Así, Fantasma continuó bajando la «calle», sintiendo que caminaba por una profunda zanja. Numerosas escalas, y la rampa ocasional o el tramo de escaleras, conducían a las aceras y los edificios de arriba, pero poca gente caminaba por allí. Los surcos, como los llamaban los residentes de la ciudad, simplemente se habían vuelto normales.
Fantasma captó olor a humo mientras caminaba. Alzó la cabeza, y advirtió una abertura en el horizonte de edificios. Recientemente, un edificio de esta calle había ardido hasta los cimientos. La casa de un noble. Su sentido del olfato, como los otros sentidos, era increíblemente agudo. Así que podía ser que estuviera oliendo humo de hacía mucho tiempo, cuando los edificios fueron incendiados durante las primeras revueltas iniciales tras la muerte de Straff Venture. Y sin embargo el olor parecía demasiado fuerte para eso. Demasiado reciente.
Fantasma se apresuró. Urteau moría lentamente, en pleno declive, y gran parte de la culpa podía achacársele a su gobernante, el Ciudadano. Tiempo atrás, Elend había dado un discurso al pueblo de Luthadel. Fue la noche en que murió el Lord Legislador, la noche de la rebelión de Kelsier. Fantasma recordaba bien las palabras de Elend, pues había hablado de odio, rebelión, y los peligros asociados con ellos. Había advertido que, si el pueblo fundaba su nuevo gobierno sobre el odio y el derramamiento de sangre, se consumiría con miedo, envidia y caos.
Fantasma se hallaba entre aquel público, escuchando. Ahora veía que Elend tenía razón. Los skaa de Urteau habían derrocado a sus gobernantes nobles y, en cierto modo, Fantasma estaba orgulloso de ellos por eso. Sentía un creciente aprecio por la ciudad, en parte por la devoción con que intentaban seguir lo que había enseñado el Superviviente. Sin embargo, su rebelión no había cesado con la expulsión de la nobleza. Como Elend había predicho, la ciudad se había convertido en un lugar de odio y muerte.
La cuestión no era por qué había sucedido, sino cómo detenerlo.
Por ahora, ése no era el trabajo de Fantasma. Tan sólo se suponía que debía recopilar información. Sólo la familiaridad (obtenida durante semanas de investigación en la ciudad) le permitía saber adónde se acercaba, pues era frustrantemente difícil seguir la pista de dónde te hallabas en los surcos. Al principio, había intentado mantenerse apartado de ellos, deslizándose por las callejas inferiores de arriba. Por desgracia, los surcos cruzaban toda la ciudad, y había perdido tanto tiempo subiendo y bajando que acabó por advertir que los surcos eran la única forma viable de moverse.
A menos que fueras un nacido de la bruma, claro. Por desgracia, Fantasma no podía saltar de edificio en edificio siguiendo líneas de poder alomántico. Tenía que contentarse con los surcos. Y hacerlo lo mejor posible.
Escogió una escala y la subió. Aunque llevaba guantes de cuero, podía sentir el granulado de la madera. En lo alto, había una pequeña acera que corría a lo largo del surco. Un callejón se extendía ante él y conducía a un puñado de casas. Un edificio situado al final de la callejuela era su objetivo, pero no se dirigió hacia él. En cambio, esperó en silencio, buscando los signos que sabía que estaban allí. Y, en efecto, captó movimiento en una ventana unos cuantos edificios más abajo. Sus oídos captaron el sonido de pasos en otro edificio. La calle ante él estaba sometida a vigilancia.
Fantasma se volvió. Aunque los centinelas vigilaban con mucha atención las callejas, dejaban, sin querer, otra avenida abierta: sus propios edificios. Fantasma se arrastró a la derecha, sintiendo cada guijarro bajo sus pies, escuchando con oídos que podían oír la respiración aumentada de un hombre al divisar algo inusual. Rodeó el exterior de un edificio, procurando que no lo viera nadie, y entró en un callejón sin salida al otro lado. Allí, apoyó una mano contra la pared del edificio.
Había vibraciones dentro de la habitación: estaba ocupada, así que siguió adelante. La siguiente habitación lo alertó de inmediato, pues oyó voces entre susurros dentro. La tercera habitación, sin embargo, no le dio nada. Ninguna vibración de movimiento. Ningún susurro. Ni siquiera los golpeteos apagados de un latido, algo que a veces podía oír si el aire estaba lo bastante tranquilo. Tras inspirar profundamente, Fantasma trabajó con cuidado el cierre de la ventana y se deslizó dentro.
Era un dormitorio, vacío, tal como había previsto. Nunca antes había estado en esta habitación. El corazón le latió con fuerza cuando cerró los postigos y luego atravesó la habitación. A pesar de la oscuridad casi total, no tenía ningún problema para ver. La estancia apenas le parecía en penumbra.
Fuera de la habitación, encontró un pasillo más familiar. Dejó fácilmente atrás dos salas de guardia, desde donde los hombres vigilaban la calle. Era excitante hacer estas infiltraciones. Fantasma estaba en una de las casas de guardia del Ciudadano, a escasos metros de distancia de gran número de soldados armados. Tendrían que saber vigilar mejor su propio edificio.
Subió las escaleras hasta llegar a una habitación pequeña y pocas veces usada del segundo piso. Comprobó si había vibraciones, y luego entró. La austera cámara estaba llena de petates y polvorientos montones de uniformes. Fantasma sonrió mientras cruzaba la habitación, pisando con cuidado y en silencio, con pies sensibilísimos capaces de sentir tablones sueltos, chirriantes o torcidos. Se sentó en el alféizar de la ventana, confiado en que nadie de fuera podría ver lo bastante bien para divisarlo.
La casa del Ciudadano se hallaba a pocos metros de distancia. Quellion despreciaba la ostentación, y había elegido como sede una estructura de tamaño modesto. Probablemente antes fuera la casa de un noble menor, y sólo tenía un pequeño patio, que Fantasma podía ver con facilidad desde su puesto de observación. El edificio en sí brillaba, y la luz brotaba de cada grieta y cada ventana. Era como si todo el edificio estuviera lleno de un extraño poder, y estuviera a punto de estallar.
Pero, claro, era sólo la manera en que el estaño superavivado de Fantasma le hacía ver cualquier edificio que tuviera las luces encendidas dentro.
Fantasma se acomodó, las piernas sobre el alféizar y la espalda contra el marco. La ventana no tenía cristal ni postigos, pero sí agujeros de clavos en la madera: señal de que allí hubo antes algo. El motivo por el que habían arrancado los postigos no le importaba a Fantasma; su carencia significaba que era improbable que entraran en esta habitación de noche. Las brumas ya habían reclamado la habitación, aunque eran tan débiles para los ojos de Fantasma que le costaba verlas.
Durante un rato, no sucedió nada. El edificio y el jardín de abajo permanecieron silenciosos y tranquilos en medio de la noche. Sin embargo, al cabo de un rato, ella apareció.
Fantasma se irguió para contemplar a la joven que salía de la casa y entraba en el jardín. Tenía puesto un vestido skaa marrón claro, un atuendo que de algún modo llevaba con sorprendente elegancia. Su pelo era más oscuro que el vestido, pero no mucho más. Fantasma había visto a muy pocas personas con su cabello castaño oscuro; al menos, a pocas personas que pudieran mantenerlo limpio de ceniza y hollín.
Todos en la ciudad conocían a Beldre, la hermana del Ciudadano, aunque pocos la habían visto. Se decía que era muy hermosa, y en este caso los rumores eran ciertos. Sin embargo, nadie había mencionado su tristeza. Con el estaño tan avivado, Fantasma sentía como si estuviera a su lado. Podía ver sus ojos profundos y pesarosos, que reflejaban la luz del brillante edificio de detrás.
Había un banco en el patio, ante un arbolito. Era la única planta que quedaba en el jardín; el resto lo habían arrancado y excavado, hasta dejar sólo tierra negra y marrón. Por lo que Fantasma había oído, el Ciudadano había declarado que los jardines ornamentales eran cosa de la nobleza. Sostenía que esos lugares sólo habían sido posibles a través del sudor de los esclavos skaa, otra forma de la nobleza para conseguir altos niveles de lujo creando niveles igualmente altos de trabajo para sus sirvientes.
Cuando los habitantes de Urteau habían encalado las murallas de la ciudad y roto las vidrieras de sus ventanas, también habían destruido todos los jardines ornamentales.
Beldre se sentó en el banco a contemplar el triste arbolito, las manos inmóviles sobre el regazo. Fantasma trató de convencerse a sí mismo de que ella no era el motivo por el que se aseguraba de colarse a escuchar las reuniones nocturnas del Ciudadano, y casi lo logró. Éstas eran algunas de las mejores oportunidades que tenía para espiar. Poder ver a Beldre era simplemente un añadido. No es que le importara mucho, por supuesto. Ni siquiera la conocía.
Eso pensó mientras permanecía allí sentado, mirándola, deseando tener algún modo de hablar con ella.
Pero no era momento para eso. El exilio de Beldre al jardín significaba que la reunión de su hermano estaba a punto de empezar. Siempre la mantenía cerca, pero al parecer no quería que oyera sus secretos de estado. Por desgracia para él, su ventana daba al puesto de observación de Fantasma. Ningún hombre normal (ni siquiera un ojo de estaño o un nacido de la bruma corriente) podría oír lo que se decía dentro. Pero Fantasma, por mucho que se estirara el significado de la palabra, no cuadraba dentro de lo normal.
No volveré a ser inútil
, pensó con decisión mientras escuchaba las palabras pronunciadas con confianza. Atravesaron las paredes, cruzaron el corto espacio, y llegaron a sus oídos.
—Muy bien, Olid —dijo una voz—. ¿Qué noticias hay?
La voz era ya familiar para Fantasma: Quellion, el Ciudadano de Urteau.
—Elend Venture ha conquistado otra ciudad —dijo una segunda voz: Olid, el ministro de exteriores.
—¿Dónde? —exigió Quellion—. ¿Qué ciudad?
—Una sin importancia —respondió Olid—. Al sur. De apenas cinco mil habitantes.
—No tiene sentido —dijo una tercera voz—. Abandonó la ciudad de inmediato, llevándose al populacho consigo.
—Pero, de algún modo, consiguió otro ejército de koloss —añadió Olid.
Bien
, pensó Fantasma. La cuarta caverna de almacenaje era suya. Luthadel no pasaría hambre durante algún tiempo. Eso dejaba solamente dos por asegurar: la que había aquí en Urteau, y la última, dondequiera que estuviese.
—Un tirano no necesita ningún motivo para hacer lo que hace —dijo Quellion. Era un hombre joven, pero no estúpido. En ocasiones, hablaba como otros hombres a los que Fantasma había conocido. Hombres sabios. La diferencia, entonces, era de extremos.
¿O tal vez de tiempo?
—Un tirano simplemente conquista por la emoción del control —continuó Quellion—. Venture no está satisfecho con las tierras que ha tomado: nunca lo estará. Seguirá conquistando. Hasta que venga a por nosotros.
La habitación quedó en silencio.
—Informan de que envía un embajador a Urteau —dijo la tercera voz—. Un miembro de la banda del mismísimo Superviviente.
Fantasma se irguió.
Quellion bufó:
—¿Uno de los mentirosos? ¿Viene hacia aquí?
—Los rumores dicen que a ofrecernos un tratado —informó Olid.
—¿Y? ¿Por qué mencionas esto, Olid? ¿Crees que deberíamos hacer un pacto con el tirano?
—No podemos luchar contra él, Quellion.
—El Superviviente no podía luchar contra el Lord Legislador —dijo Quellion—. Pero lo hizo de todas formas. Murió, pero acabó venciendo, al dar a los skaa valor para rebelarse y derrocar a la nobleza.
—Hasta que ese hijo de puta Venture tomó el control —repuso la tercera voz.
La habitación volvió a guardar silencio.
—No podemos ceder ante Venture —protestó Quellion por fin—. No entregaré esta ciudad a un noble, no después de lo que el Superviviente hizo por nosotros. De todo el Imperio Final, sólo Urteau consiguió el objetivo de Kelsier de una nación gobernada por los skaa. Sólo nosotros quemamos las casas de los nobles. Sólo nosotros limpiamos nuestra ciudad de ellos y su sociedad. Sólo nosotros obedecimos. El Superviviente nos cuidará.
Fantasma se estremeció. Le parecía extraño oír hablar de Kelsier en ese tono a hombres que no conocía. Fantasma había paseado con Kelsier, había aprendido con él. ¿Qué derecho tenían estos hombres de hablar como si hubieran conocido al hombre que se había convertido en su Superviviente?
La conversación pasó a temas más mundanos. Discutieron nuevas leyes que prohibirían cierto tipo de ropas antaño usadas por los nobles, y luego tomaron la decisión de dar más dinero al comité de investigación genealógica. Necesitaban expulsar de la ciudad a todos los que ocultaran un parentesco noble. Fantasma tomó notas para poder pasarlas a los demás. Sin embargo, tenía problemas para impedir que sus ojos volvieran a la joven del jardín.
¿Qué le causa tanta tristeza?
, se preguntó. Una parte de él quería preguntárselo, quería ser arrojado, como lo fuera el Superviviente, y bajar de un salto para preguntarle a aquella muchacha solitaria y solemne por qué miraba aquella planta con tanta melancolía. De hecho, cuando se dio cuenta, ya estaba tratando de incorporarse.
Podía ser único, podía ser poderoso, pero, como tuvo que recordarse de nuevo, no era un nacido de la bruma. Lo suyo eran el silencio y el sigilo.
Así que se detuvo. Contento, por el momento, con mirarla desde lejos, sintiendo que de algún modo (a pesar de su distancia, a pesar de su ignorancia) comprendía aquel sentimiento en sus ojos.
La ceniza.
No creo que la gente llegara a comprender lo afortunada que fue. Durante los mil años anteriores al Colapso, empujaron la ceniza hacia los ríos, la apilaron en las afueras de las ciudades y, en general, la dejaron estar. Nunca comprendieron que, sin los microbios y plantas que Rashek había desarrollado para reducir las partículas de la ceniza, la tierra habría quedado enterrada rápidamente.
Aunque, claro, eso acabó sucediendo de todas formas.