a todos los lanzamonedas, violentos y atraedores que podamos.

Sazed abrió los ojos, y sacudió la cabeza, gimiendo. ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Probablemente no mucho, advirtió mientras su visión se aclaraba. Se había desmayado por falta de aire. Esas cosas sólo te dejaban inconsciente unos momentos.

Suponiendo que despertaras.

Cosa que he hecho
, pensó, tosiendo y frotándose la garganta. Se sentó. La caverna kandra brillaba con la suave luz de sus linternas fosforescentes azules. Con esa luz, pudo ver que estaba rodeado por algo extraño.

Espectros de la bruma. Los primos de los kandra, los carroñeros que cazaban de noche y se alimentaban de cadáveres. Se movían alrededor de Sazed, masas de músculo, carne, y hueso… pero aquellos huesos se combinaban de formas extrañas e innaturales. Pies asomando en ángulos, cabezas conectadas con brazos. Costillas usadas como piernas.

Excepto que estos huesos no eran huesos, sino piedra, metal o madera. Sazed se levantó solemnemente mientras contemplaba los restos del pueblo kandra. Cubriendo el suelo, entre la masa amontonada de espíritus de la bruma, que rezumaban como babosas gigantescas y translúcidas, había clavos descartados. Bendiciones kandra. Aquello que les daba capacidad de consciencia propia.

Lo habían hecho. Habían cumplido su juramento, y se habían quitado los clavos antes de ser dominados por Ruina. Sazed los miró con piedad, asombro y respeto.

El atium
, pensó.
Hicieron esto para impedir que Ruina se apoderara del atium. ¡Tengo que protegerlo!

Salió dando tumbos de la cámara principal, recuperando fuerzas mientras se dirigía al Cubil de la Confianza. Se detuvo, sin embargo, al acercarse, al escuchar sonidos. Se asomó a una esquina, y contempló el pasillo que conducía a la puerta abierta del Cubil. Dentro, encontró a un grupo de kandra, quizás unos veinte en número, trabajando para retirar la placa del suelo que cubría el atium.

No todos se han convertido en espectros de la bruma, por supuesto
, pensó. Algunos no habrían oído a los Primeros, o no habrían tenido valor para arrancarse los clavos. De hecho, ahora que lo pensaba, le impresionó aún más que tantos obedecieran la orden de la Primera Generación.

Sazed reconoció fácilmente a KanPaar dirigiendo el trabajo dentro. Los kandra cogerían el atium y se lo entregarían a Ruina. Sazed tenía que detenerlos. Pero eran veinte contra uno… y Sazed sólo tenía una mente de metal pequeña. Las probabilidades no parecían jugar muy a su favor.

Sin embargo, entonces Sazed advirtió algo ante las puertas del Cubil de la Confianza. Un simple saco de tela, de poca importancia excepto por el hecho de que Sazed lo reconoció. Había llevado dentro sus mentes de metal durante años. Debían de haberlo arrojado allí después de hacerlo cautivo. Se hallaba a unos seis metros de distancia, justo ante la puerta del Cubil.

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