El Imperio Romano (30 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: El Imperio Romano
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La situación también era propicia para él. Había tribus africanas nativas en las regiones montañosas y desérticas de Mauritania y Numidia que nunca habían aceptado totalmente la dominación romana desde las ciudades de la franja costera. Además, estaban los donatistas y otros herejes, a quienes sujetaba la mano fuerte de Agustín, obispo de Hipona, y que estaban muy dispuestos a hacer causa común con un bárbaro arriano contra la ortodoxia católica.

Bonifacio reconoció su error demasiado tarde y se reconcilió con la corte (Aecio estaba en la Galia). Mas para entonces ya Genserico había ocupado África, dejando solamente Cartago, Hipona y Cirta (esta última a 160 kilómetros al oeste de Hipona) bajo dominio romano.

Genserico puso sitio pacientemente a Hipona, que resistió casi dos años, pues podía recibir suministros, y los recibió, desde el mar. El Imperio Oriental, uniéndose por una vez al Oeste, envió una flota y ayudó a trasladar provisiones. Pero todo esto no sirvió de nada, pues dos veces ejércitos conducidos por Bonifacio fueron derrotados en tierra por Genserico. En 431, Hipona fue tomada. Su obispo, Agustín, no vivió para ver la rendición. Había muerto durante el asedio.

Bonifacio retornó a Italia y allí libró una batalla con su implacable enemigo Aecio. Bonifacio ganó, pero fue herido por mano de Aecio y murió poco después.

En 435, Genserico hizo un tratado con la corte de Ravena por el cual se reconocía el Reino Vándalo y se daba carácter legal a su posición. Los romanos estaban ansiosos de lograr esa paz porque, estando Egipto bajo el firme control del Emperador de Oriente, África era el principal granero de Roma. En su opinión, Genserico podía ocupar esas tierras a condición de que continuase los embarques regulares de cereales a Roma.

Según los términos del tratado, Genserico también aceptaba que Cartago (todavía no conquistada) siguiese siendo romana. Genserico aceptó esto... hasta que le convino no seguir aceptándolo. En 439 (1192 A. U. C.), marchó sobre Cartago y la tomó, convirtiéndola en su capital y en la base de su flota recientemente construida, que sería el terror del Mediterráneo durante veinte años.

El huno Atila

Mientras los vándalos se apoderaban de la provincia meridional del Imperio Occidental y los visigodos se acomodaban en las provincias occidentales, una amenaza aún más bárbara aparecía en el Norte.

Los hunos estaban nuevamente en marcha.

Había sido su migración hacia el Oeste, casi un siglo antes, desde el Asia Central a las llanuras al norte del mar Negro, lo que había impulsado a los visigodos a entrar en el Imperio Romano e iniciado el prolongado ataque que ahora puso al Imperio Occidental al borde de la ruina.

Mientras los godos y vándalos obtenían sus victorias, los hunos habían permanecido relativamente tranquilos. Habían saqueado la frontera romana de vez en cuando, pero sin llevar a cabo una invasión substancial.

En parte, esto fue consecuencia de que el Imperio Oriental estuvo en una situación más sólida que su hermano Occidental. Después de la muerte de Arcadio, en 408, su hijo de siete años, Teodosio II (llamado a veces «Teodosio el Joven»), subió al trono. Cuando llegó a la edad adulta, demostró ser más fuerte que su padre, y hasta tenía cierta amabilidad y buena disposición que le dio popularidad. En el curso de su largo reinado de cuarenta años, el Imperio de Oriente conservó cierta estabilidad. Amplió y reforzó Constantinopla, abrió nuevas escuelas y mandó hacer un compendio jurídico que fue llamado el Código de Teodosio, en su honor.

Los persas (el viejo enemigo casi olvidado ante los terrores del nuevo peligro que presentaron los bárbaros del Norte) fueron rechazados en dos guerras de bastante éxito, y si bien las fronteras del Imperio Occidental se estaban derrumbando, las del Imperio Oriental se mantuvieron intactas.

Pero en 433 dos hermanos, Atila y Bleda, accedieron al gobierno de los hunos. Atila, que era el miembro dominante de la pareja, de inmediato mostró una actitud amenazante hacia Roma y obligó a Teodosio a pagarle un tributo de 700 libras de oro al año a cambio de la promesa de mantener la paz.

Y Atila mantuvo la paz... durante un tiempo. Aprovechó el intervalo para fortalecerse en todas partes, lanzando a sus jinetes contra los primitivos eslavos, que entonces ocupaban las llanuras de la Europa oriental central. También avanzó hacia el Oeste, a Germania, debilitada y en parte despoblada por las migraciones de tantos guerreros a las provincias occidentales del Imperio.

El empuje hacia el Oeste de los hunos lanzó a nuevas tribus germánicas a través del Rin. Entre ellas se contaban los burgundios, algunos de los cuales habían participado en el anterior avance de los suevos sobre la Galia. Ahora, en 436, y en los años siguientes, nuevos grupos de burgundios entraron en la Galia y se establecieron en la región sudoriental de la provincia, después de sufrir una derrota, por obra de Aecio, que desalentó los planes que pudieron haber concebido de obtener un dominio más vasto por el momento.

Otra tribu germánica empujada a la Galia por los hunos fue la de los francos. Habían intentado hacer una incursión en Galia casi un siglo antes, pero Juliano los derrotó de modo tan total que habían permanecido en calma desde entonces. Ahora ocuparon la parte nororiental de la Galia, y esta ocupación también fue limitada por una derrota a manos de Aecio.

Otras tribus germánicas —los anglos, sajones y jutos— que habitaban al norte y al noreste de los francos, sobre las costas de lo que es ahora Dinamarca y Alemania occidental, se vieron obligados a cruzar el mar en el decenio de 440. Hicieron correrías por Britania, que había vuelto a la barbarie, y en 449 los jutos efectuaron sus primeros asentamientos permanentes en lo que es ahora Kent, en la región sudoriental de Inglaterra. Durante los siglos siguientes, los «anglosajones» expandieron lentamente sus posesiones al oeste y al norte contra los fieros guerreros celtas britanos. Fue esta resistencia céltica la que más tarde dio origen a la leyenda del rey Arturo y sus caballeros.

Algunos de los britanos huyeron luego a la región noroccidental de la Galia, estableciéndose en lo que es ahora Bretaña.

Después de la muerte de Bleda, en 445 (1198 A. U. C), desapareció la influencia moderadora que ejercía éste sobre Atila, quien entonces gobernó un vasto imperio que se extendía desde el mar Caspio hasta el Rin y cubría la frontera septentrional del Imperio Romano de un extremo a otro.

Decidió seguir una política exterior aún más aventurera e invadió el Imperio de Oriente, hasta que fue comprado por un tributo aumentado de una tonelada de oro al año.

Teodosio II murió en 450 (1203 A. U. C.) y le sucedió su hermana, Pulqueria, nieta de Teodosio I. Sintió la necesidad de un sostén masculino en medio de los males que la acosaban y se casó con Marciano (Marcianus), un tracio de humilde origen pero un capaz general.

El cambio de gobierno se hizo sentir inmediatamente, pues cuando Atila envió a pedir el último pago del tributo anual, Marciano se negó a entregarlo y se declaró dispuesto a ir a la guerra.

Atila rechazó el desafío. ¿Para qué preocuparse por Marciano, que podía crearle problemas, cuando en el Oeste había una región dominada por un emperador débil, cortesanos pendencieros y reinos bárbaros rivales? Hay una historia según la cual Honoria, la hermana de Valentiniano III, habiendo sido encarcelada por un delito, hizo llegar su anillo a Atila y lo instó a ir a Italia y reclamarla como novia suya. Esto pudo haber servido al rey huno como excusa para una invasión que de todos modos tenía planeada.

Casi inmediatamente después de la subida al trono de Marciano y el rechazo del tributo, Atila se dispuso a cruzar el Rin e invadir la Galia.

Desde hacía una generación, la Galia había sido el escenario de la lucha entre Aecio, en representación del Emperador, y diversas tribus germánicas. Aecio había hecho prodigios. Mantuvo a los visigodos confinados en el sudoeste, a los burgundios en el sudeste, a los francos en el noreste y a los britanos en el noroeste. Grandes extensiones de la Galia central seguían siendo romanas. En verdad, puesto que Aecio obtuvo las últimas victorias que lograron los romanos en Occidente, a veces es llamado «el último de los romanos».

Pero ahora no era con las tribus germánicas que huían de los hunos con los que debía luchar, sino contra los mismos hunos. Cuando Atila y sus hordas de hunos cruzaron el Rin en 451 (1204 A. U. C.), Aecio se vio obligado a hacer causa común con el visigodo Teodorico I. En verdad, los germanos de la Galia reconocieron el tremendo peligro que se cernía sobre todos, y francos y burgundios afluyeron al ejército de Aecio.

Los dos ejércitos, el de Atila, que incluía auxiliares de las tribus germánicas conquistadas por los hunos, sobre todo los ostrogodos, y el de Aecio, con su fuerte contingente visigodo, se encontraron en el norte de la Galia, en una región que había sido habitada por una tribu celta llamada los «catalauni». Por ello, la región es llamada los Campos Cataláunicos, y la principal ciudad de la región es ahora Châlons, a unos 140 kilómetros al este de París. La batalla que se libró allí es llamada la Batalla de Châlons o la Batalla de los Campos Catalaúnicos, pero de cualquier forma que la llamemos fue en cierta medida una batalla de godos contra godos.

Aecio colocó sus propias tropas en la izquierda de la línea del frente y a los visigodos en la derecha. Los aliados más débiles fueron situados en el centro, donde, esperaba Aecio, Atila (que siempre estaba en el centro de su propia línea), lanzaría el ataque principal. Eso fue lo que ocurrió. Los hunos atacaron por el centro y avanzaron, mientras los extremos de la línea de Aecio se cerraron sobre ellos, los rodearon e hicieron estragos.

Si la victoria hubiera sido explotada hasta el fin, los hunos podían haber sido barridos y Atila muerto. Pero Aecio era aún más intrigante que general y le interesaba que los visigodos no se hicieran demasiado fuertes como resultado de la victoria sobre los hunos. Teodorico, el viejo rey visigodo e hijo de Alarico, murió en la batalla, y Aecio entrevió aquí una oportunidad favorable. Había mantenido al hijo de Teodorico, Torismundo, como rehén para impedir que el viejo godo cambiase repentinamente de opinión con respecto al bando al que le convenía apoyar. Ahora envió al joven príncipe apresuradamente a Tolosa con su ejército para asegurarse la sucesión. Con la desaparición de los contingentes visigodos, Atila y lo que quedaba de su ejército pudieron escapar, pero Aecio podía estar seguro de que los visigodos estarían dedicados a una guerra civil. Aecio tenía razón. Torismundo subió al trono, pero al año fue muerto por su hermano menor, quien a su vez se hizo coronar con el nombre de Teodorico II.

Este dudoso asunto de Châlons impidió que Atila conquistase la Galia, pero no acabó con la amenaza de los hunos ni merece el honor de llevar el nombre de «victoria decisiva» que le otorgaron épocas posteriores.

Atila reorganizó su ejército, recuperó el aliento y, en 452, invadió Italia, usando todavía como excusa su petición de la mano de Honoria, que se había prometido a él. Puso sitio a Aquileya, ciudad del extremo septentrional del mar Adriático y después de tres meses la tomó y la destruyó. Algunos de sus habitantes, huyendo de la devastación, buscaron refugio en las lagunas cenagosas del Oeste. Este fue, según la tradición, el núcleo inicial de la que más tarde sería la famosa ciudad de Venecia. Italia estaba postrada ante el avance de este bárbaro que se jactaba de que «la hierba nunca vuelve a crecer allí donde pisa mi caballo». Los eclesiásticos proclamaron que era el medio por el cual Dios castigaba a un pueblo pecador. Era «el azote de Dios».

El avance de Atila hacia Roma no halló oposición. Como Honorio se había quedado acobardado en Ravena cuarenta años antes mientras Alarico atacaba Roma, así ahora Valentiniano III se quedó acobardado en Ravena. El único líder de Roma que podía oponerse a Atila fue el obispo de Roma, quien por entonces era León, un hombre de origen romano que había sido nombrado obispo en 440. (A causa de su historia a menudo se le llama «León el Grande».)

Fue bajo León cuando el obispo de Roma logró por primera vez la posición indiscutida de principal eclesiástico de Occidente. El cambio de la capital occidental de Milán a Ravena había arruinado el prestigio del obispo de Milán, mientras el poder bárbaro en Galia, España y África había disminuido el prestigio de los obispos de esas regiones.

La palabra «papa», que significa «padre», había sido aplicado en diversas lenguas y aún lo es («père», «padre») a los sacerdotes en general. En el Imperio Romano tardío fue aplicado a los obispos, en particular, y a los obispos importantes más particularmente aún.

Cuando León fue obispo de Roma, se hizo práctica corriente en Occidente limitar la palabra «Papa», con mayúscula, a él. León (y los posteriores obispos de Roma) fue el «Padre» por excelencia; era
el
Padre,
el
Papa.

Si bien es costumbre incluir a todos los obispos de Roma, desde el mismo Pedro, entre los papas, sólo en el reinado de León el nombre de «papa» se hizo común, y por eso León es considerado por algunos como el fundador del papado.

León adoptó una actitud firme en todas las disputas religiosas de la época. No vaciló en actuar como el primer obispo de la Iglesia, y su opinión fue adoptada por otros. Mostró su fuerza en una severa represión de los maniqueos, que fue el comienzo del fin de su intento de competir con el cristianismo por la adhesión del populacho. (Sin embargo, el maniqueísmo no murió, sino que llevó una existencia subterránea y tuvo influencia en el desarrollo de ciertas herejías medievales, sobre todo en el sur de Francia.)

El prestigio de León aumentó aún más por su acción con respecto a Atila. Roma, abandonada por sus líderes políticos, sólo podía apelar a León.

Recogiendo el desafío con firme valentía, León se dirigió al Norte para encontrar al conquistador que se aproximaba. Ambos se encontraron en 250, a orillas del río Po. Llevando sus vestimentas papales con toda su magnificencia y rodeado de toda la pompa que pudo lograr, León urgió a Atila abstenerse de atacar la ciudad sagrada del Imperio.

Según la tradición, Atila quedó desconcertado e impresionado por la firmeza de León, su imponente apariencia y la aureola del papado. Por temor reverente o por superstición, se retiró. A fin de cuentas, Alarico había muerto poco después del saco de Roma. También es posible que León acompañase sus palabras con la oferta de un generoso don en lugar de la mano de Honoria, y que el oro, tanto como el temor, persuadiesen a Atila a retirarse.

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