—Muy bien —dijo Elend, señalando un mapa del imperio que colgaba de la pared de la tienda donde celebraban sus reuniones—. Medimos la llegada y la desaparición de las brumas cada día, y luego Noorden y sus escribas las analizan. Nos dan estos perímetros como guía.
El grupo se inclinó hacia delante, estudiando el mapa. Vin estaba sentada al fondo de la tienda, como seguía prefiriendo. Más cerca de las sombras. Más cerca de la salida. Se había vuelto más confiada, cierto… pero eso no la volvía descuidada. Le gustaba poder vigilar a todos los presentes, aunque confiara en ellos.
Y lo hacía. Confiaba en todos, excepto tal vez en Cett. Aquel hombre obstinado estaba sentado al frente, con su silencioso hijo adolescente al lado, como siempre. Cett (o el rey Cett, pues era uno de los monarcas que había jurado alianza a Elend) tenía una barba fea, una boca aún más fea y dos piernas tullidas. Eso no le había impedido estar a punto de conquistar Luthadel hacía más de un año.
—¡Diantre! —exclamó Cett—. ¿Esperas que podamos leer eso?
Elend marcó el mapa con un dedo. Era un boceto general del imperio, similar al que habían encontrado en la caverna, sólo que más actualizado. Tenía unos grandes círculos concéntricos inscritos.
—El círculo exterior es el lugar donde las brumas han tomado por completo la tierra y ya no desaparecen durante el día.
Elend dirigió el dedo a otro círculo:
—Este círculo atraviesa la aldea que acabamos de visitar, donde encontramos el depósito. Marca cuatro horas de luz. Todo lo que está dentro del círculo recibe más de cuatro horas. Todo lo que está fuera, menos.
—¿Y el círculo final? —preguntó Brisa.
Estaba sentado con Allrianne lo más lejos posible de Cett que permitía la tienda. Cett seguía teniendo la costumbre de arrojarle cosas a Brisa: insultos, en su mayor parte, y cuchillos de vez en cuando.
Elend miró el mapa:
—Suponiendo que las brumas sigan acercándose a Luthadel al mismo ritmo, ese círculo representa la zona que los escribas consideran que recibirá suficiente luz del sol este verano para permitir cosechas.
Todos guardaron silencio.
La esperanza es para los necios
, pareció susurrar la voz de Reen en el fondo de la mente de Vin. Sacudió la cabeza. Su hermano, Reen, la había entrenado en las costumbres de la calle y los bajos fondos, le había enseñado a ser desconfiada y paranoica. Con esto, también le había enseñado a sobrevivir. Fue Kelsier quien le mostró que era posible confiar y sobrevivir… y fue una lección difícil de aprender. Aun así, a menudo oía la voz fantasmal de Reen en el fondo de su mente, más un recuerdo que otra cosa, susurrándole inseguridades, recordando las cosas brutales que éste le había enseñado.
—Es un círculo bastante pequeño, El —dijo Ham, todavía estudiando el mapa. El musculoso hombretón estaba sentado junto al general Demoux, entre Cett y Brisa. Sazed permanecía a un lado, silencioso. Vin lo miró, tratando de juzgar si su conversación anterior había aliviado un poco su depresión, pero no pudo asegurarlo.
Eran un grupo pequeño: sólo nueve, contando al hijo de Cett, Gneorndin. Pero incluía a casi todos los que quedaban de la banda de Kelsier. Sólo faltaba Fantasma, que estaba de exploración en el norte. Todos estaban concentrados en el mapa. El círculo final era, en efecto, muy pequeño: ni siquiera tenía el tamaño de la Dominación Central, que contenía la capital imperial de Luthadel. Lo que decía el mapa, y Elend daba a entender, era que más del noventa por ciento del imperio no podría mantener cosechas este verano.
—Incluso esta pequeña burbuja desaparecerá el invierno que viene —dijo Elend.
Vin vio como los otros reflexionaban, y comprendían, si no lo habían hecho ya, el horror que los acechaba.
Es como decía el libro de Alendi
, pensó.
No podían luchar con ejércitos contra la Profundidad, que destruía ciudades y causaba una muerte lenta y terrible. Estaban indefensos.
La Profundidad. Así llamaban a las brumas… o al menos, así las llamaban los registros supervivientes. Tal vez lo que combatían, la fuerza primigenia que Vin había liberado, estuviera detrás de todo aquello. No había manera de saber a ciencia cierta qué era, pues la entidad tenía el poder de cambiar los registros.
—Muy bien, amigos —dijo Elend, cruzándose de brazos—. Necesitamos opciones. Kelsier os reclutó porque podíais hacer lo imposible. Pues bien, nuestra situación es bastante imposible.
—A mí no me reclutó —recalcó Cett—. Me pillaron por las pelotas y me metieron en este pequeño fiasco.
—Ojalá me preocupara lo suficiente para pedir disculpas —dijo Elend, mirándolos—. Vamos. Sé que tenéis ideas.
—Bien, mi querido amigo —dijo Brisa—, lo más obvio parece ser el Pozo de la Ascensión. Parece que allí se construyó el poder para combatir las brumas.
—O para liberar lo que se escondía en ellas —dijo Cett.
—Eso no importa —intervino Vin, haciendo que todos volvieran la cabeza—. No hay ningún poder en el Pozo. Se ha agotado. Se acabó. Si regresa alguna vez, me temo que será dentro de otros mil años.
—Es demasiado tiempo para ir tirando con los suministros guardados en esos depósitos —dijo Elend.
—¿Y si cultiváramos plantas que necesiten muy poca luz? —preguntó Ham. Como siempre, llevaba pantalones sencillos y chaleco. Era un tirador, y podía quemar peltre, que lo hacía resistente al calor y el frío. Caminaba alegremente sin mangas un día capaz de enviar a la mayoría de los hombres corriendo en busca de abrigo.
Bueno, tal vez no alegremente. Ham no había cambiado de la mañana a la noche, como había hecho Sazed. Pero sí había perdido parte de su jovialidad. Solía sentarse con gesto consternado, como si considerara las cosas con mucho, mucho cuidado… y no le gustaran las respuestas que encontraba.
—¿Hay plantas que no necesitan luz? —preguntó Allrianne, ladeando la cabeza.
—Champiñones y similares —dijo Ham.
—Dudo que podamos alimentar a todo un imperio a base de champiñones —dijo Elend—. Aunque no es mala idea.
—También tiene que haber otras plantas —continuó Ham—. Aunque las brumas salgan de día, algo de luz debe de pasar. Algunas plantas tienen que poder vivir con eso.
—Plantas que no podemos comer, mi querido amigo —recalcó Brisa.
—Sí, pero tal vez los animales puedan —contestó Ham.
Elend asintió, pensativo.
—Nos queda muy poco tiempo para dedicarnos a la puñetera horticultura —advirtió Cett—. Tendríamos que habernos puesto a trabajar en esto hace años.
—No sabíamos casi nada hasta hace unos pocos meses —dijo Ham.
—Cierto —afirmó Elend—. Pero el Lord Legislador tuvo mil años para prepararse. Por eso creó las cuevas de almacenaje… y seguimos sin saber qué contiene la última.
—No me gusta recurrir al Lord Legislador, Elend —dijo Brisa, sacudiendo la cabeza—. Debió de preparar esos depósitos sabiendo que estaría muerto si alguien tenía que usarlos.
Cett asintió:
—El aplacador idiota tiene razón. Si yo fuera el Lord Legislador, habría llenado esos depósitos de comida envenenada y agua con orines. Porque, si estuviera muerto, todos los demás deberían estarlo también.
—Por fortuna, Cett —contestó Elend, arqueando una ceja—, el Lord Legislador ha demostrado ser más altruista de lo que podríamos haber imaginado.
—No es algo que yo esperara oír jamás —apuntó Ham.
—Era el emperador —dijo Elend—. Puede que no nos gustara su gobierno, pero en parte lo entiendo. No era vengativo… de hecho, ni siquiera era malvado. Tan sólo… se dejó llevar. Además, resistió a esa cosa que estamos combatiendo.
—¿Esa cosa? —preguntó Cett—. ¿Las brumas?
—No —respondió Elend—. Esa cosa que estaba atrapada en el Pozo de la Ascensión.
Se llama Ruina
, pensó Vin de repente.
Lo destruirá todo.
—Por eso he decidido que necesitamos asegurarnos ese último depósito —dijo Elend—. El Lord Legislador ya pasó por esto una vez: supo cómo prepararse. Tal vez encontremos plantas que puedan crecer sin luz. Hasta ahora, cada uno de los depósitos ha tenido siempre comida y agua… pero también en cada uno de ellos había algo nuevo. En Vetitan, encontramos grandes depósitos de los primeros ocho metales alománticos. Puede que lo que haya en ese último depósito sea lo que necesitamos para sobrevivir.
—¡Ea, pues! —dijo Cett, sonriendo de oreja a oreja—. Vamos a marchar sobre Fadrex, ¿verdad?
Elend asintió, cortante:
—Sí. La fuerza principal del ejército marchará hacia la Dominación Occidental en cuanto levantemos el campamento.
—¡Ja! —exclamó Cett—. Penrod y Janarle podrán chuparse ésa durante unos cuantos días.
Vin sonrió débilmente. Penrod y Janarle eran los otros dos reyes más importantes bajo el gobierno imperial de Elend. Penrod gobernaba Luthadel, por eso no estaba allí presente, y Janarle gobernaba la Dominación Norte, el reino que incluía las tierras hereditarias de la Casa Venture.
Sin embargo, la ciudad más grande del norte se había enzarzado en una revuelta mientras Janarle (con el padre de Elend, Straff Venture) estaba fuera, asediando Luthadel. Hasta ahora, Elend no había podido desviar las tropas necesarias para recuperar Urteau de sus disidentes, así que Janarle gobernaba en el exilio, usando su número inferior de tropas para mantener el orden en las ciudades que sí controlaba.
Tanto Janarle como Penrod habían insistido en evitar que el ejército principal marchara contra las tierras de Cett.
—Esos hijos de puta no se alegrarán nada cuando se enteren de esto —dijo Cett.
Elend sacudió la cabeza:
—¿En todo lo que dices tiene que haber una vulgaridad u otra?
Cett se encogió de hombros:
—¿Para qué hablar si no puedes decir algo interesante?
—Maldecir no es interesante —repuso Elend.
—Ésa es tu puñetera opinión —dijo Cett, sonriendo—. Y en realidad no tendrías que quejarte, emperador. Si crees que las cosas que yo digo son vulgares, es que has vivido en Luthadel demasiado tiempo. De donde yo vengo, a la gente no le corta nada usar palabritas como «puñeta».
Elend suspiró:
—De todas formas, yo…
Se interrumpió cuando el terreno empezó a temblar. Vin se puso de pie en pocos segundos, buscando el peligro mientras otros maldecían y buscaban la estabilidad. Descorrió la puerta de la tienda y se asomó a las brumas. Sin embargo, el temblor remitió rápidamente, y causó muy poco caos en el campamento. Las patrullas buscaban problemas, oficiales y alománticos a las órdenes de Elend. La mayoría de los soldados, sin embargo, permanecieron en sus tiendas.
Vin se volvió. Algunas sillas caídas, el mobiliario de viaje perturbado a causa del terremoto. Los demás regresaron lentamente a sus asientos.
—Ha habido un montón últimamente —dijo Ham. Vin miró a Elend a los ojos, y pudo ver en ellos la preocupación.
Podemos combatir ejércitos, podemos capturar ciudades, pero ¿y la ceniza, las brumas, los terremotos? ¿Y el mundo que se cae en pedazos a nuestro alrededor?
—Como iba diciendo —prosiguió Elend, la voz firme pese a la preocupación que Vin sabía que debía de sentir—. Fadrex tiene que ser nuestro próximo objetivo. No podemos arriesgarnos a perder el depósito y su contenido.
Como el atium
, susurró Reen en la cabeza de Vin.
—Atium —dijo ella en voz alta.
Cett se irguió:
—¿Crees que estará allí?
—Hay teorías —respondió Elend, mirando a Vin—. Pero no tenemos ninguna prueba.
—Estará allí —contestó ella.
Tiene que estarlo. No sé por qué, pero tiene que ser nuestro.
—Espero que no —dijo Cett—. He recorrido la mitad del maldito imperio intentando robarlo… Y si ahora resulta que está en mi propia ciudad…
—Creo que estamos pasando por alto algo importante, El —dijo Ham—. ¿Hablas de conquistar Ciudad Fadrex?
Todos quedaron en silencio. Hasta este momento, los ejércitos de Elend habían sido utilizados a la defensiva, para atacar guarniciones koloss o los campamentos de pequeños caudillos y bandidos. Habían amedrentado a unas cuantas ciudades para que se unieran a ellos, pero nunca habían atacado una para tomarla por la fuerza.
Elend se volvió, mirando de nuevo hacia el mapa. Incluso de lado, Vin podía verle los ojos: los ojos de un hombre endurecido por dos años de guerra casi perpetua.
—Nuestro principal objetivo será tomar la ciudad por medio de la diplomacia —reveló Elend.
—¿Diplomacia? —repuso Cett—. Fadrex es mía. ¡Ese maldito obligador me la robó! Que no te dé cargo de conciencia atacarlo, Elend.
—¿No? —preguntó Elend, volviéndose—. Cett, son tu pueblo, tus soldados, a quienes tendremos que matar para entrar en esa ciudad.
—La gente muere en la guerra —dijo Cett—. Sentirse mal no te limpia la sangre de las manos, así que ¿por qué preocuparse? Esos soldados se volvieron contra mí: se merecen lo que les pase.
—No es tan sencillo —repuso Ham—. Si no hubo manera de hacer que los soldados lucharan contra el usurpador, ¿por qué esperar que entreguen sus vidas?
—Sobre todo, a un hombre que también fue usurpador —observó Elend.
—Sea como sea, los informes describen la ciudad como bien defendida —dijo Ham—. Será un hueso duro de roer, El.
Elend permaneció un momento en silencio. Luego miró a Cett, que seguía pareciendo inadecuadamente satisfecho de sí mismo. Como si los dos compartieran algo, una comprensión. Elend era un maestro de la teoría, y con toda probabilidad había leído más que nadie sobre la guerra. Cett parecía tener un sexto sentido para la guerra y las tácticas, y había sustituido a Clubs como el principal estratega militar del imperio.
—Asedio —dijo Cett.
Elend asintió:
—Si el rey Yomen no responde a la diplomacia, la única manera de entrar en la ciudad, sin matar a la mitad de nuestros hombres al hacerlo, es asediándola y volviéndolos desesperados.
—¿Tenemos tiempo para eso? —preguntó Ham, frunciendo el ceño.
—Además de Urteau —dijo Elend—, Ciudad Fadrex y las zonas adyacentes son las únicas secciones importantes de las Dominaciones Interiores que mantienen un ejército lo bastante fuerte para representar una amenaza. Eso, más el depósito, significa que no podemos permitirnos dejarlos sin más.
—En cierto modo, el tiempo está de nuestra parte —dijo Cett, rascándose la barba—. No se ataca una ciudad como Fadrex, Ham. Tiene fortificaciones, una de las pocas ciudades además de Luthadel que podría repeler a un ejército. Pero, como está fuera de la Dominación Central, probablemente ya necesita alimentos.