El kender Tasslehoff Burrfoot está en la edad del «ansia viajera», como la llaman los de su raza. En su deambular, llega a Solace durante la Feria de la Primavera y se fija en un precioso brazalete de cobre con incrustaciones de piedras semipreciosas que exhibe un enano gruñón. Para evitar, naturalmente, que un desaprensivo robe tan preciosa joya. Tas la pone a buen recaudo en su muñeca, con la intención de devolverla después al artesano. Éste no comprende sus buenos propósitos y, al sorprenderlo, lo acusa de ladrón en medio de un gran alboroto. De esta manera, se conocen Tas, Flin y Tanis, quien llega a tiempo para aclarar el «malentendido».
Mary Kirchoff & Steve Winter
El incorregible Tas
Dragonlance: Compañeros de la Dragonlance - 2
ePUB v1.0
OZN09.08.12
Título original:
Wanderlust
Mary Kirchoff & Steve Winter
Traducción: Mila López Diaz-Guerra
Ilustraciones: Clyde Caldwell
Diseño/retoque portada: OZN
Editor original: OZN (v1.0 a v1.1).
ePub base v2.0
Era un frío día de otoño y una niebla densa y persistente envolvía el bosque de Wayreth. La luz que lograba filtrarse a través del espeso dosel era gris y mortecina, de modo que la floresta tenía también un aspecto descolorido y sin relieve. De vez en cuando, al gotear el rocío acumulado, una hoja se agitaba y se mecía como si la hubiese rozado alguna mano invisible.
Dos enanos avanzaban entre la sombría bruma cargando con esfuerzo el peso de un cuerpo sin vida que se mecía entre los dos. Vestían unas sencillas camisas de lana, cinturones anchos y pantalones con los bajos metidos en las pesadas botas. Transportaron su carga hasta un grupo de jóvenes abedules, la arrojaron en la hierba húmeda y le apoyaron en las palas que llevaban.
—Deberíamos cavar una tumba —dijo el primero mientras se rascaba la mejilla con gesto ausente. Era muy joven y llevaba afeitada la barba y el cabello muy corto en el nacimiento de la frente, al estilo de los aprendices.
El segundo enano sacudió la cabeza, y su larga barba le agitó.
—Con lo que ha quedado de él no merece la pena molestarse. No debe de importarle gran cosa a nadie ya que ni siquiera lo han reclamado, así que no voy a romperme la espalda por enterrar sus restos. Dejémoselo a los cuervos; por la mañana sólo quedarán huesos y nadie lo echará en falta.
Tras limpiarse las manos manchadas de sangre en los pantalones, el enano barbudo rebuscó en un abultado bolsillo y sacó una pipa y un guijarro del tamaño de una ciruela. Abrió la piedra por un resorte disimulado con gestos diestros. Unos cuantos soplidos avivaron la brasa encendida que había en el interior y con ella encendió la pipa. Momentos después, las volutas de humo se alzaban en el cargado aire y se mezclaron con la niebla.
—Éste es el tercero en una semana —comentó el enano más joven—. ¿Qué crees que los trae aquí, sabiendo el precio del fracaso?
El otro enano contempló pensativo el cuerpo yacente a través de las volutas de humo. Tenía el torso reventado y los extremos de las costillas rotas atravesaban la túnica empapada de sangre. El ojo derecho y gran parte de ese lado de la cara estaban destrozados. El brazo derecho aparecía doblado en un ángulo forzado y presentaba diversas roturas; le faltaba además el pulgar de la mano derecha.
—¿Lo saben de verdad? —se preguntó en voz alta—. Si arrojásemos a este desdichado en la entrada principal en lugar de traerlo a este lugar escondido, quizás entonces supieran cuál es el verdadero precio del fracaso.
—Casi todos los que vienen a la Torre de la Alta Hechicería son aprendices de mago, jóvenes y muy pagados de sí mismos. La elección que tienen que tomar es dura. O siguen siendo aprendices toda su vida, yendo de un sitio para otro practicando conjuros de poca importancia, o vienen aquí y se enfrentan a la muerte para ganarse el derecho de vestir la túnica de hechicero.
—Es un procedimiento muy riguroso, muchacho, pero el Cónclave de Hechiceros sabe lo que se trae entre manos. La magia es la fuerza más grande del mundo. El Cónclave no tiene control sobre ella y por tanto lo ejerce sobre quienes la practican. Cualquier mago de Ansalon que desee realizar algo más que conjuros menores, debe venir a la torre y enfrentarse a la Prueba; en caso contrarío, se lo considerará un renegado y será perseguido por sus hermanos de profesión. Si es diestro, y lo acompaña la suerte, superará la Prueba. Si no… —El enano señaló con un gesto de la cabeza el cuerpo destrozado tirado en la hierba. Después se echó al hombro la pala y emprendió el regreso hacia la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth.
* * *
En el bosque, el día dio paso al atardecer; una fría brisa arrastró las hojas otoñales en un pequeño remolino. En el suelo, bajo el remolino, yacían los pálidos restos del mago muerto.
Como si se materializara de las propias hojas, apareció una moneda de oro grande y giró en el aire, tan deprisa que semejaba una bola dorada. Sin caer y sin elevarse, sin moverse a un lado o a otro, siguió dando vueltas en el centro del pequeño torbellino.
Entonces, de una manera tan repentina como se había iniciado, el viento se calmó, las hojas se posaron en el suelo y la moneda cayó en la mano fría y mutilada del mago muerto. A medida que crecía la oscuridad, una extraña y susurrante brisa se cernió sobre el brumoso paraje.
Bajo la luz de la luna menguante, los dedos ensangrentados se crisparon, se flexionaron y se cerraron sobre la moneda. Una nueva vida latió en las venas, al principio de manera espasmódica y después con más regularidad. El cuerpo destrozado se removió entre las hojas estremecido por el dolor cuando la sangre manó de nuevo por las heridas abiertas. Los bordes desgarrados de la carne del pecho del hombre se unieron. Un gemido ronco salió de entre los labios y creció de intensidad hasta convertirse en un alarido que hendió el aire del anochecer. El cuerpo yació tenso y expectante, sacudido por la jadeante respiración.
—¿Qué precio pagarías por tu vida, mago?
El ojo ileso del hombre se abrió bruscamente al escuchar la voz chirriante que provenía de la palma de su mano. A pesar de ser un tormento, se obligó a sentarse y miró la moneda. En una de las caras tenía un rostro de mandíbula cuadrada, sonriente; en la otra, el mismo rostro, pero éste con un gesto de desprecio y enfado. La boca era un agujero que traspasaba el metal. El mago alzó la moneda para mirar a través del orificio, pero retrocedió aterrado. Unos rostros destrozados sostenidos por cuerpos putrefactos se agitaban entre llamas ardientes.
—Primero has experimentado la muerte y ahora has contemplado el Infierno, todo en un mismo día —dijo la cara sonriente—. Quizás estés dispuesto a discutir las condiciones para renacer.
Perplejo, aturdido por el dolor, el joven mago intentó hablar.
—¿Quién eres? —jadeó—. ¿Por qué me has hecho esto?
—¿Es que no reconoces el semblante de tu buen dios Hiddukel, señor de los contratos, quebrantador de las almas?
Al oír el nombre del antiguo y maligno dios, el mago tembló y se arrebujó en la túnica desgarrada.
—Pero yo sigo al dios neutral, Sirrion.
La moneda se volvió en su mano y mostró la cara de gesto severo.
—¿Y dónde está ahora? Te he devuelto la vida. ¿Cómo me pagarás el favor?
—No te pedí ayuda —repuso el joven con voz queda.
—¡Así sea, pues! —bramó el rostro furibundo.
De repente, el mago sintió que sus costillas se rompían de nuevo. Un grito de dolor, junto con una bocanada de sangre, escapó de entre sus labios.
—¿Qué es lo que quieres?
—Lo mismo que tú, sólo eso —respondió con tono apaciguador el rostro sonriente—. Venganza por el trato que te han dado en la torre… Poder y prestigio por ser mi seguidor. Es lo que te garantizo. A cambio, sólo pido almas.
—¿De qué me sirve tener la vida si mi alma te pertenece? —replicó el mago hablando entre jadeos.
Una risa siniestra resonó en la moneda.
—No es tu negra alma lo que quiero. Me servirá cualquiera. Por cada una que me entregues incrementaré tu poder y decrecerá la deuda que tienes conmigo. Haré que se cumplan tus deseos más allá de cualquier expectativa, a cambio de algo que no valoras. ¿Acaso no es un acuerdo aceptable?
El joven mago yació en silencio, recostado contra un árbol, en tanto que unos pensamientos extraños se agolpaban en su mente. Había muerto y el frío terror de la experiencia estaba todavía muy fresco en su recuerdo. El maligno ser de la moneda le ofrecía una promesa de vida. Lo que es más, le prometía un poder que el Cónclave de Hechiceros le había denegado. La oferta lo atrajo, lo envolvió y por último lo abrazó. Cerró el ojo indemne.
—Acepto —susurró entre los labios agrietados.
—¡Espléndido! —exclamó el rostro sonriente—. ¿Empezamos a trabajar?
El mago intentó incorporarse, pero la cabeza le daba todavía vueltas y se derrumbó otra vez contra el árbol.
—Tengo que descansar. ¿Qué pasa con mi pulgar y mi ojo? Aun estoy mutilado.
La moneda miró de soslayo al sucio y ensangrentado joven.
—Nuestro acuerdo fue que te devolvería la vida, no que te dejaría ileso. Mas, si es eso lo que deseas, tal vez podríamos revisar el trato. ¿Quieres que te devuelva el pulgar y el ojo?
El mago rehusó con un débil gesto de la cabeza. Con la mirada prendida en el rostro desdeñoso de la moneda que reposaba en la palma ensangrentada de su mano, tupo que un pacto con el dios de los negocios fraudulentos era más que suficiente.
Un objeto precioso
…DIEZ AÑOS MÁS TARDE
La ladera estaba resbaladiza por el barro en este día de principios de primavera. Tasslehoff Burrfoot eligió con cuidado su camino a lo largo de las zonas más secas, a la vez que se valía de su jupak para mantener el equilibrio. De vez en cuando hacía una pausa y tanteaba con el extremo de la vara para comprobar la profundidad de los charcos de fango. Sabía por experiencia que el lodo podía resultar engañoso además de incómodo.
Dos días antes había renunciado a la idea de viajar en la carreta de un granjero o de un comerciante. Ningún vehículo podía moverse por las calzadas en las condiciones actuales. Con todo, dentro de un par de días, más o menos, el barro se solidificaría y los carros volverían a transitar por los caminos en medio de tumbos y crujidos. Entretanto, no le quedaba más remedio que caminar.
Tasslehoff estaba seguro de que este viaje iba a merecer la pena, a despecho de los pies mojados, las ropas manchadas y el fuego chisporroteante de las húmedas hogueras de campamento. La ciudad arbórea de Solace se encontraba un poco más adelante y, por lo que había oído contar, era un espectáculo digno de contemplarse. Siglos atrás, a raíz del gran Cataclismo, los ciudadanos de Solace habían buscado protección contra los merodeadores y los monstruos depredadores instalándose en lo alto de los inmensos vallenwoods. En la actualidad, las fantásticas descripciones de sus hogares y las airosas pasarelas colgantes suspendidas sobre el suelo del valle corrían de boca en boca por todo Krynn.
El kender hizo un alto en un risco desde el que se divisaba la prodigiosa población; no pudo por menos que contener el aliento, maravillado. Los tejados de original trazado asomaban entre las copas de los árboles llenos de rebrotes, dando una imagen mágica y acogedora por igual. Finas columnas de humo, procedentes de las lumbres de las cocinas, se alzaban ondulantes en el claro azul del cielo de primeras horas de la tarde.