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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

El hombre de la pistola de oro (16 page)

BOOK: El hombre de la pistola de oro
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Bond oyó el ruido de una cerilla al frotarla contra la cajetilla. En su mente vio a Scaramanga recostado en la silla y fumando según su costumbre. Su voz sonó decidida, sin vacilación.

—Señor Hendriks, aprecio la preocupación de su organización en todo esto y les felicito por sus fuentes de información. Pero comunique a su central lo siguiente: Me encontré con este hombre por casualidad, o al menos así lo creí en aquel momento, y ya no vale la pena preocuparse de cómo sucedió. No era fácil organizar esta reunión, y yo necesitaba ayuda. Deprisa y corriendo, tuve que buscar en Nueva York dos directores para que manejaran al personal del hotel, y están haciendo un buen trabajo, ¿no es cierto? El personal de planta y todo lo demás lo conseguí en Kingston. Pero lo que de verdad necesitaba era una especie de asistente personal que se asegurara de que todo funcionara como tenía que ser. Me resultaba imposible ocuparme personalmente de todos los detalles, así que ese tipo me vino como caído del cielo; me pareció bien y lo contraté. Pero no soy un estúpido. Ya sabía que cuando este espectáculo terminara, tendría que deshacerme de él, aunque sólo fuera por que quizás hubiera tenido conocimiento de algo que no debiera. Y ahora usted me dice que es un miembro del Servicio Secreto. Ya le dije al principio de estas reuniones que me como a esa gente para desayunar cuando me da la gana. Lo que usted me ha contado sólo cambia una cosa: morirá hoy en vez de mañana. Esto es lo que ocurrirá.

En ese momento, Scaramanga bajó la voz y Bond sólo captó algunas palabras sueltas. El sudor corría por su mejilla al apretar la oreja contra la base de la copa de champán.

—Nuestra excursión en tren… ratas en las cañas., un accidente desafortunado… antes de que lo haga… será un sobresalto de mil demonios… los detalles me los deja para mí… le prometo que pasará un buen rato. —Scaramanga debió de recostarse de nuevo en la silla porque su voz sonó con normalidad.— Así que puede estar tranquilo. Esta noche no quedará nada de ese tío, ¿vale? Acabaría con todo esto ahora mismo, con sólo abrir la puerta; pero dos fusibles quemados en dos días daría que hablar por aquí. Y de esta otra forma habrá mucha diversión para todos durante la merienda en el campo.

La voz de Hendriks sonó monótona, sin emoción. El había dado ya sus instrucciones, y la acción estaba a punto de ser ejecutada, una acción definitiva. No tenía quejas por el retraso en el cumplimiento de las órdenes, de manera que contestó:

—Sí, lo que propone será satisfactorio. Disfrutaré de la función con mucho gusto. Y ahora ocupémonos de otros asuntos. Plan Orange: mis superiores quieren saber cómo van las cosas.

—Todo está como debe en Metales Reynolds, Bauxita Kaiser y Aluminios de Jamaica. Pero su sustancia es, ¿cómo diríamos?, muy volátil. Tiene que ser sustituida en las cámaras de derribo cada cinco años. -Se escuchó una risita cruel.— Me reí a gusto cuando vi que las etiquetas de instrucciones de los bidones estaban en algunos de esos idiomas africanos, además del inglés. ¿Listos para la gran sublevación negra? Será mejor que me avise cuando llegue ese día… Tengo algunas acciones bastante vulnerables en Wall Street.

—Entonces perderá mucho dinero —dijo Hendriks sin interés—. No se me informa de fechas. Y no me importa. Yo no poseo acciones. Sería más inteligente que convirtiera su dinero en oro o en diamantes, o en sellos raros. Y ahora, el siguiente tema. Es del interés de mis superiores proveerse de gran cantidad de narcóticos. Usted tiene una fuente de abastecimiento de maría, o marihuana, como la llamamos nosotros. Ahora usted recibe sus entregas pesadas en libras, y yo le ruego que estimule a sus proveedores para que le proporcionen la hierba en quintales. Se le sugiere que usted remita después los envíos a Cayo Pedro, ya que mis amigos pueden organizarse para recogerlos allí.

Hubo un breve silencio. Scaramanga debía de estar fumando su delgado puro. Enseguida le contestó.

—Sí, creo que se podría arreglar. Pero acaban de sacar los dientes con nuevas leyes sobre la maría y sentencias de prisión realmente duras, ¿sabe? Por ello ahora está por las nubes. El precio de partida actual es de dieciséis libras la onza, así que un quintal de hierba costaría miles de libras. Y, además, cantidades como ésas son demasiado abultadas y mi barca de pesca probablemente transportaría sólo un quintal por vez. De todas maneras, ¿adonde va? Tendrá suerte si consigue que desembarquen esas cantidades, porque una libra o dos ya resulta bastante difícil.

—No se me informa de los destinos, pero asumo que es para Norteamérica. Tengo la impresión de que son los mayores consumidores. Ya se han llevado a cabo preparativos para recibir inicialmente este y otros envíos en la costa de Georgia. Me han dicho que esa zona se encuentra llena de pequeñas islas y marismas, y que actualmente está muy favorecida por los contrabandistas. El dinero no importa. Tengo instrucciones de hacer un desembolso inicial de un millón de dólares, pero a un precio de mercado competitivo. Usted recibirá su comisión habitual del diez por ciento. ¿Le interesa?

—Yo siempre estoy interesado en cien mil dólares. Habré de ponerme en contacto con mis cosechadores. Tienen sus plantaciones en el condado de Maroon, en el centro de la isla, lo cual significa que me llevará un tiempo. Le proporcionaré un presupuesto en unas dos semanas, con un quintal de la hierba franco a bordo en Cayo Pedro, ¿correcto?

—Y la fecha. Los cayos son muy planos, y no es material que sea fácil dejar por ahí de cualquier manera, ¿verdad?

—Claro, claro. Muy bien, ¿algún otro tema? ¿No? de acuerdo. Bien, yo tengo algo que quisiera comentar. El asunto de los casinos. Ésta es la situación: el gobierno se siente tentado. Piensa que así estimularía la industria turística. Pero los chicos duros (los que fueron expulsados de La Habana, la maquinaria de Las Vegas, los tíos de Miami, y de Chicago, todas las organizaciones) no le tomaron la medida a la gente de aquí antes de presionarlos. Y asumieron un riesgo injustificado con demasiado sentimentalismo: pusieron demasiado dinero en las manos equivocadas. Creo que les hubiera ido mejor si hubieran utilizado una organización de relaciones públicas. Como Jamaica se ve pequeña en el mapa, los sindicatos pensaron que podían acelerar una operación pequeña y limpia, como el trabajo de Nassau. Pero el partido de la oposición se dio cuenta, y la Iglesia, y las ancianas ricas, y se habló de que la Mafia estaba tomando posesión de Jamaica, la vieja Cosa Nostra, y toda esa mierda, y los chicos fueron eliminados.

»¿Se acuerda cuando nos ofrecieron participar hace dos años? Eso fue cuando vieron que habría una quiebra y quisieron descargar algún gasto de promoción, un par de millones de dólares, en el Grupo. Recuerde que entonces aconsejé que no y expuse mis motivos. Bien. Dijimos no. pero ahora las cosas han cambiado: hay otro partido en el poder, un poco de crisis turística el pasado año y cierto ministro que se ha puesto en contacto conmigo. Dice que el clima es distinto, que ha llegado la independencia, y ya han salido de debajo de las faldas de Tía Inglaterra. Quieren demostrar que Jamaica está al día, desean promocionar un atractivo sexual y todo eso. Por ello este amigo mío dice que ahora se puede sacudir la somnolencia que hay aquí en materia de juego. Me ha dicho cómo hacerlo, y tiene sentido. Si antes dije que nos quedáramos fuera, ahora digo que entremos. Pero costará dinero, cada uno de nosotros tendrá que entrar con cien mil dólares, para estimular la inversión local. Miami será el agente y tendrá los derechos. El trato es que nos harán entrar con el cinco por ciento, pero los primeros. ¿Me sigue? Con esas cifras, y no están engrosadas, obtendremos nuestro jugo en dieciocho meses. Después de eso, todo será beneficio. ¿Lo ve? Pero sus… amigos no parecen muy entusiasmados con… digamos… estas empresas capitalistas. ¿Cómo lo ve? ¿Contribuirán? No me gusta que salgamos fuera del país a buscar las ganancias. Y ayer perdimos un accionista… Pensemos en ello porque tenemos que considerar eso también. ¿A quién vamos a persuadir para que sea el Número Siete, ahora que andamos cortos…?

James Bond se enjugó la oreja y limpió la base de la copa con su pañuelo. Era casi insoportable. Había escuchado su propia sentencia de muerte; había oído con detalle la implicación de la KGB con Scaramanga en el Caribe, al igual que otros asuntos de menor calibre, como el sabotaje de la industria de bauxita, el contrabando masivo de droga en Estados Unidos y, además, los pormenores de la relación de los políticos con el juego. Era una batida magnífica para el área de Inteligencia de la zona. ¡Y él tenía la pelota en las manos! ¿Viviría para ponerla en juego? «¡Dios mío, lo qué daría por un trago ahora mismo!» Volvió a acercar su oído a la recalentada base de la copa.

Silencio. Cuando se oyó de nuevo, la voz de Hendriks sonaba prudente, con algo de indecisión. Obviamente, él habría querido decir «Yo paso», con el corolario de «hasta que haya hablado con mi central», claro.

En vez de ello, dijo:

—Señor S., es un negocio difícil, ¿me comprende? Mis superiores no rechazan las intervenciones rentables; pero, como usted sabe, prefieren los negocios que tienen un objetivo político. Bajo esas condiciones me dieron la instrucción de aliarme con su Grupo. El dinero no es problema. Pero ¿cómo les explico el objetivo político de abrir casinos en Jamaica? En eso estoy pensando.

—Casi con seguridad, todo eso conllevará problemas. Los nativos querrán jugar en los casinos, porque aquí son grandes jugadores. Habrá incidentes cuando vean que se les prohibe la entrada, por un motivo u otro. Luego el partido de la oposición se agarrará a eso e iniciará una campaña sobre la discriminación racial, etcétera. Con tanto dinero de por medio, los sindicatos subirán los salarios por las nubes. Todo contribuirá a hacer tufo. El ambiente es demasiado pacífico por aquí, y ésta será una forma barata de iniciar una revuelta. ¿No es eso lo que quiere su gente, dar a las islas un poco de marcha, una después de otra?

Siguió otro silencio breve. Era obvio que a Hendriks no le gustaba la idea. Y así lo dijo, pero de manera indirecta.

—Lo que explica, señor S., resulta muy interesante, pero ¿no es verdad que esos problemas que prevé pondrán en peligro también nuestro dinero?… Sin embargo, transmitiré su sugerencia y le informaré enseguida. Es posible que mis superiores lo aprueben. ¿Quién sabe?… Ahora pensemos en ese asunto de un nuevo Número Siete. ¿Tiene a alguien en mente?

—Creo que necesitamos a un buen hombre en Sudamérica, alguien que supervise nuestras operaciones en la Guayana Británica. Y tendríamos que mejorar nuestra posición en Venezuela. ¿Por qué no hemos ido más lejos en esa gran estrategia para bloquear el estrecho de Maracaibo? Es como robar a un ciego, y además teniendo el acorazado adecuado. La simple amenaza haría que las compañías petrolíferas desembolsaran y que siguieran desembolsando dinero, a modo de protección. Y, además, si ese negocio de los narcóticos va a ser importante, no prescindamos de México. ¿Qué tal el señor Arosio, de Ciudad de México?

—No conozco a ese caballero.

—¿Rosy? Oh, es un gran tipo. Dirige el Sistema de Transporte Green Light. Drogas y chicas en Los Angeles. Aún no le han pillado nunca. Es un agente de confianza, que no tiene afiliados. En su organización ya saben de él. ¿Por qué no lo verifica con ellos y luego lo exponemos a los demás? Aprobarán nuestra decisión.

—De acuerdo. Y ahora, señor S., ¿tiene algo que informar en relación a su propio jefe? En una reciente visita a Moscú, creo que expresó su satisfacción por los esfuerzos que usted está realizando en la zona. Es motivo de elogio que haya una cooperación tan estrecha entre los esfuerzos subversivos de su jefe y los nuestros propios. Nuestros respectivos superiores esperan mucho en un futuro de nuestra unión con la Mafia, aunque yo, personalmente, desconfío. El señor Gengerella es una conexión muy valiosa, pero tengo la impresión de que esa gente sólo se mueve por dinero. ¿Qué piensa usted?

—Usted lo ha dicho, señor Hendriks. En la opinión de mi jefe, la primera y única consideración de la Mafia es la propia Mafia. Siempre ha sido así y siempre lo será. Mi «señor C.» no espera grandes resultados en Estados Unidos, ya que ni siquiera la Mafia puede derrotar el sentimiento anticubano que hay. Sin embargo, cree que se conseguirá mucho en el Caribe, encargándoles algunos trabajos, pues son muy efectivos. Seguramente suavizaría las cosas aún más si su gente utilizara a la Mafia para la distribución en ese asunto de los narcóticos. Convertirían su inversión de un millón de dólares en diez. Por supuesto, se apropiarían de nueve; pero la cosa iría en serio y eso los ligaría a ustedes. ¿Cree que podría arreglarlo? Daré a Leroy G. una buena noticia para que informe cuando vuelva a casa. En cuanto al señor C., parece que le va bien. «Flora» ha supuesto un golpe para su estructura; pero, en esencia, gracias a los norteamericanos que amenazan a Cuba de la manera que lo hacen, ha logrado mantener el país unido. Si alguna vez Estados Unidos manejara su propaganda con menos rigor y dejara de provocar o incluso, quizás, hiciera algún gesto amistoso que otro, el hombrecillo se desinflaría. No lo veo demasiado a menudo porque me deja a mi aire. Supongo que quiere tener las manos limpias. Pero, a cambio, tengo toda la cooperación que necesito de la DSS. Bien, vamos a ver si los chicos están listos para marchar. Son las once y media y la
Belle de Bloody Boy
tiene que estar en marcha a las doce. Creo que va a ser un día de diversión muy completo. Lástima que nuestros jefes no puedan ver cómo acabaremos con el inglés…

—¡Ja! —exclamó Hendriks, sin comprometerse.

James Bond se apartó de la puerta. Escuchó el ruido de la llave maestra de Scaramanga en la cerradura, levantó la vista y bostezó.

Scaramanga y Hendriks lo miraron. La expresión de ambos era vagamente interesada y reflexiva, como si se tratara de un trozo de bistec y estuvieran pensando si lo querían poco hecho o no.

Capítulo 13
¡Escuchad el silbato del tren!

A las doce en punto se reunieron todos en el vestíbulo. Scaramanga había añadido a su inmaculado atuendo tropical un Stetson blanco de ala ancha. Parecía el propietario más elegante de una plantación del sur. Hendriks llevaba su habitual traje grueso, coronado ahora con un Homburg gris. Bond pensó que, para una imagen perfecta, debería usar también guantes de piel gris y una sombrilla. Los cuatro pistoleros llevaban camisas de estilo calipso por fuera de sus bermudas. Bond estaba encantado. Si llevaban pistolas a la cintura, las camisas les dificultarían mucho a la hora de sacar el arma. Los coches esperaban fuera, y el Thunderbird de Scaramanga estaba el primero. Scaramanga se acercó al mostrador de recepción, donde Nick Nicholson estaba de pie, frotándose las manos con invisible jabón y con su habitual disposición solícita.

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